La UE no ha sabido darse cuenta del grado de amenaza que representa para Rusia.
En marzo de 2014, los europeos se despertaron en el mundo de Putin: un lugar en el que las fronteras pueden cambiarse por la fuerza, las instituciones internacionales son impotentes, la interdependencia económica es una fuente de inseguridad y ser predecible no es una ventaja, sino un inconveniente. Pero Europa no ha vuelto a la Guerra Fría. En aquel tiempo, Moscú y Occidente se enfrentaban por demostrar quién podía ofrecer un mundo mejor. La base del conflicto actual entre Rusia y la Unión es quién vive en el mundo real. Durante 25 años, los europeos sermonearon a una Rusia recalcitrante con el argumento de que estaba desconectada de la realidad actual. Pero Ucrania ha obligado a la UE a reconocer que su idea de un orden europeo se ha desvanecido.
La Unión no ha sabido comprender por qué Europa puede ser una amenaza para otros. La UE se había convencido de que las verdaderas preocupaciones de Rusia eran China y la difusión del islamismo radical y pensaba que las interminables quejas sobre la ampliación de la OTAN o el sistema de defensa antimisiles de Estados Unidos en Europa no eran más que una forma de entretener a la gente, concebida para el público de los informativos televisivos nacionales. La anexión de Crimea demostró que Occidente se había equivocado a propósito de Rusia en varios aspectos.
Para empezar, los europeos creyeron que el hecho de que Rusia no impidiera la creación del orden posterior a la Guerra Fría implicaba su consentimiento. Confundieron debilidad con conversión. Después de 1989, Rusia era demasiado débil y estaba demasiado fragmentada para prosperar en un mundo globalizado. El principal objetivo de Putin cuando llegó al poder era construir un Estado reforzado cuya política nacional estuviera a resguardo de las influencias externas. Nunca le interesó verdaderamente incorporarse a Occidente. Moscú no quería imitar los valores occidentales, pero sí se dedicó con entusiasmo a imitar el comportamiento internacional de EE UU.
En segundo lugar, los líderes europeos y sus respectivas opiniones públicas cayeron en la trampa de aceptar las descripciones caricaturescas de la clase dirigente de Putin. Las noticias sobre la omnipresencia de la corrupción y el cinismo les convencieron de que la élite rusa se resistiría a cualquier cosa que pusiera en peligro sus intereses económicos. Esta visión de Rusia como una gran empresa fue un error. Las élites del país son codiciosas y corruptas, pero algunos de sus miembros sueñan asimismo con el regreso triunfante de Rusia al escenario mundial y la recuperación de su categoría de superpotencia. El revisionismo de Putin era más profundo de lo que se pensaba en Europa.
El tercer factor fue que los europeos no valoraron la repercusión psicológica de las revoluciones de color y la crisis financiera mundial en Rusia. La Revolución Naranja de Ucrania fue el 11-S de Putin. El Kremlin está convencido de que todas esas revoluciones fueron planeadas, auspiciadas y ...
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