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Bandera catalanas y de la Unión Europea tras un rally del partido Convergència i Unió en Barcelona, mayo de 2014. Josep Lago/AFP/Getty Images

La radicalización nacionalista de cara al Estado e incluso Bruselas será una estrategia política cada vez más habitual.

"Somos un país pequeño y pobre, tenemos que estar juntos, porque una potencia económica puede arrasarnos". Decía Branko Kockica, adoctrinando a unos pequeños colegiales vestidos con los trajes típicos de las antiguas repúblicas ex yugoslavas. Son imágenes de un programa de televisión con el que se educó la mayoría de adultos nacidos en Yugoslavia: "En el mundo existe un imperio". Nuestro protagonista, luego, cogía de cada niño una rama de árbol y explicaba, con convicción, como cada una de esas pequeñas ramas debían permanecer unidas porque cada una de ellas era fácil que se rompiera por separada, y juntas no lo harían nunca. Ya lo decía un viejo proverbio eslavo: "cuando se corta el bosque, vuelan las astillas".

Ya en la época de las sociedades secretas proyugoslavas en Zagreb, Mostar, Sarajevo o Belgrado, a principios del siglo XX, se utilizaba esta misma metáfora para explicar como la unión de los eslavos del sur suponía una solución frente a los abusos y la opresión del Imperio austro-húngaro. Eran tiempos donde la libertad se expresaba a través de la libertad del individuo pero, sobre todo, a través de la libertad de la nación. El nacionalismo no tenía ese sesgo retrógrado que tiene ahora. El desenlace en Europa todos lo conocemos: con una Primera Guerra Mundial como desencadenante, las naciones se impusieron a los imperios para, después de la Segunda Guerra Mundial, perder su poder, asfixiados por los estragos del conflicto y la lucha entre el bloque proestadounidense y el soviético.

Sin embargo, hoy volvemos, en muchas constantes, al periodo pretotalitario y algunas de las ramas que sustentan el árbol europeo parecen resquebrajarse, sin que, no solo se cuestione el proyecto europeo, sino también la integridad territorial de los Estados miembros. Las últimas elecciones europeas vivieron el ascenso de los partidos de extrema derecha y partidos euroescépticos. Pero, más pujantes que todos estos partidos, que no dejan de ser resistencias inquietantes a corrientes sociales y económicas, la mayoría ellas incontenibles, está el ascenso gradual, y a diferentes velocidades, de propuestas secesionistas que merecen ser tomadas en serio por ser embrionarias o por estar ya muy avanzadas.

Cataluña, Escocia, Flandes, Euskadi, Bretaña, Alsacia, Padania, Córcega, Cerdeña, Frisia, Islas Aland, Tirol del Sur, Silesia, Transilvania, Baviera, Schleswig-Holstein, Carintia…. partes de esa inmensa piel de leopardo que es la UE. "Está todavía por conocerse hasta dónde llegan las consecuencias del proceso soberanista iniciado por el actual gobierno catalán"; Google, no hace mucho, declaraba que el catalán se había convertido en una de las 10 lenguas más activas del mundo en Internet; en marzo los venecianos y residentes en el Véneto votaban en un 88% a favor de la separación de Italia y lo hacían en un referéndum en Internet que duró cinco días; hace pocas semanas se organizaba un referéndum en Escocia donde ganaba el "no" a la independencia, pero, también, gracias a los votos de los ciudadanos más mayores; el partido más votado en Bélgica, Nueva Alianza Flamencav (N-VA), se presentó a las últimas elecciones con la propuesta de no tener primer ministro, ni servicio diplomático ni seguridad social común. Más de 60 millones de habitantes viven en territorios donde el secesionismo está presente pero, sin embargo, la mayoría buscan la independencia dentro de la UE.

La Unión Europea es un espacio de libertad, pero un espacio de libertad desigual y desequilibrado, capaz de eliminar las resistencia colectivas, trasladar el fracaso de sus políticas a los individuos, y todo eso sin ser ni democrático ni transparente. La democracia a nivel europeo es una tarea todavía pendiente, hoy reflejada en un Parlamento europeo que no puede esconder que, pese a las mejoras y a la visibilidad creciente, la Comisión y el Consejo Europeo son los que realmente toman las decisiones importantes. La crisis económica ha golpeado los cimientos de la Unión y las soluciones se han adoptado entre capitales europeas pero, sobre todo, en Bruselas o en el mismo G-20, de la mano de jerarquías políticas y económicas a los que la sociedad civil no sabe cómo rendir cuentas. En definitiva, el concepto de soberanía en Europa ya no es el mismo de hace dos décadas, las fuentes de poder se han disgregado y globalizado en detrimento de la política estatal, lo cual no impide que los ciudadanos sintamos que las responsabilidades debemos evaluarlas, principalmente, a nivel del Estado.

Paralelamente, solo siendo Estado dentro de la UE -y unos Estados tienen más poder que otros-,se influye en las decisiones más importantes, aunque, no siéndolo, también se puede actuar de diversas formas en los foros políticos y económicos europeos. Y, en efecto, los mecanismos de acción política se multiplican y a diferentes niveles. El analista Christopher K. Connolly ofrece una reflexión al respecto: "Mientras la UE provee vías para la articulación y consecución de objetivos nacionalistas más allá de las fronteras del Estado, también acentúa el significado del Estado limitando la participación completa en sus instituciones". El regionalismo no disfruta de atribuciones políticas relevantes, como es el caso del Comité de las Regiones, pero perfila y empodera la identidad de sus actores, que invierten muchos recursos en ganar influencia política en Bruselas. Mario Caciagli, especializado en regionalismo europeo, ya aventuraba el empuje de éste como motor político, económico y social hace más de una década. Según él: "El regionalismo es un proceso cultural que se funda precisamente sobre un específico tipo de identidad como es la territorial". Las regiones no dejan de politizarse. Pueden crear sus propias narrativas económicas, culturales e, incluso, identitarias, "imaginándolas", como dijo en su momento Benedict Anderson. No es un riesgo el regionalismo en sí, si no el uso irresponsable de la autonomía institucional como vehículo para la etnificación de sociedades enteras ante Estados ineficientes y ante la amenaza de una globalización injusta y opaca.

Emanuele Massetti y Arjan H. Schakel sostienen que la moderación en el regionalismo maximiza los logros electorales a escala regional, mientras que la radicalización reduce las pérdidas electorales a nivel del Estado. La radicalización nacionalista de cara al Estado o, incluso, de cara a Bruselas será una estrategia política cada vez más habitual. De esto se deriva un resultado: la negligencia o, directamente, la falta de servicio al interés general por parte de los poderes centrales generará cada vez más respuestas críticas de los entes regionales que, de la mano de una clase política interesada en acumular poder o, simplemente, en desviar la atención, podrán recurrir al nacionalismo para lograr mayores atribuciones o, incluso, la fundación de nuevos Estados. La propia UE no tiene una posición definida al respecto -no se involucra oficialmente en las cuestiones constitucionales de los Estados-, ni política ni legalmente, y esto permite mandar un mensaje de permisividad hacia el independentismo.

La política como mejor se articula colectivamente es en torno a las identidades nacionales y lingüísticas, muy por encima de una identidad europea, todavía incipiente, o de todas aquellas que, desde la movilización ciudadana, pueden identificar, intervenir y resolver problemas políticos sobre la base de intereses comunes que no tienen adscripción nacional. El nacionalismo dentro de Europa, persigue intereses nacionales, mientras que los problemas siguen siendo europeos, afectando a sectores sociales muy diversos en diferentes países, especialmente en el ámbito económico, donde se manifiestan con especial importancia la descentralización y el principio de subsidiariedad de los Estados -el caso más representativo es la omnipotencia del Banco Central Europeo-. Por este motivo, la UE y los Estados miembros deben de dar pasos al frente para fomentar una ciudadanía europea, articulando mecanismos que permitan a la sociedad civil exigir responsabilidades e intervenir sobre los órganos de representación con una perspectiva realmente europea; otra cosa sería ser un imperio, y ya sabemos cómo terminaron y qué es lo que le siguió a continuación: el gobierno de los nacionalismos. Y ahí, ya sabemos que los nacionalismos grandes hacen lo que quieren con los pequeños, y ya no solo a nivel europeo sino, ahora ya, a escala mundial. Si no, que se lo pregunten a las antiguas repúblicas ex yugoslavas o, mismamente, al bueno de Branko Kockica.