Asirios rezan en una iglesia en la ciudad de Mardin, al sureste de Turquía. Ozan Kose/AFP/Getty Images
Asirios rezan en una iglesia en la ciudad de Mardin, al sureste de Turquía. Ozan Kose/AFP/Getty Images

Minorías cristianas como los asirios siguen viviendo entre la asimilación y el ostracismo en suelo turco.

“En Turquía, aquellos que no son musulmanes son considerados como minoría. Desde que comenzó la República se ha hecho la vida imposible para quienes quieren vivir de forma pacífica con sus derechos”. Estas palabras de Februniye Akyol, la primera coalcaldesa asiria de una metrópoli turca, suponen un ligero destello del calvario sufrido por su credo desde la creación de la República de Turquía.

Durante el último siglo, la rígida interpretación del kemalismo ha forzado a los diferentes grupos étnico-religiosos a elegir entre los caminos de la asimilación o el ostracismo. Si bien numerosos kurdos han sido turquizados, los cristianos han protagonizado una estoica resistencia para preservar su culto. Su tenacidad se ha visto recompensada en la última década con una postura más abierta hacia las minorías del islamista Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Entre otras medidas, la lengua aramea se imparte en las escuelas públicas y un pueblo recuperó su anterior nombre asirio. Pero, a pesar de esta esperanzadora instantánea, la evolución social de los cristianos aún choca con una discriminatoria política estatal y con el ahora predominante sistema educativo suní. Estas trabas son la cara B de la inclusiva era Erdogan y así lo denuncia la comunidad asiria, una escisión dentro del catolicismo tras el concilio de Éfeso.

Para comprender algunas barreras inmateriales sólo habría que retroceder algunos meses para recordar al ahora presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, usando la palabra armenio a modo de insulto. Al igual que los armenios, estigmatizados por los acontecimientos de 1915, los asirios han corrido una suerte parecida: la exclusión social. “Siempre que un asirio quiere acceder a una plaza pública tiene problemas por sesgos subjetivos. Por eso no hay funcionarios asirios y aún nos discriminan”, se queja Andreas en el Monasterio Gabriel Mor, sede del Patriarcado asirio entre los años 1.160 y 1.932.

Este asirio de 37 años lleva la mitad de su vida en este templo de 1.700 años de antigüedad restaurado por la diáspora. El terreno del monasterio, devuelto a la comunidad asiria el año pasado, ha supuesto la mayor restitución de tierras en Turquía. Pese a este avance, algunas parcelas colindantes continúan en una disputa legal. “Ellos dicen que nos han cedido el terreno, que es suyo y que algún día nos lo podrían arrebatar. Pero lo más curioso es que casi todas las tierras de esta región nos pertenecen, pero nos las han ido quitando en el último siglo”, asegura este creyente en la dualidad de Jesucristo, la principal e insalvable brecha asiria con respecto al catolicismo.

Las tierras a las que se refiere Andreas llevan casi un siglo en una desigual disputa: los que hoy las habitan de forma legal viven sin preocupaciones mientras los cristianos ven caer sus reclamaciones en saco roto. Es el primer gran problema de los asirios, una espinosa cuestión ...