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Una mujer busca comida en la basura en Caracas, Venezuela. (Pedro Rances Mattey/picture alliance via Getty Images)

La Covid-19 ha tenido un impacto en la distribución de poderes en las sociedades de todo el mundo. ¿Cuáles son las cuestiones que deberían abordarse para evitar que haya un mayor deterioro social?

A un año y medio del comienzo de la pandemia de la Covid-19, poco a poco vamos viendo cómo ha cambiado el equilibrio de poder en todo el mundo, tanto a nivel interpersonal como global. Existe un descontento general sobre la distribución de mando.

En las diferentes regiones, la pandemia ha afectado fuertemente al reparto, el uso y la supervisión del poder que determina el bienestar de las personas. A menudo, la Covid-19 ha servido de excusa para centralizar y consolidar la autoridad. Lo que ha contribuido a una pérdida de confianza en los sistemas de gobernanza y a un debilitamiento de los ya de por sí, frágiles contratos sociales en varios países.

Se hizo evidente durante los diálogos regionales recientes dirigidos por Southern Voice y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En mayo y junio, mientras el mundo seguía batallando con distintos niveles de la pandemia, pedimos a un puñado de expertos de cada región que explicaran cómo ha afectado la Covid-19 a la evolución del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 16, que promueve las sociedades justas, pacíficas e inclusivas. En concreto, queríamos saber cómo ha cambiado la relación entre las personas y sus gobiernos a causa de la crisis.

Descubrimos que en todas las regiones los relatos se asemejan. El coronavirus está evidenciando las desigualdades extremas. La pandemia tiene un peligroso impacto sobre la distribución del poder en las sociedades.

La primera tendencia que vemos es que la Covid-19 ha dado lugar al abuso de poderes legítimos y a la reducción del espacio cívico por parte del Estado. Según CIVICUS, solo el 3,4% de la población mundial vive en países con un espacio cívico libre. Actualmente, somos testigos de cómo las medidas de emergencia puestas en marcha por el coronavirus han acelerado el deterioro de los derechos humanos y las libertades fundamentales, una tendencia que comenzó antes de la pandemia. Por ejemplo, en algunos casos las medidas contra la Covid-19 se utilizan para socavar la disidencia, atacar a los defensores de los derechos humanos y a los medios de comunicación. También se erosionan las instituciones de control, incluidas las judiciales, legislativas y las de derechos humanos en muchos países. Urge prestar atención al tipo de política que ha silenciado las voces de la oposición y atacado los derechos de las minorías.

En segundo lugar, observamos cómo cada vez más la exclusión social siembra las semillas de futuros conflictos. La omisión y la marginación se utilizan para desempoderar y perpetuar las violaciones cotidianas contra las poblaciones con bajos ingresos. Lo que favorece la corrupción en todos los niveles y la fragmentación política. Los distintos intereses han tratado de privar de derechos a comunidades específicas. A la larga, podrían producirse niveles altos de desconfianza en el gobierno que servirían de catalizadores de inestabilidad y disturbios. En toda América Latina, por ejemplo, donde existen profundas desigualdades basadas en los ingresos, la raza y la etnia, vemos protestas generalizadas tras la aprobación de políticas gubernamentales que penalizan injustamente a los pobres y los más desfavorecidos.

En tercer lugar, las luchas de poder en el espacio físico se están expandiendo al ámbito digital. Durante la pandemia se ha incrementado la proliferación de desinformación. También aumentaron los ataques a la oposición política y a la sociedad civil, en especial a las mujeres. El fin es el de desempoderar y silenciar tanto a individuos como a grupos. El monitoreo a activistas y blogueros es usual y a menudo el acceso a las plataformas digitales se ve restringido. Además, con 3.700 millones de personas –en su mayoría mujeres provenientes de países en desarrollo– que no están conectadas a Internet, la brecha digital refuerza la desigualdad.

Nos encontramos en un momento crucial. Debemos mirar más allá del corto plazo y alejarnos de una respuesta a la pandemia exclusivamente orientada a la salud. El ODS 16 proporciona un manual para este cambio del rumbo. Es esencial que corrijamos a tiempo tendencias de gobernanza insidiosas que están surgiendo. La experiencia nos dice que, con el tiempo, los grandes desequilibrios de poder desencadenan inestabilidad y conflictos. Si no enmendamos estas disparidades, nos arriesgamos a perder gran parte de los avances realizados hasta ahora hacia el desarrollo sostenible.

Algunas ideas que surgieron durante los diálogos que han tenido lugar recientemente, hacen hincapié en cuatro cuestiones: Fomentar la supervisión de las instituciones de gobernanza, apoyando la independencia judicial y legislativa, para controlar los poderes ejecutivos. Proteger el espacio para el diálogo y los debates inclusivos entre la sociedad civil y los partidos políticos. Así como impulsar los movimientos sociales globales y la solidaridad más allá de las fronteras. Empoderar a los organismos de supervisión independientes para que defiendan los derechos humanos y protejan las libertades fundamentales ante el cierre del espacio cívico y la erosión del Estado de Derecho. Proteger los espacios digitales que se han convertido en herramientas poderosas de participación política. Los jóvenes, en particular, han utilizado eficazmente la esfera digital y las redes sociales para movilizarse y formar parte del discurso político.

El Objetivo 16 nos da la oportunidad de explorar cómo los gobiernos, la sociedad civil y las empresas privadas pueden aprovechar al máximo la Agenda 2030 en materia de paz y justicia.  Juntos, deben trabajar para mantener abierto el espacio cívico, fomentar la gobernanza centrada en las personas y abogar por una recuperación de la pandemia basada en los derechos humanos. No basta con imaginar un mundo más pacífico, justo e inclusivo. Debemos colaborar activamente para empoderar a las personas.