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Homenaje a Samuel Paty en Nantes, Francia. (Estelle Ruiz/NurPhoto via Getty Images)

¿Es posible incluir en la Historia de un país a todos los ciudadanos y respetar sus diferentes sensibilidades? He aquí una reflexión sobre libertad de expresión, integración y construcción del sistema social.

Las recientes palabras de Emmanuel Macron sobre el islam en Francia han despertado muchas reacciones en el mundo islámico. El concepto de crear un “islam de la Ilustración” en el país, "un islam que pueda estar en paz con la República" y de "liberar al islam en Francia de la influencia extranjera" han sido claramente contestados por varios líderes de Estados. En primer lugar, por el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, que nunca pierde la oportunidad de erigirse como el adalid del islam inmigrante.

Bajo estas palabras subyace un trasfondo: el homicidio del profesor de Historia y Geografía Samuel Paty. Un gesto terrible y sin circunstancias atenuantes por haber mostrado durante una lección sobre la libertad de prensa y expresión unas ilustraciones de la revista Charlie Hebdo que ridiculizan al profeta Mahoma. El problema no atañe solamente al debate en torno a la integración del islam en la República francesa, la lucha contra la radicalización en los extrarradios y la falta de un auténtico diálogo entre políticos y representantes religiosos. Cualquier declaración pública en torno a estas cuestiones exige responsabilidad, procedan de los políticos o de los medios satíricos.

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Graffiti de Emmanuel Macron y la bandera de Francia pisada en Gaza. (MOHAMMED ABED/AFP via Getty Images)

Según el libro “Musulmanes de France. La grande épreuve. Face au Terrorisme” publicado por V. Geisser, O. Marongiu-Perria y K. Smail en 2017, la lucha de las diferentes organizaciones musulmanas -el islam institucional- en Francia tras los atentados terroristas del 2015 ha mostrado estar alineada con los objetivos de París, aunque no ha sido capaz de ganarse la plena confianza. La realidad es que los ciudadanos franceses musulmanes no existen: en un país que ha hecho de su laicidad una bandera de tolerancia, la mera tolerancia no basta hoy, en 2020, para que esos ciudadanos sean considerados como iguales. Intentaré aclarar este razonamiento a través de algunos puntos.

Mediante la concesión de la ciudadanía, el Estado francés reconoce una serie de derechos, independientemente del origen, de la identidad y de la religión. Por un lado, este razonamiento es muy secular y democrático –Voltaire y su tratado sobre la tolerancia-. No obstante, por el otro es bastante deshonesto, al menos por dos razones.

La primera es que la falta de reconocimiento de la identidad de los ciudadanos franceses de origen extranjero está directamente relacionada con un sentimiento de superioridad de los nativos franceses hacia quienes proceden de las antiguas colonias. Francia ha sido una potencia colonial en muchos Estados de mayoría musulmana, desde Marruecos hasta Líbano y Siria (bajo mandato francés entre las dos guerras mundiales), pasando por Túnez y Argelia. En esta fase histórica, la gran mayoría de la población en estos países (como en los otros del imperio francés en África occidental) se encontraba bajo el dominio colonial de París. El hecho de no ser ciudadanos de pleno derecho no fue un impedimento para que miles de soldados musulmanes de las colonias participasen como miembros del Ejército francés en ambas guerras mundiales.

En segundo lugar, la concesión de la ciudadanía francesa no implica que el Estado reconozca tu importancia, que se valore tu proceso de integración, que tu identidad resulte relevante para París o que tu historia pueda desempeñar un papel destacado en tu nuevo país. Todos ellos, aspectos relevantes desde el punto de vista psicológico para cualquier persona.

Esto se ha traducido en que el Estado tiene una presencia parcial en la vida de estos ciudadanos desfavorecidos -residentes en guetos de la periferia- en cuanto a la educación escolar, el sistema sanitario y el sistema de protección social. Aquellos que proceden de otras naciones y que la gente solo considera como compatriotas cuando le Bleu, el equipo francés multiétnico de fútbol, gana la Copa del Mundo.

Sin ánimo de justificar la violencia, inaceptable en todas sus manifestaciones, sí deberíamos reflexionar en qué medida las incoherencias de la democracia y el laicismo y la falta de preocupación del Estado por los ciudadanos “de segunda clase” se han convertido en combustible para que exploten el odio y el resentimiento. Desprecio que los más radicales llevan hasta el extremo de la barbarie, como el atentado del pasado 29 de octubre, contra una iglesia en Niza, en el que murieron tres personas.

Este ataque atroz y el execrable homicidio de Samuel Paty son los ejemplos más recientes de que hay un sistema social en decadencia, incapaz de frenar la sensación de malestar y los radicalismos. Se ha prestado atención a los problemas sociales y educativos, pero hay un problema previo de carácter ideológico. Ningún argumento puede justificar el asesinato de Samuel Paty, de quien los medios han destacado su gran dedicación como profesor. Pero cabe poner el foco en otro tema: la realidad de que Francia es una sociedad muy diversa en la que conviven personas con creencias y sensibilidades diferentes, iguales en dignidad. ¿La única estrategia pedagógica para hablar de la libertad de expresión en la escuela consiste en mostrar imágenes que ridiculizan al profeta Mahoma? Herir las susceptibilidades de seis millones de ciudadanos franceses, que no encuentran la gracia a un humor que se burla de lo más sagrado para ellos, no es enseñar civismo, sino adoctrinar. La libertad de expresión no tiene nada que ver con esto: la libertad nunca puede vulnerar la igualdad y la fraternidad en nombre del laicismo.

La reacción del joven checheno autor de la muerte de Paty ha sido claramente desproporcionada y basada en una radicalización que no tiene excusas. Sin embargo, pensar que la libertad de expresión legitima las chanzas sobre las creencias más sagradas de una parte de la población viene a confirmar que el abuso de libertad se confunde con la ideología del secularismo. Esto no difiere mucho de cuando el positivista Ernest Renan hablaba en el siglo XIX sobre el islam, aunque apenas conocía nada de él.

Las palabras de Macron siguen la línea de esta falta de coherencia. Si bien el “islam de la Ilustración” no está muy presente en el mundo árabe-islámico, hoy tiene cierto sentido y es en parte responsabilidad del poder colonial, tanto de Francia como de otros países. A pesar de que a lo largo de los siglos XIX y XX el islam produjo un “reformismo” musulmán, la Nahda, el colonialismo europeo continuó favoreciendo la autocracia y el conservadurismo religioso, impulsando la idea de “mejor colonizado e ignorante que capaz de razonar”, para tener un Estado bajo control.

En Túnez, por ejemplo, cuando Francia abandonó el país, había 143 médicos e 41 ingenieros, en Marruecos, 19 médicos musulmanes, 17 judíos, 15 ingenieros musulmanes y 15 judíos. En este último, en 1954, iba a la escuela solamente el 12% de la población. ¿Dónde se habla en los textos franceses de secundaria sobre las responsabilidades del colonialismo francés?

La educación no puede convertirse en el baluarte de una ideología, sobre todo en un país democrático. Es obligatorio integrar las historias de todos los ciudadanos en la narrativa pedagógica, incluyendo a los soldados de las colonias que murieron en Verdún y el Somme o que fueron parte del Ejército de liberación francés dirigido por el general De Gaulle.

La clave no es si el islam necesita estar en paz con la República, sino que la ideología republicana francesa requiere hacer justicia a la verdad incluyendo en su historia a todos los ciudadanos y respetando sus diferentes sensibilidades. El nivel de radicalización islámica en Francia es deplorable y hay que rechazarlo de plano y combatirlo. No obstante, para avanzar hay que seguir trabajando de forma paralela para solucionar las carencias de décadas de falta de integración y de crisis del sistema social, y también tener en cuenta a todos los ciudadanos franceses en la historia de su país.