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Manifestación contra el Gobierno argelino, febrero de 2020. Billal Bensalem/NurPhoto via Getty Images

Los logros y fracasos del movimiento de protesta argelino un año después de su nacimiento. ¿Cuáles son los desafíos a medio plazo?

El éxito o el fracaso del Hirak (movimiento de protesta), un año después de su irrupción en el escenario político argelino con manifestaciones masivas contra la candidatura del presidente Abdelaziz Buteflika a una quinta reelección, es una pregunta que se repite al hacer balance de las movilizaciones en el país. Caben respuestas diferentes en función de lo que se pretenda valorar. En efecto, si se trata de medir los cambios políticos que las movilizaciones constantes, pacíficas y determinadas de la ciudadanía argelina han conseguido, el balance no es positivo en la medida en que el sistema político argelino, sus mecanismos de poder en la sombra, la preponderancia del Ejército y su control de la renta de los hidrocarburos no han cambiado un ápice.

Tras la renuncia a presentar la absurda candidatura de Buteflika (un presidente enfermo desde 2013 e incapaz de asumir esas funciones) y la activación del artículo 102 de la Constitución, el alto mando del Ejército argelino, a través de la figura de Ahmed Gaid Salah, jefe del Estado Mayor, asumió el cara a cara con el Hirak. Durante meses a través de sus discursos pronunciados en las diferentes wilayas militares desde Uargla hasta Blida, el jefe del Estado mayor se encargó semanalmente de responder a las movilizaciones del Hirak, así como de diseñar y aplicar la hoja de ruta a seguir para evitar el desmoronamiento del sistema. El objetivo del Ejército desde el inicio ha sido restablecer la preciada fachada civil del sistema y eliminar de paso a las personalidades más comprometidas con el clan Bouteflika: el hermano del presidente, los empresarios próximos al poder y otras personalidades de clanes rivales como los ex responsables de los servicios de seguridad, Toufik Mediene y Athmane Tartag, sentenciados finalmente a 15 años de cárcel por el Tribunal militar de Blida por socavar la autoridad de las Fuerzas Armadas. Las elecciones presidenciales de diciembre de 2019 con la victoria de su candidato Abdelmajid Tebboune, a pesar de una elevada abstención y, por  tanto, un gran déficit de legitimidad, junto con el fallecimiento del jefe del Estado mayor y vice ministro de Defensa, han permitido restaurar esta fachada civil detrás de la cual sigue escondiéndose el verdadero poder en Argelia: el alto mando militar, los decisores.

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Manifestación de protesta contra el Ejército argelino, 2019. AFP via Getty Images

La inercia del sistema contrasta con la transformación de la sociedad argelina y este es el mayor éxito del Hirak. Semana tras semana, los viernes y los martes, los argelinos de diferentes edades, clases sociales, afinidades ideológicas y pertenencia a comunidades étnicas diferentes se han reapropiado el espacio público para rechazar en bloque el sistema político dominado por una banda mafiosa (issaba) que se ha adueñado y malgastado los recursos del país. A través de eslóganes muy elocuentes, el pueblo argelino comparte y encuentra cierta cohesión en el análisis sin concesiones de sus dirigentes, invitados a marcharse –yetnahaw ga (¡que se vayan todos!)–  para dejar el paso a una nueva república.

Uno de los logros más importantes producidos durante este año de movilizaciones es haber iniciado el  proceso de reconciliación del pueblo argelino con el destino de su nación, un país al que antes se rechazaba y en el que la huida era percibida como la única opción. Se tratará de un proceso lento, ya que las fracturas que dividen y fragmentan la sociedad argelina no han desaparecido a través de esta comunión contra el sistema.

Sin embargo, la reocupación del espacio público está permitiendo la reconstrucción de los vínculos sociales, a través de la recuperación de la libertad de expresión, del debate, una liberación de la palabra inédita tras años de censura y restricciones. Nuevos espacios de discusión e iniciativas colectivas están surgiendo en las diferentes ciudades argelinas. Es también importante destacar la gran capacidad del Hirak de mantenerse en el tiempo a través de una determinación sin precedentes.

El motor de la movilización está alimentado por reivindicaciones que emergen de la confluencia de muchas disidencias y frustraciones acumuladas que ya eran visibles, aunque de forma fragmentada durante las décadas anteriores: por un lado, cabe señalar las microrevueltas surgidas en todo el país a partir del año 2000 como vía para protestar contra el mal estado de las infraestructuras o la asignación arbitraria de alojamientos sociales; las protestas en Cabilia en 2001 y, por otro parte, la consolidación de colectivos con diferentes reivindicaciones de corte socioeconómico: el movimiento de los diplomados en paro a partir del 2013 en las ciudades del sur como Uargla, o colectivos contra la explotación del gas de esquisto en Ain Salah en 2015 sin olvidar la labor de los sindicatos autónomos y la de los militantes de organizaciones de la sociedad civil que han tratado de luchar contra la ausencia de derechos y libertades y la gobernanza de un sistema autoritario y corrupto.

Frente a las avezadas estrategias del poder para intentar neutralizar las manifestaciones, el Hirak ha extraído muchas lecciones de las protestas anteriores y de las trampas a evitar para poder seguir presionando con el fin de conseguir un cambio real y sustancial del sistema.

La recuperación de los vínculos sociales, horizontales, la transformación de las mentalidades a través del debate, la recuperación de facto y no aún de iure de un espacio de expresión, manifestación y asociación, que han impedido el desarrollo de una sociedad civil autónoma y capaz de presentar propuestas alternativas al sistema político imperante, son victorias claras e irreversibles del Hirak

La reconciliación intergeneracional y de un pueblo con su historia es otro de los logros. Cabe recordar el sentimiento de odio, desapego, frustración que prevalecía en la juventud ante la ausencia de perspectivas de futuro en un país secuestrado por una élite incapaz de responder a sus aspiraciones. Algunos consideran que se trata de una “terapia para tratar las múltiples tragedias que el país ha conocido recientemente” de allí la importancia de seguir reuniéndose en el espacio público para hablarse, debatir, escuchar, descubrirse y construir una nueva identidad.

El Hirak ha dado también un impulso a iniciativas de diferentes colectivos, en diferentes ciudades, que ejercen a través de las redes sociales un ejercicio de monitoreo y denuncia de los déficits y abusos de la gobernanza local.

Con el Hirak el pueblo argelino ha recuperado de facto su estatus de héroe en esta lucha por la nueva independencia de Argelia liberada del yugo de los que se han adueñado de todas las prerrogativas políticas y los recursos del Estado, secuestrando las posibilidades de un desarrollo económico inclusivo.

Aunque el poder argelino se haya mostrado también muy resiliente y tan solo ha hecho concesiones menores, el Hirak ha alterado y agrietado profundamente los pilares de un sistema ya frágil por las luchas intestinas que se han acelerado o agudizado durante el último mandato presidencial de Buteflika (2014-2019). Este periodo es clave también para entender los bloqueos de un sistema que llevaron a la decisión suicida de presentar la candidatura de un presidente claramente incapaz de asumir por su salud las funciones de un jefe de Estado.

La presión del Hirak no ha conseguido que el sistema político argelino deje de estar dominado por la Fuerzas Armadas, pese a volver a disponer de una fachada civil poco creíble tras las elecciones presidenciales del 12 de diciembre de 2019, que dieron la victoria al candidato del Ejercito Abdelmajid Tebboune, elegido con el 58,15% del los sufragios tras la celebración de unos comicios marcados por una fuerte abstención (39,93% de participación a escala nacional, cercana al 100% en Cabilia). Tanto el nuevo presidente como el Ejecutivo del primer ministro, Abdelaziz Djerad, que ha mantenido en el gabinete a varios ministros del gobierno anterior (como el de Asuntos Exteriores), tienen un déficit grave de legitimidad que afectará la credibilidad de cualquier programa de reforma que emprendan. De momento, ni la iniciativa de reforma de la Constitución, ni el plan de acción gubernamental ni el anuncio de legislativas en octubre o noviembre de 2020 parecen haber convencidos los hirakistas que a través de sus eslóganes y pancartas muestran su escepticismo.

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Estudiantes argelinos y otros manifestantes protestan contra el Gobierno, 2020. RYAD KRAMDI/AFP via Getty Images

Otro fenómeno destacable es la delicuescencia de los partidos políticos, cómplices durante años de la farsa institucional que dejaba totalmente indiferentes a la población, como lo pone de manifiesto la tasa de abstención record –61,5%– registrada en las elecciones legislativas del 2017. Este proceso de descomposición se ha agravado con el inicio de la crisis institucional provocada por el Hirak. Los partidos presidenciales FLN y RND han sido descabezados, ya que gran parte de sus dirigentes (Ahmed Ouyahia, líder del RND y los dos ex secretarios generales del FLN Djamel Ould Abbas y Mohamed Djemai) han sido encarcelados en el marco de la operación manos limpias iniciada por el Ejército para intentar recuperar la confianza del pueblo. El resto de partidos políticos son también claramente rechazados por el movimiento popular al considerarlos parte del sistema. Las formaciones islamistas que han oscilado entre la cooperación y la oposición han sido los primeros en responder favorablemente a las iniciativas de diálogo lanzadas por el presidente Tebboune, sin renunciar tampoco a reclamarse como parte del Hirak para tratar de ensanchar su frágil base electoral. Los partidos que siempre se han mantenido en la oposición al sistema han sufrido múltiples crisis de liderazgo y escisiones que también han debilitado su capacidad de influencia como es el caso del Frente de Fuerzas Socialistas (FFS).

La emergencia de nuevas fuerzas políticas capaces de representar las aspiraciones del Hirak sigue pendiente en un contexto que continua marcado por las restricciones de las libertades y la arbitrariedad propios de un sistema político autoritario como se refleja en la liberación de algunos militantes (Lakhdar Bouregaa) mientras otros permanecen detenidos (Karim Tabbou del UDS y Abdelouhab Fersaoui (RAJ).

La prohibición o la denegación de espacios a la sociedad civil es otro obstáculo que dificulta el proceso de maduración del movimiento que podría desembocar en el inicio de su estructuración. En víspera del 53 viernes celebrando el año del Hirak, el Forum Civil del Hirak se ha visto denegado el acceso a un complejo deportivo para conmemorar una gran conferencia nacional. La reunión en la que debía presentarse el “Manifeste du 22”, un texto de referencia retomando el conjunto de las reivindicaciones del Hirak y que plantea perspectivas para la búsqueda de una solución política para la transición” se celebró finalmente en un local mucho más pequeño (en la sede de la asociación SOS Disparus).

Las medidas represivas del régimen no son las únicas causas de la falta de estructuración del Hirak, que se resiste a salir de la horizontalidad y la transversalidad que le permiten al mismo tiempo evitar el riesgo de las divisiones. Esta extrema prudencia por parte de los militantes del movimiento o representantes de asociaciones implicadas en él se trasluce claramente en esta declaración del presidente de la Liga Argelina de Derechos Humanos, Said Salhi: “No tenemos vocación de estructurar el Hirak ni de hablar en su nombre… Queremos ofrecer un espacio de discusión, de intercambios, de unión entre las dinámicas autónomas del Hirak. Hoy nadie puede pretender estructurar o hablar en nombre del Hirak, un movimiento popular espontáneo”…. “Nuestra hoja de ruta es traducir la relación de fuerza que se expresa en la calle de manera consensuada”.

El miedo a que las divisiones y fracturas del pasado resurjan está presente en un momento clave del Hirak, que corre el riesgo de estancarse en la expresión del descontento en las manifestaciones sin ser capaz de pasar a la representación de las múltiples reivindicaciones que han sustentado el movimiento desde el inicio. Además el contexto internacional no es favorable a las experiencias revolucionarias y el retorno a la estabilidad de Argelia es una prioridad consensuada por gran parte de los actores internacionales que se antepone a la construcción de una verdadera democracia en el país.