En las elecciones generales turcas del próximo domingo la política exterior no es protagonista, pero detrás de la popularidad del partido en el poder se esconde el sueño de una gran Turquía. He aquí las claves de la diplomacia diseñada por el ministro de Exteriores de esta potencia emergente, Ahmet Davutoglu: más islam, más otomanismo y más nacionalismo.

 

AFP/Getty Images

 

En los prospectos que se reparten a pie de calle estos días en Estambul, la política exterior no juega un papel predominante. A primera vista. Sí en cambio la imagen de “una Turquía más grande”, que habría sido el resultado de un “éxito” atribuido a un “nosotros” que llevaría “8,5 años en el poder”. Así reza parte del llamamiento a las urnas del partido en el Gobierno, de la Justicia y Desarrollo (AKP), llamado a continuar un éxito sin precedentes en un país de mayoría musulmana.

Y sin embargo, a pesar de la aparente indiferencia respecto a la diplomacia, pocos días antes de la cita en las urnas del 12 de junio, las declaraciones de una figura política de primer orden en Turquía irrumpen una y otra vez en la campaña electoral y disputan en las portadas de los rotativos y en los telediarios la atención informativa. ¿De quién se trata?

Se le conoce ya como el Henry Kissinger turco. Tiene en sus riendas la política exterior de un país emergente que ya se ha convertido en potencia regional. Para unos es un islamista dotado de peligrosos sueños de grandeza, para otros un lúcido filósofo con una visión ejemplarizante de las relaciones internacionales. Su nombre es Ahmet Davutoglu, ministro de Exteriores turco. Sus líneas maestras: más islam, más “otomanismo” y más nacionalismo turco.

Todo cimentado sobre el vigor económico de un poder pujante.  Más aún: en la implementación día a día de una religión musulmana no solo reconciliada con la economía, sino llevando por bandera una mezcla exitosa de calvinismo islámico turco en las formas y neoliberalismo en el fondo.

Así se restablece la importancia natural que debe tener a su juicio un Estado que fue imperio. En esta línea, la reubicación deseada por él y otros miembros afines busca una política de no confrontación, una de “cero problemas con los vecinos” que dé alas no tanto a un cambio en el eje de la geopolítica turca como una “normalización” que aspire al lugar que le correspondería si las cosas se hubieran hecho bien en el pasado, que según el ministro de Exteriores y sus acólitos no fue el caso.

El sueño electoral y político de “una Turquía más grande” es compartido por el nacionalista Davutoglu que añora un imperio. Y es que tras el rostro algo aniñado y seráfico de este hombre se esconde una ambición con mayúsculas.

Ahora bien, su nacionalismo turco no tiene tanto que ver con la etnicidad como con el sueño de un “nosotros” homogeneizado que se nutra de valores acordes con el esfuerzo conjunto de desarrollar todo el “potencial” del país. Algo que está directamente y sobre todo relacionado con la “capacidad económica” de Turquía, según desvela el propio Davutoglu en su principal hoja de ruta: el volumen Stratejik Derinlik (Profundidad Estratégica) (Küre, 2010).

“Si el mundo está en llamas, Turquía es el bombero. Turquía va a asumir el papel rector de la estabilidad en Oriente Medio”, ha proclamado el ex académico. Y acorde con ello la toma de posiciones respecto a lo que se ha denominado “primavera árabe” no se han hecho esperar. Todas tienen algo en común: subrayar la importancia de Turquía como un mediador indispensable en el tablero de Oriente Medio.

A la hora de asentar bien su baza, también otro factor de orden interno juega un papel de peso: la legitimidad de un partido en el Gobierno, el de la Justicia y Desarrollo (AKP), que se sabe con un respaldo democrático que desea acariciar el 50% de los votos el domingo, algo apabullante e impensable para los defenestrados o no tanto socios árabes vecinos. Por ello no debe sorprender el tono imperativo turco.

El sueño electoral y político de “una Turquía más grande” es compartido por el nacionalista Davutoglu que añora un imperio

Y es que hoy por hoy el primer ministro Erdogan es sin duda el líder más acreditado y sólido en los países de mayoría musulmana y Washington es consciente de ello. Así como que tiene que contar también con Davutoglu.

En esta línea, el ministro de Exteriores, que ha llegado a hablar de una “primavera turca” en relación directa con la primavera árabe”, hace hincapié en que “Turquía abre el camino del proceso destinado a una normalización de la política e historia en la región”.

Ankara ha dado luz verde para que representantes de los Hermanos Musulmanes de Egipto puedan tener en Turquía su espacio mediático poco después de que pidiera la dimisión del presidente Hosni Mubarak -semanas antes de que efectivamente se produjera.  Los días antes a su caída los diarios islamistas turcos utilizaban la imagen de Mubarak con una estrella de David en la frente: prosionista y diana al mismo tiempo.

Más reticente se ha mostrado Ankara con Libia. “Turquía nunca será una parte que apunte un arma al pueblo libio", afirmó Erdogan. Agradecido, Gadafi replicaba, "Todos somos otomanos”.  Hasta que poco después, rendido ante el carácter fáctico de los posibles beneficios, el Gobierno turco se pronunciaba también en contra del dictador libio.

Sin embargo,  ha sido la revuelta en Siria realmente la prueba de fuego para la diplomacia del país. Precisamente porque ha sido desde 2002 la ostensible mejora de las relaciones de Ankara con Damasco y Teherán el gesto más autosuficiente del Ministerio Exteriores turco.

Aunque esta línea entra de lleno en la estrategia pregonada por Davutoglu de “cero problemas con los vecinos” desató las alarmas en Occidente. Tanto es así que la diplomacia estadounidense asentada en Ankara, como ha revelado Wikileaks, llegó a calibrar a Davutoglu como un político “excepcionalmente peligroso” dentro de un gabinete de raíces islamistas.

El periodista Gürkan Zengin es el mayor experto en Davutoglu en Turquía. En su libro “Hoca—Türk Dış Politikası’nda Davutoğlu Etkisi(inkilap, 2010)(“Maestro -El efecto Davutoglu en la política exterior”) se pronuncia en contra de considerar a este ministro como islamista. A su juicio, sobre todo pretende alcanzar el “punto óptimo” de Turquía como país sucesor jurídico de un imperio.

Sea como fuere, a estas alturas, Ankara también ha dado por perdido al presidente sirio Bashar el Asad, el que fuera aliado incondicional durante los últimos años. Así, la oposición siria ha podido la última semana celebrar una conferencia en Turquía para ultimar los pasos destinados a derrocar el régimen de Damasco.

De este modo, caiga quien caiga, Ankara -con Erdogan y Davutoglu a la cabeza como tándem de éxito contrastado- sigue en sus trece: volver al escenario internacional como potencia líder del mundo musulmán, como “una Turquía más grande”.

 

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