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El año pasado recibió el título de "año del desarrollo". Los líderes del mundo rico hicieron llamamientos apasionados de ayuda a los pobres en la cumbre de Gleneagles (Escocia). En Davos, el presidente francés Jacques Chirac propuso la creación de un impuesto sobre los billetes de avión para financiar la ayuda exterior. En la reunión de la OMC, celebrada en Hong Kong en diciembre, los países más avanzados se ofrecieron a eliminar de forma gradual los subsidios a sus exportaciones agrarias. Bono, el líder de U2, viajó a todas partes, desde Nigeria hasta Washington, con el fin de promover la Campaña Uno para eliminar la pobreza mundial, y las estrellas de cine se colocaron pulseras en apoyo de su causa. "No puede haber excusa, defensa ni justificación para la situación que sufren millones de seres humanos", dijo el primer ministro británico Tony Blair en marzo. "No debe haber nada que nos impida cambiarlo".

¿Está mejorando de verdad la situación para los más necesitados? Cada año, el Centro para el Desarrollo Global (CGD, en sus siglas en inglés) y Foreign Policy examinan, más allá de la retórica, cómo están ayudando o perjudicando los gobiernos ricos a los países pobres. ¿Cuánta ayuda proporcionan? ¿Qué barreras arancelarias existen contra importaciones como el algodón de Mali o el azúcar de Brasil? ¿Hacen algo para retrasar el calentamiento global? Para averiguarlo, el Índice puntúa a 21 países, evaluando sus políticas y sus prácticas en siete áreas de acción oficial: ayuda exterior, comercio, inversiones, inmigración, medio ambiente, seguridad y tecnología.

En gran medida, las iniciativas del año pasado no estuvieron a la altura de las promesas. En casi todas las áreas políticas que repercuten en los países pobres, lo más frecuente entre los gobiernos de las naciones ricas fue que o no llevaran sus palabras a la práctica o, sencillamente, se callaran. En Gleneagles, los negociadores británicos y estadounidenses impulsaron un acuerdo para "perdonar la deuda" a 40 Estados pobres, sobre todo africanos. Tal vez parezca una medida muy generosa, pero ese alivio no representa más que un 1% de incremento de la ayuda. Los miembros del G-8 se "comprometieron" también a "reducir sustancialmente" las subvenciones y los aranceles que protegen a sus agricultores a costa de los de los países pobres. También esta oferta podía parecer buena pero, en realidad, cuando se detalló meses después, sólo equivalía a reducir las barreras arancelarias en un 1%. El hecho de que se ofrezca tan poco es uno de los motivos por los que las negociaciones comerciales mundiales están tan miserablemente estancadas.

Ningún aspecto del desarrollo ha ocupado más titulares, en este último año, que la inmigración. En Estados Unidos, millones de inmigrantes latinoamericanos se manifestaron por las calles e hicieron huelga con el fin de llamar la atención hacia todo lo que aportan de positivo a la economía del país. El primer ministro Blair creó una Comisión para África, pero ésta evitó discutir qué podría hacer Reino Unido para que a una persona procedente de Kenia o Ghana le sea más fácil inmigrar, obtener empleo, adquirir una formación y enviar dinero a casa. En el Congreso de Estados Unidos se debatió un proyecto de ley sobre inmigración que luego quedó bloqueado.

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Un dato de 2005 al que se ha dado mucha menos publicidad es el notable aumento de la ayuda exterior global suministrada por los países ricos. Ascendió a 106.500 millones de dólares (unos 84.000 millones de euros), una cantidad sin precedentes, en gran parte gracias al dinero destinado a la reconstrucción en Irak. Pero casi 19.000 millones de esa ayuda consistieron en la cancelación de viejos préstamos a Irak y Nigeria. A la hora de observar estas cifras de ayuda no hay que perder la perspectiva. Por ejemplo, sólo el año pasado, India y China aumentaron en unos 400.000 millones de dólares, entre los dos, sus resultados económicos. Ésa es la prueba de que, la mayoría de las veces, son las fuerzas internas y no las externas las que impulsan el desarrollo. La exportación china de bienes y la india de servicios a los países ricos han ayudado a generar un crecimiento económico y una reducción de la pobreza tan rápidos que, seguramente, el Objetivo de Desarrollo del Milenio de disminuir al 50% el número de personas que viven con un dólar al día, a escala mundial, se ha cumplido.

Quizá los factores internos sean el motor del desarrollo, pero los externos pueden facilitarlo o representar un obstáculo. Lo dejó claro Andrew Natsios, antiguo responsable de la Agencia de Desarrollo Internacional de EE UU, cuando mostró su rechazo a su tradicional programa de ayuda alimentaria antes de dejar su puesto en enero pasado. Natsios criticó una ley que exige al Gobierno comprar alimentos a los agricultores estadounidenses, transportarlos en barcos estadounidenses y distribuirlo en las regiones afectadas por la hambruna a través de organizaciones estadounidenses. La Administración debe seguir estos cauces incluso cuando eso supone bajar los precios locales de los alimentos —y, por consiguiente, empujar a más agricultores a la pobreza— y aun en los casos en los que podría comprar comida a los campesinos próximos a las zonas de hambruna por mucho menos dinero. Algunas ONG, que obtienen una parte importante de sus fondos de este programa, defendieron el statu quo y alegaron que abandonar el requisito del made in America haría que el programa tuviera menos apoyo entre los agricultores y transportistas estadounidenses. El Congreso se apresuró a rechazar la propuesta de reforma de Natsios. Es éste un triste síntoma de lo endeble que es todavía el compromiso con el desarrollo.

Podría parecer extraño que estados pequeños como Países Bajos superen a economías como Japón y Estados Unidos. Pero el Índice mide hasta qué punto los participantes están a la altura de su potencial. La verdad es que incluso los propios holandeses podrían estar mejor. Por ejemplo, participan en la Política Agraria Común europea, que grava con un impuesto de un 40% las importaciones agrícolas de los pobres. Desde luego, digan lo que digan, ésa no es manera de ayudarlos.

 


Y el ganador es…
Este año, los Países Bajos superan a Dinamarca y se quedan con el primer puesto en el Índice. Una nueva política para limitar las importaciones de madera cortada ilegalmente procedente de países tropicales y su apoyo al esfuerzo internacional para controlar los sobornos le han ayudado ser el país ganador.

Pero la razón principal de esta primera posición son los traspiés de los demás. Los daneses, que históricamente han estado a la cabeza de la clasificación, son los que han sufrido la mayor caída. Copenhague padece las consecuencias de una reducción del 14% de su ayuda exterior entre 2001 y 2004, mientras que su economía creció un 9%. Nueva Zelanda también ha descendido, en la medida en que el número de inmigrantes de países en desarrollo ha pasado de 48.000 en 2001 a 29.000 en 2005.

Un país que ha avanzado mucho este año es Japón, que ocupa la última posición desde que se empezó a elaborar el Índice, en 2003. Ha puesto fin a la costumbre tradicional de presionar a gobiernos de países pobres para que no aplicaran normas laborales, de derechos humanos y medioambientales en fábricas de propiedad nipona. España ha tenido los incrementos más espectaculares por la nueva política de inmigración que facilita a los extranjeros la posibilidad de entrar y trabajar legalmente.

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La tendencia general sigue siendo de pocos cambios. La puntuación media de todos los países del Índice tuvo un discreto aumento, de 5,0 en 2003 a 5,3 en 2005, y este año ha bajado ligeramente, a 5,2. Sin embargo, a lo largo de estos cuatro años, los que han mejorado sus calificaciones son el doble de los que han empeorado. Es una tendencia prometedora, porque el desarrollo no consiste sólo en dar dinero, sino en que los ricos y poderosos se hagan responsables de las políticas que afectan a los pobres e impotentes.

 

 

 


El despilfarro de Irak

La ayuda exterior batió en 2005 todas las marcas. El total dado por los países del Índice aumentó un 31,4%, hasta sumar 106.500 millones de dólares. Como era de esperar, el dinero destinado a Irak se llevó la mayor parte de este incremento. Sin embargo, este marcado aumento de la generosidad no es tan satisfactorio como podría parecer. Pocas veces se ha dado tanto y se ha recibido tan poco.

Casi 6.300 millones de dólares del total de 2005 consistieron en ayuda de Washington a Irak, seguramente la mayor transferencia entre dos países, en un solo año, desde el Plan Marshall. Pero el Índice no tiene en cuenta más que 10 centavos por dólar de la ayuda a ese país, porque, según el Banco Mundial, el único lugar que está por detrás a la hora de combatir la corrupción y hacer respetar la ley es Somalia. Las autoridades iraquíes calculan que hasta un 30% del presupuesto del país se pierde por culpa de la corrupción. El problema no es sólo que los iraquíes sean malos administradores. El propio Gobierno de EE UU cree que desaparecieron 8.800 millones de dólares durante los primeros 14 meses en los que gobernó la Autoridad Provisional de la Coalición (APC). A principios de 2005, al menos el 40% de la ayuda estadounidense a la reconstrucción se destinaba a seguridad. "Hasta el 60% o quizá hasta el 70% de lo que consideramos asistencia a la reconstrucción se destina a gastos no productivos", dice Ali Alaui, ministro de Finanzas de Irak.

Y los donantes no son tan generosos como les gustaría hacernos creer. De la ayuda teórica a Irak, 14.000 millones de dólares consistieron en alivio de la deuda. En los años 80, cuando Sadam Husein tenía relaciones más cordiales con Estados Unidos, Francia y otros gobiernos occidentales, éstos le hicieron generosos préstamos, que se quedaron en el aire tras la guerra del Golfo de 1991. No obstante, sobre el papel, los intereses y las penalizaciones se fueron acumulando hasta el perdón a finales de 2004. En la práctica, esta condonación, que llegó con mucho retraso, no supuso casi ningún dinero adicional para las arcas del nuevo Gobierno iraquí, porque la mayor parte de la deuda, de todas formas, nunca se habría pagado. ¿Compromiso? Sí. ¿Desarrollo? No mucho.

 

 

 


El abrevadero oficial

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Los países ricos invierten 84.000 millones de dólares anuales en subvencionar a sus agricultores. Es casi tanto como lo que dedican a ayuda exterior, que es cerca de 29 dólares al año para cada uno de los 2.700 millones de habitantes que viven con menos de dos dólares diarios en el mundo. Los pobres, muchas veces, obtienen menos ayuda que los animales de granja en los países ricos. La UE, por ejemplo, reparte te te casi 30 dólares anuales por cada oveja en su territorio. Estos subsidios hacen que bajen los precios agrarios en todo el mundo y perjudican a los agricultores en los países más pobres. Caerse en el abrevadero oficial sale más caro que nunca.

 

 

 


¡Viva la gasolina por las nubes!

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El precio del petróleo se ha triplicado desde 2002. Los ricos habitantes de los países desarrollados se quejan de ello. Pero, para los pobres, es una buena noticia. Unos precios más altos para la gasolina hacen que haya más coches de bajo consumo y que se utilice menos el automóvil y, en definitiva, retrasan el calentamiento global. Los Estados pobres son los más vulnerables a las consecuencias del cambio climático, entre las que están la subida del nivel del mar, las inundaciones y la propagación de las enfermedades infecciosas.

Como los impuestos sobre la gasolina son uno de los factores que hacen que suban los precios, cuanto más altos son en un país concreto, mejor puntuación obtiene éste en el Índice. EE UU, Canadá y Australia tienen la gasolina más barata de los 21 países porque está muy poco gravada por impuestos. Y son los que más combustible consumen. Por ejemplo, los impuestos a la gasolina en EE UU son, como media, de sólo 39 centavos el galón (10 centavos de dólar el litro), mientras que en Europa oscilan entre 2,56 dólares y 4,18 dólares por galón (67 centavos, 1,10 dólares el litro).

 

 


El desarrollo empieza en las urnas

La democracia tiene sus virtudes. Por ejemplo, los países democráticos no suelen entrar en guerra unos con otros. El premio Nobel de Economía indio Amartya Sen ha destacado que las democracias no suelen sufrir hambrunas. En los años 70, mientras el Gran Salto Adelante de China mataba a 30 millones de personas, India encontró maneras de alimentar a una población en aumento. A esta lista de cualidades, el Índice puede añadir otra más: el compromiso democrático en el propio país significa un mayor compromiso con el desarrollo en el extranjero.

En el Banco Mundial, los investigadores han elaborado un instrumento para medir la calidad de la democracia que denominan "voz y responsabilidad". Se trata de una síntesis matemática de opiniones de expertos reunidas por grupos como Freedom House y la Unidad de Inteligencia de The Economist, que mide elementos como la celebración de elecciones libres y limpias y el grado de represión contra la disidencia.

El espejo resulta igualmente revelador cuando se le da la vuelta. Cuando se comparan los datos del Banco Mundial con el Índice, se ve claramente que, cuanto más tiene que responder un gobierno ante sus ciudadanos, más ayuda a aquéllos ante los que no tiene que responder. No es sólo que un puñado de naciones nórdicas den una generosa contribución exterior. En realidad, como muestra Jörg Faust, del Instituto Alemán de Desarrollo, se trata de una pauta que se mantiene incluso aunque se elimine ese concepto del Índice. Por ejemplo, los Países Bajos no sólo dan una ayuda generosa, sino que están reduciendo sus emisiones de gas invernadero, han puesto en marcha políticas de apoyo a las inversiones en los países en desarrollo y contribuyen a las tareas de mantenimiento de la paz en todo el mundo. En el extremo opuesto, Japón, que posee el Gobierno con menos responsabilidad ante sus ciudadanos después del de Grecia, tiene un programa de asistencia muy pequeño y establece unas barreras muy altas a los trabajadores y las importaciones agrarias de los países pobres.

Este modelo nace porque, en las democracias ricas con países menos responsables, los intereses especiales desempeñan un papel más importante. Desvían los gastos oficiales de la ayuda exterior, obligan a condicionar ésta a la inversión en empresas del país donante y promueven barreras arancelarias que favorecen sus intereses.

 

 

Democracia en casa, democracia en el extranjero
Más democracia significa un mayor compromiso con el desarrollo

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Por una ayuda mayor y mejor

El Índice nos recuerda que los gobiernos podemos hacer mucho más por el desarrollo. España, duele reconocerlo, ocupa el puesto 16 de 21, empatada con Portugal. Aunque, sin que sirva de consuelo, ha mejorado su posición desde 2003, el primer año en que se elaboró el Índice, cuando se situó entre los tres últimos. De hecho, España ha sido el país que ha experimentado el mayor aumento en estos cuatro años, subiendo de 3,9 puntos en 2003 a 4,8 en 2006.

¿Cuáles son las perspectivas? Los aspectos más débiles son la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), donde España ocupa el puesto 16, así como la seguridad y el medio ambiente, en el 15 y 20, respectivamente. Es importante señalar que la mayor parte de los datos utilizados en la confección del Índice de 2006 corresponden a años anteriores. En concreto, en lo que respecta a nuestra AOD, se usó la cifra correspondiente a 2004 (el 0,25% de la renta nacional bruta) aprobada por el anterior Gobierno. Por lo tanto, no recoge todavía el aumento decidido por el actual Ejecutivo que situará la ayuda oficial, este año, en el 0,35%.

Influye en el Índice la calidad de la asistencia, que es medida a través de indicadores como el porcentaje de la AOD que está vinculado a la compra de bienes y servicios producidos por el país donante —el caso de los créditos FAD en España—; la proporción de ésta dirigida a los países más pobres; la dispersión de la cooperación entre pequeños proyectos o la apuesta multilateral. Sobre todo ello hemos establecido compromisos muy precisos en el Plan de Cooperación Internacional 2005-2008, que recogen que la ayuda debe crecer, en especial, en su componente multilateral y no reembolsable, que al menos el 20% de la misma se dirigirá a los países de menor desarrollo, con mayor atención al África subsahariana, y que una de las prioridades es la reforma de la AECI, para convertirla en una verdadera agencia de desarrollo.

En todo esto ya se pueden mostrar avances. Se han aprobado 97,5 millones de euros como aportes voluntarios a organismos internacionales de desarrollo y fondos multilaterales, como el PNUD, la FAO, el Programa Mundial de Alimentos o la Iniciativa de Vía Rápida de Educación para todos; el peso relativo de la cooperación reembolsable en la AOD total es más bajo que nunca; en 2006 se habrá alcanzado la meta de destinar el 20% de la ayuda a los países de menor desarrollo y, en fin, la aprobación de la Ley de Agencias permitirá acometer de inmediato la reforma de la AECI.

No es sólo una mayor y mejor AOD la que conseguirá que España mejore su Índice en los próximos años, pues también este Gobierno se ha comprometido con la paz y la seguridad —bien lo ilustra el despliegue de tropas en Líbano por mandato de la ONU— y con atajar el deterioro medioambiental. Me atrevo a asegurar que España mejorará en los próximos años su posición en el ranking, a no ser que los demás países también lo hagan, lo que sería el mejor escenario posible. Los datos arrojan una conclusión estimulante, ya que está cambiado la tendencia muy rápido, pero también exigente, a la hora de situar a España en el puesto que le corresponde, si tenemos en cuenta la situación de la que partíamos.

Leire Pajín es secretaria de Estado
de Cooperación Internacional de España.


 

 


La culpa no es de la ‘fuga de cerebros’

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Los países ricos libran una guerra mundial en busca de talentos. Atraen a enfermeros de Filipinas, ingenieros de India y técnicos de laboratorio de China, con el reclamo de buenos sueldos y visados fáciles de obtener. Hay más médicos kenianos trabajando fuera de su país que dentro, y lo mismo puede decirse de otras quince naciones africanas. ¿Pero no necesitan más los países pobres que los ricos a estos profesionales?

No es tan sencillo. La tan temida fuga de cerebros de los países en desarrollo puede ser incluso beneficiosa. Las mismas fuerzas que empujan a los trabajadores a salir de África y Asia ofrecen también a unos profesionales frustrados la posibilidad de desarrollar sus carreras y enviar grandes cantidades de dinero a casa. En 2002, Latinoamérica recibió 32.000 millones de dólares en remesas, seis veces más que lo que recibió en ayuda exterior.

Pensemos en el sector de la sanidad en África. En Mozambique, casi el 40% de los niños con enfermedades graves no ha sido jamás atendido por un médico o un enfermero. Pero la culpa no es de la fuga de cerebros. Casi todos estos profesionales se niegan a trabajar en las aldeas y las barriadas en las que viven esos pacientes. Unas condiciones laborales espantosas y unos salarios bajos en los hospitales públicos hacen que muchos dediquen gran parte de su tiempo a clínicas privadas. En Kenia, los medios de comunicación y las autoridades pueden quizá responsabilizar a los 3.000 enfermeros que se han ido a trabajar a países ricos, pero esas críticas suenan a falsas cuando, en la actualidad, viven en el país más de 6.000 personas capacitadas para trabajar en enfermería y, sin embargo, no lo hacen.

 

 

 

¿Algo más?
Los detalles del Índice de Compromiso con el Desarrollo CGD/ FP de 2006 se pueden ver en inglés en The Commitment to Development Index: 2006 Edition, de David Roodman, disponible en www.cgdev.org. La página web contiene informes sobre cada uno de los 21 países del Índice, así como documentos de fondo organizados por áreas políticas: Roodman escribe sobre la ayuda exterior; Roodman y Scott Standley, sobre incentivos fiscales a las ayudas privadas; William Cline, sobre comercio; Theodore Moran, sobre inversiones; Elizabeth Grieco y Kimberly Hamilton, del Instituto de Política Migratoria, sobre inmigración, lo mismo que B. Lindsay Lowell y Victoria Carro; Amy Cassara y Daniel Prager del Instituto Mundial de Recursos, sobre medio ambiente; Michael O’Hanlon y Adriana Lins, de Albuquerque, sobre seguridad, y Keith Maskus, sobre tecnología.

Se puede ver un examen crítico de las prácticas de ayuda exterior de los principales países donantes en el libro de William Easterly The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good (Penguin, Nueva York, 2006). Las migraciones internacionales son el tema del libro de Devesh Kapur y John McHale Give Us Your Best and Brightest: The Global Hunt for Talent and Its Impact on the Developing World (CGD, Washington, 2005).

 

La pobreza está detrás de casi todo, desde el terrorismo a la gripe aviar. Los países ricos parecen más decididos a acabar con ella. ¿Mera palabrería? El cuarto Índice anual CGD/FP de Compromiso con el Desarrollo puntúa a 21 naciones industrializadas
en función de si su trabajo contribuye a
erradicar, o a empeorar, la miseria mundial. España es la que más sube.

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El año pasado recibió el título de "año del desarrollo". Los líderes del mundo rico hicieron llamamientos apasionados de ayuda a los pobres en la cumbre de Gleneagles (Escocia). En Davos, el presidente francés Jacques Chirac propuso la creación de un impuesto sobre los billetes de avión para financiar la ayuda exterior. En la reunión de la OMC, celebrada en Hong Kong en diciembre, los países más avanzados se ofrecieron a eliminar de forma gradual los subsidios a sus exportaciones agrarias. Bono, el líder de U2, viajó a todas partes, desde Nigeria hasta Washington, con el fin de promover la Campaña Uno para eliminar la pobreza mundial, y las estrellas de cine se colocaron pulseras en apoyo de su causa. "No puede haber excusa, defensa ni justificación para la situación que sufren millones de seres humanos", dijo el primer ministro británico Tony Blair en marzo. "No debe haber nada que nos impida cambiarlo".

¿Está mejorando de verdad la situación para los más necesitados? Cada año, el Centro para el Desarrollo Global (CGD, en sus siglas en inglés) y Foreign Policy examinan, más allá de la retórica, cómo están ayudando o perjudicando los gobiernos ricos a los países pobres. ¿Cuánta ayuda proporcionan? ¿Qué barreras arancelarias existen contra importaciones como el algodón de Mali o el azúcar de Brasil? ¿Hacen algo para retrasar el calentamiento global? Para averiguarlo, el Índice puntúa a 21 países, evaluando sus políticas y sus prácticas en siete áreas de acción oficial: ayuda exterior, comercio, inversiones, inmigración, medio ambiente, seguridad y tecnología.

En gran medida, las iniciativas del año pasado no estuvieron a la altura de las promesas. En casi todas las áreas políticas que repercuten en los países pobres, lo más frecuente entre los gobiernos de las naciones ricas fue que o no llevaran sus palabras a la práctica o, sencillamente, se callaran. En Gleneagles, los negociadores británicos y estadounidenses impulsaron un acuerdo para "perdonar la deuda" a 40 Estados pobres, sobre todo africanos. Tal vez parezca una medida muy generosa, pero ese alivio no representa más que un 1% de incremento de la ayuda. Los miembros del G-8 se "comprometieron" también a "reducir sustancialmente" las subvenciones y los aranceles que protegen a sus agricultores a costa de los de los países pobres. También esta oferta podía parecer buena pero, en realidad, cuando se detalló meses después, sólo equivalía a reducir las barreras arancelarias en un 1%. El hecho de que se ofrezca tan poco es uno de los motivos por los que las negociaciones comerciales mundiales están tan miserablemente estancadas.

Ningún aspecto del desarrollo ha ocupado más titulares, en este último año, que la inmigración. En Estados Unidos, millones de inmigrantes latinoamericanos se manifestaron por las calles e hicieron huelga con el fin de llamar la atención hacia todo lo que aportan de positivo a la economía del país. El primer ministro Blair creó una Comisión para África, pero ésta evitó discutir qué podría hacer Reino Unido para que a una persona procedente de Kenia o Ghana le sea más fácil inmigrar, obtener empleo, adquirir una formación y enviar dinero a casa. En el Congreso de Estados Unidos se debatió un proyecto de ley sobre inmigración que luego quedó bloqueado.

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Un dato de 2005 al que se ha dado mucha menos publicidad es el notable aumento de la ayuda exterior global suministrada por los países ricos. Ascendió a 106.500 millones de dólares (unos 84.000 millones de euros), una cantidad sin precedentes, en gran parte gracias al dinero destinado a la reconstrucción en Irak. Pero casi 19.000 millones de esa ayuda consistieron en la cancelación de viejos préstamos a Irak y Nigeria. A la hora de observar estas cifras de ayuda no hay que perder la perspectiva. Por ejemplo, sólo el año pasado, India y China aumentaron en unos 400.000 millones de dólares, entre los dos, sus resultados económicos. Ésa es la prueba de que, la mayoría de las veces, son las fuerzas internas y no las externas las que impulsan el desarrollo. La exportación china de bienes y la india de servicios a los países ricos han ayudado a generar un crecimiento económico y una reducción de la pobreza tan rápidos que, seguramente, el Objetivo de Desarrollo del Milenio de disminuir al 50% el número de personas que viven con un dólar al día, a escala mundial, se ha cumplido.

Quizá los factores internos sean el motor del desarrollo, pero los externos pueden facilitarlo o representar un obstáculo. Lo dejó claro Andrew Natsios, antiguo responsable de la Agencia de Desarrollo Internacional de EE UU, cuando mostró su rechazo a su tradicional programa de ayuda alimentaria antes de dejar su puesto en enero pasado. Natsios criticó una ley que exige al Gobierno comprar alimentos a los agricultores estadounidenses, transportarlos en barcos estadounidenses y distribuirlo en las regiones afectadas por la hambruna a través de organizaciones estadounidenses. La Administración debe seguir estos cauces incluso cuando eso supone bajar los precios locales de los alimentos —y, por consiguiente, empujar a más agricultores a la pobreza— y aun en los casos en los que podría comprar comida a los campesinos próximos a las zonas de hambruna por mucho menos dinero. Algunas ONG, que obtienen una parte importante de sus fondos de este programa, defendieron el statu quo y alegaron que abandonar el requisito del made in America haría que el programa tuviera menos apoyo entre los agricultores y transportistas estadounidenses. El Congreso se apresuró a rechazar la propuesta de reforma de Natsios. Es éste un triste síntoma de lo endeble que es todavía el compromiso con el desarrollo.

Podría parecer extraño que estados pequeños como Países Bajos superen a economías como Japón y Estados Unidos. Pero el Índice mide hasta qué punto los participantes están a la altura de su potencial. La verdad es que incluso los propios holandeses podrían estar mejor. Por ejemplo, participan en la Política Agraria Común europea, que grava con un impuesto de un 40% las importaciones agrícolas de los pobres. Desde luego, digan lo que digan, ésa no es manera de ayudarlos.

 


Y el ganador es…
Este año, los Países Bajos superan a Dinamarca y se quedan con el primer puesto en el Índice. Una nueva política para limitar las importaciones de madera cortada ilegalmente procedente de países tropicales y su apoyo al esfuerzo internacional para controlar los sobornos le han ayudado ser el país ganador.

Pero la razón principal de esta primera posición son los traspiés de los demás. Los daneses, que históricamente han estado a la cabeza de la clasificación, son los que han sufrido la mayor caída. Copenhague padece las consecuencias de una reducción del 14% de su ayuda exterior entre 2001 y 2004, mientras que su economía creció un 9%. Nueva Zelanda también ha descendido, en la medida en que el número de inmigrantes de países en desarrollo ha pasado de 48.000 en 2001 a 29.000 en 2005.

Un país que ha avanzado mucho este año es Japón, que ocupa la última posición desde que se empezó a elaborar el Índice, en 2003. Ha puesto fin a la costumbre tradicional de presionar a gobiernos de países pobres para que no aplicaran normas laborales, de derechos humanos y medioambientales en fábricas de propiedad nipona. España ha tenido los incrementos más espectaculares por la nueva política de inmigración que facilita a los extranjeros la posibilidad de entrar y trabajar legalmente.

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La tendencia general sigue siendo de pocos cambios. La puntuación media de todos los países del Índice tuvo un discreto aumento, de 5,0 en 2003 a 5,3 en 2005, y este año ha bajado ligeramente, a 5,2. Sin embargo, a lo largo de estos cuatro años, los que han mejorado sus calificaciones son el doble de los que han empeorado. Es una tendencia prometedora, porque el desarrollo no consiste sólo en dar dinero, sino en que los ricos y poderosos se hagan responsables de las políticas que afectan a los pobres e impotentes.

 

 

 


El despilfarro de Irak

La ayuda exterior batió en 2005 todas las marcas. El total dado por los países del Índice aumentó un 31,4%, hasta sumar 106.500 millones de dólares. Como era de esperar, el dinero destinado a Irak se llevó la mayor parte de este incremento. Sin embargo, este marcado aumento de la generosidad no es tan satisfactorio como podría parecer. Pocas veces se ha dado tanto y se ha recibido tan poco.

Casi 6.300 millones de dólares del total de 2005 consistieron en ayuda de Washington a Irak, seguramente la mayor transferencia entre dos países, en un solo año, desde el Plan Marshall. Pero el Índice no tiene en cuenta más que 10 centavos por dólar de la ayuda a ese país, porque, según el Banco Mundial, el único lugar que está por detrás a la hora de combatir la corrupción y hacer respetar la ley es Somalia. Las autoridades iraquíes calculan que hasta un 30% del presupuesto del país se pierde por culpa de la corrupción. El problema no es sólo que los iraquíes sean malos administradores. El propio Gobierno de EE UU cree que desaparecieron 8.800 millones de dólares durante los primeros 14 meses en los que gobernó la Autoridad Provisional de la Coalición (APC). A principios de 2005, al menos el 40% de la ayuda estadounidense a la reconstrucción se destinaba a seguridad. "Hasta el 60% o quizá hasta el 70% de lo que consideramos asistencia a la reconstrucción se destina a gastos no productivos", dice Ali Alaui, ministro de Finanzas de Irak.

Y los donantes no son tan generosos como les gustaría hacernos creer. De la ayuda teórica a Irak, 14.000 millones de dólares consistieron en alivio de la deuda. En los años 80, cuando Sadam Husein tenía relaciones más cordiales con Estados Unidos, Francia y otros gobiernos occidentales, éstos le hicieron generosos préstamos, que se quedaron en el aire tras la guerra del Golfo de 1991. No obstante, sobre el papel, los intereses y las penalizaciones se fueron acumulando hasta el perdón a finales de 2004. En la práctica, esta condonación, que llegó con mucho retraso, no supuso casi ningún dinero adicional para las arcas del nuevo Gobierno iraquí, porque la mayor parte de la deuda, de todas formas, nunca se habría pagado. ¿Compromiso? Sí. ¿Desarrollo? No mucho.

 

 

 


El abrevadero oficial

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Los países ricos invierten 84.000 millones de dólares anuales en subvencionar a sus agricultores. Es casi tanto como lo que dedican a ayuda exterior, que es cerca de 29 dólares al año para cada uno de los 2.700 millones de habitantes que viven con menos de dos dólares diarios en el mundo. Los pobres, muchas veces, obtienen menos ayuda que los animales de granja en los países ricos. La UE, por ejemplo, reparte te te casi 30 dólares anuales por cada oveja en su territorio. Estos subsidios hacen que bajen los precios agrarios en todo el mundo y perjudican a los agricultores en los países más pobres. Caerse en el abrevadero oficial sale más caro que nunca.

 

 

 


¡Viva la gasolina por las nubes!

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El precio del petróleo se ha triplicado desde 2002. Los ricos habitantes de los países desarrollados se quejan de ello. Pero, para los pobres, es una buena noticia. Unos precios más altos para la gasolina hacen que haya más coches de bajo consumo y que se utilice menos el automóvil y, en definitiva, retrasan el calentamiento global. Los Estados pobres son los más vulnerables a las consecuencias del cambio climático, entre las que están la subida del nivel del mar, las inundaciones y la propagación de las enfermedades infecciosas.

Como los impuestos sobre la gasolina son uno de los factores que hacen que suban los precios, cuanto más altos son en un país concreto, mejor puntuación obtiene éste en el Índice. EE UU, Canadá y Australia tienen la gasolina más barata de los 21 países porque está muy poco gravada por impuestos. Y son los que más combustible consumen. Por ejemplo, los impuestos a la gasolina en EE UU son, como media, de sólo 39 centavos el galón (10 centavos de dólar el litro), mientras que en Europa oscilan entre 2,56 dólares y 4,18 dólares por galón (67 centavos, 1,10 dólares el litro).

 

 


El desarrollo empieza en las urnas

La democracia tiene sus virtudes. Por ejemplo, los países democráticos no suelen entrar en guerra unos con otros. El premio Nobel de Economía indio Amartya Sen ha destacado que las democracias no suelen sufrir hambrunas. En los años 70, mientras el Gran Salto Adelante de China mataba a 30 millones de personas, India encontró maneras de alimentar a una población en aumento. A esta lista de cualidades, el Índice puede añadir otra más: el compromiso democrático en el propio país significa un mayor compromiso con el desarrollo en el extranjero.

En el Banco Mundial, los investigadores han elaborado un instrumento para medir la calidad de la democracia que denominan "voz y responsabilidad". Se trata de una síntesis matemática de opiniones de expertos reunidas por grupos como Freedom House y la Unidad de Inteligencia de The Economist, que mide elementos como la celebración de elecciones libres y limpias y el grado de represión contra la disidencia.

El espejo resulta igualmente revelador cuando se le da la vuelta. Cuando se comparan los datos del Banco Mundial con el Índice, se ve claramente que, cuanto más tiene que responder un gobierno ante sus ciudadanos, más ayuda a aquéllos ante los que no tiene que responder. No es sólo que un puñado de naciones nórdicas den una generosa contribución exterior. En realidad, como muestra Jörg Faust, del Instituto Alemán de Desarrollo, se trata de una pauta que se mantiene incluso aunque se elimine ese concepto del Índice. Por ejemplo, los Países Bajos no sólo dan una ayuda generosa, sino que están reduciendo sus emisiones de gas invernadero, han puesto en marcha políticas de apoyo a las inversiones en los países en desarrollo y contribuyen a las tareas de mantenimiento de la paz en todo el mundo. En el extremo opuesto, Japón, que posee el Gobierno con menos responsabilidad ante sus ciudadanos después del de Grecia, tiene un programa de asistencia muy pequeño y establece unas barreras muy altas a los trabajadores y las importaciones agrarias de los países pobres.

Este modelo nace porque, en las democracias ricas con países menos responsables, los intereses especiales desempeñan un papel más importante. Desvían los gastos oficiales de la ayuda exterior, obligan a condicionar ésta a la inversión en empresas del país donante y promueven barreras arancelarias que favorecen sus intereses.

 

 

Democracia en casa, democracia en el extranjero
Más democracia significa un mayor compromiso con el desarrollo

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Por una ayuda mayor y mejor

El Índice nos recuerda que los gobiernos podemos hacer mucho más por el desarrollo. España, duele reconocerlo, ocupa el puesto 16 de 21, empatada con Portugal. Aunque, sin que sirva de consuelo, ha mejorado su posición desde 2003, el primer año en que se elaboró el Índice, cuando se situó entre los tres últimos. De hecho, España ha sido el país que ha experimentado el mayor aumento en estos cuatro años, subiendo de 3,9 puntos en 2003 a 4,8 en 2006.

¿Cuáles son las perspectivas? Los aspectos más débiles son la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), donde España ocupa el puesto 16, así como la seguridad y el medio ambiente, en el 15 y 20, respectivamente. Es importante señalar que la mayor parte de los datos utilizados en la confección del Índice de 2006 corresponden a años anteriores. En concreto, en lo que respecta a nuestra AOD, se usó la cifra correspondiente a 2004 (el 0,25% de la renta nacional bruta) aprobada por el anterior Gobierno. Por lo tanto, no recoge todavía el aumento decidido por el actual Ejecutivo que situará la ayuda oficial, este año, en el 0,35%.

Influye en el Índice la calidad de la asistencia, que es medida a través de indicadores como el porcentaje de la AOD que está vinculado a la compra de bienes y servicios producidos por el país donante —el caso de los créditos FAD en España—; la proporción de ésta dirigida a los países más pobres; la dispersión de la cooperación entre pequeños proyectos o la apuesta multilateral. Sobre todo ello hemos establecido compromisos muy precisos en el Plan de Cooperación Internacional 2005-2008, que recogen que la ayuda debe crecer, en especial, en su componente multilateral y no reembolsable, que al menos el 20% de la misma se dirigirá a los países de menor desarrollo, con mayor atención al África subsahariana, y que una de las prioridades es la reforma de la AECI, para convertirla en una verdadera agencia de desarrollo.

En todo esto ya se pueden mostrar avances. Se han aprobado 97,5 millones de euros como aportes voluntarios a organismos internacionales de desarrollo y fondos multilaterales, como el PNUD, la FAO, el Programa Mundial de Alimentos o la Iniciativa de Vía Rápida de Educación para todos; el peso relativo de la cooperación reembolsable en la AOD total es más bajo que nunca; en 2006 se habrá alcanzado la meta de destinar el 20% de la ayuda a los países de menor desarrollo y, en fin, la aprobación de la Ley de Agencias permitirá acometer de inmediato la reforma de la AECI.

No es sólo una mayor y mejor AOD la que conseguirá que España mejore su Índice en los próximos años, pues también este Gobierno se ha comprometido con la paz y la seguridad —bien lo ilustra el despliegue de tropas en Líbano por mandato de la ONU— y con atajar el deterioro medioambiental. Me atrevo a asegurar que España mejorará en los próximos años su posición en el ranking, a no ser que los demás países también lo hagan, lo que sería el mejor escenario posible. Los datos arrojan una conclusión estimulante, ya que está cambiado la tendencia muy rápido, pero también exigente, a la hora de situar a España en el puesto que le corresponde, si tenemos en cuenta la situación de la que partíamos.

Leire Pajín es secretaria de Estado
de Cooperación Internacional de España.


 

 


La culpa no es de la ‘fuga de cerebros’

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Los países ricos libran una guerra mundial en busca de talentos. Atraen a enfermeros de Filipinas, ingenieros de India y técnicos de laboratorio de China, con el reclamo de buenos sueldos y visados fáciles de obtener. Hay más médicos kenianos trabajando fuera de su país que dentro, y lo mismo puede decirse de otras quince naciones africanas. ¿Pero no necesitan más los países pobres que los ricos a estos profesionales?

No es tan sencillo. La tan temida fuga de cerebros de los países en desarrollo puede ser incluso beneficiosa. Las mismas fuerzas que empujan a los trabajadores a salir de África y Asia ofrecen también a unos profesionales frustrados la posibilidad de desarrollar sus carreras y enviar grandes cantidades de dinero a casa. En 2002, Latinoamérica recibió 32.000 millones de dólares en remesas, seis veces más que lo que recibió en ayuda exterior.

Pensemos en el sector de la sanidad en África. En Mozambique, casi el 40% de los niños con enfermedades graves no ha sido jamás atendido por un médico o un enfermero. Pero la culpa no es de la fuga de cerebros. Casi todos estos profesionales se niegan a trabajar en las aldeas y las barriadas en las que viven esos pacientes. Unas condiciones laborales espantosas y unos salarios bajos en los hospitales públicos hacen que muchos dediquen gran parte de su tiempo a clínicas privadas. En Kenia, los medios de comunicación y las autoridades pueden quizá responsabilizar a los 3.000 enfermeros que se han ido a trabajar a países ricos, pero esas críticas suenan a falsas cuando, en la actualidad, viven en el país más de 6.000 personas capacitadas para trabajar en enfermería y, sin embargo, no lo hacen.

 

 

 

¿Algo más?
Los detalles del Índice de Compromiso con el Desarrollo CGD/ FP de 2006 se pueden ver en inglés en The Commitment to Development Index: 2006 Edition, de David Roodman, disponible en www.cgdev.org. La página web contiene informes sobre cada uno de los 21 países del Índice, así como documentos de fondo organizados por áreas políticas: Roodman escribe sobre la ayuda exterior; Roodman y Scott Standley, sobre incentivos fiscales a las ayudas privadas; William Cline, sobre comercio; Theodore Moran, sobre inversiones; Elizabeth Grieco y Kimberly Hamilton, del Instituto de Política Migratoria, sobre inmigración, lo mismo que B. Lindsay Lowell y Victoria Carro; Amy Cassara y Daniel Prager del Instituto Mundial de Recursos, sobre medio ambiente; Michael O’Hanlon y Adriana Lins, de Albuquerque, sobre seguridad, y Keith Maskus, sobre tecnología.

Se puede ver un examen crítico de las prácticas de ayuda exterior de los principales países donantes en el libro de William Easterly The White Man’s Burden: Why the West’s Efforts to Aid the Rest Have Done So Much Ill and So Little Good (Penguin, Nueva York, 2006). Las migraciones internacionales son el tema del libro de Devesh Kapur y John McHale Give Us Your Best and Brightest: The Global Hunt for Talent and Its Impact on the Developing World (CGD, Washington, 2005).