“Sin Turquía la Unión Europea se hunde en la mediocridad”. Así titula el periódico conservador y alemán die Welt un reciente artículo que se hace eco de las opiniones del que fuera canciller, Gerhard Schröder.

Precisamente es la crisis económica de Grecia la que refleja a su juicio la necesidad de una futura adhesión de Turquía a la Unión.  Por si el encabezamiento no fuera lo suficientemente incisivo, el socialdemócrata añade en el cuerpo central del escrito: “Turquía, bajo el liderazgo del primer ministro (Recep T.) Erdogan, se ha reformado y modernizado hasta tal punto que nadie podría haberlo imaginado ni en sus sueños más osados hace diez años”.

Por ello, para contrarrestar con efectividad en el futuro el empuje de “los centros de poder de la política y economía mundial” que son Estados Unidos y China, Turquía debe ser aceptada.

Sin embargo, varios miembros que pertenecen desde hace tiempo a la UE —como aquellos inquilinos de la penitenciaria que toman apuntes cuando transmiten en sus celdas películas de criminales haciendo caso omiso de la naturaleza de sus instituciones— no aprenden. Y tampoco lo desean.

Así, no es de extrañar que pese a la voluntad española y la promesa en enero de abrir hasta cuatro capítulos pertenecientes a las negociaciones con Bruselas, al final todo quede si no en el hundimiento en la mediocridad, sí en agua de borrajas, en ni siquiera un capítulo abierto como se temía hace escasos días Alfonso Díez Torres, Director General de Integración y Coordinación de Asuntos Generales y Económicos de la UE.

Y eso que enfilada ya la recta final de la Presidencia española de la UE queda por constatar que precisamente sea un episodio relacionado con Turquía el que más brillo y esplendor la ha dado.

Esto es así porque el 22 de febrero mientras Erdogan se explayaba en Madrid sobre la estancia en una prisión turca de Cervantes, se daba a conocer a los ciudadanos turcos que seguían su comparecencia en televisión la detención horas antes de una cincuentena de miembros militares, incluidos 17 generales, por su presunta vinculación a una red golpista. Una noticia que saltaría a primera página de los rotativos de referencia el día siguiente, aniversario del 23-F.

En esta línea, los viejos europeos no han entendido todavía que para Turquía no es tan importante la meta como el camino de adhesión. Los turcos ven en este proceso, capítulo a capítulo, una mejora sustancial de sus condiciones de vida, incluida la hegemonía de lo civil sobre lo castrense. Pero sobre todo la mejora sustancial de la calidad de vida, es decir, hace tiempo que los ciudadanos de este país no se hacen demasiadas ilusiones respecto al resultado final, pero al mismo tiempo no cejan en el empeño de desear superar su actual estado de salud democrática. Es bien sencillo de entender.

Por tanto, a este paso y si seguimos así, lo más probable es que Turquía llegue a completar todos y cada uno de los capítulos, pero que una vez alcanzada la meta sea ella quien rechace a Bruselas y no al revés. Por algo que hoy se ha convenido en llamar “desapego” y antaño era calificado como “hartazgo”. A saber, por puro orgullo, una cualidad que tenemos con ellos en común.  A fin de cuentas no somos tan diferentes. Sin ir más lejos, los turcos, al igual que los griegos y los españoles, insultan a los cajeros automáticos cuando estos no permiten sacar más dinero.