Partidarios del político paquistaní Imran Khan en Islamabad(Asif Hassan/AFP/Getty Images)
Partidarios del político paquistaní Imran Khan en Islamabad(Asif Hassan/AFP/Getty Images)

Las protestas encabezadas por dos partidos políticos contra el primer ministro en Islamabad amenazan con hacer caer al Gobierno.

Apenas 25.000 manifestantes, aunque las cifras varían enormemente según quién esté contando, concentrados en el centro de Islamabad, han conseguido llevar a una situación de parálisis al Gobierno paquistaní. ¿Cómo es esto posible en un país con más de 180 millones de habitantes?

Para el pasado 14 de agosto, día de la Independencia en Pakistán, se habían convocado dos marchas de protesta sobre la capital. Ambas partían de Lahore, a unos 300 kilómetros de Islamabad, y tenían como objetivo la dimisión del primer ministro Nawaz Sharif. Los convocantes eran dos partidos políticos que querían mantener la independencia de sus respectivas marchas.

Tahirul Qadri, líder del Pakistan Awami Tehreek (Partido del Pueblo de Pakistán, PAT por sus siglas en inglés), llamó a su marcha Inqilab (revolución) e incluía en sus demandas la dimisión y arresto inmediato de Nawaz Sharif y su hermano Shahbaz Sharif, primer ministro estatal y de la provincia de Punjab respectivamente. El motivo es, según Qadri, la manifiesta corrupción del Gobierno y la gestión que hicieron de los incidentes ocurridos en Lahore en junio, en los que se produjeron 14 muertos y resultaron heridos varias decenas de manifestantes del PAT a manos de las fuerzas antidisturbios.

El PAT es un partido conservador que no cuenta con ninguna representación política en Pakistán. Tahirul Qadri, residente desde hace años en Canadá, ya intentó una marcha similar a comienzos de 2013 con escasos resultados. Qadri promete a sus seguidores un cambio de régimen y la limpieza de los procesos políticos, si bien su proceder es escasamente democrático.

La otra marcha, llamada Azadi (libertad) estaba convocada por el Pakistan Tehreek-e-Insaf (Partido de la Justicia de Pakistán, PTI por sus siglas en inglés), y encabezada por el líder de este partido, Imran Khan, antiguo capitán de la selección nacional de cricket reconvertido en político conservador. Esta marcha pedía también la dimisión del primer ministro, así como la investigación y el recuento de los votos de las elecciones de mayo de 2013, ya que el PTI considera que el fraude en las mismas fue masivo.

Tampoco para el PTI es esta la primera marcha que convoca. De cara a las elecciones del pasado año, la estrategia del partido fue la puesta en escena de grandes concentraciones (allí llamadas tsunamis) para movilizar el voto de sus seguidores. En un resultado sorprendente, el PTI pasó de un único parlamentario a 34 en la Asamblea Nacional y consiguió hacerse con el gobierno de la provincia de Khyber-Pakhtunkhwa.

Ambas marchas llegaron a Islamabad el 15 de agosto, con escasos incidentes y rodeados de una inmensa presencia policial, particularmente en la capital, cuyas calles habían sido cortadas con grandes contenedores y montañas de tierra para obstaculizar y contener a los manifestantes.

Una vez en la capital, los seguidores de Qadri y de Khan montaron sus respectivos campamentos en sendas plazas próximas al enclave en el que se encuentran los centros del poder civil de Pakistán: el Parlamento y la residencia del primer ministro. El área, designada como “zona roja” por las fuerzas de seguridad, fue puesta en manos del Ejército por el Gobierno y se advirtió a los manifestantes que estaba fuera de límites.

Continuaron más de dos semanas de declaraciones, discursos incendiarios y reiterados ultimátum al Gobierno por parte de los manifestantes, todo esto ante la pasividad policial y la aparente inactividad del Ejecutivo, que se limitó a proponer negociaciones.

Khan y Qadri, si bien este último cuenta con una capacidad de presión considerablemente menor, se afianzaron en sus posiciones, elevando el tono de sus demandas conforme pasaban los días. Imran Khan llegó a ordenar la dimisión de todos los miembros del PTI que ostentaran cargos públicos, decisión que levantó algunas protestas en el seno de su partido. Las dimisiones se produjeron finalmente, pero tan solo en la Asamblea Nacional y no en el Gobierno de Khyber-Pakhtunkhwa.

A finales de agosto, en un movimiento quizás esperado, el Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Raheel Sharif (no relacionado con el primer ministro), anunciaba su intención de ejercer como mediador en el conflicto. Esto levantó polémica entre las fuerzas políticas, que ven cualquier intervención de los militares con justificada aprensión.

El anunció del general fue seguido por sendas reuniones con Qadri y Khan, a raíz de las cuales se anunciaron nuevas conversaciones con el Gobierno. Sin embargo, la noche del sábado 30 de agosto, Imran Khan y Tahirul Qadri anunciaron que unían sus fuerzas y ordenaron a sus seguidores avanzar hacia la residencia del primer ministro. Las aproximadamente 25.000 personas presentes en la concentración, armados con palos y piedras, se lanzaron adelante, viéndose inmediatamente envueltos en una batalla campal con la policía. En el transcurso de la noche los manifestantes llegaron a asaltar los terrenos que circundan el Parlamento. Los incidentes siguieron produciéndose hasta la mañana del martes 2 de septiembre, cuando comenzó la sesión plenaria de la Cámara.

El jueves 4, los manifestantes seguían controlando los aledaños del Parlamento, incluso cacheando a funcionarios y policías. En el interior, los parlamentarios debatían la situación y proclaman su defensa a ultranza de la democracia. En el sumun del absurdo, Shah Mehmood Qureshi, líder del grupo parlamentario del PTI, consigió llegar hasta la tribuna y dar un discurso, junto con sus 31 compañeros de partido, a pesar de que todos ellos habían presentado su dimisión días atrás. La situación es de punto muerto, con representantes del PTI y del PAT reuniéndose una vez más con el Gobierno, si bien no se sabe muy bien que más van a negociar a estas alturas.

Ante toda esta situación sorprende la pasividad del Gobierno de la Pakistan Muslim League-Nawaz (Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz, PML-N en sus siglas en inglés). El Gobierno del PML-N fue elegido en unas elecciones en mayo de 2013, marcando el primer relevo democrático en el país tras completarse una legislatura completa, en este caso por parte del Pakistan People’s Party (PPP). Las elecciones fueron consideradas relativamente limpias por parte de todos los observadores internacionales, lo cual debería otorgar cierta legitimidad a este Gobierno. Y, sin embargo, 25.000 manifestantes lo tienen contra las cuerdas.

La explicación a esta influencia desproporcionada podría estar en la mano oculta del Ejército, auténtico poder en la sombra en el país. Es posible que el Ejército haya decidido desembarazarse de Nawaz Sharif y de su Gobierno y que las marchas, particularmente la de Imran Khan, haya sido orquestada o, cuando menos, favorecida por los militares. El propio presidente del PTI, Javed Hashmi, se ha ausentado de las protestas tras la orden de Khan de avanzar hacia la “zona roja”, expresando su desacuerdo con la decisión y sugiriendo que Khan está actuando al dictado de otros. Hashmi ha sido inmediatamente depuesto de su cargo por Khan a las pocas horas.

Nawaz Sharif tiene motivos para temer la intervención del Ejército, lo cual podría estar detrás de su poco contundente respuesta a este desafío. Sharif ya fue apartado del poder en dos ocasiones anteriores por la intervención de los militares, en 1993 y 1999, desembocando la segunda en su arresto y posterior exilio en Arabia Saudí y en la instauración de la dictadura del general Musharraf que se prolongaría hasta 2008.

La forma personalista de gobierno de Sharif y su empecinamiento en acaparar poder en ámbitos que el Ejército considera como propios, como la política exterior o, en menor medida, de seguridad, podrían haber cruzado los límites de los militares, ya de por sí poco simpatizantes del primer ministro.

La situación de inestabilidad provocada por las marchas de protesta del PTI y del PAT podría ser la excusa buscada por el Ejército para cambiar el Gobierno. En cualquier caso, la paralización del país provocada por los políticos no hace sino jugar a favor de la imagen de los militares como institución firme y capaz de sostener al país, en contraposición con la lamentable estampa del poder civil.

Si Nawaz Sharif continúa en el poder dentro de unas semanas será con una considerable pérdida de capacidad de maniobra y con un importante incremento en la influencia militar en las decisiones del Gobierno.