La guerra del Estado laico kemalista contra el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo, del primer ministro Erdogan, alcanza también al poderoso y desconocido Movimiento Gülen, una de las cofradías religiosas con mayor influencia en Turquía.

 

El edificio del laicismo revolucionario turco está en llamas y el pirómano se sienta en el Gobierno, parecen clamar a gritos los kemalistas turcos. Según la demanda de ilegalización del partido gobernante interpuesta por el fiscal general de Ankara, Abdurrahman Yalcinkaya, Turquía corre peligro de convertirse en un Estado regido por la ley islámica. El texto de la querella presentada el 14 de marzo por Yalcinkaya y aceptada por el Constitucional dos semanas después sostiene que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) intenta socavar los cimientos de los principios laicos de la Constitución, pues el proyecto que representa (el islam político) defiende que la soberanía pertenece a Alá y reivindica de forma totalitaria el derecho a regular la cosa pública mediante el poder divino. Con el intento de legalizar el uso del velo en las universidades, sus militantes instrumentalizan el pañuelo en una contrarrevolución que ya se palpa en la educación, la cultura, la economía y la vida social.

 

 

Si fracasan por medios democráticos, pronostica Yalcinkaya, los detractores del régimen laico y la revolución republicana estarían dispuestos a recurrir a la yihad (guerra santa), y han empezado a vengarse gracias a un renovado apoyo internacional. Una visión que está en consonancia, no por casualidad, con discursos de los últimos años del ex presidente Ahmet Necdet Sezer, y con comunicados del Ejército que advertían de que Turquía se enfrentaba al mayor peligro de su historia. Este tono alarmista, fundado o no, encuentra también eco en las fuerzas liberales que parten, en palabras del periodista Etyen Mahcupyan (sucesor del asesinado Hrant Dink al frente del periódico turco-armenio Agos), de que el país euroasiático está frente a un dilema claro: fascismo o democracia.

Yalcinkaya pide la inhabilitación durante cinco años de 70 miembros del AKP –que cosechó un 46,7% de votos en las legislativas del pasado julio–, así como del presidente Abdulá Gül, también con raíces islamistas, pero ya desligado del partido de forma oficial. En caso de que la demanda tuviera éxito, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan perdería la inmunidad parlamentaria y estaría supeditado a la clemencia o no de futuros juicios por similares cargos. Curiosamente, Erdogan es colíder, junto con el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, del flamante proyecto de la Alianza de Civilizaciones, que ha conseguido el dudoso privilegio de ser incorporada por su nombre a la demanda de prohibición del AKP. El supuesto delito del premier habría sido preguntarse ante la prensa sobre la necesidad de prohibir símbolos políticos, en clara alusión al velo (allí denominado türban). El fiscal y gran parte de la prensa laicista interpretan estas palabras como una confesión: el líder considera el pañuelo –cuyo uso en edificios estatales fue motivo de desestabilización política en 2007 y en lo que va de 2008– como un símbolo del deseado islam político. Por cierto, que el informe de 162 páginas firmado por Yalcinkaya muestra en su versión en forma de libro una soga de ahorcado alrededor de una bombilla, símbolo del AKP.

La última palabra la tiene ahora el Constitucional, un bastión del kemalismo, que ya en 2001 ilegalizó al predecesor del AKP, el Partido de la Virtud, también proeuropeo y con un discurso democrático. El alto tribunal turco ha avalado históricamente una definición del laicismo que va más allá del modelo francés, y que sostiene que el islam es incompatible con la democracia, a diferencia del cristianismo. No sólo exhorta a velar por la independencia del Estado con respecto de la religión, sino a asegurar “la separación entre religión y asuntos mundanos…, [como] la familia, el derecho, la forma de vestir…”. Pero, ¿aplicará el Constitucional esta visión kemalista del laicismo –que poco tiene que ver con la europea y no está prevista por la Constitución– o, por el contrario, dará marcha atrás y abrirá paso a la reforma del partido gobernante?

 

TODOPODEROSO EN EL EXILIO

Poderoso desconocido: Fetulá Gülen lidera, desde su exilio en EE UU, un inmenso movimiento.

Una de las cuestiones más interesantes de la demanda es la relación del AKP con el polémico líder religioso Fetulá Gülen, exiliado desde 1999 en Pennsylvania (EE UU). Nacido en Erzurum en 1938, es un personaje habitual en la prensa turca de todos los colores: laicista, islamista, kemalista y ultranacionalista. Gülen está al mando del movimiento islámico más importante del mundo, por delante de los Hermanos Musulmanes o Al Qaeda, al menos según The Economist. En el escrito del fiscal, el líder y su movimiento aparecen sólo media docena de veces, a pesar de conformar el corazón de la denuncia. En una ocasión, el texto acusa al actual presidente Abdulá Gül, de raíces islamistas, de poner en contacto las embajadas turcas con diversas escuelas controladas por Gülen, a través de mensajes encriptados, cuando era ministro de Exteriores. También menciona al grupo al citar un comunicado del Alto Mando del Ejército en 2002 que habla de “elementos reaccionarios”, entre los que se encontrarían organismos relacionados con la Unión Europea, que amenazan a la revolución kemalista y cuya meta es “la unión mundial del islam”. Hace dos años, un memorándum interno de las Fuerzas Armadas incluía a la comunidad Gülen como una de las muchas organizaciones que colaboran con la UE y EE UU para “dividir Turquía”. Y el pasado abril, el número 1 del Ejército, el general Yasar Büyükanit, volvió a hablar de los “organismos reaccionarios”, que los medios locales asocian con cofradías sufíes y, en especial, con Gülen, en una entrevista exclusiva a la revista Savunma ve Havacilik (Defensa y Espacio Aéreo). La relación del AKP con el líder en el exilio, además, está de gran actualidad si se tiene en cuenta la operación policial contra la organización terrorista Ergenekon, acusada de intentar dinamitar el proceso turco de adhesión a la Unión Europea y planear un golpe de Estado para 2009 (además de estar vinculada, siempre según medios locales, a los asesinatos del sacerdote católico Andrea Santoro, de un juez del Tribunal Supremo, del periodista Hrant Dink y de tres trabajadores de una editorial evangélica). Desde el comienzo de la causa, en la prensa turca más laicista han sido constantes las acusaciones hacia los encargados del caso, que cada vez aportan más datos, verificados o no, entre el grupo terrorista y el estamento militar. Tanto gran parte de la policía como el fiscal principal que lleva el caso, Zekerya Öz, o el ex jefe de los servicios secretos de la policía, Bülent Orakoglu, todos han sido acusados en los medios de formar parte del movimiento Gülen. Por tanto, no es de extrañar que desde el rotativo Cumhuriyet, bastión del kemalismo en versión impresa, se especule sobre la existencia, fundada o no, de una organización de inteligencia compuesta por los fettulahci, la némesis de Ergenekon.

En Turquía, las confabulaciones son el deporte nacional y es difícil, por no decir casi imposible, separar el trigo de la paja, pero también es cierto que muchas veces las apariencias engañan. Gülen está actualmente en un exilio forzado por organizar, según la acusación formal de 2000, actividades islamistas destinadas a socavar los cimientos seculares de la República. La denuncia se fundamenta en un vídeo (manipulado, según el líder), en el que predica a sus adeptos: “Debéis entrar en las arterias del sistema, sin que nadie note vuestra existencia hasta que lleguéis a todos los centros del poder”.

 

GÜLEN Y COMPAÑÍA
Fetulá Gülen es el miembro más importante de las tarikat (cofradías religiosas) turcas, debido a su gran poder económico. Si bien el líder lleva su supuesta pobreza y ascetismo con orgullo, cual ojal en la solapa (por algo es discípulo de Bediüzzaman Said Nursi, fundador del Movimiento Nurcu, que propugna una visión ascética del islam), su movimiento no sólo posee universidades y escuelas en varias docenas de países de cinco continentes, instituciones financieras, empresas y varios de los medios nacionales más importantes. También está presente en los Balcanes, norte de Irak, Asia Central y otras regiones. Ahora bien, no se le conocen vínculos con organizaciones terroristas. Lo que sí es cierto es que el Movimiento Gülen difiere del islam político del Milli Görus (visión nacional). Su enemistad con esta organización, encabezada por el líder islamista Necmettin Erbakan, se hace patente en su esfuerzo por el diálogo interreligioso, su compromiso con la modernización de corte occidental y su hincapié, por lo menos de palabra, en la estabilidad social y política enfrentada al concepto de yihad del Milli Görus. Naturalmente, su visión de la religión, y por ende de la sociedad, tiene poco de liberal (ejerce presión, apoyado por fundamentalistas cristianos, para que los libros escolares turcos adopten ideas creacionistas), pero su discurso es más tolerante que el laicismo jacobino instaurado en Ankara. Por tanto, que en la primera de Cumhuriyet se celebrara con regocijo la prohibición del Movimiento Gülen en Rusia a principios de abril dice más del fetichismo de Estado que pregona este rotativo día sí, día también, que del propio movimiento. Porque Turquía, en lo que a constelación de poderes se refiere, se encuentra actualmente más cerca de la extinta RDA o la nueva Rusia que del Irán posrevolucionario o la Malaisia supuestamente democrática. En esta línea, el escritor de origen ruso Vladímir Kaminer se refiere al país de Medvédev y Putin con unas palabras que pueden aplicarse a la Turquía de hoy: “Los dos partidos rusos se llaman: el Estado y el pueblo. No confían el uno en el otro, no se aguantan el uno al otro, pero tampoco pueden separarse el uno del otro”.

La reforma del islam es, a los ojos de los kemalistas e islamistas, un mero invento de EE UU para controlar Oriente Medio

El actual Ejecutivo tiene un carácter marcadamente reformista y proeuropeo. “Un gabinete de tecnócratas”, lo ha llamado Rusen Cakir, uno de los mejores conocedores de los movimientos islámicos en Turquía, en alusión a aquél vinculado al Opus Dei de la España de los 70 que formalizó el despegue económico que permitió el final de la dictadura franquista. Como entonces España, Ankara se enfrenta a un futuro inmediato en el que las distintas órdenes religiosas intentan hacerse con una cuota de poder.

Con el advenimiento de las reformas republicanas, pese a la prohibición de 1925, la singularidad turca supuso la victoria póstuma de la influencia de las cofradías u órdenes religiosas. Muchos laicistas consideran a esas tarikat el peligro real detrás de la presunta islamización del país. De ahí que a veces dividan sus perspectivas entre darbe (golpe de Estado) y seriat (ley islámica, en turco), y que en los medios más laicos y kemalistas, los líderes y miembros de las cofradías sean a menudo reflejo de coloridos escándalos. Las hay, eso sí, de todo tipo: desde el rigorismo de los miembros de Naksibendi hasta la relativa tolerancia de Iskenderpasa, pasando por el intento de modernizar el islam cercano a los seguidores de Gülen. Su influencia y su poder no han menguado en los 80 años de historia turca moderna. Al contrario, al igual que en el Imperio Otomano, ejercen un gran papel en la política. No sólo deciden el sentido del voto, sino que manejan los hilos de los diferentes partidos. Según una serie de artículos del laico Milliyet sobre las últimas elecciones legislativas, Naksibendi e Iskenderpasa habrían dado su voto conjunto al AKP, mientras que la más conservardora, Ismailaga, habría preferido el Saadet (Felicidad), un partido que no ha renegado del Milli Görus hasta ahora. Según un especial de la revista Tempo, el AKP habría contado con los apoyos mencionados, además de con los no tan influyentes Halveti, Cerrahi y Rifai. Unos treinta candidatos del AKP, ahora parlamentarios, son miembros de alguna cofradía, pero el número de simpatizantes debe de ser más elevado. Tanto Erdogan como Gül y Bülent Arinc, considerado el cerebro del ala dura, provienen de la tradición Naksibendi, más conservadora que la de los seguidores de Gülen, aunque la creación del AKP les ha acercado más a este poderoso movimiento en la sombra.

 

LOS NUEVOS ‘HADICES’

Retrato de Turquía con Atatürk al fondo: el Ejército bloquea cualquier iniciativa de reforma del laicismo de corte kemalista.

No es posible la reforma en el islam’, titulaba en portada el diario Vakit, el más integrista, citando a Ali Bardakoglu, el responsable del Ministerio de Asuntos Religiosos, que controla lo que se predica los viernes en más de dos tercios de las más de 75.000 mezquitas turcas. Según el experto Ismail Nacar, la mayor parte de sus funcionarios son cercanos a varias tarikat, lo cual complica la versión estatal de la estricta separación entre religión y Estado. La razón por la que Bardakoglu niega la posibilidad de una reforma en el seno del islam es la misma por la que Erdogan siempre repite que su islamismo no es moderado, ni islamismo al fin y al cabo, sino una especie de conservadurismo democrático parecido al de los democristianos europeos. Este concepto es, a los ojos escépticos de kemalistas e islamistas, un mero invento de EE UU para controlar Oriente Medio. También Yeni Safak, el diario más cercano al Gobierno, recogía en septiembre de 2007 este plan creado por “los judíos” y destinado a “secularizar el islam”. En el librillo Milli Görus, publicado por el partido islamista Saadet, encontramos la razón por la que tanto Bardakoglu como Erdogan son alérgicos a determinadas palabras: “El imperialismo global emplea principalmente tres proyectos en relación con el islam: el euroislam, el islam moderado y el diálogo ecléctico interreligioso”. El islam moderado se convertiría así en uno de los pilares del “proyecto del Gran Oriente Medio”.

Esta teoría confabulatoria –en la que el AKP juega un papel de títere de un oscuro poder estadounidense– ha conseguido llegar como supuesto hecho comprobado a la demanda de ilegalización del partido gobernante presentada por Yalcinkaya, en la que se cita el Gran Proyecto de Oriente Medio dos veces. Sin embargo, según fuentes estadounidenses, la Iniciativa para el Gran Oriente Medio y Norte de África, destinada a promover la democracia en el mundo árabe, no reserva ningún papel a Erdogan.

Este rechazo a la actualización del islam se repitió hace poco, cuando los medios extranjeros se hicieron eco de que una comisión de expertos, la llamada Escuela de Ankara, estaba realizando un intento de prevenir malinterpretaciones editando los hadices del Profeta (hechos ejemplares de Mahoma), adaptándolos a los nuevos tiempos. Bardakoglu no tardó en salir a la palestra mediática y arremeter contra este tipo de cambios. El Ministerio de Asuntos Religiosos, propulsor del gran proyecto, hizo público un comunicado poco después en el que subrayaba que las definiciones “reforma” y “revisión” son erróneas referidas al trabajo de la Escuela de Ankara porque “estos conceptos sólo pueden ser utilizados en referencia a proyectos en los que los fundamentos y reglas se alteren, y esto no puede realizarse en el islam”. En cambio, lo que está previsto es concentrarse en las líneas básicas que pretenden ser atemporales y librarlas de interpretaciones tradicionales.
Ankara es consciente de que, para que los países de mayoría musulmana acepten su proyecto –la nueva versión de los hadices–, éste no puede ser considerado revolucionario o luterano. De lo contrario, se interpretará como una indeseable interferencia extranjera. La distinción estará entre lo histórico y lo religioso, pero de nuevo corre el peligro de ser considerada herética, porque para muchos islamistas su religión sigue previendo un modelo de Estado, una relación de la fe con la economía y un único credo verdadero.

 

 

¿Algo más?
Una buena síntesis de la actual situación tanto social como política en Turquía la ofrece Chris Morris en su libro The New Turkey (Granta Books, Londres, 2005). También recomendables resultan Turkey– A Nation Divided over Islam’s Revival, de Marvine Howe (Westview Press, EE UU, 2000), El islam en la Turquía tradicional, de Thierry Zarcone (Bellaterra, Barcelona, 2005), y Transformation of State and Society in Turkey, de Yahya Sezai Tezel (Roma Yaynlar, Ankara, 2005). Asimismo, la fundación de estudios sociales TESEV ofrece en Religion, Society and Politics in a Changing Turkey (Tesev, 2007) un excelente informe estadístico que brinda un fiel reflejo de la sociedad turca actual.