Gente caminando por las calles de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, los días previos a las elecciones. (Eitan Abramovich/AFP/Getty Images)
Gente caminando por las calles de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires, los días previos a las elecciones. (Eitan Abramovich/AFP/Getty Images)

Una de las tareas principales del próximo Gobierno argentino es sincerar las estadísticas, acalladas por la Administración actual más preocupada por la puesta en escena que por la realidad. ¿Cómo está la economía de Argentina y cuáles son sus retos?

No importa demasiado quién gane el domingo próximo en las elecciones  ya que el consenso sobre lo que hay que hacer en el próximo Gobierno en materia económica entre los equipos técnicos de los candidatos es total. Lo digan o no en voz alta, quienes secundan a Daniel Scioli, candidato del oficialismo, Mauricio Macri y Sergio Massa (ambos a la derecha del Ejecutivo actual) es prácticamente total si de números económicos se habla.

En Argentina, la discusión estos días discurre en el cómo: shock o gradualismo. Por ahí pasan las diferencias. El oficialismo, claro está, deberá hacer correcciones sin echar culpas a nadie. La oposición tiene la licencia de ser un recién llegado al poder. Disfruta de los perdones que le da la herencia del anterior. De cualquier manera, los desafíos políticos para imponer cambios económicos serán importantes para ambos.

El kirchnerismo terminará su gobierno con un déficit fiscal del 5 al 7% del Producto Interior Bruto (PIB) según cómo y quién lo mida. Con el organismo encargado de las estadísticas intervenido desde 2007 (Indec), los cálculos difieren entre los economistas. De cualquier manera, el piso será 5% de rojo en la caja.

Sin embargo, uno de los pesos más importantes para la próxima Administración será corregir el atraso cambiario que caracterizó los últimos años de Cristina Kirchner en el poder. Si se compara con los socios comerciales, por caso, Brasil devalúo desde julio de 2014 alrededor del 75% mientras que Argentina sólo el 16%. Los productos brasileños se abarataron frente a la competencia de Argentina y las exportaciones a ese país se resintieron. El comercio bilateral, clave para el sector industrial rioplatense, no pasa por un gran momento. Los hombres de la manufactura criolla ven cómo pierden mercado en todo el mundo por la falta de competitividad. Brasil golpea puertas a los compradores globales con mejores precios que su socio comercial.

El dólar en sí es uno de los grandes problemas del país. La falta de dólares para ahorradores o importadores es una consecuencia de varios factores. La medida que tomó el Gobierno desde hace varios años es cerrar las canillas donde se van los dólares de las reservas. Importadores o ahorradores deben pedir permiso al Estado para adquirir moneda extranjera. Los formularios y la burocracia dominan el mercado de divisas. El mundo suele regular la intervención de manera cruel: cuando hay un bien escaso e intervenido aparece un mercado paralelo que lo ofrece a otro precio.

La presidenta se irá del poder y habrá dejado a su predecesor una brecha entre los dos mercados de alrededor del 70%. Quienes acceden al mercado oficial consiguen dólares a 9,50 pesos (0,88 euros) aproximadamente; quienes recurren al paralelo deberán convalidar precios cercanos a los 16 pesos. Las ventas al exterior se liquidan con el tipo de cambio oficial, pero los costos suelen copiar lo que sucede por el dólar paralelo. Los exportadores facturan un dólar de 9,50 pesos, menos las retenciones que gravan las ventas a otros países –en el caso extremo de la soja es del 35%- y luego pagan costos por un dólar de 16 pesos. Las exportaciones cayeron un 51% en lo que va del año respecto al mismo período del año pasado.

La devaluación del peso parece ser la medida a la que todos apelarán. Más o menos, gradual o de shock, todos los equipos económicos dejan traslucir sus planes devaluatorios. Pero la economía no es una ciencia exacta y cuando se toca se modifican otras. El desafío entonces será que la devaluación no termine por desatar la inflación. Argentina terminó 2014 con una inflación del 39% y se esperan valores cercanos a los 28 puntos para 2015. Cambiar el valor de la moneda encarece las commodities que muchas veces se importan como materia prima. Finalmente, como tantas veces en este país, la inflación –un impuesto que pagan todos- podría terminar por financiar la mejora de algunos sectores. Pero el riesgo inminente: el aumento de los precios generalizados socava como nada las bases políticas.

El financiamiento externo, otra fuente de ingreso de dólares junto con la inversión extranjera directa, está cortado. Habrá que negociar con los bonistas que no entraron al canje de deuda y que ganaron un juicio en Nueva York, para iniciar el largo camino de regreso a los mercados. Por lo pronto, el Gobierno se financió con emisión monetaria y con algunas emisiones de bonos por los que ha llegado a convalidar tasas del 9,20% en dólares.

Sin crédito, la infraestructura se deterioró. En la mayoría de los sectores, la inversión sólo alcanzó para mantener los servicios públicos que arrastran atrasos tarifarios, que en algunos casos, superan los 10 años. Los marcos regulatorios están arrasados y jamás se volvieron a actualizar desde la crisis de 2001 y 2002. Sin plazos de concesión, sistema tarifario y condiciones de inversión, no hay dólares para revertir el deterioro.

En las libretas de los candidatos hay algunos apuntes urgentes y otros que quedarán para un segundo momento. El mercado cambiario, eliminar el cepo y los controles a las importaciones y, finalmente, resolver el conflicto con los holdouts (los llamados fondos buitre), están resaltados. Habrá respuestas inmediatas en estos temas. Mientras tanto, habrá que atender a las reservas internacionales que, según los economistas del ‘macrismo’, están en mínimos históricos, al menos las líquidas.

Luego será el tiempo de trabajar fuerte para reducir el déficit fiscal, bajar la inflación con un programa, seguramente de metas, eliminar controles de precios que afectan desde los autos hasta la leche y finalmente, abrir la economía.

Hay algo resaltado en aquellas agendas de Scioli, Macri y Massa: sincerar las estadísticas. Desde 2007, cuando se intervino el Indec, Argentina prefirió montar un escenario de ficción para las cifras y los números de la economía. Nunca se reconoció  la inflación real y se dejó de medir la pobreza por primera vez en la historia. Signos de un Gobierno preocupado por la puesta en escena como ninguno. Tan lejos llegó con ocultar la inflación que jamás cedió a los pedidos de imprimir un billete de denominación mayor a 100 pesos, con el que hoy alcanza para comprar cuatro litros de leche de cartón. Ficciones de una economía a punto de sincerarse.