
¿Cuáles son los principales retos en materia de participación que enfrentan las poblaciones rurales europeas? ¿Cómo puede la UE conectar con estas comunidades, que a menudo se sienten al margen del debate sobre el futuro de la Unión?
En un mundo de ciudades, donde 68% de la población global habitará en urbes densamente pobladas en 2050, alrededor de un 29% de la población total de la UE vive hoy en áreas rurales. Los datos y las proyección demográficas en el continente de cara a mitad de siglo siguen la tendencia global de unas metrópolis en crecimiento y un mundo rural menguante: mientras se prevé que la cifra de europeos que residen en ciudades crezca en 24,1 millones en las próximas tres décadas, la población rural se reducirá en 7,9 millones. El campo europeo se enfrenta a desafíos existenciales que van desde el declive y envejecimiento de su población hasta la escasez de oportunidades laborales y servicios básicos, pasando por el riesgo de perder el tren tecnológico, con el consecuente peligro de marginalización socioeconómica y política que implica este escenario.
A pesar de los retos por delante, existen oportunidades para reinventar el mundo rural, asumiendo además que en el campo está también la clave para un futuro mejor en las ciudades si buscamos un continente sostenible social y medioambientalmente. El proyecto europeo tiene que seguir apoyando este proceso y debe realizar mayores esfuerzos para conectar con las poblaciones rurales, involucrándolas en la construcción de la Unión. En este sentido, la Conferencia para el futuro de Europa es una gran ocasión para trabajar junto a la ciudadanía en esa dirección, para conocer mejor los desafíos y percepciones de estas comunidades, combatiendo así las narrativas del descontento.
Radiografía de la Europa rural
Europa es diversa en muchos aspectos y también respecto a los mayores o menores grados de urbanismo entre Estados miembro y dentro de sus propios territorios: mientras que el Este es más rural (Rumania, Hungría, Eslovaquia, República Checa y Polonia), nos encontramos con una Europa occidental más urbanizada, sin olvidar que países como Irlanda, Francia, Dinamarca, España e Italia cuentan con importantes poblaciones en el campo. A pesar de las especificidades de cada país miembro, es posible identificar algunas características demográficas y socioeconómicas comunes que ayudan a dibujar el perfil de la actual Europa rural.
Los datos del informe Eurostat regional 2020 nos permite hacernos una idea de cómo son estas comunidades y a qué principales tendencias se enfrentan. Mientras que las ciudades europeas ha ido creciendo en número de habitantes en las últimas décadas, la situación es muy distinta en las regiones periféricas, postindustriales y rurales, donde el declive poblacional se ha convertido en una sólida tendencia. La estructura demográfica en el campo europeo está compuesta cada vez más por individuos de más de 65 años y menos por ciudadanos en edad de trabajar. Tras este contexto demográfico se esconden factores como una baja tasa de natalidad, el aumento de la esperanza de vida, la migración de los más jóvenes a causa de las pocas oportunidades educativas y la falta de trabajo cualificado, así como un peor acceso a servicios básicos (salud, transporte e infraestructuras). De hecho, las áreas rurales registran muy a menudo las tasas más bajas de empleo de la UE, según recoge Eurostat. Y es que algunos de los mayores niveles de exclusión y pobreza se registran en las zonas rurales del sur y el este de la Unión. Un dato común a todos los países miembro es que la renta per cápita es más baja en el campo que en las urbes, aunque como contrapunto positivo, estas poblaciones soportan una menor sobrecarga del coste de su vivienda que quienes viven en ciudades.

Por su parte, la economía rural de la UE sigue focalizada en un sector primario que en la actualidad "proporciona solo alrededor del 1,7% el valor añadido bruto total de la Unión y ha estado disminuyendo de manera continuado en los últimos años", según un reciente informe técnico de la Comisión Europea, que señala también que "el 11% de la tierras agrícolas de la Unión experimentan un alto riesgo de abandono" debido a diversos factores relacionados con la viabilidad, la población, etcétera, algo preocupante para aquellas regiones que continúan siendo totalmente dependientes de este tipo de actividad económica. A esto se une las consecuencias del cambio climático, puesto que el número de agricultores expuesto a efectos medioambientales extremos en la UE cruza ya los 22 millones, y 44 millones de empleos relacionados con la producción de alimentos podrían también sufrir este impacto. En definitiva, la diversificación de la economía rural y la adaptación de la agricultura al desafío climático se han convertido ya en tareas inaplazables si quite afrontarse el definitivo declive económico.
Si echamos un ojo a la digitalización, con un papel vital en el crecimiento y la competitividad de las economía, nos encontramos que la brecha digital es del 14% de media en la UE, pero alcanza hasta el 23% en algunos Estados Miembros como, por ejemplo, Bulgaria, Croacia, Grecia y Portugal. De hecho, en un reciente estudio que analiza distintos indicadores (bienestar, sostenibilidad, tecnología y empleo e I+D) para conocer el grado de desarrollo de las comunidades rurales dentro de las fronteras de la UE, el déficit tecnológico (acceso a Internet y a ordenadores, así como habilidades digitales) es la gran asignatura pendiente en todos los países miembros donde la mayoría suspenden con un resultado "medio-malo" en esta variable, incluida España. Solo Dinamarca cosecha buenos datos. El estudio de estos investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid concluyen que "la UE tiene un largo camino por recorrer para alcanzar un estado de desarrollo rural".
¿Un campo euroescéptico?
Otro de los aspectos que no puede escapar al escrutinio a la hora de esbozar el retrato de la Europa rural son el análisis de su electorado, así como las percepciones y niveles confianza de estas poblaciones respecto a las instituciones europeas.
Tras el aumento del voto euroescéptico en las dos últimas décadas, con algunos estudios que revelan que uno de cada tres votantes respaldan hoy a formaciones críticas u hostiles con la UE, se han estado llevando a cabo investigaciones para identificar los factores del descontento en el continente. El elemento de la ruralidad ha sido examinado en la mayoría de ellos. ¿Qué arrojan los resultados? Algunos análisis apuntan a que la brecha entre áreas urbanas y rurales se ha convertido ya en una división interna más en el seno de la Unión, creando así una tendencia de creciente polarización geográfica entre las poblaciones de ciudades prósperas, globalizadas, con efecto de atracción para los jóvenes, y un campo en decadencia económica y demográfica. Partidos populistas de derechas (y euroescépticos) como, por ejemplo, la Agrupación Nacional en Francia están capitalizando ese clivaje urbano-rural desde hace años, transformando en votos el malestar por el declive económico y la percepción de las poblaciones rurales de que existe "favoritismo hacia las áreas urbanas donde los votantes liberales viven". Tendencia que se repetiría también en otros país de la Unión como, por ejemplo, Austria, Polonia o en el debate sobre el Brexit en Reino Unido: la opinión negativa sobre la UE era más prominente entre los británicos de ámbitos rurales y suburbanos (34% y 30%, respectivamente) que entre los de las ciudades del país (24%), según una encuesta de Pew Research en 2019. Estas conclusiones siguen la línea de algunos estudios similares en Estados Unidos en los que se asocia la baja densidad de población y la ruralidad al voto populista y al apoyo a Donald Trump. Uno de los más relevante es el libro The Politics of Resentment, que captó ya antes de las elecciones de 2016 cómo se cocía a fuego lento el resentimiento de las comunidades rurales de Wisconsin hacia las elites de las ciudades e instituciones urbanas (universidades, medios de comunicación…), así como crecía la percepción entre los votante rurales de que no recibían ni la atención ni los recursos que merecían.

Sin embargo, está vinculación directa entre el mundo rural y populismo euroescéptico en Europa está más matizada en otros estudios. Uno de las investigaciones más completas y recientas al respecto, The Geography of EU Discontent, que mapea el electorado anti UE en todo el continente, concluye que el voto euroescéptico y antisistema está impulsado sobre todo por una "combinación de declive económico e industrial, bajos niveles de educación y falta de oportunidades laborales a nivel local" y factores tradicionalmente sospechosos de estar detrás del populismo (el envejecimiento, la ruralidad, lejanía…) "parecen importar menos [de lo esperado] o de diferentes maneras". Y es que aunque el factor de la ruralidad tiene su impacto, cuando los posturas moderadamente antieuropeas se incluyen también en el análisis, se observa que "las urbes respaldan estas opciones políticas más que los pueblos", por los que "no puede considerarse el antieuropeismo como un fenómeno rural", subraya el informe.
Por otro lado, los resultados de otra investigación que abordaba la confianza de la ciudadanía en los parlamentos nacionales y europeo concluye que no se da una relación consistente entre geografía (rural versus urbano) y niveles de confianza, puesto que varían según el Estado miembro y parecen depender de los contexto nacionales. Aunque donde sí se observa una tendencia relevante es en el análisis de los datos relacionados con la nostalgia (elemento por el que se intenta explorar los grados de insatisfacción política, económica y social respecto a la situación actual). Las encuestas en las que se basa el estudio mostraron que los residentes rurales tienen mayores niveles de nostalgia que los urbanos, que se han beneficio más del crecimiento económico y la conectividad. Algo que quizá no debería pasarse por alto, si tenemos en cuenta otras de las conclusiones a las que llega esta investigación: en la mayoría de los Estados miembros, aquellos ciudadanos que registran mayor nivel de actitudes sexistas, autoritarias y populistas son también aquellos en los que las narrativas de la nostalgia y la percepción de comunidad en declive están más arraigadas.
De todas formas, sería recomendable seguir ahondando en este tipo de estudios, ya que la relación entre ruralidad y euroescepticismo podría ser más compleja y sofisticada de lo esperado. Conocer el sentir del campo europeo puede ser muy útil a la hora de combatir la desafección y las discursos políticos que se alimentan del malestar y el resentimiento.
Poblaciones rurales en el debate europeo
Sin lugar a dudas, el desarrollo del campo, abordando el declive de la población y los restos de naturaleza económica, es uno de los grandes quebraderos de cabeza para la política nacional y europea. En el marco comunitario, el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), dotado de 100.00 millones de euros para el periodo 2014-2020, es el instrumento financiero de la Política Agrícola Común (PAC) destinado al desarrollo rural, apoyando proyectos tanto nacionales como regionales que fomenten la transferencia de conocimiento e innovación, promuevan la competitividad en la agricultura y la eficacia de recursos en un economía rural sostenible frente al cambio climático, así como reduzcan la pobreza y apuesten por la inclusión social en el entorno rural, entre otras prioridades. Al mismo tiempo, el concepto de Smart villages (pueblos inteligentes), entendidos como "comunidades rurales que utilizan soluciones innovadoras para mejorar sus resiliencia, creando fortalezas y oportunidades a nivel local", parece ir ganando fuerza en la UE. De hecho, el reciente informe final del proyecto piloto Smart eco-social villages, iniciado por el Parlamento Europeo, recomienda en sus conclusiones finales "proporcionar a los pueblos inteligentes un apoyo adecuado a nivel comunitario, nacional y regional". De cara al futuro inmediato, la Comisión Europa ya ha presentado propuestas legislativas para el periodo 2021-2027 sobre la PAC con "objetivos más ambiciones respecto al cambio climático y poniendo especial énfasis en el apoyo a los jóvenes agricultores".
Definitivamente, los esfuerzos financieros desde la UE y el diseño de estrategias a largo a plazo son imprescindibles para ayudar a los Estados miembros y las regiones a impulsar una transformación necesaria y compleja a partes iguales, pero ¿en qué otras direcciones puede trabajar la UE para conectar con estas poblaciones? ¿Cómo puede la Unión combatir narrativas basadas en la idea de que campo no importa en una agenda política diseñada en las capitales? ¿Cuáles son los principales desafíos en materia de participación de estas comunidades en el debate europeo? He aquí algunas recomendaciones al respecto y de qué manera la Conferencia por el futuro de Europa importa en este contexto:
Mejorar el conocimiento y la comunicación. La identificación y la percepción de los beneficios de a la UE es "inferior entre los ciudadanos europeos más mayores, menos educados y que viven en el ámbito rural", según los resultado de proyecto Perceive, una investigación sobre el impacto de los fondos de cohesión social en el sentimiento de identidad y la adhesión a los valores de la UE entre los ciudadanos. ¿Más fondos se traduce un mayor apoyo al proyecto europeo? No siempre, según los hallazgos de este estudio, ya que existen otros elementos que podrían jugar un papel importante en esta ecuación. Uno de ello es el conocimiento por parte de la población de los fondos comunitarios de los que disfruta su región, que sigue siendo baja, alrededor del 50% de los ciudadanos desconoce esta información. Otro factor es el de la comunicación: la Unión sigue teniendo un problema en comunicar sus políticas y sus proyectos a la ciudanía, señala Perceive, por lo que la búsqueda de "mensajes y herramientas específicas" para conectar con aquellas poblaciones que no se sienten ganadoras de la integración europea es necesario. La Conferencia por el futuro de Europa es una buena oportunidad para hacer mayores esfuerzo por comunicar mejor y buscar vías para involucrar a estas comunidades en el debate europeo de un modo más eficaz. Al mismo tiempo que aumenta su participación, estas poblaciones podrían ampliar sus conocimientos sobre las instituciones comunitarias y sus políticas.

El déficit tecnológico y la barrera participativa. Las herramienta digitales están ya jugando un papel fundamental en la esfera de la deliberación y participación ciudadana, tendencia que promete in ir a más. Un escenario que acelera el desafío que implica el déficit tecnológico para la Europa rural no solo en el terreno económico, sino también en de la participación democrática. Mientras la conectividad sigue siendo una quimera en el campo, el 10% de los hogares rurales no está cubierto por ninguna red fija, solo el 48% goza de banda ancha y sus ciudadanos cuentan con menores habilidades digitales, el riesgo de que estas comunidades tengan un acceso limitado, o se queden directamente fuera, del debate público digital podría aumentar, profundizando esa brecha entre urbes involucradas en el debate político europeo y un campo desconectado. Las herramientas de e-democracia tienen todo el potencial de impulsar la participación, involucrando en mayor medida a los ciudadanos en las políticas europeas, a pesar de factores como la lejanía, pero debe garantizarse también la igualdad de oportunidades en el terreno digital.
Los jóvenes y las mujeres en el mundo rural. La Conferencia por el futuro de Europa promete abrir la participación a toda la sociedad en la discusión de los retos internos y externos, y tiene un interés particular en involucrar a las nuevas generaciones. Para ser inclusiva deberá ser especialmente sensible con aquellos colectivos que se encuentran habitualmente con barreras a la participación y la toma de decisiones a nivel local y nacional. Uno de ellos es la juventud rural que se enfrenta importantes hándicaps en el acceso a la educación, el mercado de trabajo o el acceso a servicios, pero también en lo referente a la participación ciudadana. De la misma manera, las mujeres que viven en el campo europeo siguen estando infrarrepresentadas en los organismos que se encargan de planificar los planes de desarrollo rural y la distribución de fondos. Aunque la UE ya presta apoyo a la juventud en el campo y está urgiendo a los países miembros que incluyan a las necesidades específicas de las mujer rurales en sus planes nacionales estratégicos de la CAP, hay aún espacio para conocer en mayor profundidad sus necesidades y canalizar más esfuerzos. El Parlamento Rural Europeo, una campaña que busca dar voz a la población rural, defiende en su más reciente declaración la necesidad de fomentar el activismo juvenil en el campo, que sigue siendo débil, y piden ser escuchados con el fin de lograr una juventud empoderada "mediante una inclusión política y social coherente".
El campo como agente del cambio. Que el bienestar y el desarrollo de pueblos y ciudades están interconectados es cada vez más evidente, sin embargo, aún deben lograrse unos vínculos urbano-rurales más cooperativos y funcionales. Para ello una visión integrada de los retos a los que se enfrentan los dos entornos, gran parte de ellos compartidos, es clave para crear sinergias y garantizar escenarios en los que ambos ganen en términos de desarrollo y competitividad. En este sentido, el campo europeo tiene también experiencias que aportar en debates esenciales para el futuro europeo como es el de la sostenibilidad (producción de alimentos, suministro de agua, energía…). Y es que las comunidades rurales comienzan a ofrecer también, por ejemplo, casos inspiradores de cómo abordar desafíos medioambientales presentes en el Pacto Verde Europeo, enmarcados en el concepto de pueblo inteligente. Más espacios de deliberación donde se puedan discutir ideas y experiencias (y que puedan tener impacto en el diseño de políticas) podría ayudar a estas comunidades a transitar desde una narrativa basada en un campo percibido como un territorio en declive que no importa a las ciudades, con unas poblaciones rurales convertidas en un sujeto pasivo a la espera de medidas decididas en Bruselas y resto de capitales, hacia una Europa rural que alberga la voluntad y el potencial de transformar su propio entorno. Si la UE logra de manera real y eficaz dar voz a los ciudadanos en la Conferencia, sin fallar a las expectativas creadas, no solo fortalecerá su democracia, sino que podría dar un impulso importante al proceso de empoderamiento de las poblaciones rurales europeas.
Este artículo forma parte del especial
Contar con la ciudadanía: algunas ideas para la Conferencia sobre el Futuro de Europa
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