¿La parte transformará la naturaleza del todo?

 










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No hace tanto tiempo, los juegos de construcción causaban furor. Con las mismas piezas podías hacer un león o un coche de carreras. Las figuras aparecían y se deshacían entre tus manos. Las piezas eran lo importante –niño, recoge todo, no pierdas ninguna pieza–, todo el universo se podía crear a partir de ellas.

Cuando te hacías mayor las cosas podían ser más complicadas, pero en el fondo no parecían ser muy distintas. René Descartes había introducido dos ideas que, de alguna manera, convertían la naturaleza en un gigantesco Lego. La primera era la eficacia del reduccionismo como método de conocimiento. Si dividimos un problema complejo en partes más pequeñas, más asequibles de resolver, iremos obteniendo respuestas al problema inicial. La segunda tesis era que el cuerpo humano puede ser pensado como una máquina.

Uniendo estas ideas –es más fácil entender el funcionamiento de una maquinaria compleja desmontándola y los seres vivos funcionan como máquinas –, el pensador francés sentó las bases de la ciencia de los seres vivos y acabó con siglos de disquisiciones pseudo-filosóficas sobre el “soplo esencial”.

El avance fue considerable. Pero como tantas veces en la historia de las ideas, una aportación decisiva entraña consecuencias imprevisibles –y  falsas –. En el caso de Descartes, la tesis del reduccionismo como método de razonamiento y la metáfora de la máquina tenían una doble suposición implícita. De un lado, que comprender cómo funcionan las partes nos da la clave para entender cómo funciona el todo. De otro, que las partes, por su esencia y su forma de funcionar, nos van a dictar, casi de forma natural, cómo se reconstruye el todo. En otras palabras, desmontar un ser vivo es como desmontar un reloj. Y, acto seguido, puede volver a montarse. La idea del doctor Frankestein no era tan descabellada después de todo.

En los seres vivos, esta suposición implícita es falsa. En ellos, las relaciones entre las partes son complejas, es decir, tienen lugar en presencia de muchos elementos de muy variada naturaleza, son relaciones débiles y dependen del contexto. Por ejemplo, la misma interacción entre una proteína y un segmento de ADN puede conducir a situaciones diferentes, incluso opuestas, en función de qué otras proteínas haya alrededor. Es decir, las redes de interacciones entre partes vivas evolucionan constantemente, y lo hacen por una buena razón: incorporan información del entorno y mantienen la estabilidad frente a constantes perturbaciones. En otras palabras, nos salvan la vida cada segundo.

Lo divertido de esta historia es que muchos sistemas complejos se comportan igual que los seres vivos. Si los desagregamos en partes más pequeñas, incluso en lo que en principio son sus componentes, cada una de estas partes se comporta de una manera diferente a la que lo hacía en el conjunto. Cada una evoluciona de forma distinta, lo cual tiene ...