Un nuevo debate sobre el ateísmo está generándose en Estados Unidos, Reino Unido y Francia, una polémica de la que no se hablaba en público desde hace tiempo. En buena parte, este resurgir responde al intento –por parte de la derecha cristiana, sobre todo– de introducir en las escuelas la enseñanza del creacionismo o su estadio posterior, el diseño inteligente, teorías que remiten a la existencia de un dios creador y que aparecieron en el mundo anglosajón antes de contagiarse a otras sociedades. Quien ha encabezado la rebelión intelectual es el biólogo evolutivo británico Richard Dawkins, calificado por algún comentarista como “ateo profesional”, que ocupa la cátedra de Entendimiento público de la Ciencia en la Universidad de Oxford. Su libro The God Delusion (La falsa ilusión de Dios, 2006) se ha situado durante varios meses en las listas de best sellers tanto
en el Reino Unido como en EE UU.

En las librerías de varios países abundan los temas religiosos. Entre ellos está el del filósofo hedonista francés Michel Onfray, Tratado de ateología (traducido al español y al inglés en 2006), en el que arremete contra el cristianismo, el judaísmo y el islam; el de Victor Stenger, God: The Failed Hypothesis (Dios: la hipótesis fallida, 2007), o el anunciado God Is Not Great (Dios no es grande), de Christopher Hitchens. Y hay otros en sentido inverso.

En el mundo cristiano, la religión vuelve a ser uno de los elementos centrales de la batalla política (en el musulmán ya lleva tiempo siéndolo). El choque de civilizaciones empieza por ser interno. Algunos ven en lo que está ocurriendo un choque de fundamentalismos, no entre religiones, sino entre laicistas a ultranza y creyentes fervientes. Y esta tensión entra ahora en Europa y se mezcla con las polémicas sobre las uniones gays o el derecho de adopción de los homosexuales. En Inglaterra es donde más avanzada está la discusión en torno a las escuelas religiosas (de todas las confesiones) y donde algunos grupos intentan introducir la enseñanza del diseño inteligente.

No vamos a discutir aquí sobre la existencia o no de Dios, ni sobre su concepto. Tampoco sobre la frecuente confusión, especialmente en las religiones de Abraham, entre la cuestión de Dios y la de la supervivencia después de la muerte de lo que suele entenderse por “alma”. Puede ser cierto que “el ateísmo es bueno para el alma”, como indicaba un comentarista en una conocida tienda de venta de libros en la Red. En lo que queremos hacer hincapié es en el fenómeno sociológico y político del nuevo debate sobre el ateísmo, distinto al habitual sobre el agnosticismo. Daniel Dennett, autor de Breaking the Spell (Romper el hechizo, 2006), consideraba en The New York Review of Books que “los argumentos que expone y refuta Dawkins son los que se sueltan en miles de púlpitos cada semana y llegan a millones de televidentes cada día, y ni los tele-evangélicos ni los autores de best sellers sobre temas espirituales prestan la más ligera atención a las sutilezas de los teólogos”.

Pese a estas coincidencias anglosajonas, es sabido que la actitud con respecto a la existencia de Dios y en cuanto a la fe es muy distinta en Europa y Estados Unidos –como reflejan las encuestas del Centro Pew de Actitudes Globales– y que los británicos están entre los más descreídos. (En la UE de 27, los españoles se sitúan entre los cinco últimos en cuanto a la importancia que prestan a la religión, según el Eurobarómetro). La sociedad estadounidense es la única rica y avanzada que, de forma mayoritaria, considera muy importante la fe. La religión está cada vez más imbricada con la política en las Américas (no sólo en EE UU; véase el caso de la súbita nueva religiosidad de Daniel Ortega en Nicaragua). Por el contrario, cuando en periodos electorales se han comentado las creencias de Blair (ferviente anglicano, que, sin embargo, acude a la misa católica acompañando a su mujer), éste se ha declarado molesto, al considerar que se trata de un ámbito estrictamente personal.

En el mundo cristiano, la religión vuelve a ser central en la batalla política, y los libros que propugnan el ateísmo se convierten en ‘best sellers’

Lo que sí parece claro es que, a este respecto, el Viejo Continente es una isla, mientras en el resto del mundo el peso de la religión va en aumento, incluso en China. “Lo que hace singular a la Europa moderna es ser la primera y única civilización en la que el ateísmo constituye una opción plenamente legítima, no un obstáculo, para cualquier cargo público”, considera el filósofo esloveno Slavoj Zizek. Uno puede declararse ateo y no pasa nada (aunque las sociedades europeas puedan cambiar con la creciente religiosidad que aporta la inmigración –musulmana o cristiana– y el aumento de movimientos integristas). Esto no ocurre en Estados Unidos. O en las sociedades islámicas. Así, los ciudadanos de algunos países musulmanes están de acuerdo con la afirmación de que “los políticos que no creen en Dios no son aptos para desempeñar cargos públicos” (un 88% en Egipto y un 83% en Irán), una afirmación que también cuenta con un gran respaldo en Filipinas (71%), Uganda (60%) y Venezuela (52%), por citar algunos ejemplos. ¿Es necesario creer en Dios para ser moral? En EE UU, el 58% de los ciudadanos dice que sí, frente a un 33% en Alemania, un 27% en Italia y un 25% en Reino Unido. El debate sobre el ateísmo está de regreso. De momento, más preocupantes que sus efectos son sus causas.

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