¿Pueden los nuevos acontecimientos en las repúblicas post-soviéticas en Europa del Este terminar con el proyecto euroasiático de Rusia ?

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¿Qué implican los acontecimientos recientes en Ucrania para otras repúblicas post-soviéticas en Europa del Este, el Cáucaso y Asia Central? La invasión rusa de Crimea ha demostrado a los vecinos del país que Moscú les ve primero como Estados post-soviéticos y solo después como nuevos Estados independientes. Sin contar con los tres miembros bálticos de la Unión Europea (UE) y la OTAN, el Kremlin considera a la mayoría de las ex repúblicas soviéticas como parte de su casi exclusiva esfera de influencia.

Ello implica que Moscú está preparado para usar la fuerza militar para salvaguardar sus intereses esenciales en los países vecinos y que está dispuesto a pagar por ello a nivel internacional. Además de posibles sanciones económicas y una confrontación política cada vez mayor con Occidente, Moscú podría pagar un precio aún más alto por su intervención en Ucrania: el fin de los planes del presidente Putin para crear una Unión Euroasiática.

Se esperaba que la actual Unión Aduanera entre Rusia, Bielorrusia y Kazajistán avanzara hacia una unión política el año que viene, con la incorporación de miembros del Cáucaso (Armenia) y Asia Central (Kirguistán y Tayikistán). Ahora, el entusiasmo hacia el proyecto ha disminuido aún más. El Kremlin había intentado convencer a los países candidatos a la Unión Euroasiática de que ésta sería una asociación entre iguales. Pero ha quedado claro que el poder se concentrará exclusivamente en manos de Moscú y que la oferta rusa no es una cuestión de "o lo tomas o lo dejas" sino de "o se está con nosotros o contra nosotros".

Los países candidatos podrían percibir cada vez más el proyecto como un acto de sumisión en lugar de integración. Armenia es uno de los más probables a unirse a la Unión Euroasiática. El país ya ha anunciado su incorporación a la Unión Aduanera y su seguridad depende de la ayuda militar rusa, en especial en relación al área disputada de Nagorno-Karabaj. Por su parte, Bielorrusia, dada su enorme dependencia económica de Moscú, no tiene más opción que seguir con la integración euroasiática pero podría intentar restarle importancia mientras corteja a la UE.

Kazajistán es un centro económico exportador de energía y podría ya haber perdido interés por una mayor integración euroasiática puesto que ello podría perjudicar su creciente comercio e inversiones por parte de la UE y China. Además, Astana teme que las posibles sanciones económicas contra Rusia también podrían indirectamente afectar al país a través de la Unión Aduanera. Asimismo, algunos nacionalistas rusos han reivindicado partes del territorio al norte de Kazajistán lo que podría llegar a conducir a disputas territoriales en el futuro con Astana y tensiones con la amplia minoría rusa en el país.

Los gobiernos autoritarios en Asia Central se encuentran entre la espada y la pared. Sus líderes temen, por un lado, las amenazas a la estabilidad interna provenientes del fundamentalismo islámico y de una nueva generación desempleada y descontenta. Por otro lado, temen a la presión externa por parte del Kremlin. La influencia rusa sobre la región se ejercerá, sobre todo, a través de las bases militares en Kirguistán y Tayikistán, que podrían verse reforzadas dados los temores de Moscú con relación al creciente flujo de drogas y radicalismo proveniente de Afganistán tras la retirada de tropas internacionales de ese país.

Además de Ucrania, que ahora es definitivamente un caso perdido para la Unión Euroasiática, hasta ahora Moldavia y Georgia han seguido un camino más proeuropeo y, por tanto, es probable que sufran una mayor presión desde Moscú. En la actualidad, la incertidumbre reina en Moldavia. El Gobierno proeuropeo ya ha concluido las negociaciones sobre la liberalización de visados con la Unión Europea (el acuerdo probablemente entrará en vigor este verano) y podría firmar un Acuerdo de Asociación con Bruselas en agosto antes de la celebración de las elecciones parlamentarias previstas para el otoño. La sociedad moldava está muy dividida entre los que favorecen unas relaciones más cercanas con la Unión y los que prefieren un mayor vínculo con Rusia. Los que favorecen un camino europeo temen que Moldavia podría ser el próximo en la lista tras Ucrania. Moldavia tiene una gran minoría rusa que podría ser influenciada por Moscú, lo que podría fomentar la inestabilidad en la región separatista de Transdniester en el país, que aun alberga 1.000 "efectivos de mantenimiento de la paz" rusos.

En Georgia, la esperanza de resolver los conflictos congelados de Abjasia y Osetia del Sur se ha desvanecido aún más. El nuevo Gobierno habría querido normalizar las relaciones con Rusia, pero tras Crimea las perspectivas no son alentadoras. Algunos georgianos se aferran al deseo de que una anexión de Crimea, por lo menos, haga que Bruselas y Washington comprendan mejor la asertiva política exterior de Rusia, puesto que la guerra ruso-georgiana de 2008 no lo hizo. Además, ahora hay cada vez más esperanzas en Tbilisi de que se avance con un proceso acelerado de afiliación a la UE que eventualmente podría conducir a la adhesión.

Si Crimea y Ucrania son de vital importancia para Rusia, ello también se aplica, aunque en menor medida, a otros países post-soviéticos. Eso no quiere decir que Moscú vaya a actuar siempre que se dé una situación de inestabilidad en su vecindad próxima. Sí lo hizo en Georgia en 2008, pero decidió abstenerse en Kirguistán en 2010 cuando fue invitado por el Gobierno interino a ayudar a contener la inestabilidad en ese país. La diferencia radica en que en Georgia, Rusia había manejado la situación desde el principio tras velar cuidadosamente por sus intereses mientras que en Kirguistán se le pidió intervenir en una situación que ni controlaba ni había iniciado.

En 2008 ninguno de los vecinos de Rusia reconoció a Abjasia y Osetia del Sur como Estados independientes, lo que debería haber sido interpretado por Moscú como una señal de los límites de su proyección de poder en su vecindad. Pero la invasión rusa de Crimea indica que Moscú no ha aprendido la lección y, por ello, puede que el presidente Putin nunca haga realidad sus planes de una Unión Euroasiática.

 

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