Estados Unidos y filipinas llevan a cabo ejercicios militares conjuntos en el Mar del Sur de China, mayo 2014. Ted Aljibe/AFP/Getty Images
Estados Unidos y filipinas llevan a cabo ejercicios militares conjuntos en el Mar del Sur de China, mayo 2014. Ted Aljibe/AFP/Getty Images

Las tensiones entre China y las naciones del Sureste Asiático siguen escalando pero todos tienen mucho que perder.

El Mar del Sur de China sigue siendo uno de los puntos más calientes del planeta. Esta gran masa de agua situada entre China, Vietnam, Filipinas y el archipiélago que comparten Indonesia, Malasia y Brunei encierra cientos de islotes y pequeñas islas, muchos de los cuales han sido objeto de disputa entre varias de las naciones fronterizas desde hace varias décadas. Las más importantes son las islas Paracel, reclamadas por China, Taiwan y Vietnam, y las islas Spratly, reivindicadas como propias por China, Brunei, Malasia, Filipinas y Vietnam.

Recientemente la tensión se ha disparado aún más. En junio, China anunció que estaba a punto de terminar siete nuevos islotes en las islas Spratly, en donde se cree que Pekín podría instalar bases militares. Este año se espera además que el Panel de Arbitraje de Naciones Unidas para la Convención sobre el Derecho del Mar tome una decisión acerca de las aspiraciones de Filipinas y China sobre las mismas Spratly que no será bienvenida por la parte perdedora.

La disputa va más allá de la posesión de unos pedazos de tierra. Se cree que la zona es una importante reserva de petróleo y gas natural -un nuevo Oriente Medio, la llaman algunos-, además de ser una de las regiones más ricas en biodiversidad marina, aunque las reservas pesqueras están seriamente mermadas. Es además un lugar estratégico para el comercio marítimo internacional y fundamental en el proyecto de la Ruta de la Seda Marítima presentado por China para unir por mar el dragón asiático con el Sureste Asiático y el Sur de China.

La disputa en el Mar de China Meridional, como es también conocido, es uno de los conflictos internacionales más complejos que existen hoy en día debido a la gran cantidad de países involucrados. Fue, sin embargo, una región con una importancia estratégica limitada hasta mediados del siglo pasado, cuando la mayor parte de los países comenzaron a reclamar su soberanía sobre los islotes. Las tensiones se dispararon después de que Vietnam y Malasia presentaran en 2009 una sumisión conjunta ante Naciones Unidas sobre la extensión de sus plataformas continentales. Desde entonces, todos los países de la región han intentado reforzar sus posiciones en la zona ocupando islotes y construyendo en ellos, pero el Panel de Arbitraje podría ser la primera instancia internacional en pronunciarse sobre la disputa territorial.

Una de las que más se juega en este tablero es la propia China, quien reclama la soberanía de la mayor parte del Mar del Sur de China, en el área comprendida en la llamada línea de los nueve puntos. Pekín se basa en razones históricas en su reclamación ya que, asegura, la zona ha sido tradicionalmente considerada como parte íntegra de su nación. Sin embargo, el país no ha dado pruebas sólidas de su presencia en las islas antes de los años 40 del pasado siglo. El gigante asiático busca el control de los recursos naturales de la zona, pero también incrementar su presencia para contrarrestar el papel que históricamente ha jugado Estados Unidos en la región.

Si China consigue imponer su postura, su posición como potencia mundial se verá reforzada, pero al mismo tiempo sus relaciones con el Sureste Asiático se verán probablemente dañadas. Y no es una pérdida cualquiera. China es el mayor socio comercial del Sureste Asiático, mientras que los países de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN en sus siglas en inglés) son los terceros en el balance comercial chino. Esta zona es así un mercado primordial para los bienes producidos por China, pero es también uno de sus principales centros de producción. De momento las tensiones no han impactado de forma importante en estas relaciones, pero las protestas que tuvieron lugar el año pasado en muchas fábricas de propiedad supuestamente china -muchas resultaron al final no serlo- en Vietnam son un buen ejemplo de los riesgos a los que se exponen tanto chinos como los propios países del Sureste Asiático.

Por su parte, Filipinas también ha hecho una apuesta atrevida al presentar la ya mencionada petición de arbitraje. China es el principal destino de las exportaciones de Filipinas, y Pekín ya ha tomado en alguna ocasión represalias contra el archipiélago por sus movimientos en la zona, la más conocida de ellas la guerra de las bananas de 2012. Además la petición de arbitraje probablemente sólo servirá para enfurecer a Pekín, pero no conseguirá una retirada de China, quien ha asegurado que no reconocerá ninguna decisión procedente del panel. La batalla, sin embargo, no es sólo judicial y Filipinas está incrementando rápidamente su gasto militar, aunque sus esfuerzos serán inútiles ante la gran potencia armamentística del gigante asiático.

Filipinas confía así en el apoyo de uno de sus socios más antiguos para disuadir a los chinos. No en vano, Estados Unidos considera el Mar de Sur de China una de sus zonas de influencia y no va a permitir que China ocupe su lugar. “Estados Unidos tiene un interés nacional en la libertad de navegación, el acceso abierto a las zonas marítimas comunes de Asia y el respeto por el derecho internacional en el Mar del Sur de China”, aseguró la antigua secretaria de Estado Hillary Clinton en 2010. EE UU se juega así el control de una región fundamental militar y comercialmente, pero su apoyo a las naciones de Sureste Asiático puede también poner en peligro sus relaciones con Pekín. Para Washington el resultado más satisfactorio sería mantener el status quo y que la región siga siendo considerada una zona marítima internacional para que sus barcos puedan seguir navegando sin trabas.

Vietnam es otro de los principales actores en la región. Sus relaciones con China han sido tradicionalmente turbulentas, con numerosas guerras a lo largo de su historia, por lo que la aversión hacia el país vecino está enraizada en la conciencia popular. El país está preocupada por perder los recursos energéticos, pero sobre todo por las trabas que Pekín podría poner a sus barcos pesqueros. De hecho, en 1999 China aprobó una prohibición anual de varias semanas para la regeneración de los recursos pesqueros en la zona que está intentando implementar cada vez con mayor severidad. Sin embargo, a pesar de que Vietnam también ha incrementado su gasto en defensa y ha estrechado sus relaciones militares con Estados Unidos, el país asiático tendría pocas posibilidades de defender a sus barcos en un enfrentamiento abierto.

Pero probablemente la que más se juegue en este tablero es ASEAN, una especie de Unión Europea asiática, aunque con muchas menas competencias. La cuestión del Mar del Sur de China ha puesto en evidencia la falta de una política común incluso para luchar contra las aspiraciones de Pekín. Filipinas y Vietnam han llamado continuamente a la organización a crear un bloque común, pero Camboya se ha puesto desde 2012 en el lado chino y ha complicado continuamente las negociaciones. Sin embargo, las propias naciones del Sureste Asiático tienen aspiraciones sobre los mismos territorios y una victoria sobre China no implicará el fin de las tensiones en la región.

La situación es sin duda volátil, pero parece poco probable que el Mar de Sur de China se convierta en el escenario de un conflicto abierto, aunque los malentendidos y los continuos tira y afloja de tantas naciones con intereses tan diversos pueden hacer prender la mecha.