La llegada constante de inmigrantes hispanos amenaza con dividir
Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas. A diferencia de grupos
anteriores de inmigrantes, los mexicanos y otros hispanos no se han integrado
en la cultura estadounidense dominante, sino que han formado sus propios enclaves
políticos y lingüísticos -desde Los Ángeles hasta Miami-y rechazan los
valores angloprotestantes que construyeron el sueño americano. EE UU corre un
riesgo si ignora este desafío.

Estados Unidos fue creado, en los siglos xvii y xviii, por colonos fundamentalmente
blancos, británicos y protestantes. Sus valores, instituciones y cultura proporcionaron
los cimientos de la nación e inspiraron su desarrollo en los siglos posteriores.
En un principio, definieron el país desde el punto de vista de la raza, el origen
étnico, la cultura y la religión. En el siglo xviii tuvieron que añadir la perspectiva
ideológica para justificar la independencia de la metrópoli, que también era
blanca, británica y protestante. Thomas Jefferson expuso su "credo" -como lo
llamó el economista y premio Nobel Gunnar Myrdal- en la Declaración de Independencia,
y, desde entonces, los estadistas han reiterado sus principios, y la población
los ha hecho suyos, como componente esencial de su identidad estadounidense.

En los últimos años del siglo xix, sin embargo, el componente étnico se amplió
con la inclusión de alemanes, irlandeses y escandinavos, y la identidad religiosa
de EE UU pasó de protestante a una definición más general de cristiana. Con
la Segunda Guerra Mundial y la incorporación de enormes cantidades de inmigrantes
del este y el sur de Europa, llegados con sus hijos, la procedencia étnica prácticamente
desapareció como componente definitorio de la identidad nacional. Lo mismo ocurrió
con la raza, tras las victorias del movimiento de lucha por los derechos civiles
y la ley sobre inmigración y nacionalidad de 1965. Ahora los estadounidenses
consideran que tienen un país multiétnico y multirracial, y lo aprueban. Como
consecuencia, la identidad de Estados Unidos, hoy, se define en función de la
cultura y el credo.

La mayoría de los estadounidenses consideran que el credo es el elemento crucial
de su identidad nacional. Sin embargo, éste fue producto de una cultura
específica, la angloprotestante, que tenían los colonos fundadores.
Los elementos clave de dicha cultura son la lengua inglesa, el cristianismo,
el compromiso religioso, el concepto inglés del imperio de la ley -que
engloba la responsabilidad de los gobernantes y los derechos de los individuos-
y los valores protestantes del individualismo, la ética del trabajo y
la convicción de que los seres humanos tienen la capacidad y el deber
de intentar crear un cielo en la tierra, una "ciudad sobre una colina".
A lo largo de la historia, EE UU ha atraído a millones de inmigrantes
debido a esa cultura, gracias a las oportunidades económicas y libertades
políticas que ella ha hecho posibles.

Las aportaciones de las culturas inmigrantes modificaron y enriquecieron la
cultura angloprotestante. Pero su esencia siguió siendo la base de la
identidad estadounidense, por lo menos, hasta las últimas décadas
del siglo xx. ¿Sería EE UU el país que ha sido, y es aún
en gran medida, si lo hubieran colonizado católicos franceses, españoles
o portugueses, y no protestantes británicos? La respuesta es claramente
"no". No sería EE UU; sería Quebec, México
o Brasil. Ahora bien, en las últimas décadas del siglo xx, la
cultura angloprotestante de EE UU y su credo comenzaron a sufrir agresiones
por la popularidad, en círculos intelectuales y políticos, del
multiculturalismo y la diversidad, el avance de la identidad de grupo basada
en la raza, la procedencia étnica y el sexo, por encima de la nacional;
la influencia de las diásporas culturales internacionales; el número
cada vez mayor de inmigrantes con doble nacionalidad y doble lealtad, y la importancia
creciente que atribuyen las autoridades intelectuales, empresariales y políticas
del país a las identidades cosmopolitas y transnacionales. Además,
la identidad nacional estadounidense, como la de otros Estados-nación,
se enfrenta al reto de la globalización, con la necesidad que ésta
crea en la gente de que haya identidades "de sangre y creencias"
más reducidas y significativas.

La división cultural entre hispanos
y anglos podría reemplazar la división racial entre blancos
y negros como la fractura más seria en la sociedad de EE UU

En esta nueva era, el desafío más grave e inmediato al que se
enfrenta la identidad tradicional de EE UU es el que suponen la inmensa y constante
inmigración de Latinoamérica, sobre todo de México, y los
índices de natalidad de estos inmigrantes en comparación con los
nativos, tanto blancos como negros. A los estadounidenses les gusta presumir
de cómo, en el pasado, han asimilado a millones de inmigrantes en su
sociedad, su cultura y su política. Sin embargo, cuando hablan de inmigrantes,
suelen generalizar: no diferencian entre ellos y se centran en los costes y
beneficios económicos de la inmigración, pero ignoran sus consecuencias
sociales y culturales, pasando por alto las características y los problemas
peculiares que plantea la inmigración actual de hispanos. La inmigración
de hoy tiene una dimensión y una naturaleza muy distinta a las anteriores,
y no parece probable que la asimilación lograda en el pasado se repita
con los inmigrantes de Latinoamérica. Esto suscita un interrogante clave:
¿seguirá siendo EE UU un país con una sola lengua y una
base cultural angloprotestante? Al ignorar esta pregunta, los estadounidenses
están aceptando que se convertirán en dos pueblos, con dos culturas
(anglo e hispana) y dos lenguas (inglés y español).

El impacto de la inmigración mexicana en EE UU queda patente cuando
se piensa en qué ocurriría si el flujo se detuviera de pronto.
El número anual de inmigrantes legales descendería en unos 175.000,
más cerca del nivel recomendado por la Comisión para la Reforma
de la Inmigración que presidió, en los 90, la ex congresista Barbara
Jordan. Las entradas ilegales disminuirían drásticamente. Los
salarios de los ciudadanos de menos ingresos mejorarían. Los debates
sobre el uso del español y sobre si es preciso declarar el inglés
lengua oficial, tanto estatal como nacionalmente, se calmarían. La educación
bilingüe y las controversias que suscita casi desaparecerían, igual
que las polémicas sobre la Seguridad Social y otras prestaciones a inmigrantes.
La respuesta a si éstos son una carga económica para los Gobiernos
estatales y el federal sería negativa. El nivel de educación y
preparación de los inmigrantes que siguieran llegando sería el
más alto en la historia del país. El flujo de recién llegados
volvería a ser muy variado, lo que motivaría más a todos
los recién llegados a aprender inglés y absorber la cultura estadounidense.
Pero, sobre todo, desaparecería la posibilidad de una escisión
de facto entre un país de habla predominante hispana y otro de habla
inglesa, y, con ello, una enorme amenaza potencial para la integridad cultural
y política del país.

UN MUNDO DE DIFERENCIAS
La inmigración que llega ahora de México y, en general, de Latinoamérica,
no tiene precedentes en la historia de EE UU. Las lecciones extraídas
de inmigraciones pasadas no sirven para comprender su dinámica y consecuencias.
La inmigración mexicana se distingue de otras anteriores y de casi todas
las actuales por una serie de factores: contigüidad, escala, ilegalidad,
concentración regional, persistencia y presencia histórica.

Contigüidad | La idea que tiene EE UU de la inmigración suele estar
simbolizada por la estatua de la Libertad, la isla de Ellis y, en tiempos más
recientes, el aeropuerto JFK, de Nueva York. En otras palabras: los inmigrantes
que llegan al país después de atravesar miles de kilómetros
de océano. Tales imágenes influyen en la actitud hacia los inmigrantes
y la política de inmigración oficial. Pero esas imágenes
tienen poco o nada que ver con la inmigración mexicana. Ahora, EE UU
está viviendo la llegada masiva de personas desde un país pobre
y contiguo, cuya población es más de un tercio de la suya. Entran
a través de una frontera de 3.500 kilómetros, históricamente
delimitada por una línea en el suelo y un río poco profundo, nada
más. Es una situación única, desde el punto de vista estadounidense
y mundial. Ningún otro país del Primer Mundo comparte una frontera
terrestre tan extensa con otro del Tercer Mundo. Y la trascendencia de esta
larga frontera queda aún más patente por las diferencias económicas
entre ambos. "La diferencia de ingresos entre EE UU y México",
destaca el historiador de la Universidad de Stanford David Kennedy, "es
la mayor que existe entre dos países contiguos en el mundo". La
contigüidad permite a los inmigrantes mexicanos permanecer en íntimo
contacto con sus familias, sus amigos y sus lugares de origen, en mucha mayor
medida que los procedentes de otros países.

Escala | Las causas de la inmigración mexicana, como de otras, están
en la dinámica demográfica, económica y política
del país de origen y los atractivos económicos, políticos
y sociales de EE UU. Pero es evidente que la contigüidad fomenta la migración.
Desde 1965, la inmigración mexicana ha aumentado sin cesar. En los 60
entraron legalmente en EE UU unos 640.000 mexicanos; en los 80, 1.656.000, y
en los 90, 2.249.000. Es esas tres décadas, los mexicanos representaron,
respectivamente, el 14%, el 23% y el 25% de la inmigración legal total.
Estos porcentajes no pueden equipararse con los inmigrantes de Irlanda entre
1820 y 1860 o de Alemania en las décadas de 1850 y 1860. Pero son índices
elevados en comparación con la enorme variedad de países de origen
de los inmigrantes antes de la Primera Guerra Mundial y otros inmigrantes contemporáneos.
A ellos hay que añadir, además, el gran número de mexicanos
que entran ilegalmente cada año. Desde los 60, el número de extranjeros
en EE UU ha aumentado enormemente; asiáticos y latinoamericanos han sustituido
a europeos y canadienses, y la diversidad de países de origen ha dado
paso al predominio de uno de ellos: México (ver cuadro en página
23). En 2000, los inmigrantes mexicanos representaban el 27,6% de la población
de Estados Unidos nacida en el extranjero. Los dos contingentes sucesivos, chinos
y filipinos, no eran más que el 4,9% y el 4,3% de dicho grupo.

En los 90, los mexicanos representaron más de la mitad de los nuevos
inmigrantes latinoamericanos, y en 2000, los hispanos fueron, aproximadamente,
la mitad de todos los inmigrantes en el EE UU continental. Ese mismo año,
los hispanos eran el 12% de la población total del país. Entre
2000 y 2003, el grupo creció casi en un 10%, y ahora ha superado a los
negros. Se calcula que para 2050 los hispanos pueden constituir un 25% de la
población. Estos cambios no se deben sólo a la inmigración,
sino también a la natalidad. En 2002, los índices de natalidad
en EE UU se calculaban en un 1,8% para los blancos no hispanos, un 2,1% para
los negros y un 3% para los hispanos. "Es característico de los
países en desarrollo", observaba The Economist en 2002. "A
medida que la gran masa de hispanos llegue a la edad fértil, en una o
dos décadas, la proporción hispana de la población estadounidense
se disparará".

A mediados del siglo xix, la inmigración que entraba en el país
estaba dominada por anglohablantes procedentes de las islas Británicas.
Las oleadas anteriores a la Primera Guerra Mundial fueron muy variadas desde
el punto de vista lingüístico, con numerosos hablantes de italiano,
polaco, ruso, yídish, inglés, alemán, sueco y otros idiomas.
Pero ahora, por primera vez en la historia de Estados Unidos, la mitad de los
que llegan hablan una misma lengua que no es el inglés.

Ilegalidad | La entrada ilegal en EE UU es, sobre todo, un fenómeno
posterior a 1965, y fundamentalmente mexicano. Durante casi un siglo, tras la
aprobación de la Constitución, no hubo leyes nacionales que restringieran
ni prohibieran la inmigración, y sólo algunos Estados impusieron
unos límites modestos. Durante 90 años, la inmigración
ilegal fue mínima y sencilla de controlar. La ley de inmigración
de 1965, la mayor facilidad de transporte y la intensificación de las
fuerzas que promovían la inmigración mexicana alteraron la situación
por completo. Las detenciones realizadas por la guardia estadounidense de fronteras
pasaron de 1,6 millones en los 60 a 8,3 millones en los 70, 11,9 millones en
los 80 y 14,7 millones en los 90. Los cálculos sobre el número
de mexicanos que entran ilegalmente cada año van de 105.000 (según
una comisión mixta méxico-estadounidense) a 350.000 durante los
90 (según el Servicio de Inmigración y Nacionalización
estadounidense).

La ley para la reforma y el control de la inmigración (1986) contenía
disposiciones para legalizar a los inmigrantes ilegales ya existentes y reducir
la futura inmigración ilegal con sanciones a los empresarios y otros
métodos. El primer objetivo se cumplió: alrededor de 3,1 millones
de ilegales, de los que, aproximadamente, el 90% procedía de México,
obtuvieron la carta verde, la residencia legal. Ahora bien, el segundo objetivo
se resiste. Los cálculos sobre el total de inmigrantes ilegales en EE
UU pasaron de cuatro millones en 1995 a seis millones en 1998, siete millones
en 2000 y entre ocho y diez en 2003. En 1990, los mexicanos representaban el
58% de la población ilegal total; en 2000, se calcula que había
4,8 millones de mexicanos ilegales (el 69%). Ese mismo año, los mexicanos
ilegales en EE UU eran 25 veces más numerosos que el siguiente grupo,
los salvadoreños.

Concentración regional | Los padres fundadores de EE UU pensaron que
la dispersión de los inmigrantes era esencial para su asimilación.
Ésa ha sido, y sigue siendo, la costumbre para la mayoría de los
inmigrantes no hispanos. Estos últimos, en cambio, tienden a concentrarse
por regiones: mexicanos en el sur de California, cubanos en Miami, dominicanos
y puertorriqueños (éstos, técnicamente, no son inmigrantes)
en Nueva York. Cuanto más se concentran los inmigrantes, más lenta
e incompleta es su asimilación.

No existe el sueño americano,
sólo el American dream creado por una sociedad angloprotestante

En los 90, las proporciones de hispanos siguieron aumentando en las regiones
de mayor concentración. Y, al mismo tiempo, tanto los mexicanos como
otros hispanos empezaron a establecerse en lugares distintos. Aunque el número
absoluto sigue siendo pequeño, los Estados con mayor incremento proporcional
de la población hispana entre 1990 y 2000 fueron, en orden decreciente:
Carolina del Norte (un aumento del 449%), Arkansas, Georgia, Tennessee, Carolina
del Sur, Nevada y Alabama (222%). Asimismo, los hispanos se han asentado en
determinadas ciudades de todo el país. Por ejemplo, en 2003, más
del 40% de la población de Hartford (Connecticut) era hispana (sobre
todo, puertorriqueña), por encima del 38% de negros. "Hartford
-proclamó el primer alcalde hispano de la ciudad- se ha convertido
en una ciudad latina, prácticamente. Es una señal de lo que está
por venir", con un uso creciente del español como lengua comercial
y de gobierno.

No obstante, las mayores concentraciones de hispanos se encuentran en el suroeste,
sobre todo en California. En el año 2000, casi dos tercios de los mexicanos
vivían en el Oeste, y casi la mitad en dicho Estado. Por supuesto, el
área de Los Ángeles cuenta con inmigrantes de muchos países,
incluidos Corea y Vietnam. Pero los países de origen de la población
inmigrante en California son muy distintos a los del resto de EE UU, y un solo
país, México, supera a todos los inmigrantes procedentes de Europa
y Asia. En Los Ángeles, los hispanos -mayoritariamente mexicanos-
son mucho más numerosos que los demás grupos. En 2000, el 64%
de los hispanos de esa ciudad eran de origen mexicano, y el 45,6% de sus habitantes
eran hispanos, y sólo un 29,7%, blancos no hispanos. Se calcula que en
2010 los hispanos constituirán en esa ciudad más de la mitad de
la población.

La mayoría de los grupos inmigrantes tienen tasas de natalidad superiores
a la población nativa y, por eso, sus efectos se perciben con fuerza
en las escuelas. En Nueva York, por ejemplo, la enorme variedad de su inmigración
hace que los profesores tengan clases cuyos estudiantes hablan 20 idiomas distintos
en sus casas. Por el contrario, en muchas ciudades del sur-oeste, los hispanos
son una gran mayoría en las aulas. "Ningún sistema escolar
en una gran ciudad de Estados Unidos ha experimentado jamás una afluencia
tan grande de alumnos procedentes de un solo país extranjero",
decían los politólogos Katrina Burgess y Abraham Lowenthal sobre
Los Ángeles en su estudio de las relaciones entre México y California.
"Las escuelas de Los Ángeles se están volviendo mexicanas".
En 2002, más del 70% de los estudiantes de la ciudad eran hispanos, predominantemente
mexicanos, y la proporción seguía aumentando. Los blancos no hispanos
formaban el 10% del alumnado. En 2003, por primera vez desde la década
de 1850, la mayoría de los recién nacidos en California fueron
hispanos.

Persistencia | En el pasado, las oleadas de inmigrantes acabaron por disminuir,
las proporciones procedentes de cada país sufrieron enormes fluctuaciones
y, a partir de 1924, la inmigración se redujo a un goteo. En cambio,
la oleada actual no da señales de decaer, y da la impresión de
que las condiciones que generan el gran componente mexicano van a continuar,
de no producirse una gran guerra o una recesión. A largo plazo, la inmigración
mexicana quizá pueda disminuir cuando el bienestar económico de
México se acerque al de EE UU, Sin embargo, en 2002, el PIB per cápita
de Estados Unidos era, aproximadamente, el cuádruple del de México
(en términos de poder adquisitivo). Si esa diferencia se redujera a la
mitad, los incentivos económicos para la inmigración también
podrían reducirse de forma drástica. Ahora bien, para alcanzar
ese nivel en un futuro próximo, México tendría que experimentar
un crecimiento económico rapidísimo, mucho más rápido
que el de Estados Unidos. Pero ni siquiera un acontecimiento económico
de tal calibre tendría por qué disminuir el impulso de emigrar.
Durante el siglo xix, cuando Europa estaba industrializándose a toda
velocidad y las rentas per cápita estaban en aumento, 50 millones de
europeos emigraron a las Américas, Asia y África.

Presencia histórica | Ningún otro grupo inmigrante en la historia
de Estados Unidos ha reivindicado o podría reivindicar derechos históricos
sobre su territorio. Los mexicanos y los estadounidenses de origen mexicano,
sí. Casi todo Texas, Nuevo México, Arizona, California, Nevada
y Utah formaban parte de México hasta que este país los perdió
como consecuencia de la guerra de independencia de Texas, en 1835-1836, y la
guerra entre México y Estados Unidos, en 1846-1848. México es
el único país que Estados Unidos ha invadido para ocupar su capital
-sus marines llegaron hasta los "salones de Moctezuma"-
y anexionarse la mitad de su territorio. Los mexicanos no lo olvidan. Como es
comprensible, sienten que tienen derechos especiales sobre esos lugares. "A
diferencia de otros inmigrantes", dice el politólogo de Boston
College Peter Skerry, "los mexicanos llegan procedentes de una nación
vecina que sufrió una derrota militar a manos de Estados Unidos y se
establecen, sobre todo, en una región que, en otro tiempo, fue parte
de su país (…) Los habitantes de origen mexicano tienen una sensación
de estar en casa que no comparten otros inmigrantes".
En alguna ocasión, los especialistas han sugerido que el suroeste podría
convertirse en el Quebec de EE UU. Ambas regiones están habitadas por
católicos y fueron conquistadas por angloprotestantes, pero, por lo demás,
tienen poco en común. Quebec está a 4.500 kilómetros de
Francia, y no hay cientos de miles de franceses que intenten entrar cada año
en la región, ni legal ni ilegalmente. La historia demuestra que, cuando
la gente de un país empieza a referirse al territorio de un país
vecino en términos posesivos y a reivindicar derechos especiales sobre
él, hay serias posibilidades de conflicto.

Gráfico

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EL ‘SPANGLISH’, SEGUNDA LENGUA
En el pasado, los inmigrantes salían del otro lado del océano
y solían superar terribles obstáculos y penalidades para poder
llegar a Estados Unidos. Venían de muchos países diferentes, hablaban
distintas lenguas y llegaban de forma legal. Su flujo varió con el tiempo:
hubo importantes reducciones como consecuencia de la Guerra de Secesión,
la Primera Guerra Mundial y la legislación restrictiva de 1924. Solían
repartirse por numerosos enclaves en zonas rurales y grandes ciudades del noreste
y el medio oeste del país. Y no reivindicaban ningún derecho histórico
a partes del territorio estadounidense.

La inmigración mexicana es totalmente distinta en todos estos aspectos.
Y esas diferencias hacen que la integración de los mexicanos en la cultura
y la sociedad estadounidenses sea mucho más difícil que en el
caso de otros inmigrantes anteriores. Una diferencia que llama especialmente
la atención es lo lejos que están todavía los inmigrantes
mexicanos de tercera y cuarta generación de la media de Estados Unidos
en educación, situación económica y número de matrimonios
mixtos (ver cuadros en la siguiente página).

En 1998, José sustituyó
a Michael como nombre más popular para los recién nacidos,
tanto en California como en Texas

La dimensión, la persistencia y la concentración de la inmigración
hispana ayuda a perpetuar el uso del español generación tras generación.
Los datos sobre el aprendizaje del inglés y el mantenimiento del español
entre los inmigrantes son limitados y ambiguos. No obstante, en 2000, más
de 28 millones de personas en Estados Unidos hablaban español en el hogar
(el 10,5% de la población mayor de cinco años) y, de ellos, casi
13,8 millones hablaban inglés "no muy bien", un aumento del
66% respecto a 1990. Según un informe de la Oficina del Censo, en 1990,
aproximadamente, el 95% de los inmigrantes mexicanos hablaba español
en casa; el 73,6% no hablaba inglés muy bien, y el 43% de los inmigrantes
nacidos en México estaba "aislado lingüísticamente".
Un estudio anterior en Los Ángeles había dado resultados diferentes
en la segunda generación, nacida ya en Estados Unidos. Sólo el
11,6% hablaba sólo español o más español que inglés,
el 25,6% hablaba las dos lenguas por igual, el 32,7% más inglés
que español y el 30,1% sólo inglés. En ese mismo estudio,
más del 90% de los mexicanos nacidos en EE UU hablaban inglés
con fluidez. Sin embargo, en 1999, había alrededor de 753.505 alumnos
en las escuelas del sur de California, presumiblemente inmigrantes de segunda
generación, que hablaban español en casa y tenían dificultades
con el inglés.

Es decir, el uso fluido del inglés entre los mexicanos de primera y
segunda generación parece seguir las mismas pautas que entre otros inmigrantes
del pasado. Pero sigue habiendo dos interrogantes. Primero, ¿han variado,
a lo largo del tiempo, la adquisición del inglés y el mantenimiento
del español entre los inmigrantes mexicanos de segunda generación?
Podría suponerse que, con la rápida expansión de la comunidad
inmigrante procedente de México, la gente de origen mexicano debería
tener menos incentivos para hablar bien inglés en 2000 que en 1970. Segundo,
¿seguirá la tercera generación el modelo clásico
de hablar bien inglés y saber poco o mal español, o mantendrá
el mismo dominio de los dos idiomas que la segunda generación? Los inmigrantes
de segunda generación, a menudo, desprecian y rechazan su lengua materna,
y se sienten avergonzados ante la incapacidad de sus padres de comunicarse en
inglés. Es de suponer que el hecho de que los mexicanos de segunda generación
tengan o no esta actitud influirá en que la tercera generación
pueda conservar o no su español. Si la segunda generación no rechaza
el español de plano, lo más normal es que sus hijos también
sean bilingües, y es probable que el dominio de las dos lenguas se institucionalice
en la comunidad estadounidense de origen mexicano.

La conservación del español también se ve reforzada por
la abrumadora mayoría (entre el 66% y el 85%) de inmigrantes mexicanos,
e hispanos en general, que hacen hincapié en la necesidad de que sus
hijos hablen bien español. Su actitud contrasta con las de otros grupos
inmigrantes. El Centro de Pruebas Educativas, con sede en Nueva Jersey, afirma
que existe "una diferencia cultural entre los padres asiáticos
y los hispanos a la hora de hacer que sus hijos mantengan la lengua materna".
En parte, desde luego, dicha diferencia se debe al tamaño de las comunidades
hispanas, que ofrecen incentivos para hablar la lengua materna con fluidez.
Aunque los inmigrantes mexicanos e hispanos de segunda y tercera generación
dominan el inglés, se apartan del modelo normal porque mantienen también
su dominio del español. Los mexicanos de segunda o tercera generación
que se educan sólo en inglés aprenden español ya de adultos,
y animan a sus hijos a que lo hablen correctamente. El dominio del español,
dice el catedrático de la Universidad de Nuevo México F. Chris
García, es "lo que le enorgullece a cualquier hispano, lo que quiere
proteger y fomentar".

Se puede alegar que, en un mundo cada vez más reducido, todos los estadounidenses
deberían hablar, al menos, una lengua extranjera importante -chino,
japonés, hindi, ruso, árabe, urdu, francés, alemán
o español- para poder comprender otra cultura y comunicarse con
su gente. Pero otra cosa distinta es afirmar que tienen que aprender una lengua
distinta del inglés para poder comunicarse con otros compatriotas. Y,
sin embargo, eso es lo que pretenden los defensores del español. Fortalecidos
por el aumento de su población y su influencia, los dirigentes hispanos
pretenden transformar Estados Unidos en una sociedad bilingüe. "El
inglés no basta"-dice Osvaldo Soto, presidente de la Liga
Hispano-americana contra la discriminación-; no queremos una sociedad
monolingüe". Del mismo modo, el catedrático de Literatura
de Duke University (e inmigrante chileno) Ariel Dorfman pregunta: "¿Este
país va a hablar dos idiomas o sólo uno?". Y su respuesta,
desde luego, es que tiene que hablar dos.

Las organizaciones de hispanos trabajan activamente para convencer al Congreso
de Estados Unidos de que autorice programas de protección cultural dentro
de la educación bilingüe; como consecuencia, los niños tardan
en incorporarse a las clases normales. El gran número de inmigrantes
que llegan sin cesar hace que a los hispanohablantes de Nueva York, Miami o
Los Ángeles les sea cada vez más fácil vivir a diario sin
necesidad de hablar inglés. El 65% de los niños que reciben educación
bilingüe en Nueva York son hispanohablantes y, por tanto, tienen poco o
ningún motivo para usar el inglés en la escuela.

Los programas en dos idiomas, que van un poco más allá de la
educación bilingüe, son cada vez más populares. En dichos
programas, los alumnos reciben clases tanto en inglés como en español,
en alternancia, con el fin de hacer que los angloparlantes dominen el español
y los hispanohablantes dominen el inglés. Es decir, se equipara al español
con el inglés y se convierte a Estados Unidos en un país con dos
lenguas. En su discurso de marzo de 2000, el entonces secretario de Educación
estadounidense, Richard Riley, dio su apoyo explícito a estos programas:
"Excelencia para todos-Excellence for all". Las organizaciones de
derechos civiles, las autoridades religiosas (especialmente católicas)
y numerosos políticos (tanto republicanos como demócratas) respaldan
este movimiento hacia el bilingüismo. También lo apoyan -y
es quizá tan importante como lo anterior- los grupos comerciales
que pretenden quedarse con el mercado hispano. Es más, la orientación
de las empresas estadounidenses hacia los clientes hispanos hace que necesiten
cada vez más empleados bilingües, por lo que el bilingüismo
influye en los salarios. En ciudades del suroeste como Phoenix y Las Vegas,
los policías y bomberos bilingües cobran más que los que
sólo hablan inglés. En Miami, según las conclusiones de
un estudio realizado, las familias que sólo hablan español tienen
unos ingresos medios de 18.000 dólares; las que sólo hablan inglés
tienen ingresos medios de 32.000 dólares, y las familias bilingües
ganan más de 50.000 dólares. Por primera vez en la historia de
Estados Unidos, cada vez hay más ciudadanos (sobre todo negros) que no
pueden conseguir el trabajo o sueldo que sería de esperar porque sólo
pueden comunicarse en inglés.


Los problemas sociales y culturales específicos
que plantea la inmigración mexicana en EE UU no han llamado mucho
la atención ni han sido objeto de grandes discusiones, pero muchos
especialistas llevan años advirtiendo sobre ellos. En 1983, el
destacado sociólogo Morris Janowitz señalaba la "fuerte
resistencia de los residentes de habla hispana a la aculturación",
y afirmaba que "lo que distingue a los mexicanos de otros grupos
inmigrantes es la constante resistencia de sus lazos comunitarios".Como consecuencia, "los mexicanos, junto con otras poblaciones
de habla hispana, están creando una bifurcación en la estructura
sociopolítica de EE UU que coincide, aproximadamente, con las divisiones
por nacionalidades". Otros especialistas han destacado que la dimensión,
persistencia y concentración regional de la inmigración
mexicana son obstáculos para la asimilación. En 1997, los
sociólogos Richard Alba y Víctor Nee señalaron que
la interrupción de las grandes oleadas de inmigración durante
cuatro décadas, desde 1924, "garantizó casi por completo
el debilitamiento de las culturas y las comunidades étnicas a lo
largo del tiempo". Ahora, si prosiguen los niveles actuales de inmigración
latinoamericana" se creará un contexto étnico fundamentalmente
distinto del que encontraron los descendientes de los inmigrantes europeos,
pues las nuevas comunidades tienen más probabilidades de seguir
siendo numerosas, llenas de vida cultural y ricas en instituciones".
En la situación actual, coincide el sociólogo Douglas Massey,
"el carácter étnico estará, en proporción,
más determinado por los inmigrantes y menos por las generaciones
posteriores, con lo que el equilibrio de la identidad étnica reposará
más en la lengua, la cultura y las formas de vida de la sociedad
de origen".

"Un flujo constante de recién llegados", sostienen
los demógrafos Barry Edmonston y Jeffrey Passel, "especialmente
en barrios mayoritariamente de inmigrantes, mantiene la lengua viva para
ellos y sus hijos". Por último, el especialista del Instituto
Americano de Empresa Mark Falcoff observa que, como "la población
de habla hispana se repone sin cesar con recién llegados, más
rápido de lo que se asimila", el uso generalizado del español
en EE UU "es una realidad que no puede cambiarse, ni siquiera a
largo plazo".
-S. H.

 

En los debates de política lingüística, el difunto senador
republicano de California S. I. Hayakawa destacó, en una ocasión,
que los hispanos eran los únicos que se oponían al inglés.
"¿Por qué los filipinos o los coreanos no se oponen a que
el inglés sea la lengua oficial? Ni los japoneses. Ni los vietnamitas,
desde luego, que están encantados de estar aquí. Se apresuran
a aprender inglés y se dedican a ganar concursos de deletreo en todo
el país. Los hispanos son los únicos que afirman que existe un
problema. Ha habido un movimiento importante para conseguir que el español
sea la segunda lengua oficial".

Si la expansión del español como segunda lengua de EE UU sigue
adelante, con el tiempo podría tener serias consecuencias para la política
y el gobierno. En muchos Estados, quizá, los aspirantes a cargos públicos
tendrían que hablar ambos idiomas. Los candidatos bilingües a la
presidencia y otros cargos federales electos tendrían ventaja sobre los
que sólo hablasen inglés. Si la educación en dos idiomas
se extiende en las escuelas primarias y secundarias, cada vez se exigirá
más a los profesores que sean bilingües. Los documentos y formularios
oficiales quizá tengan que publicarse siempre en los dos idiomas. Tal
vez se aceptaría el uso de ambas lenguas en los comités y plenos
del Congreso, y, en general, en las actividades de la Administración.
Como la mayoría de las personas cuya lengua materna es el español,
seguramente, sabrán algo de inglés, los angloparlantes que no
sepan español estarán en desventaja a la hora de conseguir trabajo,
ascensos y contratos (ver despiece).
En 1917, el ex presidente estadounidense Theodore Roosevelt dijo: "Debemos
tener una sola bandera. Y debemos tener una sola lengua. Que debe ser la lengua
de la Declaración de Independencia, el discurso de despedida de Washington,
la proclamación de Lincoln en Gettysburg y su segunda toma de posesión".
En cambio, en junio de 2000, el presidente Bill Clinton aseguró: "Confío
en ser el último presidente de Estados Unidos que no sepa hablar español".
Y en mayo de 2001, el presidente Bush celebró la fiesta nacional del
5 de mayo pronunciando su alocución semanal en la radio, por primera
vez, en inglés y español. En septiembre de 2003, uno de los primeros
debates entre los candidatos presidenciales del Partido Demócrata también
se celebró en inglés y español. A pesar de la oposición
de muchos estadounidenses, el español se está aproximando a la
lengua de Washington, Jefferson, Lincoln, los Roosevelt y los Kennedy como idioma
de Estados Unidos. Si la tendencia continúa, la división cultural
entre hispanos y anglos puede llegar a sustituir a la división racial
entre negros y blancos y convertise en la escisión más grave de
la sociedad estadounidense.


¿La amenaza del nacionalismo blanco?

En el filme de 1993 Un día de furia, Michael Douglas encarna a
un antiguo empleado de una empresa del sector de la defensa que reacciona
ante las humillaciones que, en su opinión, le impone una sociedad
multicultural. "Desde la primera escena, escribió David Gates
en Newsweek, la película enfrenta a Douglas -la imagen de
una recitud obsoleta: camisa blanca, corbata, gafas y corte de pelo a
cepillo- contra una coalición multicolor de habitantes de
Los Ángeles". "Es una visión estereotipada del
hombre blanco acosado en un EE UU multicultural".
Una reacción posible ante los cambios demográficos que están
produciéndose en EE UU podría ser un movimiento contra los
hispanos, los negros y los inmigrantes, compuesto, sobre todo, por varones
blancos de clase media y baja, en protesta por la pérdida de empleos
que van a parar a los inmigrantes y a otros países, la perversión
de su cultura y el desplazamiento de su lengua. Podríamos denominarlo
"nacionalismo blanco".

"Estos defensores de la raza blanca, de nuevo cuño, no
tienen nada que ver con los políticos populistas y los encapuchados
del Klan en el viejo sur", escribe Carol Swain en The New White
Nationalism in America, de 2002. Los nuevos nacionalistas blancos no defienden
la supremacía de la raza blanca, sino que creen en la supervivencia
racial y afirman que la cultura es producto de la raza. Sostienen que
estos cambios anuncian la sustitución de la cultura blanca por
otra negra o mestiza, intelectual y moralmente inferior.

Dichas inquietudes se basan en los cambios en el equilibrio racial. Los
blancos no hispanos han pasado de ser el 76,5% de la población
en 1990 al 69,1% en 2000. En California -como en Hawai, Nuevo México
y el distrito de Columbia-, hoy, los blancos no hispanos son minoría.
Los demógrafos predicen que en 2040 los blancos no hispanos quizá
sean minoría en todo EE UU. Además, desde hace varias décadas,
los grupos de intereses y las autoridades han promovido preferencias raciales
y acciones de discriminación positiva que favorecen a los negros
y a los inmigrantes no blancos. Mientras, las políticas de globalización
se han llevado puestos de trabajo fuera del país, han incrementado
la desigualdad de rentas y han facilitado el descenso del salario real
para los estadounidenses de clase trabajadora.

Cuando un grupo social, étnico, racial o económico sufre
o cree sufrir pérdidas de poder y categoría, casi siempre,
se esfuerza para dar la vuelta a la situación. En 1961, la población
de Bosnia-Herzegovina era un 43% serbia y un 26% musulmana. En 1991, era
un 31% serbia y un 44% musulmana. Los serbios respondieron con la limpieza
étnica. En 1990, la población de California estaba formada
por un 57% de blancos no hispanos y un 26% de hispanos. Se prevé
que para 2040 sea un 31% de blancos no hispanos y un 48% de hispanos.
La posibilidad de que los blancos californianos reaccionen como los serbobosnios
es nula. Pero la posibilidad de que no reaccionen también es nula
ya que han reaccionado, al aprobar iniciativas contra las prestaciones
para los inmigrantes ilegales, la discriminación positiva y la
educación bilingüe, además de los blancos que abandonan
el Estado.

La industrialización de finales del siglo xix provocó pérdidas
para los agricultores estadounidenses y empujó a crear grupos agrarios
de protesta, como el Movimiento Populista, la Grange (la organización
agrícola nacional más antigua del país), la Liga
Nopartisana y la Federación Estadounidense del Campo. Hoy, los
nacionalistas blancos podrían preguntarse: si los negros y los
hispanos se organizan y hacen presión para obtener privilegios
especiales, ¿por qué no los blancos? Si la Asociación
Nacional para el Progreso de las Personas de Color y el Consejo Nacional
de la Raza son organizaciones legítimas, ¿por qué
no va a serlo una organización nacional en defensa de los intereses
blancos? El nacionalismo blanco es "la próxima etapa lógica
de la política de la identidad en EE UU", afirma Swain, y
eso coloca al país "en grave peligro de sufrir un conflicto
racial a gran escala, sin precedentes en la historia de nuestra nación".

-S. H.

 

LA SANGRE ANTES QUE LAS FRONTERAS
Hay grandes zonas del país cuya lengua y cuya cultura se están
volviendo mayoritariamente hispanas, y el país, en general, está
pasando a ser bilingüe y bicultural. La principal zona en la que está
avanzando rápidamente la hispanización, por supuesto, es el suroeste.
Como afirma el historiador Kennedy, los estadounidenses de origen mexicano en
el suroeste tendrán pronto "la suficiente coherencia y masa crítica,
en una región delimitada, para poder conservar su cultura particular,
si lo desean, indefinidamente. También podrían intentar lo que
no habría soñado ningún grupo anterior de inmigrantes:
desafiar a los actuales sistemas cultural, político, legal, comercial
y educativo, para cambiar (…) no sólo la lengua, sino las instituciones
en las que trabajan".

Abundan las anécdotas que indican esa tendencia. En 1994, los estadounidenses
de origen mexicano se manifestaron enérgicamente contra la Proposición
187 de California -que limitaba las prestaciones de Seguridad Social a
los hijos de inmigrantes ilegales- recorriendo las calles de Los Ángeles
mientras ondeaban decenas de banderas mexicanas y volvían boca abajo
las de EE UU. En 1998, en un partido de fútbol entre México y
EE UU en esa misma ciudad, los mexicanos abuchearon el himno nacional estadounidense
y atacaron a los jugadores de la selección. Y esas acciones de rechazo
tan espectaculares no son exclusivamente obra de una minoría extremista
dentro de la comunidad de inmigrantes mexicanos. Muchos no parecen identificarse,
ni ellos ni sus hijos, con Estados Unidos.

Hay pruebas empíricas que confirman esa impresión. En 1992, un
estudio realizado entre hijos de inmigrantes en el sur de California y el sur
de Florida planteaba la siguiente pregunta: "¿Con qué te
identificas; es decir, qué te consideras?" Ningún hijo nacido
en México contestó "estadounidense", frente al porcentaje
de entre un 1,9% y un 9,3% de los procedentes de otros lugares de Latinoamérica
y el Caribe. Entre los hijos nacidos en México, el mayor porcentaje (41,2%)
era el de los que se identificaban como "hispanos" y el segundo
grupo (36,2%) el de los que escogían "mexicanos". Entre los
hijos de mexicanos nacidos en EE UU, menos del 4% respondió "estadounidense",
frente al 28,5%-50% de los nacidos de padres procedentes de otros lugares de
Latinoamérica. En la inmensa mayoría de los casos, los niños
mexicanos no escogieron "estadounidense" como identificación
fundamental (ni los nacidos en México ni los nacidos en Estados Unidos).

Desde el punto de vista demográfico, social y cultural, la reconquista
del suroeste del país por los inmigrantes mexicanos está en marcha.
No parece probable que se tomen medidas serias para unificar esos territorios
con México, pero Charles Truxillo, de la Universidad de Nuevo México,
predice que en 2080 los Estados del suroeste de EE UU y los Estados del norte
de México habrán constituido la República del Norte. Algunos
autores denominan a esa zona "Mexamérica", "Amexica"
o "Mexifornia". "En este valle, somos todos mexicanos",
declaró un antiguo comisionado del condado de El Paso (Texas) en 2001.

Esta tendencia podría consolidar las áreas de Estados Unidos con
predominio mexicano en un bloque autónomo, cultural y lingüísticamente
diferenciado y económicamente autosuficiente. "Tal vez estemos
construyendo algo que obstruya el crisol", advierte el ex vicepresidente
del Consejo Nacional de Información Graham Fuller, "una región
y una agrupación étnica tan concentrada que no desee ni necesite
asimilarse a la vida cotidiana (…), multiétnica y de habla inglesa".
Existe ya un prototipo de esa región: Miami.
BIENVENIDO A MIAMI
Miami es la más hispana de las grandes ciudades en los 50 Estados de
la Unión. Durante 30 años, los hispanohablantes (fundamentalmente
cubanos) han ido estableciendo su dominio prácticamente en todos los
aspectos de la vida de la ciudad y han transformado por completo su composición
étnica, su cultura, su política y su lengua. La hispanización
de Miami no tiene precedentes en la historia de las ciudades estadounidenses.

El crecimiento económico de Miami, impulsado por los primeros inmigrantes
cubanos, convirtió a la ciudad en un polo de atracción para inmigrantes
procedentes de otros países de Latinoamérica y el Caribe. En 2000,
dos tercios de los habitantes de Miami eran hispanos, y más de la mitad,
cubanos o de ascendencia cubana. Ese año, el 75,2% de los habitantes
adultos hablaban una lengua distinta del inglés en su casa, frente al
55,7% de Los Ángeles y el 47,6% de Nueva York. En Miami, de los que no
hablaban inglés en casa, el 87,2% hablaba español. En 2000, el
59,5% de los residentes en Miami había nacido en el extranjero, frente
al 40,9% de Los Ángeles, el 36,8% de San Francisco y el 35,9% de Nueva
York. Ese mismo año, sólo el 31,1% de los residentes adultos decían
hablar muy bien inglés, frente al 39% en Los Ángeles, el 42,5%
en San Francisco y el 46,5% en Nueva York.

La revolución cubana tuvo enormes repercusiones en Miami. La clase
dirigente y empresarial que huía del régimen de Castro en los
60 inició el espectacular desarrollo económico del sur de Florida.
Como no podían enviar dinero a los suyos, invertían en Miami.
El crecimiento de las rentas en esta ciudad fue, en promedio, de un 11,5% anual
en los 70 y un 7,7% en los 80. En el condado de Miami-Dade, las nóminas
se triplicaron entre 1970 y 1995. El impulso económico cubano convirtió
a Miami en un motor económico internacional y provocó la expansión
del comercio y las inversiones internacionales. Los cubanos promovieron el turismo
internacional, que, en los 90, llegó a sobrepasar al turismo interior
e hizo de Miami un centro fundamental en la industria de los cruceros. Grandes
empresas estadounidenses de los sectores de la fabricación, las comunicaciones
y los productos de consumo cerraron sus sedes para Latinoamérica en otras
ciudades estadounidenses y latinoamericanas y las trasladaron a Miami. Surgió
una pujante comunidad de habla hispana en las artes y el espectáculo.
Hoy, los cubanos pueden afirmar con legitimidad lo que dice el profesor Damián
Fernández, de la Universidad Internacional de Florida -"Nosotros
construimos la Miami moderna"-, e hicieron que su economía
haya sobrepasado a la de muchos países latinoamericanos.

Un factor clave en esta evolución fue la expansión de los vínculos
de Miami con Latinoamérica. A la ciudad llegaron brasileños, argentinos,
chilenos, colombianos y venezolanos, y con ellos, su dinero. En 1993 se movieron
en la ciudad unos 25.600 millones de dólares en comercio internacional,
sobre todo relacionado con Latinoamérica. En todo el hemisferio, los
latinoamericanos interesados por las inversiones, el comercio, la cultura, el
espectáculo, las vacaciones y el narcotráfico empezaron a acudir,
cada vez más, a Miami.
Esa posición tan destacada convirtió Miami en una ciudad hispana
y dirigida por cubanos. Éstos, en contra de la tradición, no crearon
ningún enclave inmigrante en un barrio concreto. Crearon una ciudad entera,
con su propia cultura y su propia economía, donde la asimilación
a la cultura estadounidense era innecesaria y, hasta cierto punto, indeseada.
En 2000, el español no sólo era la lengua hablada en la mayoría
de los hogares, sino que además era la lengua fundamental en el comercio,
los negocios y la política. Los medios de comunicación cada vez
eran más hispanos. En 1998, una televisión en lengua española
alcanzó el primer puesto entre las más vistas por los habitantes
de la ciudad, la primera vez que una cadena en lengua extranjera llegaba a ese
puesto en una gran ciudad estadounidense. "Están al margen",
decía un hispano triunfador a propósito de los no hispanos. "Aquí
somos miembros de nuestra propia estructura de poder", presumía
otro.
"En Miami no hay presiones para hacerse estadounidense", observa
un sociólogo nacido en Cuba. "La gente puede vivir a la perfección
en un enclave que habla español". En 1999, los principales directivos
del mayor banco de Miami, la mayor empresa inmobiliaria y el mayor bufete de
abogados eran cubanos o de ascendencia cubana. Y también establecieron
su dominio en la política. En 1999, el alcalde de Miami, el jefe de policía
y el fiscal del condado de Miami-Dade, además de dos tercios de la delegación
de Miami en el Congreso de EE UU y casi la mitad de su cámara estatal,
eran de origen cubano. Tras el caso de Elián González, en el año
2000, el administrador y el jefe de policía de Miami, que no eran hispanos,
fueron sustituidos por cubanos.
El predominio cubano e hispano en Miami convirtió a los anglos (y a los
negros) en minorías marginadas y a las que, con frecuencia, se podía
ignorar. Sin poder comunicarse con los funcionarios de la Administración
y ante la discriminación que ejercían los dependientes en las
tiendas, los anglos empezaron a darse cuenta de lo que uno de ellos expresa
así: "Dios mío, esto es ser una minoría". A
los anglos les quedaban tres opciones. Podían aceptar su posición
subordinada y su marginación o intentar adoptar los modos, las costumbres
y la lengua de los hispanos e integrarse en su comunidad; la "aculturación
a la inversa", lo llamaron los estudiosos Alejandro Portes y Alex Stepick.
O podían irse de Miami; y, entre 1983 y 1993, lo hicieron 140.000 personas,
un éxodo que fue reflejado en una pegatina de coche: "El último
estadounidense que salga de Miami, por favor, que traiga la bandera".
DESPRECIO POR LA CULTURA
¿Representa Miami el futuro de Los Ángeles y el sur-oeste de EE
UU? Al final, puede que los resultados sean parecidos: la creación de
una gran comunidad diferenciada, hispanohablante, con los suficientes recursos
económicos y políticos para mantener su identidad hispana apartada
de la identidad nacional de otros estadounidenses y, al mismo tiempo, capaz
de influir en la política, el Gobierno y la sociedad del país.
Ahora bien, es posible que los procesos que desemboquen en esos resultados sean
diferentes. La hispanización de Miami fue rápida y explícita,
y estuvo impulsada por motivos económicos. La hispanización del
suroeste es más lenta e implacable, y está impulsada por motivos
políticos. La afluencia de cubanos a Florida era intermitente y dependía
de la política del Gobierno cubano. La inmigración mexicana, por
el contrario, es continua, incluye un gran componente ilegal y no parece disminuir.
La población hispana (es decir, sobre todo mexicana) del sur de California
es mucho más numerosa que la de Miami en cifras absolutas, pero todavía
no ha alcanzado su proporción, si bien aumenta a toda velocidad. Los
primeros inmigrantes cubanos en el sur de Florida eran, en su mayor parte, de
clase media y alta. Luego llegaron otras oleadas de clase baja. En el suroeste,
la inmensa mayoría de los inmigrantes mexicanos son pobres, sin cualificar
y con escasa educación, y sus hijos se enfrentan a condiciones similares.
Por consiguiente, las presiones para hispanizar el suroeste vienen de abajo,
mientras que las del sur de Florida vienen de arriba. Aún así,
a largo plazo, lo que importa son los números, sobre todo en una sociedad
multicultural, una democracia política y una economía de mercado.

Otra gran diferencia radica en las relaciones de los cubanos y los mexicanos
con sus países de origen. La comunidad cubana ha estado siempre unida
por su hostilidad hacia el régimen de Castro; la comunidad mexicana ha
tenido una actitud más ambivalente respecto al Gobierno de su país.
No obstante, desde los 80, el objetivo del Gobierno mexicano es desarrollar
la dimensión, la riqueza y el poder político de la comunidad mexicana
en el suroeste de EE UU, e incorporar dicha población a la de México.
"La nación mexicana se extiende más allá del territorio
que delimitan sus fronteras", dijo en los 90 el entonces presidente mexicano
Ernesto Zedillo. Su sucesor, Vicente Fox, llamó "héroes"
a los emigrantes mexicanos, y se define a sí mismo como el presidente
de 123 millones de mexicanos: 100 millones en México y 23 en EE UU.

A medida que aumentan en número, los estadounidenses de origen mexicano
se sienten cada vez más cómodos dentro de sus valores y, a menudo,
desprecian los de Estados Unidos. Exigen que se reconozcan su cultura y la identidad
mexicana histórica del suroeste del país. Destacan y celebran
su pasado hispano y mexicano, como ocurrió en 1998, en las ceremonias
y festividades -a las que asistió el vicepresidente español
Rodrigo Rato- organizadas en Madrid (Nuevo México) para conmemorar
la creación, 400 años antes, de la primera colonia europea en
el suroeste, casi diez años antes de Jamestown. Como informaba The New
York Times en septiembre de 1999, la expansión hispana ha contribuido
"a latinizar a muchos hispanos, a los que cada vez les cuesta menos reivindicar
su pasado (…)". Hay un dato que anuncia el futuro: En 1998, "José"
sustituyó a "Michael" como nombre más popular para
los recién nacidos en California y Texas.
DIFERENCIAS IRRECONCILIABLES
Los estadounidenses de origen mexicano se identifican cada vez más con
su cultura y su identidad. La constante expansión numérica fomenta
la consolidación cultural y hace que los inmigrantes mexicanos ensalcen
-en vez de reducirlas al mínimo- las diferencias entre su
cultura y la estadounidense. Como dijo en 1995 el presidente del Consejo Nacional
de La Raza: "Nuestro mayor problema es un choque cultural, un choque entre
nuestros valores y los de la sociedad estadounidense". Después
explicó la superioridad de los valores hispanos sobre los anglos. Igual
que Lionel Sosa, un próspero empresario estadounidense de origen mexicano,
que en 1998, en Texas, elogió a la nueva clase de profesionales hispanos
que tienen aspecto de anglos pero cuyos "valores siguen siendo muy distintos
de los de un anglo".

Desde luego, como ha señalado el politólogo Jorge I. Domínguez,
los estadounidenses de origen mexicano tienen una actitud más favorable
hacia la democracia que los demás mexicanos. No obstante, existen "feroces
diferencias" entre los valores culturales de EE UU y México, como
observaba en 1995 Jorge Castañeda (posteriormente ministro mexicano de
Exteriores). Castañeda citaba las diferencias en el ámbito social
y económico, el carácter imprevisible, la concepción del
tiempo simbolizada en el síndrome de mañana, la capacidad de obtener
resultados rápidamente y la actitud respecto a la historia, expresada
en "el tópico de que los mexicanos están obsesionados con
la historia y los estadounidenses con el futuro". Sosa enumera varias
características hispanas (muy distintas a las angloprotestantes) que
"impiden el avance de los latinos": la desconfianza en la gente
ajena a la familia; la falta de iniciativa, seguridad y ambición; la
poca importancia que se da a la educación, y la aceptación de
la pobreza como una virtud necesaria para entrar en el cielo. El autor Robert
Kaplan cita a Alex Villa, un mexicano de tercera generación que vive
en Tucson (Arizona) y dice que no conoce a casi nadie, en la comunidad mexicana
del sur de Tucson, que crea que "la educación y el trabajo"
son la vía hacia la prosperidad material y que, por tanto, esté
dispuesto a "participar en EE UU".

Si continúa esta inmigración sin que mejore el proceso de asimilación,
EE UU podría acabar siendo un país dividido en dos lenguas y dos
culturas. Es el modelo que siguen algunas democracias estables y prósperas,
como Canadá y Bélgica. Pero las diferencias culturales en esos
países no son equiparables a las que hay entre EE UU y México,
e incluso en esos lugares persisten las diferencias lingüísticas.
No hay muchos canadienses angloparlantes que tengan el mismo dominio del inglés
y el francés, y el Gobierno canadiense ha impuesto multas para conseguir
que sus altos funcionarios hablaran los dos idiomas. Lo mismo ocurre en Bélgica.
La transformación de Estados Unidos en un país como éstos
no tendría por qué ser el fin del mundo, pero sí sería
el fin del país que conocemos desde hace tres siglos. Los estadounidenses
no deben dejar que ocurra, a no ser que estén convencidos de que esa
nueva nación sería mejor.

Una transformación así no sólo revolucionaría el
país, sino que tendría serias consecuencias para los hispanos,
que estarían en Estados Unidos pero no serían de EE UU. Sosa termina
su libro, El sueño americano (Plume, 1998), con unas palabras de aliento
para empresarios hispanos ambiciosos. "¿El sueño americano?",
pregunta. "Existe, es realista y está al alcance de todos".
Sosa se equivoca. No existe el sueño americano. Sólo existe el
American dream creado por una sociedad angloprotestante. Si los estadounidenses
de origen mexicano quieren participar en ese sueño y esa sociedad, tendrán
que soñar en inglés.

¿Algo más?
El artículo de Samuel Huntington en Foreign
Affairs (1993) que dio origen a su obra El choque de civilizaciones
y la reconfiguración del orden mundial (Paidós, Barcelona,
1997), ha sido desde entonces, y sobre todo desde el 11-S, fuente
de debate y controversia sobre un supuesto enfrentamiento entre
la civilización occidental y el islam. Pero Huntington también
hablaba de una civilización latinoamericana. Mexifornia:
A State of Becoming (Encounter Books, San Francisco, 2003), de Victor
Davis Hanson, de la California State University, predice también
un dominio hispano a la Quebec que puede llevar a separatismos.
Para consultar datos originales sobre la población hispana
de Estados Unidos es imprescindible acceder a los últimos
informes sobre la comunidad hispana de EE UU en la web de su Oficina
del Censo (www.census.gov/pubinfo/www/multimedia/LULAC.html).Roger Daniels ofrece una historia reciente de la política
de inmigración de EE UU en Guarding the Golden Door: American
Immigrants and Immigration Policy since 1882 (Hill and Wang, Nueva
York, 2003). El Centro de Estudios de Inmigración Comparativa
de la Universidad de California-San Diego ha realizado un estudio
sobre las consecuencias de esta política, disponible en www.ccis-ucsd.org.
Sobre la asimilación de los inmigrantes, ver Milton M. Gordon,
Assimilation in American Life: The Role of Race, Religion, and National
Origins (Oxford University Press, Nueva York, 1964). Richard Alba
y Víctor Nee analizan los años 60 en Remaking the
American Mainstream: Assimilation and Contemporary Immigration (Harvard
University Press, Cambridge, 2003). El antropólogo español
y experto en migraciones Tomás Calvo Buezas bucea en los
problemas de la comunidad hispana de EE UU en ‘Puertorriqueños
y otros hispanos: integración y desigualdad en una ciudad
neoyorquina’, en Muchas Américas: cultura, sociedad
y política en América Latina (Editorial Computense/ICI-V
Centenario, Madrid, 1990).

Sobre los problemas de la inmigración mexicana, consúltense
los estudios incluidos en Crossings: Mexican Immigration in Interdisciplinary
Perspectives (Centro David Rockefeller de Estudios Latinoamericanos,
Harvard University, Cambridge, 1998), editado por Marcelo M. Suárez-Orozco.
Sobre la negociaciones entre Estados Unidos y México en torno
al problema de la inmigración, véase el informe del
Pew Hispanic Center How many undocumented: The numbers behind the
U.S. Migration Talks en www.pewhispanic.org.
Otros aspectos de las relaciones entre EE UU y México se
abordan en The California-Mexico Connection (eds. Abraham F. Lowenthal
y Katrina Burgess, Stanford University Press, Stanford, 1993) y
en The United States and Mexico, de Jorge I. Domínguez y
R. Fernández de Castro (Routledge, Nueva York, 2001).