Un decreto de indulto que parecía hecho a la medida de Thaksin Shinawatra ha puesto de manifiesto que el antiguo primer ministro tailandés sigue en el centro de la vida política del país.

 

 

Tailandia
PORNCHAI KITTIWONGSAKUL/AFP/Getty Images

 

“Estoy preparado para sacrificar mi felicidad personal incluso si no he tenido justicia durante los últimos cinco años. Seré paciente por el bien de la gente”. Con una escueta carta enviada a los medios tailandeses, Thaksin Shinawatra, antiguo primer ministro depuesto en un golpe de Estado en 2006, aseguraba que no pretendía volver a Tailandia para no poner en peligro la “reconciliación nacional”.

Thaksin reaccionaba así a la polémica creada por un decreto, aprobado el pasado 16 de noviembre, que regulaba un perdón real para los mayores de sesenta años condenados a menos de tres años de prisión y que debía aprobarse el 5 de diciembre, día del 84 cumpleaños de rey Bhumibol. El ex primer ministro, de 62 años y sentenciado en 2009 a dos años de cárcel por corrupción al avalar la compra de un terreno por parte de su mujer cuando aún ostentaba el cargo, encajaba en los requisitos. La tensión creada por la posible vuelta de Thaksin obligó al Gobierno, liderado por su hermana pequeña, Yingluck, a aclarar que él no sería agraciado y que el perdón no incluiría a los condenados por drogas o corrupción.

La figura de Thaksin ha dividido a la opinión pública tailandesa desde su caída a mano de los militares, hace más de cinco años. Desde entonces, detractores y seguidores del depuesto presidente han formado dos grupos antagónicos, camisas amarillas y camisas rojas respectivamente, que en varias ocasiones han paralizado la vida del país asiático. “Thaksin es en realidad la representación del conflicto que hay en Tailandia entre las clases medias y altas de Bangkok y las provincias”, asegura Pitch Pongsawat, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Chulalongkorn. La crisis más grave se dio el año pasado cuando miles de camisas rojas, seguidores de Thaksin y procedentes mayoritariamente de provincias rurales y pobres, ocuparon las calles de la capital durante dos meses. Los enfrentamientos con el Ejército se saldaron con la muerte de alrededor de 100 camisas rojas entre abril y mayo de 2010.

“El Gobierno de su hermana es en realidad su Gobierno [de Thaksin]. Los nombramientos fueron sus decisiones basadas en su propia red y coaliciones”, asegura un analista político

Muchos aseguran que Thaksin, uno de los hombres más ricos de Tailandia gracias a su imperio de telecomunicaciones, ha sido el único político capaz de enamorar al pueblo tailandés. En un país marcado por la inestabilidad y los golpes de Estado, él ha sido el único en conseguir ganar una reelección y el primero en obtener una mayoría absoluta. Su llegada al poder supuso además la consolidación de la élite empresarial y de su control de la política, área que había estado dominada por los militares desde el derrocamiento de la monarquía absoluta en 1932.

Su exilio en Dubai para evitar cumplir su condena no ha mermado su influencia. Una buena prueba fue la victoria en las pasadas elecciones del mes de julio de su hermana pequeña, Yingluck, una mujer sin experiencia en la política y prácticamente desconocida hasta hace unos meses. Sus políticas, muy similares a las que pusiera en práctica su hermano, y la elección como ministros a personas muy cercanas al ex primer ministro, como el actual viceprimer ministro, Chalerm Yoobamrung, la pusieron a prueba en las primeras semanas de su mandato. “El Gobierno de su hermana es en realidad su Gobierno [de Thaksin]. Los nombramientos fueron sus decisiones basadas en su propia red y coaliciones”, asegura el analista político Thitinan Pongsudhirak.

Los más críticos aseguran que la influencia de Thaksin va más allá de los nombramientos y llegan a asegurar que las decisiones de Yingluck vienen dictadas por su hermano mayor. La reciente visita del ex primer ministro a Corea del Sur, para discutir un sistema de irrigación que evite nuevas inundaciones, como las que han asolado al país en los últimos meses, o la conversación que mantuvo en septiembre por Skype con los ministros durante una reunión del Consejo, confirman que éste es algo más que un político retirado de la escena política nacional.

El regreso del ex primer ministro será uno de los elementos clave del proceso de reconciliación en el que está inmerso el país. “El retorno de Thaksin se ha suspendido de forma indefinida. Pero para que Tailandia vuelva a la paz y la estabilidad se tiene que aclarar su situación”, asegura el analista Thitinan. Por su parte, el profesor Pitch Pongsawat aclara que el principal interesado en que el derrocado mandatario vuelva, es el actual número dos, Chalerm, quien ha asegurado que seguirá presionando para obtener una amnistía que incluiría a personas de la oposición y que, según él, el pueblo consiente. “Dejé claro desde 2009 que aquellos que estuvieran de acuerdo con mi idea [de que Thaksin vuelva] debían votar por el Puea Thai [partido que lidera Yingluck]. El resultado de las elecciones del 3 de julio de 2011 fue un referéndum en sí mismo", aseguró el viceprimer ministro a los medios.

En los últimos meses, Thaksin se ha ganado la confianza de algunas clases medias, especialmente después de los duros enfrentamientos en Bangkok de hace año y medio, pero también ha perdido parte de su encanto con las clases más bajas. “Me preocupa la posibilidad de un conflicto a largo plazo entre Thaksin y los camisas rojas. Hay muchos camisas rojas en prisión por lesa majestad o por su lucha contra el anterior Ejecutivo [del Partido Democrático]. Si Thaksin no hace nada para ayudarlos, este conflicto será más intenso”, afirma Kan Yuenyong, director ejecutivo del think tank Siam Intelligence Unit.

Tras las elecciones, el Frente Unido por la Democracia y contra la Dictadura (UDD), la principal organización de los camisas rojas, ya apuntilló que su apoyo no era un cheque en blanco y que su principal objetivo es que haya una investigación de las muertes del año pasado. "Reconciliación no es lo mismo que amnistía. No vamos a aceptar una amnistía", aseguró su presidenta, Thida Thavornseth, en una conversación el pasado mes de julio.

En todo este proceso, la actual primera ministra puede adquirir un rol mucho más importante y convertirse en la pieza clave de la reconciliación. “Yingluck está mostrando cada vez más que es un puente entre las dos partes”, afirma el politólogo Thitinan. “Los enemigos de Thaksin ahora la odian, pero su temperamento conciliador y su estilo son mejores de lo que su hermano podría haber hecho”.

 

 

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