Los haitianos son los que ahora imponen plazos y formas para definir su propio destino.

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Spencer Platt/GettyImages

“No creas nada de lo que veas, ni la mitad de lo que oigas” es uno de los eclécticos consejos que reciben quienes se aventuran a viajar a Haití por primera vez.  Hay muchas opiniones escritas y diatribas orales sobre la inutilidad de cualquier labor de desarrollo  que cualquiera se proponga en el país caribeño. Muchos parecen indicar que Haití es genéticamente indómito, y algunos atribuyen al vudú una directa responsabilidad en la modelación del carácter haitiano como pueblo ingobernable.

La evolución política de Haití en los últimos doce meses parece, sin embargo, demostrarnos que efectivamente Haití no tiene intención de ser gobernable por otros, pero sí apuesta por gobernarse a sí mismo y hacerlo democráticamente. El orgullo se ha mostrado en los últimos tiempos como un elemento impulsor de la reconstrucción política en Haití, el orgullo entendido en su sentido estricto como “exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”; y Haití, que en 1804 fue el primer país americano en declararse independiente, sí parece haber nacido de causas nobles y virtuosas, pues nació de la lucha contra la esclavitud.

Aunque se tardó en reconocer la virtud de la que nació el país, resulta fácil reconocer el virtuosismo de la política haitiana, que termina por hacer lo que parece democráticamente correcto, pero sin someterse a los plazos y presiones de la amplia comunidad internacional, cuya actuación no siempre resulta igualmente democrática.

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El 10 de enero de 2010 un terremoto de fuerza 7 mató a más de 250.000 personas y destruyó las principales infraestructuras administrativas de la capital. En Marzo, los donantes internacionales comprometieron más de 53.000 millones de dólares, cuyo desembolso y uso debía ser controlado por la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití, que reunía los intereses haitianos y la voluntad internacional bajo la copresidencia del expresidente Clinton y el entonces primer ministro de Haití Bellerive.

En noviembre de 2010 se celebraron elecciones presidenciales y legislativas, continuando así el proceso electoral que el terremoto había interrumpido. El anuncio de los resultados provisionales de la primera vuelta resultó en una protesta popular; intervino entonces la misión de observación electoral OEA/CARICOM y dio la vuelta a los resultados excluyendo de la segunda vuelta al candidato oficialista a favor del candidato popular, Michel Martelly, que en el escrutinio final ganó frente a la candidata más conservadora, Manigat.

El inexperimentado cantante devenido en presidente Michel Martelly, tomó posesión en Mayo de 2011, pero hubo de esperar hasta octubre para que el Parlamento aprobara, después de dos intentos fallidos, el nombramiento de Gary Conille como primer ministro. El primer ministro Gary Conille, un Mario Monti caribeño, ocupó la primatura por su capacidad técnica y excelentes relaciones con “los internacionales”, ambos méritos de su pasado como funcionario de Naciones Unidas. Pero ocupó el cargo solo cinco meses pues no contaba con la confianza política de su gobierno que ante una comisión parlamentaria que investigaba la doble nacionalidad de algunos ministros, optó mayoritariamente por dejar al jefe de Gobierno solo y unirse al jefe de estado, Martelly en actitud frentista contra el parlamento.

El cambio de legislatura era, constitucionalmente, el momento para reformar la Carta Magna y añadir elementos modernizadores (una mayor participación de la mujer, o la conformación del Consejo General del Poder Judicial); y racionalizadores (como el ajuste del calendario electoral). Discrepancias entre los poderes ejecutivo y legislativo sobre el texto que la reforma que había sido aprobado paralizaron esta modificación necesaria pero incompleta.

La necesaria buena relación entre los poderes ejecutivo y legislativo ha sido parte del proceso de aprendizaje del nuevo presidente.

En enero de 2012, paralizado el proceso de reconstrucción, Martelly propuso refundar el ejército haitiano, desmantelado desde 1995. Algunos exsoldados se organizaron y desafiaron al gobierno a cumplir su promesa, mientras la comunidad internacional temía que sus fondos fueran a ser dilapidados en un ejercicio de nacionalismo innecesario.

En mayo de 2012 el Parlamento nombró a Laurent Lamothe nuevo primer ministro de Haití.

No es certero este relato si ofrece una visión lineal de los acontecimientos como una sucesión progresiva de los hechos que en realidad han estado sometidos a múltiples presiones y han sido fruto de infinitas negociaciones, acciones, y reacciones. Una línea ininterrumpida que describiera una sucesión de bucles, avances y retrocesos sería mejor reflejo de la vida política haitiana de los últimos dos años. Pero de hecho, estamos donde hemos llegado.

Lamothe, era y mantiene la cartera de ministro de Asuntos Exteriores, y como tal tiene excelentes relaciones con la comunidad internacional; pero al contrario que su predecesor lo hace desde y por Haití hacia el mundo y no desde y por el mundo hacia Haití.

Seguro de tener como jefe del Gobierno a uno de los suyos, el presidente ha concluido la reforma constitucional; se han realizado los nombramientos en el Consejo General del Poder Judicial, parece inminente la aprobación de un nuevo Consejo Electoral que permitirá la celebración de las elecciones pendientes, y en vez de avanzar hacia la constitución de un ejército se está fortaleciendo la existente y meritoria Policía Nacional Haitiana.

La Comisión Interina de Reconstrucción ha cesado de existir. Mientras, desde el Gobierno, se apela a un nuevo paradigma de relación con las embajadas de países y representaciones de organismos internacionales en Puerto Príncipe para que su solidaridad apoye las operaciones y planes del Gobierno haitiano, superando las cooperaciones descoordinadas.

Desde Haití parecen decirnos Oui merci, mais non merci. Gracias por reconocer en nosotros a un miembro de la comunidad democrática de naciones, gracias por señalar el camino hacia el fortalecimiento institucional, gracias por su solidaridad y ayuda. Pero no, gracias, no queremos imposiciones de plazos e instituciones, no deseamos una cooperación al margen de las prioridades que establezcamos nosotros mismos. Los haitianos están orgullosos de ser uno de los nuestros, pero con orgullo imponen plazos y formas para definir su propio destino.