Dilma Rousseff dice adiós a la multitud en Brasilia, agosto de 2016. Mario Tama/Getty Images
Dilma Rousseff dice adiós a la multitud en Brasilia, agosto de 2016. Mario Tama/Getty Images

¿Adiós al ciclo de izquierdas en la región?

“Bolivia y Ecuador podrían aprender a hacer democracia con lo que pasó en Brasil. Y lo de Venezuela es pura provocación. Considero que el régimen venezolano no merece ningún respecto porque es un régimen antidemocrático que desorganizó el país”. Con estas palabras el nuevo ministro brasileño de Exteriores, José Serra, respondía a principios de septiembre al anuncio de los citados países de retirar sus embajadores después de que el impeachment de Dilma Rousseff abriese el camino al Gobierno de derechas de Michel Temer.

Esta decisión ha abierto un nuevo capítulo en las relaciones diplomáticas de América del Sur, marcadas a lo largo de los últimos 13 años por una gran entente entre los partidos socialistas latinoamericanas, propiciada e impulsada por los ex presidentes Luiz Inácio Lula da Silva y el fallecido Hugo Chávez. El mandatario ecuatoriano, Rafael Correa, ha clasificado el alejamiento de Rousseff  de su cargo como “una apología al abuso y a la traición”, mientras que el gobierno de Nicolás Maduro ha señalado que la destitución de Dilma fue hecha bajo “artimañas antijurídicas bajo el formato de crimen sin responsabilidad para acceder al poder por la única vía que les es posible: el fraude y la inmoralidad”.

“El Partido de los Trabajadores (PT) construyó una red ideológica muy potente con partidos de izquierda de América Latina. Es natural que los Gobiernos de Bolivia y de Venezuela contesten el proceso de impeachment, incluso porque están con miedo de que algo parecido pueda pasar con sus países. Se sienten amenazados: si esto aconteció en el mayor país de Latinoamérica, puede repetirse en Estados de menor tamaño”, señala a esglobal Guilherme Casarões, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getúlio Vargas.

Para este intelectual, tras casi tres lustros con el PT en el poder, el nuevo Gobierno de Brasil empieza con una legitimidad muy baja entre sus vecinos. “El esfuerzo del Gobierno Temer está dirigido a reconstruir esta legitimidad. En caso de América del Sur, va a necesitar de tiempo porque precisa establecer nuevas alianzas en la región”, reflexiona Casarões.

Sin embargo, las declaraciones de Serra sobre sus vecinos críticos con el nuevo gobierno de Brasil pueden responder, según él, a una estrategia electoralista, puesto que el ministro de Exteriores aspira a ser candidato en los comicios presidenciales de 2018. “Él lo niega, pero lo que se rumorea entre sus asesores es que no ha desistido de su sueño presidencial. En el momento en el que Serra usa su cargo para obedecer a sus intereses políticos y electorales y no hace política exterior, eso puede convertirse en un problema muy serio”, recuerda Casarões. “Si para Serra es interesante continuar alimentando el conflicto con los vecinos para conseguir apoyos, lo hará. Brasil está viviendo un momento de polarización política extrema, en el que hablar mal de Venezuela genera beneficios electorales. Serra podría optar por esta estrategia para mantenerse en las portadas de los periódicos”, añade este profesor.

No cabe duda de que el proceso de impeachment  ha dibujado un nuevo escenario diplomático en Latinoamérica, en un momento en el que la recesión de Brasil está afectando a las economías de algunos Estados vecinos. “Brasil tiene una situación muy particular: es un país enorme que representa la mitad del territorio, de la población y de la economía de América Latina. Jamás deja de tener una prioridad en la región”, destaca Paulo César Souza Manduca, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp).

Argentina, aliado tradicional de Brasil en el Cono Sur, y Colombia, a punto de finalizar un proceso de paz que parece ser definitivo, pueden emerger como los dos principales socios diplomáticos en la región. En este sentido, la llegada de Serra al ministerio de Exteriores hace vislumbrar una nueva etapa en la diplomacia brasilera, tras el periodo de escasa actividad diplomática con Dilma Rousseff, que a diferencia de Lula, no dedicó mucha energía a cuidar de las relaciones con sus vecinos.

“Es verdad que Lula desarrolló en ocho años de Gobierno una diplomacia sumamente activa. De hecho, son innumerables sus viajes alrededor del planeta. Entre sus mayores éxitos hay que destacar la posibilidad de organizar el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpico, que se acaban de celebrar”, subraya Carlos Malamud, investigador del Real Instituto Elcano. “Aunque Dilma tuvo un perfil mucho más bajo, hizo una política continuista. Las líneas maestras de la política exterior brasileña se mantuvieron. Brasil siguió respaldando a Venezuela y Rousseff tuvo mucho protagonismo en la suspensión de Paraguay de Mercosur, en alianza estrecha con la Argentina de Cristina Fernández y la Venezuela chavista”, agrega Malamud.

Los expertos consultados por esglobal coinciden en que Brasil está experimentando un renacimiento de su política exterior. “Serra tiene una agenda de viajes muy amplia y casi actúa como un presidente de Gobierno, y más aún porque tiene aspiraciones presidenciales. Las relaciones internacionales con Serra volvieron a tener un peso muy importante, casi como en la época de Lula”, asegura Manduca. “Brasil tiene en Argentina a su interlocutor preferencial. Colombia ha ido adquiriendo un peso mayor en la región, gracias a un crecimiento económico inmenso. Con el proceso de pacificación, sin duda se convierte en uno de los principales aliados de Brasil”, añade este profesor.

La relación con México, que en el pasado no ha sido muy fluida, puede verse afectada positivamente tras este cambio de Gobierno. Recientemente el embajador de Brasil en este país, Enio Cordeiro, ha dicho que México es un importante socio para la nación suramericana y que ambos territorios son “pilares importantes de la integración regional” y agentes de gran trascendencia a escala global. En 2015, el comercio bilateral entre ambos países alcanzó un volumen de 8.000 millones de dólares (unos 7.000 millones de euros) y existe un compromiso para duplicar este dato en los próximos 10 años. En julio, la canciller de México, Claudia Ruiz, y José Serra plantearon relanzar la relación comercial de las dos mayores economía de América Latina.

Además de los cambios en el tablero latinoamericano, todo indica que Brasil va a cambiar de rumbo y recuperar alianzas tradicionales con Estados Unidos y Europa. “Los países que forman el grupo Brics no están pasando por su mejor momento y tienen poco que ofrecer. El entusiasmo de Lula y Dilma va a quedar un poco menguado. La búsqueda de inversores va a llevar a Brasil a mirar a EE UU, a Europa y a China más como potencia económica que como miembro de los Brics”, afirma Malamud. “Los Brics van a perder un poco de fuerza. A lo mejor China puede mantener un papel central para nosotros en relación al comercio, pero políticamente volveremos a ser aquel país típicamente occidental concentrado en el eje atlántico de Estados Unidos/Unión Europea. Ya vivimos esto en los 60 y los 90”, recuerda Casarões.

De hecho, Estados Unidos ha sido el primer país en reconocer al Gobierno de Temer. El 7 de septiembre, el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, ofreció su apoyo al nuevo presidente, afirmó que Brasil puede contar con el apoyo de Washington y destacó que aprueba el proceso de destitución de Dilma Rousseff. Por su parte, la Unión Europea ha expresado su confianza en las instituciones democráticas de Brasil un día después de la destitución de Rousseff y ha mostrado su intención de seguir trabajando con el Gobierno brasileño para fortalecer “sus relaciones bilaterales y su asociación estratégica” y “tratar conjuntamente los desafíos regionales y globales”.

En este escenario, Venezuela y su Gobierno, fuertemente contestado por la oposición, pueden transformarse en un gran asunto diplomático. “El futuro de la cuestión venezolana y de su Gobierno autoritario preocupa mucho y siempre preocupó Brasil, incluso cuando Chávez dio cierta estabilidad al país, al mismo tiempo que ponía en marcha medidas que hacían prever la radicalización de Venezuela. Brasil es un actor importante en este campo, pero solo puede tomar la iniciativa junto a Argentina”, dice Manduca. “Es muy probable que el nuevo ministro Serra abogue por el respecto de los derechos humanos en Venezuela, aunque no tengo muy claro que vaya a liderar esta política”, añade Malamud.

Por lo pronto, esta semana los cuatro países fundadores del Mercosur –Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay– han vetado conjuntamente la presidencia de Venezuela, secundando de esta forma un deseo de Temer y de Serra, que exigían más dureza con Maduro. En el comunicado oficial se hace referencia a la posibilidad de expulsar a Venezuela del Mercosur si en menos de tres meses no cumple los compromisos adquiridos, como aplicar un programa de liberalización comercial o respectar los derechos humanos y las libertades fundamentales, tal y como prevé un protocolo oficial aprobado en 2005.

El principio del fin del ciclo de izquierdas en América Latina parece haberse consolidado con el impeachment Rousseff. “Latinoamérica es una región que tiene una larga tradición de dictaduras militares, en los 60 y 70,  de Gobiernos populistas (en los 80) y de Gobiernos neoliberales (en los 90). La izquierda llegó al poder solo al principio de la década de 2000. Es muy probable que estemos llegando al fin del ciclo de la izquierda latinoamericana, que tuvo un papel muy importante en la organización de la región en los últimos 15 años”, asegura Casarões.