Los insaciables consumidores de gasolina del Pentágono tienen órdenes de hacerse verdes. El impacto podría ser enorme.

No es que el Ejército estadounidense esté cruzado de brazos, ocupado como está salvando a Afganistán, ayudando a Haití, combatiendo a los piratas y saliendo de Irak. Pero ahora, le han encomendado una nueva misión: dirigir la campaña de reducción del consumo de petróleo extranjero, por el bien de la seguridad nacional y del planeta. El Departamento de Defensa tiene el dinero, la tecnología, el capital intelectual y la influencia en el mercado para hacer que el movimiento ecologista tenga éxito o fracase estrepitosamente. Y cuando pone sus mejores mentes a trabajar en un problema, hay una larga lista de precedentes que constatan que logra avances que cambian el mundo (Internet, por poner un ejemplo). Pero ¿podrá de verdad el Pentágono hacerse verde con tantas cosas por hacer?

Veamos el caso de Afganistán. Después de ocho años de lucha –y a pesar de décadas de avances en energías y combustible alternativos, los soldados estadounidenses siguen combatiendo como si el petróleo fuera un recurso ilimitado y gratis. En el campamento de Leatherneck, la base principal del cuerpo de marines en el sur de Afganistán, se oye el ulular del viento, pero no hay generadores eólicos. El sol azota más de 300 días al año, pero Leatherneck sólo tiene un puñado de paneles solares, que alimentan a unos pocos aparatos. Las tropas van de un lado a otro de la base en pesadas y viejas camionetas o Humvees que consumen un galón cada 8 millas [un litro cada 3,40 kilómetros]. Casi 200 generadores diesel funcionan sin descanso, pero debido al desgaste, al mal aislamiento, a la ineficiencia y a la redundancia, se desperdicia un 89% de la electricidad que producen para la base. Ésta una de las razones por las que el Ejército estadounidense está quemando 84 litros de diesel por soldado y día en Afganistán, a un coste de más de 100.000 dólares por persona al año.

Hace décadas, el Departamento de Defensa era un líder mundial en el desarrollo de nuevas fuentes de energía. En 1961, la Marina encargó la construcción del primer portaaviones del mundo movido por energía nuclear. Tres años más tarde, las fuerzas navales comenzaron a pensar en aprovechar la energía geotérmica disponible alrededor de su Estación Naval de Armas Aéreas de China Lake en California. Pero la central geotérmica de China Lake tardó 29 años en para alcanzar la plena potencia. Unas pocas iniciativas en el ámbito de las energías alternativas apoyadas por el Pentágono han tenido más éxito; por ejemplo, una plataforma solar masiva en la Base de la Fuerza Aérea de Nellis y un molino de viento de tamaño considerable en la Bahía de Guantánamo. Hasta hace poco, sin embargo, esos proyectos eran la excepción y no la regla. Con frecuencia, la eficiencia energética ha sido relegada a un segundo puesto, por detrás de otras consideraciones tácticas o estratégicas.

Una nueva generación de líderes con inclinaciones ecologistas ha comenzado ambiciosos proyectos para cambiar la situación. El brazo de la I+D militar que allanó el camino para el nacimiento de Internet se centra ahora en el uso de algas como materia prima para obtener biocombustible y en los paneles solares de última generación. Se ha previsto la construcción de uno de los mayores proyectos de energía solar para el principal centro de formación del Ejército, situado en Fort Irwin, California. Se han gastado miles de millones en incentivos económicos para la construcción de instalaciones militares verdes. Estamos hablando de transformar una organización que actualmente consume un millón de barriles de petróleo cada tres días.

           
340 millones: media de litros de combustible consumidos al mes en las bases de Irak y Afganistán
           

En los últimos años, el Departamento de Defensa ha advertido una y otra vez acerca de los peligros del cambio climático y los riesgos de confiar en inestables petro-regímenes. El problema estriba en que justo donde más petróleo utiliza el Ejército –en combustible que alimenta el hardware de combate– es donde se encuentran los mayores obstáculos para emprender reformas técnicas e institucionales.

El Pentágono ha establecido recientemente metas ambiciosas para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en una tercera parte en el plazo de 10 años, pero esa cifra excluye las bases militares de Irak y de Afganistán, así como los aviones, barcos y vehículos terrestres que se comen hasta un 75% del suministro de combustible para el Ejército. Un solo bombardero B-52, por ejemplo, consume unos 13.250 litros de combustible por hora de vuelo. Los intentos de convertir  los vehículos militares en ecológicos han fracasado. En 2004, el Ejército abandonó su proyecto para fabricar un Humvee híbrido, supuestamente porque el motor eléctrico no era suficientemente fiable (aunque reinició parte del proyecto el año pasado). En 2006, la Fuerza Aérea realizó un solo vuelo de prueba de un B-52 utilizando combustible sintético mixto desarrollado más de seis décadas antes, en la Alemania nazi.

Otra razón que hace tan difíciles las reformas es que los sistemas actuales que suministran energía y combustible a las zonas de guerra son fiables, aunque ineficientes e insostenibles. Los dirigentes militares no quieren poner en peligro las operaciones en Afganistán o en Irak por algo que se percibe como experimental o peligroso. En 2008, las bases militares estadounidenses en esos países consumieron la impresionante cantidad de 341 millones de litros de combustible al mes, lo que representa un 20% de la compra de combustible del Departamento de Defensa. “Para el comandante en el campo de batalla, la única preocupación es: ¿puede llevar a cabo la misión que superiores civiles le han encomendado?; fin de la historia”, dice Drexel Kleber, director de operaciones estratégicas para el Grupo de Trabajo de Seguridad Energética del Pentágono. El listón está especialmente alto porque los vehículos militares tienen que operar en los peores terrenos y condiciones del planeta. Que un Prius pueda dejarte colgado en la autopista de camino a casa es un fastidio; un vehículo blindado que se queda paralizado en el desierto de Mesopotamia o en el Hindu Kush puede ser mortal.

El interés pareció renacer en enero de 2009, cuando una Casa Blanca manejada por ex dirigentes del petróleo dio paso a una Administración que prometió tomarse las cuestiones ambientales mucho más en serio. Por primera vez, el Pentágono nombró a una sola persona para supervisar “los heterogéneos programas energéticos operativos” de las Fuerzas Armadas. El responsable de la adquisición de armamento del Departamento de Defensa anunció que la eficiencia energética sería ahora un factor clave en las decisiones de compra del Pentágono. El Ejército firmó un acuerdo para construir una de las mayores plataformas de paneles solares del planeta. Como me dijo el secretario de la Marina, Ray Mabus, “el presidente Obama ha sido muy explícito en su deseo de reducir la dependencia del petróleo extranjero”.

Mabus ha convertido la transformación de la Marina en un cuerpo ecológico en su sello personal. Su plan más audaz podría ser lo que él llama la Gran Flota Verde. Estados Unidos tiene 11 grupos de portaaviones de combate con sus buques de apoyo asociados, símbolo de su poder naval. Son las primeras fuerzas en desplegarse cuando hay problemas en el Golfo Pérsico, el estrecho de Taiwan o Haití. La idea de Mabus es que en 2016 uno de estos grupos sea una flota de guerra respetuosa con el medio ambiente. Pero aún no hay dinero en el presupuesto de la Marina para el proyecto, y ésta sólo dispone de un buque híbrido eléctrico. Pretende probar su primer avión de combate alimentado por biodiesel el Día de la Tierra; en abril, Obama pronunció su discurso sobre energía justo ante ese F-18, apodado Green Hornet (Avispón Verde). Aun así, los militares no están seguros de lo que implicará realmente desplegar la Gran Flota Verde. “Dependerá de la cadena de abastecimiento. Si van hasta el fin del mundo y 30 días más tarde tienen que volver a usar combustible corriente porque no hay suficiente biocarburante, así sea”, dice Chris Tindal, director adjunto de Energías Renovables en la Oficina de Energía de  la Marina. Si la flota de combustible alternativo de Mabus despega, marcaría un salto, después de décadas de meras palabras. El Pentágono está al fin dispuesto a hacerse verde de verdad.