Las cinco claves de la gestión del líder chino al mando del gigante asiático.

 

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El 15 de noviembre se cumple un año desde que Xi Jinping llegó a lo más alto del Partido Comunista de China (PCCh). El nuevo líder del país tiene en sus manos la responsabilidad de sortear la crisis internacional y mantener el crecimiento económico, todo ello intentando paliar las desigualdades sociales, reducir la contaminación y sentar las bases de un humilde estado del bienestar. Embarcado en esta complicada tarea, estas han sido las cinco claves del primer año de Xi Jinping al frente de China:

 

Adalid de la lucha contra la corrupción

Desde sus primeros días en el poder, el líder chino ha intentado lanzar un mensaje al Partido Comunista y a la sociedad: se acabó el despilfarro y el lujo en la Administración. Durante el último año, el dinero público destinado a regalos, cenas, viajes o actos de inauguración se ha reducido considerablemente. Tanto es así que toda la industria del lujo (las tiendas de relojes de gama alta, los hoteles de cinco estrellas, los restaurantes más caros, etcétera) se ha visto muy afectada por la nueva política de austeridad impulsada por Xi Jinping.

El nuevo líder de China quiere alcanzar dos objetivos con esta campaña: primero, controlar la corrupción en la administración pública, que el anterior presidente, Hu Jintao, ya advirtió podría suponer “el fin del Partido y del país”; y segundo, presentarse como un político más cercano y humano, un presidente con los pies en la tierra. En este sentido, parece avanzar hacia cierto populismo moderno (como ha demostrado dándole a su mujer el rol de primera dama), intentando adaptar a la clase política china al siglo XXI. Un leve aire de modernidad con el que Xi Jinping busca conectar con los ciudadanos más desencantados.

 

¿El nuevo Deng Xiaoping?

Xi Jinping aspira a convertirse en el nuevo Deng Xiaoping, el gran reformista capaz de transformar la economía del país en el momento decisivo. Aunque China sigue creciendo a un ritmo elevado (una media del 7,6% del PIB en lo que va de año), cada vez penden más dudas sobre las bases de su desarrollo. El modelo basado en inversiones, exportaciones e infraestructuras, que tan bien ha funcionado durante las últimas décadas, podría estar tocando a su fin. Es el momento de dar un salto hacia el consumo interno, la innovación tecnológica y una economía que responda mejor a las leyes del mercado.

Es en este contexto en el que se ha aprobado la apertura a finales de septiembre de una nueva zona de libre comercio en Shanghai. Aunque todavía se desconocen todos los detalles, ya se ha anunciado que se permitirá la fluctuación libre del yuan y que se dejará en manos del mercado los tipos de interés bancario. El proyecto, que parece ser una iniciativa personal del primer ministro Li Keqiang, pretende ser otro paso en el lento proceso de liberalización de la economía china.

A pesar de estos impulsos reformistas, Xi Jinping corre el riesgo de quedarse corto. La necesidad de buscar consenso en el Partido Comunista y de enfrentarse a los intereses creados en los últimos años (por ejemplo, en las enormes empresas de propiedad estatal, con las que muchos políticos se enriquecen) han demostrado durante el último año las limitaciones de las reformas económicas de Xi Jinping, que pueden poner en peligro la salud de la segunda economía mundial.

 

El fin del caso Bo Xilai

Durante el último año y medio, el Partido Comunista ha vivido una de sus mayores amenazas en la figura de Bo Xilai, ex miembro del politburó e importante personalidad política del país. Xi Jinping ha querido ser tajante y cerrar el caso cuanto antes para evitar cualquier tipo de división interna: Bo Xilai ha sido condenado a cadena perpetua acusado de haber aceptado 2,5 millones de euros en sobornos, malversación de dinero público y abuso de poder.

La limpieza dentro del PCCh no sólo ha afectado a Bo Xilai, sino a todo aquel que le había apoyado de forma explícita, entre ellos Zhou Yongkang, hombre fuerte del Gobierno entre 2007 y 2012. Durante los últimos 365 días, Zhou Yongkang ha visto como muchos de sus protegidos, tanto en la provincia de Sichuan como en la empresa estatal China National Petroleum Corporation (CNPC), han caído acusados de corrupción.

La rapidez y la decisión con la que Xi Jinping ha destruido la red política tejida por Bo Xilai y Zhou Yongkang es una muestra de su poder indiscutible dentro del Partido. Pocos se atreverán en los próximos años a cuestionar a las autoridades centrales de la forma en la que lo hizo Bo.

 

Una política exterior más activa

Aunque Xi Jinping ha buscado mejorar las relaciones con sus vecinos asiáticos, los resultados han sido desiguales. Después de numerosos enfrentamientos diplomáticos con países como Vietnam y Filipinas por la soberanía de las islas Spratley y Paracel, Pekín ha firmado en los últimos meses acuerdos con Brunei y Vietnam para explotar conjuntamente los recursos en las aguas en disputa. Si se convierte en un éxito, este modelo podría sentar las bases para acabar con uno de los conflictos territoriales más importantes en el sureste asiático.

Peor han ido las cosas con Japón. A pesar de los enormes nexos comerciales que unen a los dos países, sus presidentes tan sólo se han encontrado brevemente a lo largo de este año en la reunión del G-20 de septiembre. La falta de iniciativas en la relación con Tokio es una garantía de que las tensiones seguirán presentes en los próximos años.

Fuera del continente asiático, Xi Jinping ha tenido una política exterior más activa en todos los frentes. El nuevo líder no ha descuidado la relación con las potencias tradicionales (especialmente Rusia y Estados Unidos, incluidas en sus dos primeras visitas oficiales), pero se ha volcado sobre todo en la construcción de un mundo más multipolar. Su acercamiento con México, su decidido apoyo al G-20 y la creación en marzo de 2013 del Banco de Desarrollo de los BRICS (que intenta ser una alternativa al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial) son una buena muestra de la influencia creciente de Pekín en el mundo. En los próximos años cabe esperar una China más implicada y protagonista en la escena internacional (por ejemplo, en Oriente Medio), un ambiente en el que Xi Jinping parece sentirse más cómodo que sus predecesores en el cargo.

 

El sueño chino

Si el “desarrollo científico” y la “armonía social” se convirtieron en los eslóganes más repetidos por Hu Jintao, el nuevo líder del PCCh ha traído consigo dos nuevas etiquetas: el “sueño chino” y el “renacimiento nacional”. Xi Jinping intenta de esta forma reforzar una de las guías ideológicas del país durante todo el siglo XX, la del nacionalismo chino y su nuevo (e importante) lugar en el mundo.

Con su “sueño chino”, que ha llenado portadas de periódicos y decorado las principales ciudades del país, Xi Jinping busca apelar al lado más emotivo de los ciudadanos, algo a lo que los políticos chinos no nos tenían acostumbrados. En el nuevo eslogan (ridiculizado por su carácter propagandístico en las redes sociales) el líder busca también encarnar una China con mayores aspiraciones y exigencias. Xi Jinping debería ser el presidente que en el 2022 lleve a China a lo más alto de la economía mundial; en su primer año en el poder, y con su “sueño chino” con bandera, ya ha querido dejar claro que esa es su gran aspiración.

 

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