Los esfuerzos de las naciones pequeñas de la UE podrían aprovecharse para que Europa se convierta en un líder global.

 

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Son siempre los grandes Estados los que acaparan los titulares de las políticas de la UE. El inicio de 2013 no ha sido diferente en este aspecto, desde el impulso hacia la austeridad de Alemania a la intervención de Francia en Malí o el anuncio de Gran Bretaña de un probable referéndum sobre su permanencia en la Unión.
Al leer las informaciones surgidas de la Cumbre sobre el presupuesto de la UE de la semana pasada no sería raro que uno pensara que hay sólo tres Estados que cuentan en los procesos de decisión de Bruselas.

Sin embargo, en cuestión de política exterior, las historias detrás de los titulares, cada vez más, tienen como protagonistas a los Estados pequeños.
El proyecto European foreign policy scorecard del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés) lleva el registro de todas las contribuciones —por parte de las instituciones de la UE y de los Estados miembros— que tienen repercusión en el impacto de la política exterior europea.

Entre la tendencia general que el Scorecard 2013 muestra hacia la cooperación en la política exterior de la UE (en 2012 se produjo una significativa caída en el número de países clasificados como vagos en cuestiones políticas específicas, especialmente marcada en los casos de Chipre, Italia y Polonia) emerge también una potente historia sobre el papel que los Estados más pequeños pueden desempeñar a la hora de liderar iniciativas.

Aunque el liderazgo de los tres grandes disminuyó de forma notable el año pasado, se dieron interesantes coaliciones de los miembros más pequeños que resultaron decisivas en el desarrollo y la defensa de iniciativas de política exterior.

A pesar de que Alemania, seguida de cerca por Reino Unido y Francia todavía se situaron a la cabeza en términos del número de veces que se les catalogó como los líderes en algún tema de política exterior en 2012, el motor franco-alemán apenas fue visible en el desarrollo de la política exterior y la brecha entre los EU-3 y los Estados más pequeños se ha estrechado.

La inusual alianza de Dinamarca e Irlanda fue crucial en la presión a favor de una posición colectiva de la UE en el etiquetado de productos exportados por los asentamientos israelíes, iniciativa a la que se sumó Reino Unido solo cuando daneses e irlandeses ya habían lanzado la idea.

Austria, Bélgica, Estonia e Irlanda fueron también líderes fundamentales (junto a Estados más grandes, como España, Polonia, Italia, Francia y Alemania) en sus contribuciones a las misiones de la Política Común de Seguridad y Defensa.

En la ONU, el apoyo de la UE a un tratado sobre el comercio de armas fue impulsado no sólo por Francia y Reino Unido sino, de manera significativa, por Bélgica, Bulgaria, Finlandia, Irlanda y Suecia.

No cabe duda de que el efecto multiplicador de la Unión es mayor para los Estados pequeños que para los más grandes. Incluso aunque quienes en Reino Unido piensan que Londres no perdería influencia si sale de la UE pueden estar desencaminados, claramente, ésta es una cuestión que nunca surgiría en Lisboa, Sofía o Tallín.

De modo que se puede afirmar que, desde el punto de vista del activismo, los beneficios nacionales derivados de conducir la política exterior de la UE son mayores para los Estados pequeños. No obstante, Bruselas, en su conjunto, se beneficia cuando uno de sus miembros impulsa una decisión sobre sus políticas.

Cuando el ministro búlgaro de Exteriores Mladenov encabezó una idea para que un pequeño grupo de ministros de exteriores representara a la responsable de política exterior de la UE, Catherine Ashton, en visitas a Líbano, Irak y el Cáucaso Sur en 2012, el frente unido formado por Mladenov, Bildt (Suecia) y Sikorsky (Polonia) se reflejó positivamente en la UE como colectivo, señalando una voluntad para poner en común los recursos políticos.

Y, claramente, el liderazgo personal marca una diferencia en los efectos de lo que, de otro modo, habría sido simplemente un mecanismo más en el kit de herramientas técnicas que la UE emplea en su política exterior.

Como ha mostrado el debate sobre el activismo que Mladenov ha llevado a cabo en Oriente Medio y en la región del Norte de África tras el atentado terrorista de Burgas (Bulgaria) del año pasado, el compromiso con el esfuerzo colectivo europeo pasa factura en el propio país, aunque, aún así, él haya continuado avanzando en esa dirección.

Ahora que el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) va a alcanzar su mayoría de edad este año y estará sujeto a una revisión oficial, está claro que por mucho que llegue a desarrollarse el nuevo servicio diplomático, sólo llegará a ser tan sólido como la inversión política que las capitales de los Estados miembros les permita ser.

Hasta la fecha, esta inversión está muy lejos de capacitar al SEAE para llevar a cabo toda la variedad de papeles importantes que podría desempeñar y conciliar la Europa tecnocrática y previa al Tratado de Lisboa con la poderosa Europa de los Estados miembros.

Aun así, los esfuerzos de las naciones pequeñas en 2012 dan motivos para confiar en que, con el tiempo, podría liberarse el poder que encierra la diversidad de la UE y ser usado en provecho del impacto global de Europa.

 

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