Conozca a Ibrahim Gambari, el diplomático de los autócratas. 

 

A principios de año, la ONU envió a Sudán a su representante favorito ante los dictadores, el diplomático nigeriano Ibrahim Agboola Gambari, con la esperanza de convencer a su presidente, el presunto criminal de guerra Omar Hasan al Bashir, de que sellara la paz. Gambari, un veterano de las misiones de la ONU en Zimbabue y Myanmar (antigua Birmania), ha desarrollado su habilidad para asesorar a los autócratas trabajando para uno de ellos, Sani Abacha, el fallecido presidente y hombre fuerte de Nigeria, bajo cuya presidencia sirvió como embajador ante Naciones Unidas entre 1990 y 1999.

En cualquier otro lugar, la conexión de Agboola Gambari podría haber destrozado su carrera, pero desde que se incorporó a Naciones Unidas en 1999 ha subido como la espuma gestionando crisis como las de Angola y Chipre y recaudando dinero para la reconstrucción de Irak. Según altos funcionarios de la ONU, sus técnicas diplomáticas chapadas a la antigua unidas a su condición de musulmán y su gran prestigio en África hacían de él un mediador excelente. El encargo de Sudán es una oportunidad para probar si la experiencia de Gambari y su facilidad para la relación con actores políticos indeseables pueden traducirse en progresos concretos en los retos principales del momento: una solución para Darfur y para el impasse en el que se encuentra la reclamación de independencia del Sur.

Los dictadores son la especialidad de Gambari. En la última década se ha convertido en el enlace de Naciones Unidas a quien recurrir para sacar a los gobernantes déspotas de su aislamiento. En 2006, cuando la crisis económica de Zimbabue se convirtió en un desastre absoluto, el entonces secretario general, Kofi Annan, envió a Gambari a presionar al presidente, Robert Mugabe, para que frenara la represión sobre los habitantes pobres de las ciudades y para que permitiera la entrada de los cooperantes extranjeros en el país. La iniciativa diplomática de Gambari debía haberse culminado con una visita de Annan a Zimbabue, pero Mugabe frustró el plan. “Mugabe le dijo a la cara a Kofi Annan: ‘No vengas”, recuerda Gambari, que culpa [del resultado] a los países occidentales, por no haberle dotado de suficientes incentivos. “Vienes con las manos vacías, Occidente no te está dando nada y lo único que vas a hacer es aleccionarme sobre lo que estoy haciendo mal en Zimbabue”.

Como embajador de la ONU, Gambari defendió con firmeza la ejecución por parte del régimen de Abacha de Ken Saro-Wiwa, calificando a su grupo de activistas como “delincuentes comunes”. Pero también impulsó una política exterior progresista que incluía el envío de cascos azules nigerianos a Sierra Leona para restaurar la democracia y presionar para que se tomaran medidas para frenar el genocidio de Ruanda, incluso a pesar de que su jefe estaba reprimiendo con violencia a los opositores dentro de su propio país. “Quien no supiera nada de Abacha pensaría que Gambari representaba a un país africano ilustrado”, dice el ex embajador neozelandés ante la ONU, Colin Keating, que se sentó al lado del nigeriano en el Consejo de Seguridad durante el genocidio ruandés.

Hoy, Gambari está más que dispuesto a utilizar su pasado como enviado de un dictador como técnica de venta cuando tiene que hablar con gobiernos militares, como del jefe de la Junta de Birmania, Than Shwe. “Para conseguir meter la cabeza, conseguir audiencia, me pareció que el historial, mi historial, me ayudó inmensamente. Y me escucharon”, afirma.

A pesar de la presión de Gambari, Myanmar ha mostrado pocas señales de acceder a las peticiones internacionales de aperturismo democrático o de liberación de la líder política encarcelada Aung San Suu Kyi, antes de las elecciones nacionales de este año. Y Than Shwe se negó a recibir a Gambari en su última misión en el país asiático. Pero Gambari asegura que su insistente esfuerzo por involucrar a Myanmar ha recibido su recompensa, y que la Administración del presidente estadounidense Barack Obama está siguiendo ahora su senda: “El lenguaje que los americanos están empleando ahora reproduce casi literalmente lo que nosotros dijimos”.

En la última década se ha convertido en el enlace de la ONU para sacar a los déspotas de su aislamiento

En su nuevo trabajo, Gambari dirigirá la misión de paz de la Unión Africana para Darfur que, una vez desplegada por completo, con 26.000 cascos azules, constituirá la mayor operación de la ONU en todo el mundo, con un presupuesto de casi 1.800 millones de dólares (1.325 millones de euros). Él será también el funcionario más importante de la ONU con acceso a Al Bashir.

Pero el pasado de Gambari aflora de nuevo como un problema. Algunos directivos de la ONU piensan que su posición como más alto emisario de la ONU procedente de África le dará autoridad política en Sudán, pero les preocupa que alguien que defendió en el pasado un régimen ilegítimo no sea suficientemente duro con Jartum. Gambari ya se ha alineado con el líder sudanés en el asunto más importante al que se enfrenta el país, un futuro referéndum sobre si debe aceptarse la independencia de Sur Sudán. “Personalmente, como nigeriano, como africano, evidentemente prefiero la unidad de Sudán”, me dijo.

Esta concesión inicial a Jartum podría ser una señal de pragmatismo o reflejar el hábito de cumplir con las exigencias de los gobernantes poderosos. “Gambari opera con mucha astucia. Ha sido capaz de moverse con facilidad entre los dos mundos: el autoritarismo y la democracia liberal”, sostiene John Prendergast, cofundador de la organización Enough Project, centrada en Darfur. “Es un tipo muy inteligente e intuitivo, pero está por ver si será capaz de lograr algún impacto o si será uno más en la larga cola de gente que no ha logrado casi ningún impacto sobre la situación de Sudán”.