Los expertos más alarmistas profetizan que la Europa laica corre el peligro de verse aplastada por su población musulmana, que crece a toda velocidad. Sin embargo, pese a todo lo que se oye hablar del islam, el Viejo Continente sigue siendo una fortaleza cristiana más sólida de lo que se cree.

Occidente está inundado de temores a la islamización de Europa. Muchos
creen que la ascensión del esta religión podría convertir el continente
en Eurabia, un término popularizado por el historiador de Harvard,
Niall Ferguson, y otros expertos. “La joven sociedad musulmana del sur
y el este del Mediterráneo está en disposición de colonizar –no es un
término excesivo– una Europa en plena senectud”, predice Ferguson. Puede
que estas profecías tan siniestras vendan libros, pero ignoran la realidad.
Pese a todo lo que se oye hablar del islam, Europa es una fortaleza cristiana
más sólida de lo que se cree. Además, no da señales de ceder terreno ante
la fe musulmana ni ninguna otra religión.

La verdad es que esta tendencia desafía el sentido común. Europa es, desde hace mucho, un pantano lleno de paludismo para cualquier confesión tradicional y ortodoxa. En comparación con el resto del planeta, la observancia religiosa en el Viejo Continente es en realidad escasa. Y resulta fácil ver las pruebas de la decadencia. Cualquiera que haya viajado a allí ha visto las iglesias cristianas abandonadas y dedicadas a usos seglares, convertidas, muchas de ellas, en poco más que museos. Pero eso no significa que el cristianismo europeo esté al borde de la extinción. Más bien que, entre las ruinas de la fe, se está adaptando a un mundo en el que sus adeptos convencidos representan una minoría pequeña, pero llena de vigor.

De hecho, el rápido descenso del número de practicantes desde hace 40 años con mucha probabilidad ha beneficiado a Europa. Ha liberado a las iglesias de tener que actuar como entidades nacionales y tratar de atender a todos los miembros de la sociedad. En los tiempos que corren, ninguna iglesia tiene posibilidades realistas de integrar a todo el mundo. En cambio, unas congregaciones más pequeñas y concentradas pueden tener más pasión, más entusiasmo y una dedicación más rigurosa a la santidad personal. Por utilizar una analogía científica, cuando una estrella se colapsa, se convierte en una enana blanca, que tiene un tamaño mucho más pequeño pero arde con mayor intensidad. Hoy, se extienden por toda Europa unas comunidades religiosas que son como enanas blancas, nacidas de los restos de la vieja iglesia de masas.

Tal vez el caso más claro es el del catolicismo europeo, en el que las nuevas corrientes religiosas son ya una gran fuerza. Hay ejemplos como los de los Focolares, la Comunidad Emmanuel y el Camino Neocatecumenal, todos ellos entregados a la reevangelización de Europa. Son movimientos con un culto y una devoción de tipo carismático que parecerían más propios de la Iglesia Pentecostal en Estados Unidos, pero, al mismo tiempo, son totalmente católicos. Aunque la mayoría procede de España e Italia, después se han extendido por Europa y todo el mundo católico. Su influencia sobre el clero y los líderes seglares jóvenes que construirán la Iglesia de la próxima generación es asombrosamente grande.

Tendencias similares se observan en el protestantismo de Europa occidental
y del norte. Hoy, las partes más activas de la Iglesia Anglicana son las
parroquias evangélicas y carismáticas que, en la práctica, se han transformado
en auténticas megaiglesias y han sabido llegar a una sociedad
laica que ya no tiene mucha idea de nada relacionado con la fe cristiana.
La Santísima Trinidad de Brompton, una megaparroquia situada
en Knightsbridge (Londres), que se ha convertido en una de las mayores
de Gran Bretaña, organiza el popular Curso Alpha, una forma de captar
posibles conversos mediante redes de contactos informales dirigidas, sobre
todo, a jóvenes y profesionales. Como en el caso de los movimientos católicos,
el curso funciona porque no da por descontado ningún conocimiento previo:
se supone que todo el mundo es un neófito que necesita aprender lo básico.
Y tampoco cuenta con que la gente vive y trabaja en condiciones familiares
o laborales tradicionales. El Curso Alpha está muy bien orientado hacia
unos creyentes posmodernos en una economía posindustrial.

Junto a estas comunidades cristianas más antiguas están las congregaciones
de inmigrantes, llenas de energía. Un domingo cualquiera, la mitad de
todos los que acuden a oficios religiosos en Londres es de origen africano
o afrocaribeño. De las 10 mayores megaiglesias de Gran Bretaña,
cuatro tienen pastores africanos. París dispone de 250 parroquias protestantes
con congregaciones étnicas, en su mayoría procedentes del África negra.
En Alemania, la tendencia es similar. Iglesias cristianas en pleno auge
en África y Asia dedican ahora gran parte de su labor evangélica a Europa.
Los pastores nigerianos y congoleños han logrado resultados muy buenos,
pero el que ha superado a todos es el pastor evangélico nigeriano Sunday
Adelaja, que vive en Ucrania. En los doce últimos años ha abierto más
de 300 iglesias en 30 países, y cuenta ya con 30.000 adeptos, principalmente
blancos.

Hoy, se extienden por toda Europa unas comunidades religiosas que son como enanas blancas, nacidas de los restos de la vieja iglesia de masas.

Lo irónico es que, después de siglos de rebelión contra la autoridad religiosa, la llegada del islam a Europa también está reabriendo cuestiones políticas que la mayoría consideraba obsoletas, como los debates sobre los límites de la libertad de expresión, la libertad religiosa y el derecho a hacer proselitismo. Y las controversias que nacen en un contexto musulmán acaban, de forma inexorable, ampliando o limitando igualmente los derechos de los cristianos. Si hay que callar a los predicadores del islam que condenan a los gays, también habrá que hacerlo con los fieles del cristianismo carismático. Y, al mismo tiempo, cualquier ley que restrinja los ataques blasfemos a la imagen de Mahoma debe tener en cuenta la sensibilidad de quienes veneran a Jesús.

El resultado de todo esto ha sido el redescubrimiento de las raíces cristianas
del continente, incluso entre quienes las tenían olvidadas desde hace
tiempo, y un nuevo sentido del cristianismo cultural europeo. Jürgen Habermas,
veterano filósofo alemán de izquierdas, asombró no hace mucho a sus admiradores
al afirmar: “El cristianismo, y sólo él, es la base suprema de la libertad,
la conciencia, los derechos humanos y la democracia, los puntos de referencia
de la civilización occidental. Todavía hoy, no tenemos más opciones [que
el cristianismo]. Seguimos alimentándonos de esta fuente. Todo lo demás
es cháchara posmoderna”. Es posible que Europa se enfrente a los dilemas
de una sociedad multiconfesional, pero, con el cristianismo en disposición
de reaparecer, no se puede decir que esté a punto de convertirse en una
colonia islámica.