Un microcosmos donde están presentes las principales amenazas a la seguridad del siglo XXI.

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Un soldado kirguís habla a unos niños en la ciudad de Osh, situada en el valle de Fergana, en octubre de 2010.

 

Disputas fronterizas y étnicas, terrorismo radical islamista, crimen organizado y tráfico de drogas, lucha por los recursos, Estados débiles… prácticamente no existe una amenaza para la seguridad que no esté presente en el valle de Fergana, una zona del Asia Central de 22.000 Km2 de extensión en torno al río Syr Daria, moderna denominación del mítico río Jaxartes en el que Alejandro Magno derrotó a un ejército de escitas el año 329 A.C.

Las tierras del valle de Fergana son las más fértiles de toda el Asia Central, lo que permite dar sustento a 11 millones de habitantes, distribuidos entre tres ex Repúblicas Soviéticas, de Este a Oeste: Kirguizistán, Uzbekistán (ambas de raíz turcomana) y Tayikistán (de raíz persa). Además, Fergana fue parte de la celebre Ruta de la seda, vía comercial que durante siglos enlazó China con Oriente Medio y Europa, por lo que su dominio fue codiciado por todos los imperios de la antigüedad.

Cuando en 1876 se produjo la conquista rusa, todo el valle pertenecía al Kanato de Kokand. Bajo el control de los zares mantuvo su integridad con el nombre de Oblast de Ferghana, pero tras la revolución bolchevique comenzó un complejo proceso de diseño de las fronteras de las nuevas Repúblicas Socialistas Soviéticas, más o menos ajustadas a la distribución mayoritaria sobre el terreno de las distintas etnias, para facilitar la imposición del modelo marxista de Estado.

En todo caso, la existencia de esas fronteras administrativas no modificó sustancialmente el estilo de vida de los lugareños, ya que éstos pudieron seguir comerciando con sus productos y desplazándose de un lugar a otro sin restricciones. El problema surgió con el inesperado derrumbe de la URSS en 1991, cuando esas líneas relativamente arbitrarias que dividían el valle de Fergana se convirtieron en fronteras internacionales entre las repúblicas centroasiáticas de Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán.

Al evidente problema de las minorías étnicas que quedaron erróneamente ubicadas dentro de los nuevos Estados independientes, se sumó la disrupción de todo tipo de redes que el legado histórico y el modo de vida de sus habitantes, basado en relaciones cuasitribales a escala local, habían tejido a lo largo del valle, y que incluían canales de irrigación para la agricultura, carreteras y ferrocarriles, redes de distribución de energía… cuyos trazados cruzaban indistintamente las fronteras.

Otro hecho relevante fue el comienzo en 1992 de la guerra civil tayika, que motivó que Uzbekistán comenzase a reforzar la frontera común, incluyendo la siembra de minas que aún hoy en día siguen causando víctimas civiles. Además, la minoría uzbeka en Tayikistán, el 25% de la población total (concentrados precisamente en Fergana), apoyó a los ex comunistas en la guerra frente a los liberales e islamistas, y contó para ello con un abierto respaldo militar de Taskent hasta la victoria final en 1997.

Por otra parte, el desarrollo del islamismo tras la caída de la URSS, espoleado a partir de 1996 desde el Afganistán de los talibán, motivó un nuevo refuerzo de las fronteras: Uzbekistán dinamitó puentes, levantó vallas, y estableció nuevos puntos de control en su frontera con Kirguizistán. A pesar de ello, el régimen de Islam Karímov no pudo evitar el surgimiento en 1998 del principal grupo terrorista de la zona, el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), respaldado por la propia Al Qaeda.

El MIU tuvo su principal base de operaciones en el valle de Fergana, desde donde actuaba indistintamente en los tres países, ya que su objetivo era el establecimiento de un Emirato que incluyese toda Asia Central. Los atentados del 11 S de 2001 en suelo estadounidense y la subsiguiente invasión de Afganistán pusieron contra las cuerdas al MIU al privarles de su principal apoyo, y su violenta revuelta de mayo de 2005 en la ciudad de Andijan fue aplastada por las autoridades de Taskent.





























           
El único modo de avanzar pasaría por recuperar la estructura social original del valle
           

Parte de la financiación de los terroristas procede del tráfico de opiáceos afganos por la ruta que atraviesa el valle de Fergaana, con Rusia como destino final, país que consume el 20% del total mundial de heroína. El cultivo de adormidera ha crecido exponencialmente los últimos años, y su transporte se ve facilitado por la falta de control efectivo de las fronteras y por los vínculos étnicos transfronterizos (en Afganistán viven ocho millones de tayikos y unos dos millones y medio de uzbekos). Como es lógico, este negocio supone un factor desestabilizador de primer orden para países como Tayikistán, con un PIB per capita de tan sólo 2.000 dólares (unos 1.400 euros).

El aprovechamiento de los recursos es otro tema de máxima fricción entre los países que se reparten el valle. A grandes rasgos, la división de Asia Central hecha por la Unión Soviética separó a las repúblicas esteparias (Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán), con grandes recursos energéticos, de las repúblicas montañosas (Kirguizistán y Tayikistán), carentes casi por completo de petróleo y gas, pero con abundante agua y la posibilidad de controlar su suministro a las otras tres, al ser cabeceras de las cuencas del Amur Daria y del Syr Daria.

Buscando la autosuficiencia energética, Kirguizistán y Tayikistán están desarrollando grandes proyectos hidroeléctricos, lo que ha causado preocupación en Uzbekistán, que vería peligrar su sector agrícola si los caudales disminuyen. En diciembre de 2010 los uzbekos cortaron el suministro de gas a Kirguizistán, coincidiendo con la reclamación de una rebaja de 240 a 140 dólares en el precio del millón de m3. Este tipo de eventos incentivan la construcción de centrales hidroeléctricas, como Kambarata en Kirguistán o la megainstalación Sangtuda-2 en el sur de Tayikistán, ésta última con financiación iraní.

En términos de fortaleza de las instituciones, los tres países ocupan puestos destacados en el Índice de Estados fallidos 2011 publicado por Foreign Policy: Uzbekistán y Tayikistán se sitúan ambas en el 39 y Kirguistán en el 31. En este último país, la esperanza producida por la revolución de terciopelo de 2005 pronto dio paso a una gran frustración, ante el empeoramiento del nivel de vida de la población y la corrupción rampante del entorno presidencial.

La tensión estalló en las revueltas del 7 de abril de 2010, que obligaron al presidente Kurmanbek Bakiev a ceder el poder a Rosa Otumbayeva. Los partidarios del ex presidente se refugiaron en el valle de Fergana, donde promovieron ataques contra la minoría uzbeka para desestabilizar al nuevo Gobierno. Así, entre el 11 y el 14 de junio de ese año se llevó a cabo una autentica limpieza étnica en las ciudades sureñas de Osh y Jalalabat, con cientos de asesinados y unas 300.000 personas que abandonaron sus hogares, muchos para refugiarse en Uzbekistán.

En resumen, el valle de Fergana conforma un microcosmos en el que están presentes las principales amenazas a la seguridad del siglo XXI, que sólo pueden ser afrontadas mediante iniciativas conjuntas de los países de la región, y el apoyo decidido de las principales potencias externas, dado el limitado desarrollo socioeconómico de la zona, caldo de cultivo del radicalismo ideológico y del crimen organizado.

A escala interna, los forzados procesos de construcción nacional tras la independencia han dejado profundas heridas entre las tres principales comunidades étnicas, que en ningún caso serán fáciles de cerrar. El único modo de avanzar pasaría por recuperar la estructura social original del valle, si no mediante una impensable unidad política, si al menos con el desarrollo de proyectos comunes que permeabilicen las fronteras y devuelvan en parte a sus habitantes el tradicional estilo de vida de la zona.

Desde el punto de vista externo, el marco fundamental de actuación debe ser el de las organizaciones supranacionales en que esos tres países están integrados: la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Comunidad Económica Euroasiática (ambas lideradas por Rusia, con limitada participación de Uzbekistán) y la Organización de Cooperación de Shanghái (encabezada por Rusia y China, en la que Uzbekistán es más activa), además de otras de carácter más global como la OSCE o la propia ONU.

Sin embargo, no debe olvidarse la compleja situación de Afganistán, ya que si la futura retirada de las fuerzas militares occidentales diera paso a un Estado fallido, con una creciente influencia talibán, el valle de Fergana se convertiría de nuevo en la primera línea de frente contra la expansión del radicalismo, con un efecto dominó que podría sobrepasar Asia Central y alcanzar a Rusia y China.

 

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