Miembros de Al Qaeda en Siria. (Fadi al-Halabi/AFP/Getty Images)
Miembros de Al Qaeda en Siria. (Fadi al-Halabi/AFP/Getty Images)

Los atentados terroristas de individuos que han luchado en la yihad islámica obligan a reflexionar históricamente sobre una categoría olvidada en Europa: el ex combatiente.

Una nueva amenaza se cierne sobre Europa, encarnada en la figura casi olvidada, siempre poco comprendida, del excombatiente. La guerra que libra la yihad islámica en los campos de batalla de Oriente Medio es global, y sus repercusiones se sienten en el Viejo Continente. Los hombres que la combaten con Kaláshnikov y machete en mano, miles de ellos (quizá 4.000, de momento) con pasaporte de países de la Unión Europea, circulan y regresan con una experiencia guerrera, un know-how bélico que deviene producto de importación a Europa. Son hombres como Mehdi Nemmouche, el autor del ataque en el Museo Judío de Bruselas el pasado mayo y considerado el primer voluntario europeo en la guerra de Siria en cometer un ataque al regresar al continente; jóvenes probablemente como los autores de sangriento atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo en París. El Estado Islámico (EI) arrastra a luchar en un conflicto armado a un muy reducido sector de la juventud criado y cuasi-marginado en el regazo de Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Holanda, Austria, Italia o España. A su manera, ahora, muchos de esos jóvenes son auténticos veteranos de guerra, porque el EI se sustenta en un ejército combatiente de voluntarios uniformados, con armas ligeras e incluso tanques o lanzacohetes, por improvisado y desorganizado que todo esto nos parezca.

Pero esos que a Europa retornan no son ya soldados. No lo son, porque ya no combaten; no hay guerra propiamente dicha fuera de aquellos territorios de Siria e Irak, ni la habrá, casi seguro, en el interior de la UE. Eso sí, la guerra son ellos, la traen en sus mentes y experiencias. Siguen siendo entrenados para el combate sobre suelo europeo. Y el número de las víctimas que se han cobrado en actos de terror ya supera la docena, con la consiguiente cadena de alarmas, y el reforzamiento de medidas de seguridad. La UE hace tiempo es consciente de la amenaza, y coordina, intensifica, vigila para aplacarla. El desafío parece radicalmente nuevo, y en cierta medida lo es, pero la historia reciente tiene mucho que enseñarnos sobre lo que los ex combatientes han sido, siempre son, y pueden llegar a suponer en una sociedad moderna que se dice en paz.

No sólo historiadores, sino también politólogos y sociólogos tienen en los ex combatientes un objeto de estudio. Autores como Claude Barrois, Joanna Bourke o Stéphane Audoin-Rouzeau nos han enseñado cómo la experiencia de combate es de una radical discontinuidad respecto a las normas de una vida normal y socialmente aceptable; es una vivencia en la que se dan rienda suelta a profundos instintos humanos que pueden incluir una auténtica sed de sangre. Otros investigadores, de hecho, han reflexionado acerca de aquello que define, no ya a un guerrero, sino a un “retornado”, a un excombatiente que regresa de una experiencia bélica. En un clásico libro acerca de la cruda guerra en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, No Man’s Land (1979), Eric J. Leed explicó que los veteranos de guerra son individuos que han atravesado un auténtico “rito de paso”, el del combate. Leed demostró que vivir primero la movilización armada, como voluntario o recluta, después el violento sufrimiento del frente, y por último la reincorporación a una sociedad, era un proceso en tres fases que se correspondía sorprendentemente bien con la típica estructura de un ritual de iniciación, según los describen las teorías antropológicas. Por ello, los excombatientes son individuos esencialmente diferentes, que se sienten totalmente distintos al resto de la sociedad que les acoge, y que por ello pueden resultar enormemente conflictivos en su reintegración. Máxime, añadiríamos ahora, cuando el ex combatiente retorna a una civilización, a un sistema político que todavía considera como su enemigo a abatir.

La historia de Europa nos proporciona ejemplos y precedentes con los que entender mejor lo que ocurre. Hoy, en los países de la UE, los ex combatientes de las guerras del siglo XX están desapareciendo, pero los historiadores han destacado la relevancia de los problemas que causó su reintegración, sobre todo tras las dos conflagraciones mundiales. Volvieron con la mirada perdida, con el barro aún bajo las uñas, la vida truncada tras años de trinchera. Muchos de ellos mutilados, todos marcados por la guerra, irrumpieron enérgicamente en el espacio público tras 1918 y dieron grandes quebraderos de cabeza a estadistas, políticos y agentes sociales. En muchas ocasiones se ha hablado también de las derivaciones políticas de este desafío. Se suele emplear la noción de “brutalización” (que propuso el historiador George L. Mosse) para entender cómo los ex combatientes contribuyeron a impregnar de violencia las sociedades posbélicas. Sin ir más lejos, el último número del prestigioso Journal of Contemporary History, publicado en enero de 2015, examina cuales fueron los límites de aquella agitada desmovilización de los soldados tras la Gran Guerra, que en muchas regiones del planeta derivó en paramilitarismo, revoluciones y más violencia armada.

Los excombatientes destacarían, de hecho, por protagonizar reacciones que tuvieron mucho que ver con el origen del fascismo. En la Alemania de 1918-1919, algunos veteranos del frente, sobre todo ex oficiales, se unieron a jóvenes estudiantes nacionalistas en el seno de unidades armadas mercenarias que aplastaron conatos revolucionarios. En Munich, un amargado soldado desmovilizado, que se llamaba Adolf Hitler, comenzó a reunir en torno a sí a algunos veteranos a quienes encendía con sus soflamas antibolcheviques y antisemitas. Ciertos ex soldados fueron tan lejos como para mantener activos grupúsculos terroristas como la antirrepublicana y antijudía Organisation Consul, responsable de numerosos asesinatos políticos en la República de Weimar, como los de los ministros Matthias Erzberger (1921) y Walter Rathenau (1922). Mientras, en Italia, algunos grupos de excombatientes fueron seducidos por el fascismo que lideraba un periodista de pasado socialista que había estado también en el frente: Mussolini. La mitificada responsabilidad de los veteranos en el origen de los movimientos fascistas fue replicada por otros grupos de extrema derecha, algunos terroristas, incluso durante la segunda mitad del siglo XX. En estos fenómenos cabe incluir España, donde los excombatientes franquistas de la guerra civil española todavía se recuerdan por haber sido un pilar de apoyo de una dictadura enormemente represiva como la de Franco.

Con todo, es sabido que la inmensa mayoría de veteranos de las grandes guerras del siglo XX europeo rehuyeron la continuación de la violencia tras su reintegración a la sociedad. Eso fue así sobre todo porque aquellas guerras fueron protagonizadas por una gran mayoría de soldados a disgusto, obligados a luchar por sus gobiernos de un signo u otro. También porque casi siempre regresaban a sus hogares en el seno de patrias que amaban, aunque a veces con demasiado fervor. En Estados Unidos, un país que no ha dejado de participar en guerras a lo largo y ancho del planeta tras 1945, la figura del veterano es venerada, pero también conflictiva. El pasado mes de abril, por ejemplo, un excombatiente estadounidense de Irak aparentemente traumatizado mató a tres personas en una base militar de Texas. Conscientes de los peligros que siempre traen los desmovilizados, desde hace tiempo suelen implementarse amplios programas de desarme, desmovilización y reintegración (DDR) de excombatientes, apoyados por la ONU en aquellas regiones, casi siempre en países en desarrollo, donde crueles guerras civiles dejan un legado de individuos que no saben otro oficio que el de combatir a muerte.

Pero a pesar de todo ello, será extremadamente difícil, si no imposible, desmovilizar y reintegrar a los jóvenes que, habiendo ido a luchar, profundamente fanatizados, a la guerra de Siria en las filas de la yihad, vuelven a Europa por su propio pie y se traen consigo su savoir-faire violento, brutalizados, dispuestos a emplearlo para continuar su lucha en casa. El ex combatiente retorna. No sólo a las calles de donde partió para una guerra, sino a la historia de Europa. Pero aunque poco puede compararse este fenómeno, no obstante, con aquello que la historia nos enseña, no somos completamente ignorantes del desafío al que nos enfrentamos. Que los oscuros precedentes del pasado no sean un mal augurio, sino un acicate y un conocimiento útil para afrontar el presente y el futuro.