¿Qué nos revela la batalla que están librando sobre el futuro de la política europea? 

En 2005, dos insólitos alemanes asumieron su cargo tras resultar elegidos, y se produjo una amplia y definida escisión cultural. En primer lugar, el máximo cardenal de la jerarquía de la Iglesia católica de Alemania, Joseph Ratzinger, el ex recluta de las Juventudes Hitlerianas de Baviera transformado en teólogo ultraconservador, se convirtió en el papa Benedicto XVI. Seis meses más tarde, Alemania elegía como canciller a Angela Merkel, una protestante sin hijos y casada dos veces, nacida en Alemania Oriental, empeñada en actualizar su país y su conservador partido democratacristiano. Durante los años siguientes, el Papa y la canciller han trabajado en una oposición casi constante uno respecto al otro; aunque la batalla, al menos hasta hace poco, ha continuado entre bastidores. Su enfrentamiento podría perfectamente decidir si los conservadores tienen algún futuro en la nueva Europa y, si es así, de qué tipo.

Merkel y Benedicto XVI comparten, aunque sea torpemente, una base política: la gran coalición de la Unión Demócrata Cristiana, nacida después de la Segunda Guerra Mundial. La filosofía del premier conservador de la Alemania Federal de la postguerra, Konrad Adenauer, no era apoyarse en el pasado nazi, sino más bien avanzar en la recuperación económica y en la integración con la alianza occidental, siempre respetando el acérrimo conservadurismo de la propia Renania católica del canciller Adenauer.

En la Alemania Occidental dominada por los católicos, la Iglesia tenía una enorme influencia en las políticas del Estado respecto al aborto, la educación sexual y los roles de género, como se resume en la máxima democratacristiana para las mujeres: “Kinder, Küche, Kirche” (“hijos, cocina, iglesia”). Hasta 1958, la igualdad legal entre hombres y mujeres no se incorporó a los manuales de derecho. Hasta 1967, sólo un puñado de los diputados democratacristianos eran mujeres. Incluso después de la caída del Muro de Berlín y el Gobierno de Helmut Kohl en la Alemania reunificada, el Demócrata Cristiano siguió siendo un partido socialmente tradicional, dominado por los hombres, que contemplaba la familia nuclear como la base de un Estado nación temeroso de Dios. En resumen, era la auténtica definición de la democracia cristiana europea.

Sin embargo, cuando Merkel llegó a la escena política nacional, este conservadurismo estaba tan trasnochado como la guerra fría que lo había preservado. Desde que asumiera el liderazgo de los democratacristianos, en 2000, Merkel ha trabajado para reconfigurar drásticamente la política alemana, una revisión que encierra importantes lecciones para los conservadores de toda Europa y que se narra con fascinante lujo de detalles en el nuevo retrato de Merkel, escrito por la periodista alemana Mariam Lau, Die Letzte Volkspartei: Angela Merkel und die Modernisierung der CDU (El último partido del pueblo: Angela Merkel y la modernización de la Unión Demócrata Cristiana). “Aunque el programa oficial del partido sigue contemplando la protección estatal del matrimonio y la familia”, escribe Lau, “en virtud de la realidad social (y de un liderazgo de partido), donde hay cada vez más divorciados, personas sin hijos, solteros y homosexuales, el partido descubrió de repente una impresionante capacidad para la coexistencia con amplitud de miras”.

El “merkelismo”, como lo denomina Lau, representa un osado pragmatismo en cuestiones que van desde el islam hasta el cambio climático. Cuando la vieja guardia de los democratacristianos eligió a Merkel como líder de su partido, creyó que ésta abriría el último bastión de rigidez a una nueva generación de conservadores. Pero, sostiene Lau, los portaestandartes obtuvieron más de lo que esperaban. Merkel y su enérgica ex ministra de la familia, y madre de siete hijos, Ursula von der Leyen, revisaron radicalmente el modelo de la familia alemana. Su nuevo “feminismo conservador” (aunque, señala Lau, Merkel rechaza “la palabra con ‘f”) puede resumirse en: “Kinder, Kirche, Karriere” (“hijos, iglesia y carrera”). Actualmente, en la nueva familia alemana y en el movimiento conservador de Alemania, hay cabida para parejas no casadas, madres solteras, relaciones sin hijos e incluso parejas gays.

Los católicos conservadores no vivieron de buen grado la revolución cultural de Merkel, recurriendo al papa alemán Benedicto como defensor de todo lo que consideraban que Merkel rechazaba. Si la elección de ésta, en 2005, simbolizaba la voluntad de los conservadores alemanes de abrir su partido a nuevos votantes, el papado de Benedicto XVI representaba una versión de la vieja Europa, un paso atrás hacia una época en que la democracia cristiana al estilo de Adenauer gobernaba sin ser cuestionada.

Ciertamente, el ascenso de Benedicto al papado se consideró en gran parte como un triunfo del conservadurismo alemán. “¡Somos papa!”, proclamaba el Bild-Zeitung, de circulación masiva, en un famoso titular que marcaba el tono del resto de la prensa alemana. El currículo pasado de Ratzinger –las purgas intelectuales, la postura contra el Concilio Vaticano II, las ideas retrógradas sobre las mujeres– pasó en gran medida desapercibido. Los medios de comunicación rezumaban entusiasmo, sobre todo el diario Die Welt, el buque insignia del poderoso editor de derechas Axel Springer, que también es el propietario de Bild-Zeitung. Cuando Ratzinger fue nombrado papa, el corresponsal de Die Welt en el Vaticano, Paul Badde, admitió que Benedicto había sido “elegido por Dios”. Incluso Merkel, a la que no podía haberle hecho gracia la sugerencia de Ratzinger en 2004 de que las mujeres deberían guiar sus acciones por el Génesis 3:16, “Tu marido deberá ser el objeto de tu deseo, y él te gobernará”, con mucho tacto guardó silencio para evitar ofender a los católicos de su partido.

Hizo falta el Holocausto para hacer pública la divergencia entre la Alemania de Merkel y la del papa Benedicto. A principios de 2009, Benedicto anunció la rehabilitación de la escindida secta de San Pío X, a la que pertenecía el obispo inglés Richard Williamson, que había negado públicamente el alcance del Holocausto sólo un año antes. En Alemania, donde negar el Holocausto es un delito, a Benedicto con esta decisión le salió el tiro por la culata, provocando un auténtico movimiento de protesta.

El editorial de Bild-Zeitung señaló que el oportunismo del Papa había tocado a su fin: “Ha cometido un grave error. El hecho de ser un papa alemán agrava especialmente la cuestión”. Y Merkel llamó al orden a Benedicto con un lenguaje inusitadamente mordaz: “No se puede permitir que esto pase sin que haya consecuencias”, afirmó.

Alan Posener, un destacado columnista independiente de Die Welt, conocido por su fuerte sionismo, había decidido escribir un libro crítico sobre Benedicto XVI en 2008, pero no encontró interesados en la idea; los editores alemanes no la abordarían. Sin embargo, después de que se desencadenara la polémica sobre la secta de Pío, todo cambió. En febrero de 2009, Posener estaba esquiando en los Alpes austriacos cuando su agente le llamó para comunicarle que estaban apareciendo varias ofertas editoriales.

En La cruzada de Benedicto, Posener, un anglicano no practicante, sostiene que la agenda activista de Benedicto es un estilo de fundamentalismo que tiene más en común con el radicalismo islámico que con cualquier tipo de democracia cristiana contemporánea. Posener no menciona explícitamente a Merkel (es fansuyo), pero en su exposición se puede leer entre líneas la escisión esencial entre Benedicto y los cristianos alemanes de la corriente dominante, como Merkel y sus seguidores: el “giro benedictino”, como lo llama Posener, implica “anular la Ilustración, reducir la democracia, romper con el pensamiento científico y acabar con la emancipación y la libertad sexual de las mujeres”. El objetivo de Benedicto, sostiene Posener, es explícitamente político: transformar Europa de nuevo en un continente católico. Implícitamente, esto supone también cambiar todo en la Alemania de Merkel.

Las reacciones al libro de Posener han dejado claro que, incluso en la época Merkel, la lealtad al Papa alemán es profunda. La editorial de Posener, el peso pesado alemán Ullstein Verlag, había planeado arrancar su campaña publicitaria con un debate público en Colonia, un centro del catolicismo renano. Pero ningún local quiso albergarlo. Asimismo, las librerías rechazaron la solicitud de Ullstein de organizar lecturas, y muchas se han negado incluso a tener el libro en sus estanterías.

Cuando el altercado alcanzó su punto álgido, Merkel tuvo que enfrentarse a una dura reprimenda política en las elecciones generales de 2009; aunque volvió a ocupar la presidencia, su partido obtuvo sus peores resultados en 60 años, con la retirada del apoyo de un número especialmente elevado de católicos, cosa que los analistas interpretaron, en parte, como una manifestación de despecho por sus críticas hacia Benedicto. “La Unión Demócrata Cristiana sigue siendo un partido muy católico”, concluyó uno de los aliados políticos de Merkel después de los resultados.

Con la ampliación del abismo entre la Alemania del Papa y la Alemania de Merkel, ésta puede correr el riesgo de caer en él. El reto de Merkel sigue siendo cerrar la brecha, demostrando que un partido conservador moderno puede integrar a todos los conservadores de Alemania, desde el centro hasta la extrema derecha. Si tiene éxito, el merkelismo, si no la propia Merkel, será el futuro de Alemania.