El Ejército de los Guardianes de la Revolución se ha convertido en un monstruo ávido de poder, una fuerza amenazante incluso para el propio régimen que lo ha creado y alimentado. Armados, económica fuertes y situados en la cúpula política, gracias al Gobierno de Ahmedineyad, están transformando a Irán en una dictadura paramilitar.

 

Cuando se cumplen nueve meses desde la polémica y fraudulenta reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad, Irán sigue viviendo una situación de extrema represión interna que pone en duda la legitimidad de un régimen que lleva ya tres décadas obligando a los ciudadanos a vivir bajo una dictadura feroz e implacable que viola todos los preceptos islámicos que tanto presume defender.

Desde su llegada a la presidencia y fuertemente respaldado por el líder supremo, Alí Jameneí, Ahmadineyad no ha dudado en conceder al cuerpo de los Guardianes de la Revolución (los pasdarán) un gran poder económico, dándoles la oportunidad de situarse también en la cúpula política del país. Creado después de la Revolución Islámica de 1979, esta organización miliar tenía como misión la defensa de Irán de las posibles agresiones internas y externas. El ayatolá Jomeini consideró que un Ejército popular salvaguardaría la revolución de un posible golpe de Estado del sha. Además, Irán tampoco estaba a salvo de posibles agresiones externas, como se demostró más tarde con el ataque de Irak en 1980. Ideado y fundado por Jomeini, los pasdarán no tardaron en ganar un respeto considerable con sus miles de mártires en la guerra irano-iraquí. Más tarde, al terminar este conflicto, su prestigio se mantuvo con la reconstrucción del período de postguerra –que les permitió hacerse con un inmenso número de negocios en todos los sectores del mercado– hasta la llegada al poder del expasdarán Ahmadineyad.

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El presidente iraní no ha hecho más que conceder a los Guardianes de la Revolución unos poderes anticonstitucionales –las fuerzas amadas, incluyendo a los militares, fuerzas de seguridad, pasdarán, basiyíes y otros milicianos voluntarios no pueden unirse a ningún partido político, grupo o facción según la Constitución iraní– que han convertido a sus comandantes en dueños y señores de todo el ámbito económico. Como respuesta a moderados y reformistas, y para contrarrestar los efectos de la apertura de su predecesor que había despertado deseos de avance y progreso en la población, un Ahmadineyad apoyado por el líder supremo ha convertido a numerosos ex comandantes de los pasdarán en altos cargos políticos, poniendo en sus manos las instituciones claves del régimen. Por su parte, el expediente nuclear requería también de una demostración de fuerza que el presidente encargaría al cuerpo de su ahora Ejército privado, que además le apoyaba en su objetivo de volver a los fundamentos de la revolución. Así Ahmadineyad preparó su particular revolución cultural, haciendo hincapié siempre en la necesidad de intensificar el adoctrinamiento ideológico y militar de los pasdarán y de los más de tres millones de movilizados basiyíes bajo su control.

Con varios intentos frustrados de democratización, una gran parte de la población iraní ha intentado expresar su oposición a través de las instituciones que el propio régimen ha puesto a su alcance. Hoy, los ciudadanos alzan sus voces de protesta desde dentro del sistema para denunciar el fraude, la tortura, la censura de los medios de comunicación, los juicios sumarios y, en definitiva, la violación de todos y cada uno de los artículos de la Constitución iraní.

Los Guardianes de la Revolución se han convertido en el contrafuerte de un régimen que pretende ignorar la demanda de progreso de un amplio sector de la población, que lucha contra la dictadura de un Ejército que juró defenderla y no aplastarla de forma sistemática. Sin embargo, es posible que Ahmadineyad y Alí Jamenei, temerosos del monstruo de los pasdarán que ellos mismos han fortalecido, vean como única salida a la crisis política del país continuar alimentándolo y apoyándolo. Este cuerpo militar se ha hecho demasiado fuerte y aún más voraz que sus creadores. Oponerse a él puede suponer la aniquilación total del propio régimen islámico.

El monopolio de las finanzas iraníes en manos de los pasdarán, quienes ya venían dominando, desde hacía más de dos décadas, numerosos sectores de la economía a través de fundaciones que controlan contratos multimillonarios con toda clase de compañías nacionales (como la adquisición reciente de toda la red de telecomunicaciones en Irán) e internacionales, rindiendo cuentas sólo al líder supremo. Todo esto unido al peso político adquirido en los últimos cinco años, ha provocado la oposición de los distintos sectores dentro del propio régimen. Manejando los petrodólares a su antojo y habiendo adquirido el poder político necesario, hoy los Guardianes de la Revolución se han convertido en una fuerza amenazante. Armados, económicamente fuertes y en una situación política inmejorable, tienen la capacidad suficiente para minar en cualquier momento los cimientos del régimen islámico, incluyendo a su ala más extremista para convertir a Irán en una dictadura paramilitar. Pero el asunto podría complicarse aún más, ya que dentro del cuerpo existen importantes diferencias ideológicas que complican cualquier pronóstico para el futuro del país.

Y aunque la oposición iraní coincide en denunciar el poderío absoluto de esta organización y al ala más radical de los clérigos que les apoya, existen claras diferencias en su modo de concebir la República Islámica. El primer grupo de oposición o la ola  verde, liderado por moderados y reformistas y surgido desde dentro del propio sistema, denuncia el incumplimiento de la Constitución por parte de los conservadores más extremistas que tienen el poder, lo que ha provocado que la Républica Islámica sea más islámica y menos república, ignorando por completo instituciones como el Parlamento. Sus líderes, Musaví, Jatamí y Karrubí, se oponen a la radicalización de un régimen que no respeta la soberanía del pueblo. El segundo grupo formado por los clérigos más progresistas como el recientemente fallecido Montazerí, además de estar en contra de la radicalización del régimen, critica la figura de Velayate Faqih, que concentra todo el poder en el líder supremo. Y el tercer grupo simplemente ve la posibilidad de un Irán democrático separando la religión de la política e incluye a izquierdistas, nacionalistas, monárquicos, etc.

Los líderes de los dos grupos de oposición no sólo defienden la soberanía del pueblo, sino también sus propios intereses económicos, amenazados por el control absoluto de los pasdarán.

El surgimiento de los dos primeros grupos demuestra la vulnerabilidad de un régimen radical que con el extremismo de Ahmadineyad, las armas de los pasdarán y el liderazgo absoluto de Jameneí, intenta sobrevivir a la crisis surgida desde dentro del sistema. No olvidemos que los líderes reformistas, conservadores moderados y progresistas han sido figuras destacadas del propio régimen a lo largo de tres décadas y, a pesar de sus diferencias, han coexistido de forma pacífica con el ala más dura. Sin embargo, a partir de la primera elección del actual presidente, han contemplado cómo el sector más radical ha dado cada vez más poder a los miembros no electos de las distintas instituciones -nombrados directa e indirectamente por el líder supremo, que respalda más que nunca la política del presidente- hasta anular por completo el poder de los representantes elegidos.

Llevar a cabo esta política no hubiera sido posible sin el respaldo de los pasdarán, ya que la reacción de los restantes grupos era previsible. Por ello, durante el primer período de su mandato, Ahmadineyad se dedicó a conceder a los Guardianes de la Revolución el máximo poder económico, político y militar con la idea de que las reacciones de protesta a su reelección fraudulenta serían controladas y aplastadas por esta organización miliar. En la actualidad, los comandantes pasdarán legislan, juzgan, ejecutan y toman decisiones políticas de forma independiente. Controlan el asunto nuclear y deciden quién es el enemigo del Islam. Por ello no es descabellado pensar que la elección del presidente iraní en junio de 2009 fue un golpe de Estado propiciado por ellos.

Sin embargo, es necesario recordar que los líderes de los dos grupos de oposición no sólo defienden la soberanía del pueblo, sino también sus propios intereses económicos, amenazados por el control absoluto de los pasdarán. Figuras como el moderado Rafsanyaní –que en la época de reconstrucción de la posguerra adquirió un enorme control sobre importantes sectores del comercio interior y exterior, y que ha experimentado en los últimos tiempos la injerencia de los Guardianes de la Revolución en sus negocios– no ven otra salida que apoyar a la población en su protesta contra el régimen. Y es que ninguno de los líderes de la oposición se ha situado del lado de la población por razones puramente políticas. Todos ellos siempre han gozado del apoyo de una gran parte de los bazaríes o comerciantes que a su vez se ha beneficiado siempre del favor de los clérigos. Ahora, los bazaríes tampoco consienten que sus negocios estén bajo el control de los pasdarán y muchos se unen a la oposición.

Son muchos los intereses en juego. La situación interna de Irán es el resultado de grandes contradicciones surgidas dentro del propio sistema. Todos los líderes, del régimen o de la oposición, necesitan del pueblo y se sitúan a su lado según convenga a sus propios intereses políticos o económicos. Hoy la población opositora al régimen es consciente de su poder sobre sus líderes, y aunque se encuentra con una respuesta implacable y feroz de un cuerpo paramilitar que acalla violentamente sus voces, no duda en seguir su difícil marcha hacia el progreso y la libertad.

 

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