La importancia logística de la península como punto de entrada de armamento a la Franja de Gaza.

 

AFP/Getty Images
Beduino egipcio muestra los restos de metal en el lugar de una explosión el pasado agosto en la Península del Sinaí, donde un hombre fue asesinado por las tropas israelíes mientras que trataba de lanzar un cohete a Israel.

 

La caída de Hosni Mubarak a principios de 2011 generó un vacío de poder en la árida y extensa Península del Sinaí (con más de 60.000 kms² triplica la superficie que ocupa el Estado de Israel), que fue aprovechado por diferentes organizaciones yihadistas para establecerse en la zona, compitiendo así con las tribus beduinas que tradicionalmente han dominado las redes de contrabando. La posterior victoria electoral de la Hermandad Musulmana y el acceso a la presidencia de Mohammed Morsi el pasado mes de junio han hecho aumentar el número de incidentes transfronterizos provocados por estas organizaciones, acelerando el ritmo de construcción de una verja de última generación que ha de cerrar herméticamente los 250 kilómetros de frontera común.

Los aproximadamente 300.000 beduinos que habitan en el Sinaí constituyen un quebradero de cabeza para el Gobierno de El Cairo, pues su alienación política económica y social respecto del resto de Egipto facilita la implantación de estos elementos yihadistas, que los servicios de seguridad cifran en unos 20.000 efectivos. Igualmente ayuda a la penetración de terceros actores interesados en la desestabilización de la zona, sea la organización chií libanesa Hezbolá –que sufrió varias detenciones de sus operativos en la primavera de 2009, aunque luego éstos fueron liberados en 2011– o la Guardia Revolucionaria de Irán. Ambas son aparentemente responsables de la transferencia de los cientos de cohetes recientemente lanzados por las Brigadas Izzadin Al Qassam y por el resto de milicias de la Franja de Gaza durante la reciente Operación Pilar Defensivo.

 

Incremento de la tensión

La eclosión de las llamadas Primaveras Árabes ha coadyuvado a la proliferación de organizaciones de corte salafista en la Península del Sinaí. Al Yesh al Islam (Ejército del Islam) que llevaba ya años operando en conjunción con el clan Dogmush dentro de la Franja de Gaza, se unieron otras organizaciones de inspiración yihadista, tales como Al Tawhid wal Yihad, Yund Ansar Alá y la llamada Ansar Bayit al Maqdis de los Muyahidín. Esto a su vez llevó a un cambio táctico en su forma de actuar, pues de perpetrar atentados contra objetivos israelíes y occidentales en los enclaves turísticos del Mar Rojo, pasaron a ejecutar ataques transfronterizos. Así por ejemplo, en agosto de 2011, un sofisticado ataque contra un autobús que circulaba cerca de Eilat se cobró la vida de ocho israelíes –seis civiles y dos militares– siendo la primera vez en que lanzaban un misil antiaéreo contra los helicópteros artillados que entraron en espacio aéreo egipcio para perseguir a los atacantes (aparentemente estos cohetes modernos aire-tierra proceden del arsenal libio atomizado tras la caída de Gadafi).

En abril de 2012 tuvo lugar el lanzamiento de varios cohetes Grad contra la ciudad turística de Eilat, aunque éstos provocaron únicamente daños materiales. Entonces el director del servicio de inteligencia militar israelí, Aviv Kojavi, aseguró que habían sido capaces de prevenir otros diez atentados en los dos meses previos. Posteriormente, a las típicas acciones de sabotaje contra el gaseoducto egipcio-israelí y atentados contra las comisarías de policía de la zona norte del Sinaí se unieron una serie de ataques contra la Fuerza Multinacional de Observadores (MFO) formada por 1.600 monitores militares de una docena de países –entre los que destaca la aportación de los EE UU con 700 efectivos– que supervisan la aplicación de los Acuerdos de Camp David desde 1982.

En agosto de este año otra sofisticada acción se cobró la vida de 16 soldados egipcios, que se vieron sorprendidos por un comando yihadista que posteriormente cargó sus vehículos blindados con explosivos y los lanzó contra el terminal israelí del paso fronterizo de Kerem Shalom. Esto obligó al Presidente Morsi a convocar de urgencia a su consejo de seguridad nacional y a reforzar militarmente la zona, aunque respetando los límites establecidos por el marco de Camp David. También el pasado mes de septiembre un francotirador apostado detrás de un grupo de inmigrantes ilegales mataba a un soldado israelí que les estaba prestando ayuda, poniendo de manifiesto el posible aprovechamiento de esta inmigración subsahariana –sobre todo sudaneses y eritreos– como cobertura para perpetrar atentados.

  

Tráfico de armamento

Según un informe de la ONG israelí Médicos por los Derechos Humanos la inmigración ilegal a través del Sinaí se ha convertido en una auténtica tragedia humana, dado que muchos de ellos se ven retenidos en campos de internamiento gestionados por los beduinos, que llegan a cobrarles desde 5.000 hasta 30.000 dólares por pasarles al otro lado. Entre aquellos que logran llegar a Israel un tercio afirma haber sido víctima de torturas, mientras que dos tercios de las mujeres denuncian haber sido violadas. A este tráfico de personas se le une presumiblemente también el de órganos, pues se han descubierto varios casos de cadáveres mutilados a los que algún órgano les había sido extraído.

Esta diversificación en el contrabando –de drogas, de personas, de órganos– así como esta falta de escrúpulos demostrada por parte de algunas tribus beduinas parecen haber llamado la atención de los yihadistas, que estarían utilizándolos para el tráfico de armas, munición y explosivos, sean procedentes de bazares de armas sin control como Libia o lugares de tránsito como Sudán (donde la aviación israelí presuntamente bombardeó una supuesta fábrica de cohetes iraní sita en las afueras de Jartum el pasado mes de octubre). Tras este largo recorrido el armamento llega hasta la localidad de Rafah, dividida por el Corredor de Filadelfia entre el lado egipcio y el palestino, a donde se introducen por una tupida red de túneles subterráneos.

Así las cosas, la operación Pilar Defensivo ha permitido al Ejército israelí bombardear sistemáticamente todo este Corredor de Filadelfia –los 15 kilómetros que van desde el paso fronterizo de Kerem Shalom hasta el Mediterráneo, atravesando por en medio de la ciudad de Rafah– neutralizando según sus estimaciones hasta el 90% de los túneles. Pero éstos ya han comenzado a ser reconstruidos, lo que permitirá reactivar la entrada de armas, municiones y explosivos, a la par de cemento, alimentos, cigarrillos, y todo tipo de artículos de uso civil, que a fin de cuentas constituyen a su vez el 90% del contrabando que entra por los túneles en la Franja de Gaza (dado que Israel y Egipto no permiten la entrada de mercancías por el paso fronterizo de Rafah, sino sólo el tránsito de personas).

 

Hipótesis de solución

Si la Península del Sinaí continúa siendo este nodo para el contrabando de armamento dirigido a las milicias de la Franja de Gaza, las operaciones Plomo Fundido (diciembre 2008- enero 2009) y Pilar Defensivo (noviembre 2012) habrán servido para poco, pues los cohetes volverán a amenazar a la población civil del sur de Israel, obligando a su Gobierno a ordenar una campaña militar más destructiva todavía. Igualmente, si las organizaciones yihadistas continúan operando con una cierta libertad dentro del Sinaí y perpetrando ataques transfronterizos, antes o después el Ejército israelí lanzará una operación de castigo dentro de territorio egipcio (hasta ahora se había limitado a hacerlo contra la Franja de Gaza), lo que podría poner en peligro el marco legal, el tratado de paz y los mecanismo de supervisión que suponen los Acuerdos de Camp David –que constituyen la piedra angular de la estabilidad en Oriente Medio.

Por ello, la única fórmula que podría evitar una nueva ofensiva contra la Franja de Gaza e incluso una eventual guerra entre Egipto e Israel, sería el despliegue de un contingente militar que reforzara las capacidades del MFO, o bien la transformación de éste en una misión de Naciones Unidas similar a la de UNIFIL en el sur del Líbano, que en conjunción con el Estado egipcio controle y desarme a las organizaciones salafistas. Además de este despliegue militar que refuerce al Ejército y la Policía egipcios, dicha fuerza de interposición –sea de la ONU, de la UE o de la OTAN– debería contar con modernos sistemas de detección para neutralizar el desembarco del armamento por el Canal de Suez o las aguas del Mar Rojo, así como su entrada por los túneles de Rafah.

Una operación militar de esta envergadura añadiría al cumplimiento de las condiciones de la tregua lograda el pasado 21 de noviembre entre Israel y Hamás la apertura durante las 24 horas del paso fronterizo de Rafah. No sólo para el tránsito de personas, sino también para el de mercancías que –con los pertinentes controles de seguridad– permitiese que esa gran parte del contrabando que ha generado la industria de los túneles (que es mercancía de carácter civil) pueda fluir y abastecer al millón y medio de personas que viven confinadas en la Franja y que necesitan disponer de esa puerta abierta al mundo, tanto para poder comerciar como para poder convivir.

 

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