Buda’s Wagon: A Brief History of the Car Bomb
(El carro de Buda: una breve historia del coche bomba)
Mike Davis
228 págs., Verso, Londres y Nueva York, 2007 (en inglés)
Corría el año 1920. Una esquina de Wall Street. Un día de septiembre, el pánico se adueñó del distrito financiero. Un anarquista de origen italiano, Mario Buda, decidió vengarse del arresto de dos camaradas atentando contra el símbolo del poder económico del Nuevo Mundo. El arma utilizada: un carro tirado por caballos y cargado de dinamita y metralla. El resultado: 40 personas muertas, 200 heridas, miedo y sensación de vulnerabilidad.
Así comienza la espeluznante historia del coche bomba, que recorre en El carro de Buda el historiador y periodista Mike Davis, autor, entre otras obras de investigación y denuncia, de los best sellers estadounidenses Ciudad de cuarzo (un profético ensayo sobre la violencia y las bandas en la ciudad de Los Ángeles) y Planet of Slums (Planeta de chabolas, aún sin traducir).
El carro bomba de Buda fue sólo el comienzo. La utilización de explosivos en medios de transporte como armas de destrucción no ha dejado de extenderse desde entonces. Ninguna región se ha salvado de su macabra presencia, a pesar de la existencia de contextos políticos y sociales muy diferentes, si bien hoy es Irak el principal productor mundial. El coche bomba, con todas sus variantes (camión, furgoneta, bicicleta, barco, avión...), constituye “un arma sigilosa con poder sorprendente y eficacia destructiva”, señala Davis. Es también un arma táctica que hace mucho ruido, sobre todo como propaganda. Irak es en la actualidad el trágico ejemplo de su poder destructivo, con una media de más de cien al mes, incluidos los empleados en la modalidad suicida.
En su repaso, ampliamente documentado, Mike Davis llama a este método “la fuerza aérea del hombre pobre”. El coste de producción de un coche bomba puede ser extraordinariamente bajo, y los atentados en que se emplea, muy simples de organizar. Por si fuera poco, es un arma de uso inherentemente indiscriminado, que produce –casi de forma inevitable– daños colaterales, como las bombas más inteligentes lanzadas desde aviones de guerra. Sin embargo, una de las consecuencias más alarmantes de su empleo es que permite a algunos actores marginales o con poco apoyo popular causar mucha destrucción y, por consiguiente, tener visibilidad y alterar las condiciones políticas y sociales en un escenario de conflicto. A día de hoy, la infraestructura para constituir un grupo ligado a una red global del terror puede reducirse a un coche cargado de explosivos, un móvil y una conexión a Internet. Los medios de comunicación y los canales alternativos de propaganda se encargan del resto. Como bien saben los teóricos, el terrorismo y la propaganda siempre han ido de la mano. En la era de la guerra global contra el terror, el “explosivo” se hace valer del “informativo” para amplificar sus efectos psicológicos.
El presente de este fenómeno no puede entenderse sin conocer su turbio pasado, en el que ...
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