El rey de Jordania Abdullah II, el primer ministro de Irak Mustafa Al-Kadhimi (R) y el presidente de Egipto Abdel Fattah Al-Sisi llegan para participar en la cumbre trilateral en Ammán, Jordania. (Anadolu Agency via Getty Images)

Desde 2019 los tres países han aumentado su cooperación en el marco de un nuevo orden regional determinado por la centralidad del Golfo y la transición a una nueva economía postpetrolera. 

En los últimos meses, las reuniones entre los líderes de Egipto, Jordania e Irak se han sucedido con bastante frecuencia. Desde marzo de 2019, los tres mandatarios se han reunido en cuatro ocasiones, la última en junio de este año en Bagdad, tratándose de la primera ocasión en 30 años en la que un presidente egipcio visitaba el país mesopotámico.

Diversos analistas de la región ven en este nuevo alineamiento una réplica o continuación del malogrado Consejo de Cooperación Árabe (1989-1990), cuya corta vida se vio truncada por la invasión iraquí de Kuwait y la consiguiente guerra del Golfo. La organización, que aglutinaba a los tres Estados mencionados más la República de Yemen del Norte, surgió como un contrapeso al creciente rol adquirido por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

Hoy, como hace 30 años, los tres países se unen para hacer frente a un nuevo orden regional donde no ocupan ya el lugar central de antaño y que experimenta cambios drásticos propiciados por la transición hacia una economía postpetróleo. Se trata de una cooperación pragmática que busca impulsar los intereses comunes económicos y de seguridad más allá de la agenda marcada por el Golfo.

 

Los olvidados de la región

Los tres países han perdido la centralidad que tenían en la región árabe a lo largo de las últimas décadas en favor de un nuevo centro de poder situado en las naciones del Golfo. Aunque estos procesos no se han dado al mismo tiempo, sí son paralelos en cierta forma.

Si ya las sanciones internacionales durante los 90 mermaron por completo la fábrica económica y social iraquí, la invasión estadounidense en 2003 contribuyó a ahondar la crisis política y de gobernanza al desmantelar las escasas estructuras estatales existentes y facilitar el auge de la violencia organizada y el juego de poder regional a través de la manipulación de identidades sectarias, profundizadas tras el auge del Estado Islámico.

Por otro lado, la grandiosidad egipcia había decaído desde finales de los 70, pero las protestas que acabaron con el régimen de Hosni Mubarak en 2011 dieron la puntilla a un sistema caduco. Sin embargo, el sueño democrático se vio truncado por el golpe de estado militar en 2013 y el auge de Abdelfattah al Sisi en un régimen clientelista del Golfo.

Desde los 90, el papel de Jordania en la región decayó tras la renuncia del reino hachemita a la soberanía sobre Cisjordania. El ascenso de Abdalá II al trono significó un giro en la política exterior jordana, distanciándose en cierta manera de las cuestiones regionales para abrirse a Occidente, una quimera evidenciada por el impacto de la continuación de la ocupación y de los conflictos en Irak y Siria. Este proceso ha ido acompañado del deterioro económico y de la calidad de vida y de una creciente represión.

 

Prioridades de la nueva alianza: más allá de Irán 

Si algo caracteriza a los tres países es una aguda crisis económica, que se ha visto agravada por la pandemia de la COVID-19. La economía de los tres Estados se contrajo durante 2020, con escaso crecimiento en 2021. En Jordania, el desempleo alcanza el 25% de la población activa y en Irak el 22%. La deuda pública jordana sobrepasa el 106% del PIB mientras que la egipcia roza el 90%. Los indicadores económicos iraquíes son algo más favorables debido al empuje de los sectores no petrolíferos, lo que señala la imperante necesidad de reformas estructurales que le alejen de la dependencia de los hidrocarburos.

Precisamente la transformación hacia una economía postpetróleo en los países del Golfo tiene un gran impacto en este triángulo, pues existe una enorme dependencia respecto de los Estados del Golfo, y de Arabia Saudí en particular. Según fuentes anónimas del Banco Central de Egipto, el país de los faraones habría recibido 92.000 millones de dólares por parte de las naciones del Golfo entre 2011 y 2019 mientras que Jordania recibió 5.000 millones de dólares en 2011. Por otro lado, en torno a medio millón de jordanos y entre 2 y 3 millones de egipcios trabajan en los Estados del Golfo y las remesas suponen una gran parte de los ingresos anuales de ambos países. La transición hacia nuevos modelos económicos y la nacionalización de la fuerza de trabajo ponen en peligro este status quo.

La dependencia económica del Golfo también se manifiesta en influencia política. Particularmente Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han utilizado la carta económica para expandir su ideal contrarrevolucionario, utilizando la ayuda económica como un mecanismo de recompensas y castigos según los distintos regímenes sigan o no sus directrices. Ejemplos de ello han sido la posible implicación saudí en la crisis palaciega que tuvo lugar en Jordania el pasado mes de abril, la competición regional contra Irán que ha convertido a Irak en rehén de esta durante casi dos décadas o la cesión de dos islas egipcias en el Mar Rojo a Arabia Saudí en contraprestación por su ayuda.

Dado este panorama, no es de extrañar que una de las principales motivaciones de esta nueva alianza sea la economía. De hecho, los vínculos económicos entre los tres países siempre han sido fuertes y sólo se vieron interrumpidos por los acontecimientos que señalábamos al inicio. Sin embargo, desde hace unos años esta cooperación ha sido recuperada. En 2017, Egipto empezó a recibir petróleo iraquí, al igual que Jordania en 2019 y son varios los proyectos de cooperación energética sobre la mesa, incluyendo el oleoducto Basora-Aqaba y la interconexión de las redes eléctricas de los tres países. Además, las compañías y el capital humano egipcio y jordano podrían participar en la reconstrucción iraquí y el fomento del comercio intraregional.

Otro de los detonantes de esta renovada cooperación ha sido el desplazamiento sufrido durante la administración Trump, bajo cuyo liderazgo los tres han visto ignorados sus intereses regionales. La firma por parte de EAU de los Acuerdos Abraham significó la ruptura del consenso árabe respecto a Palestina, reduciendo el valor que Egipto y Jordania –los dos únicos países árabes hasta la fecha en reconocer formalmente a Israel– tenían para el Estado israelí, viéndose apartados en el diseño del nuevo orden regional representado por el "Acuerdo del siglo". Sin embargo, los sucesos de Sheikh Jarrah (Jerusalén) en mayo de este año evidenciaron que el reconocimiento del Golfo no implica la aquiescencia de los palestinos, ofreciendo una oportunidad para que de nuevo Egipto se presentase como un socio indispensable para negociar con Hamás.

La nueva alianza tiene también como objetivo fomentar la cooperación en seguridad entre los tres países, particularmente en cuestiones relativas al terrorismo y seguridad transfronteriza. Aunque los líderes coinciden en la necesidad de contrarrestar la influencia iraní en los asuntos regionales, Teherán no es su mayor preocupación estratégica. De hecho, el alineamiento busca alejarse de la centralidad de la cuestión iraní como eje vertebrador de la política regional, tal y como evidenció la Cumbre de Bagdad, celebrada el pasado mes de agosto, en la que Irak se está erigiendo como mediador indispensable entre saudíes e iraníes.

 

La resurrección del Levante

Esta nueva realineación regional cuenta con el apoyo político de los tres líderes, que buscan desprenderse de la dependencia respecto del Golfo y delinear una agenda política regional propia basada en sus prioridades.

Entre estas prioridades se hallan la reintegración de Siria y Líbano y la reconstrucción del espacio regional en el Levante. Los dos países comparten muchas de las prioridades del triángulo egipcio-jordano-iraquí. De hecho, la reciente crisis diplomática entre Líbano y Arabia Saudí es una muestra clara del grado de dependencia que el país de los cedros ha desarrollado respecto tanto de los Estados del Golfo como de Irán y de las consecuencias desastrosas que puede tener sobre su ya maltrecha economía –el embargo de las exportaciones libanesas, la cancelación de exportaciones energéticas y la expulsión de trabajadores libaneses.

Representantes de Jordania, Egipto, Siria y Líbano se reunen para discutir un plan para aliviar la crisis energética de este último país, utilizando gas egipcio para generar electricidad en Jordania que se transmitiría al Líbano a través de Siria. (Jordan Pix/Getty Images)

Los primeros pasos en este sentido se han dado en los últimos meses, liderados por Jordania, que ha restablecido relaciones diplomáticas, militares y económicas con el régimen sirio. El ejemplo más claro de esta nueva realineación ha sido el acuerdo entre Egipto, Jordania, Siria y Líbano para transferir gas egipcio y electricidad jordana al Líbano y así paliar la grave crisis energética que atraviesa el país y que requiere del paso de estos por Siria a través del Gaseoducto Árabe. Una primera victoria diplomática ha sido conseguir exenciones por parte de Washington para las compañías de los tres países que necesitan hacer negocios con el sector energético sirio, bajo sanciones estadounidenses.

Sin embargo, son muchos los interrogantes que se ciernen sobre esta última cuestión, especialmente con relación al papel de Irán y a la situación de los refugiados sirios en los países vecinos. Pero otros factores como el restablecimiento del comercio transfronterizo y el corredor Turquía-Golfo, además de terminar con el santuario para grupos armados en el que se ha convertido el país, tienen más peso a la hora de determinar este proceso de reintegración. Un proceso de reintegración que cada vez gana más apoyos entre los Estados árabes, como demuestra la visita del ministro de exteriores emiratí, el jeque Abdulá bin Zayed, a Damasco el pasado día 9 de noviembre.

Así, la resurrección del Gaseoducto Árabe parece simbolizar el renacer de la región, que algunos líderes han denominado ya como al Sham al Jadid (el nuevo Levante). Un nuevo Levante que, como su propio nombre indica –"Sham" es utilizado para referirse a Damasco y, por extensión, a Siria y el Levante–, nunca estará completo si no incluye a Siria, pero al que le queda un largo camino para convertirse en algo más que declaraciones y promesas.