Durante tanto tiempo como muchos pueden recordar, Estados Unidos ha sido el país que tenía el dinero, la influencia y el poder. Pero todo eso está cambiando, dicen Brad DeLong y Stephen Cohen en su nuevo libro, El fin de la influencia. FP ofrece un extracto en exclusiva.

 

Durante ya más de un cuarto de siglo los países del mundo han estado soñando el sueño de los neoliberales. Intentando reducir sus Estados a sus competencias básicas para promover la eficiencia económica, la integración económica global y el crecimiento, y para disminuir la burocracia, la inclinación a vivir de las rentas y la simple corrupción. Han privatizado activamente los holdings estatales. Han reducido en gran medida su papel como propietarios y su implicación activa en las compañías “de carácter nacional”. Han reducido las intervenciones que afectan al comportamiento del mercado y las regulaciones que vigilan y controlan a quienes participan en éste.

Pero ahora están despertando. Y el sueño de los neoliberales ha llegado a su fin.

Para entender el porqué tenemos que remontarnos hasta mediados del siglo XX. La llegada de la Segunda Guerra Mundial garantizó que el dinero que todavía pudiera quedar en Gran Bretaña abandonara rápidamente el país. Franklin Delano Roosevelt gobernaba una nación aislacionista a la que deseaba engatusar para que se involucrara en la guerra contra Hitler lo antes y de la manera más completa que pudiera. Pero una parte de la estrategia de Roosevelt (y una consecuencia no totalmente desagradable para muchos de los que trabajaban en el State, War, and Navy Building -un edificio de la era victoriana justo al oeste de la Casa Blanca con la apariencia de un burdel francés-) era arruinar a Gran Bretaña antes de comprometer de cualquier manera el dinero de los contribuyentes estadounidenses en la lucha contra Hitler. Sólo después de que Gran Bretaña hubiera vendido la vajilla de plata de la familia para pagar la boquilla estaría EE UU dispuesto a prestarle su manguera de jardín para luchar contra el fuego hitleriano.











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Washington sí acudió en ayuda del más cercano, querido e importante de sus sitiados aliados extranjeros después de que Gran Bretaña se arruinara. La Gran Alianza constituyó el momento culminante de la gran historia de las naciones angloparlantes. Todavía sigue siendo churchilliano en la heredada grandiosidad de su narrativa. Estados Unidos acudió al rescate de Inglaterra, y junto a una enorme aunque poco apreciada ayuda por parte del Ejército Rojo de la Unión Soviética y de Josef Stalin, América salvó al mundo de los horrores de los nazis. Pero mientras EE UU se preparaban para marchar al rescate, exprimieron a los británicos, y cuando la Segunda Guerra Mundial, hubo terminado, Estados Unidos, no Gran Bretaña, era quien tenía el dinero. Cuando los británicos pedían dinero a su aliado, tenían que devolverlo en dólares, no en libras esterlinas. Y las importaciones que ...