
El mundo permanece atento a las presidenciales brasileñas y, en esta ocasión, el factor externo cuenta más que nunca para prevenir el peligro de quiebra democrática en el país.
El gobierno de ultraderecha del presidente Jair Bolsonaro se ha convertido en un punto fuera de la curva en la experiencia democrática de Brasil desde la redemocratización de los 80. Después de más de tres años de gobierno disfuncional en varias áreas, tanto a nivel nacional como internacional, incluyendo el haber sido considerado una amenaza sanitaria durante la pandemia de la Covid-19 por varias organizaciones sanitarias mundiales y formadores de opinión internacionales, y haber contribuido a una de las mayores tasas de deforestación de la Amazonia en décadas, el presidente se presenta a la reelección fomentando el odio y la violencia política contra sus oponentes y difundiendo sospechas y noticias falsas sobre el proceso electoral en el país.
Alentando a la población a armarse y apoyándose en una parte de las Fuerzas Armadas cooptadas por cargos del Gobierno y la creciente partidización, Bolsonaro ensaya un golpe o autogolpe en caso de derrota electoral. En este sentido, militares de alto rango cercanos a Bolsonaro, como su candidato a vicepresidente, el general Braga Neto, han contribuido a perturbar el proceso electoral al cuestionar el sistema de voto electrónico sin argumentos técnicos ni científicos.
Este comportamiento antidemocrático del Presidente ha afectado a la política exterior brasileña en el período de su mandato y ha generado reacciones cada vez más fuertes y molestas por parte de otros gobiernos y medios de comunicación extranjeros en el transcurso más reciente de la campaña electoral. Se evalúa que tras la derrota de Donald Trump, el gobierno de Bolsonaro se ha convertido en la mayor apuesta de los liderazgos de ultraderecha en EE UU y Europa para mantener la ocupación del Ejecutivo de uno de los países emergentes más importantes. En cambio, la mayoría de los gobiernos occidentales —desde los Estados Unidos de Joe Biden hasta el Chile de Gabriel Boric— han declarado públicamente que deben prevalecer los resultados de las urnas.
Conflictos con gobiernos extranjeros y aislamiento diplomático
Desde el inicio de su gobierno en 2019, Bolsonaro ha acumulado conflictos con los socios estratégicos de Brasil. Con una política exterior subordinada a los Estados Unidos de Trump, y siguiendo su guión negacionista de la ciencia, el presidente brasileño se ha sumado a las narrativas contra los acuerdos medioambientales, especialmente relacionados con el cambio climático y la protección de la Amazonia, creando disputas con los gobiernos europeos; en el ámbito más ideológico, las críticas a China —el mayor socio comercial de Brasil— han llevado la relación bilateral a un punto de enfrentamiento que sólo se revirtió parcialmente con la intervención del Congreso Nacional y la caída del ministro Ernesto Araújo.
El cambio radical de la posición de Brasil en los foros ...
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