Ahora el desastre económico se une a la agitación política y social en muchos lugares del mundo.

Hace siete años, en su discurso sobre el Estado de la Unión del 29 de enero de 2002, el presidente estadounidense George W. Bush advirtió sobre la existencia de un eje del mal que se dedicaba a ayudar a terroristas, adquirir armas de destrucción masiva y “armarse para poner en peligro la paz del mundo”. Según Bush, este nuevo y selecto club tenía tres miembros: Irán, Irak y Corea del Norte. La receta de Bush para hacer frente a ese eje del mal era la acción preventiva, y, casi un año después, puso esa doctrina en práctica con la invasión de Irak.

El problema del sucesor de Bush, Barack Obama, es que ahora se enfrenta a un eje mucho más amplio y que puede ser mucho más preocupante: el eje del  caos. Cuenta, al menos, con nueve miembros, y tal vez más. Les une no tanto la perversidad de sus intenciones como su inestabilidad, que la crisis financiera mundial no hace más que empeorar día a día. Por desgracia, esa misma crisis hace que a Estados Unidos no le sea nada fácil responder a este nuevo “peligro grave y creciente”.

Cuando los asesores de Bush acuñaron la expresión eje del mal (al principio, eje del odio), estaban trazando un paralelismo con la alianza entre Alemania, Italia y Japón durante la Segunda Guerra Mundial, cristalizada en el pacto tripartito de septiembre de 1940. El eje del caos, por el contrario, recuerda más a la década anterior al estallido de la guerra, cuando la Gran Depresión desató una oleada de crisis políticas en todo el mundo. Los años de Bush, por supuesto, han puesto al descubierto los peligros de trazar paralelismos simplones entre los retos de la actualidad y las grandes catástrofes del siglo xx. No obstante, existen motivos para temer que la mayor crisis financiera desde 1929 pueda tener consecuencias equiparables para el sistema internacional.

Durante más de una década me dediqué a reflexionar sobre por qué el siglo xx se había caracterizado por tanta turbulencia brutal. Examiné fuentes primarias y secundarias. Escribí más de ochocientas páginas sobre el tema. Y la conclusión a la que llegué, en La guerra del mundo, fue que en la última centuria había tres factores que permitían prever más o menos, en el tiempo y en el espacio, la aparición de la violencia organizada mortal. El primer factor era la desintegración étnica: la violencia era peor en las zonas con más tensiones de este tipo. El segundo, la volatilidad económica: cuanto más grande la magnitud de las convulsiones económicas, más probabilidades de conflicto. Y el tercero era el declive de los imperios: cuando se vinieron abajo las estructuras de poder imperial, las batallas por el poder político fueron especialmente sangrientas.

Hay por lo menos una región del mundo –Oriente Medio en sentido amplio– en la que dos de estos tres factores llevan cierto tiempo presentes: existe un conflicto étnico extendido desde hace decenios y, tras las dificultades y las decepciones de Irak y de Afganistán, hay grandes probabilidades de que Washington empiece a reducir su presencia casi imperial en la zona.

Ahora nos encontramos, y de qué manera, con la reaparición de la tercera variable, la volatilidad económica. La gran moderación del presidente de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke –el supuesto declive de la volatilidad económica que auguró en una conferencia pronunciada en 2004–, ha quedado anulada por una reacción financiera en cadena que comenzó en el mercado de las hipotecas basura de EE UU, se extendió a todo el sistema bancario, llegó al sistema de crédito en la sombra basado en el recurso a los valores, y ahora está desencadenando la caída de los precios de los activos y de la actividad económica en todo el mundo.

Después de casi una década de crecimiento sin precedentes, está bastante claro que la economía mundial va a renquear en 2009, aunque seguramente no tanto como a comienzos de la década de los 30, porque los gobiernos de todo el mundo están haciendo esfuerzos frenéticos para intentar contener esta nueva depresión. No obstante, por mucho que bajen los tipos de interés o por mucho que crezcan los déficits, casi todas las economías sufrirán un aumento sustancial del desempleo y una dolorosa disminución de las rentas. Y ese tipo de dificultades económicas casi siempre tiene consecuencias geopolíticas. De hecho, ya podemos observar los primeros síntomas de las convulsiones que se avecinan.

 

LA ANARQUíA QUE VIENE

En artículos publicados por FP, JeffreyGettleman describe la anarquía interminable de Somalia, Arkady Ostrovsky analiza el nuevo estilo agresivo de Rusia y Sam Quinones explora las miserias causadas por la guerra del narcotráfico en México. Pero éstos no son más que tres ejemplos entre nueve o más posibles.

En Gaza, Israel ha emprendido una tarea sangrienta cuyo objetivo es debilitar a Hamás. Pero todo lo que haya podido conseguir desde el punto de vista militar se ve contrarrestado por el daño que ha hecho a su imagen internacional al matar a civiles inocentes utilizados por los combatientes de Hamás como escudos humanos. Y, tal vez más importante, las condiciones sociales y económicas en Gaza, que eran muy malas, son ahora espantosas. No parece probable que esa situación vaya a servir de apoyo a las fuerzas de la moderación entre los palestinos. Y lo peor es que estos acontecimientos han avivado las llamas del radicalismo islamista en toda la región, incluido Egipto. Desde El Cairo hasta Riad, los gobiernos van a pensárselo dos veces antes de comprometerse a ninguna nueva iniciativa de paz para Oriente Medio.

Irán, mientras tanto, continúa apoyando tanto a Hamás como a su homólogo chií en Líbano, Hezbolá, y sigue adelante con un supuesto programa de armas nucleares que los israelíes ven legítimamente como una amenaza para su existencia. Nadie puede saber con certeza qué va a suceder en el complejo sistema político de Teherán, pero es probable que los radicales en torno al presidente Mahmud Ahmadineyad salgan fortalecidos del ataque israelí contra Gaza. Sin embargo, en el aspecto económico, Irán está en un agujero que va a ser cada vez más profundo, a medida que caigan todavía más los precios del petróleo. Desde el punto de vista estratégico, el país corre el riesgo de sufrir un desastre si lleva adelante su programa nuclear, porque una ofensiva aérea, aunque fuera sólo israelí, sería un trastorno enorme. Todos esos peligros deberían ser un motivo para tender a la reconciliación e incluso a algún tipo de compromiso con Estados Unidos. Pero, con las elecciones presidenciales previstas para el próximo mes de junio, Ahmadineyad tiene pocos incentivos para ser moderado.

En la frontera oriental de Irán, en Afganistán, la agitación sigue estando al orden (o desorden) del día. Recién llegado del éxito del surge en Irak, el general David Petraeus, nuevo jefe del Mando Central de Estados Unidos, se enfrenta ahora al problema, mucho más difícil, de pacificar el país afgano. La tarea es especialmente complicada por la anarquía en el vecino Pakistán. India, mientras tanto, acusa a unos paquistaníes de estar relacionados con los atentados terroristas de Bombay el pasado noviembre y, con ello, vuelve a agitar los temores de una guerra en el sur de Asia. Recordémoslo: el ruido lo hacen unos sables que tienen puntas nucleares.

Los gobiernos democráticos de Kabul e Islamabad son dos de los más débiles que existen. Uno de los mayores riesgos que corre el mundo este año es que uno de ellos, o los dos, acabe cayendo en medio de una espiral de violencia. También aquí, la crisis económica desempeña un papel crucial. La clase media paquistaní, pequeña pero políticamente poderosa, se ha visto golpeada con dureza por la caída de la Bolsa. Mientras tanto, una parte cada vez mayor de la enorme masa de hombres jóvenes del país se enfrenta al desempleo. No es una receta para la estabilidad política.

Este club no es nada exclusivo. Entre los candidatos a pertenecer a él se encuentran Indonesia, Tailandia y Turquía, donde ya se ven indicios de que la crisis económica está exacerbando conflictos políticos internos. Y no olvidemos la plaga de la piratería en Somalia, la guerra civil reavivada en la República Democrática del Congo, la violencia sin fin en la región sudanesa de Darfur y el corazón de las tinieblas que es el Zimbabue del presidente Robert Mugabe. El eje del caos tiene muchos miembros. Y no es arriesgado decir que la lista va a aumentar todavía más este año. El problema es que, como ocurría en los años 30, casi todos los países están encerrados en sí mismos, dedicados a afrontar las consecuencias internas de la crisis económica, y prestan escasa atención a la crisis mundial. La volatilidad económica, más la desintegración étnica, más un imperio en declive: es la combinación más letal que existe en geopolítica. Tenemos los tres factores. Está a punto de comenzar la era del caos.