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El consumidor es el principal protagonista del nuevo sistema económico
mundial. Es, sin duda, quien más se ve favorecido por las estrategias
dirigidas a facilitar la competitividad de las empresas. La despiadada búsqueda
del beneficio económico que éstas impulsan encuentra así en
ellos su criterio de legitimidad último. Producir para el consumo, consumir
para fomentar la producción. Ésta es la ley implacable de la
economía global. En principio no hay nada que objetar al respecto, es
la lógica que casi siempre ha acompañado al capitalismo. La auténtica
novedad reside en que poco a poco ha conseguido mercantilizar todos los momentos
de la existencia. Y algo que responde a un imperativo puramente sistémico
ha penetrado también en la profundidad de las conciencias, se ha convertido
en la seña de identidad básica del yo contemporáneo.
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Desde la última década del siglo xx los sociólogos tratan
de dar cuenta de este cambio social, que habría transformado a la tradicional
sociedad de consumo en una sociedad de hiperconsumo. No hay, desde luego, un
diagnóstico único. El más habitual suele establecer un
maridaje entre el nuevo homo consummericus y el propio proceso de individualización
de la sociedad. Del consumo ese...
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