El gigante energético ruso Gazprom inspira angustia entre quienes sospechan que le hace el trabajo sucio geopolítico al Kremlin. Pero los cambios en la economía mundial amenazan con arrebatarle su magia a la empresa.

 

En julio de 2008, el gobierno de la República Checa firmó un acuerdo con Washington para que Estados Unidos construyera una estación de radar en territorio checo, dentro de los planes de defensa antimisiles del entonces presidente George W. Bush. Al día siguiente, el gigante energético ruso Gazprom interrumpió el suministro de gas natural a los checos, que dependen de Rusia para obtener el 84% de su gas. El Kremlin ya había declarado su oposición tajante a las instalaciones antimisiles de EE UU en Europa Central y del Este, pero la medida de Gazprom  mostró que estaban dispuestos a pasar de las palabras a los hechos económicos.

Historias como ésta son las que han provocado que muchos, en Occidente, desconfíen de Gazprom, el presunto campeón nacional del sector del gas natural en Rusia. Desde la caída de la Unión Soviética, el Kremlin ha utilizado cada vez más la energía como baza en su política exterior. Es comprensible, sobre todo en lo que se refiere al gas. Rusia posee el 25,2% de las reservas comprobadas mundiales, y prácticamente todos esos recursos están concentrados en Gazprom, lo que convierte a la compañía en la mayor productora de gas natural del planeta. Aunque grandes trozos de la empresa están en manos de accionistas privados, el Estado ruso tiene el control con un poco más de la mitad de las acciones, y nadie ha dudado nunca de que sus directivos están encantados de seguir las órdenes del Gobierno. Nada menos que el primer ministro, Vladímir Putin, afirmaba, en su tesis doctoral, que el control de las compañías de recursos naturales por parte del Estado (si no directamente la propiedad) podía servir para "restaurar el antiguo poder [de Rusia]". Cuando los ejecutivos del gigante energético declaran, como han hecho a veces, que "lo que es bueno para Gazprom es bueno para Rusia", no están tirándose un farol. Esta empresa es el mayor contribuyente del país y representa la cuarta parte del presupuesto nacional.

 

ALEXANDER NEMENOV/AFP/Getty Images

 

Las preocupaciones occidentales sobre el poder político de Gazprom se han visto alimentadas por el hecho de que no sólo suministra la mayor parte del gas natural de Europa, sino que controla los cruciales gaseoductos que llevan esa materia prima estratégica a los consumidores. Cuando Gazprom cierra el grifo, países enteros se quedan a oscuras. Le ocurrió a la desventurada Bulgaria, por ejemplo, durante una de las últimas disputas de esta compañía con Ucrania por los precios. (Bulgaria obtiene el 99% de su gas natural de Rusia, sobre todo, en un grado desmesurado, el gas natural destinado a calefacción. Cuando el conflicto entre Kiev y Moscú supuso el cierre del gaseoducto Este-Oeste para castigar a Ucrania, los búlgaros acabaron congelados).

Es lógico, dice el catedrático de Harvard y veterano observador de Rusia Marshall Goldman: "El gas no es tan fungible como el petróleo. Con el gas, uno está limitado al gaseoducto. Y el dueño de éste tiene el monopolio a lo largo de toda la ruta". En Europa Central y del Este, la mayoría de las veces, ese dueño es Gazprom. La compañía presume de tener una red de 150.000 kilómetros de gaseoductos -suficientes para dar la vuelta al mundo cuatro veces-, que administra desde una gran sala de control en su cuartel general en el suroeste de Moscú.

No es de extrañar que, durante los años de precios elevados de la energía, Gazprom se convirtiera en líder mundial. En 2008, su capitalización de mercado ascendió a 300.000 millones de dólares, (unos 210.000 millones de euros) con lo que se convirtió en la tercera empresa del planeta, mayor que Shell, Microsoft y General Electric. El gigante del gas ruso utilizó su fuerza económica y su control de las redes de gaseoductos en Europa del Este para emprender una nueva olada de compras y adquirió partes de empresas energéticas en toda Europa. El ex canciller alemán Gerhard Schroeder firmó un contrato para dirigir una empresa filial de Gazprom poco después de dejar su cargo. Y los ejecutivos de la compañía revelaron planes grandiosos para introducirse en mercados lejanos, en América y el sureste asiático.

Qué diferente es la situación este año. La crisis económica mundial fue un golpe sorprendentemente duro para Gazprom. No sólo la demanda mundial de energía se hundió, sino que las dudas sobre las turbulencias del mercado en Rusia también asustaron a los inversores. Las dos tendencias han puesto a los gazmeny en un aprieto. Mientras que otras empresas energéticas más diversificadas han conseguido capear el temporal, la valoración de mercado de Gazprom ha descendido a sólo 90.000 millones de dólares, y su puesto en la clasificación mundial ha pasado del tercero al treinta y tantos. Algunos analistas comparan su caída con el estallido de la burbuja de las punto com a principios de siglo.

Ahora, Gazprom ha tenido que recortar algunos de sus planes más ambiciosos, pese a que la compañía confiesa que necesita urgentemente poner al día unas infraestructuras envejecidas y desarrollar nuevas fuentes de producción. "Al menos hasta 2013, las cosas van a ser difíciles", dice Jonathan Stern, destacado experto en Gazprom del Instituto de Estudios sobre la Energía de Oxford. La demanda europea se ha derrumbado de tal forma que algunos clientes no están dispuestos a recibir ni las cantidades  estipuladas en sus contratos con los rusos, lo cual ha suscitado la posibilidad de que Gazprom intente ponerles multas por no cumplir. La situación ha servido de saludable recordatorio de que esta empresa rusa depende de esos gaseoductos tanto como sus clientes. Hasta ahora, obtenía alrededor del 60% de sus ingresos de las ventas en Europa occidental. Sin ellas, de pronto, no parece tan fuerte.

Podría objetarse que la suerte de Gazprom mejorará cuando la recuperación económica global promueva una demanda renovada de energía. Sin embargo, algunos expertos dicen que ha cambiado algo fundamental. "El mercado mundial del gas ha pasado de ser un mercado de vendedores a serlo de compradores", escribe el analista Roderick Kefferpütz en un informe reciente para el Centre for European Studies. La era de altos precios de la energía, antes de la crisis, provocó un boom de las inversiones en costosas infraestructuras de gas natural licuado, y en 2009, aseguran algunos expertos, esas inversiones ayudaron a crear algo que antes no existía: un mercado verdaderamente mundial para el gas natural, independiente de los gaseoductos.

Los europeos han empezado a construir gaseoductos a países que son islas energéticas, como Bulgaria y Hungría

"Hace diez años a nadie se le ocurría sugerir que Australia pudiera vender gas a Europa o Estados Unidos", dice un analista en un banco de inversiones occidental cuya empresa no le autoriza a hablar oficialmente. "En el 2000, el gas no era una materia prima que se comercializara en el ámbito mundial. Éste es el año en el que esa situación ha cambiado". La tendencia se ha visto reforzada, dice, por un enorme boom  en la extracción de gas natural a partir de un tipo de roca llamada esquisto en EE UU y Canadá. "Los directivos de Gazprom aseguran que la producción de gas a partir de esquisto es un mito ", dice el analista. "Creo que no se dan cuenta de hasta qué punto se ha transformado el mercado del gas".

El resultado, como dice el último informe World Energy Outlook de la Agencia Internacional de la Energía, es que "se avecina una superabundancia de gas" que "podría tener consecuencias trascendentales en la estructura de los mercados del gas y en la forma de fijar sus precios en Europa y Asia-Pacífico". Europa, mientras tanto, ha seguido adelante con la liberalización de sus mercados energéticos, con lo que ha establecido más competencia en un sector antes muy rígido. Los europeos han empezado a construir gaseoductos a países que son islas energéticas, como Bulgaria y Hungría, que antes dependían en exclusiva de Gazprom. También están impulsando los planes a largo plazo para el gaseoducto Nabucco, que pretende abrir más el mercado europeo a los proveedores de la región del Mar Caspio (que en la actualidad utilizan los gaseoductos de Gazprom) y Oriente Medio. Con ello no se eliminaría la necesidad del gas ruso, pero desde luego se reduciría la dependencia.

Nada de todo esto, por supuesto, significa que el gigante energético ruso esté perdiendo toda su importancia. La mera inmensidad de sus reservas impide que eso ocurra. "Si uno quiere ser alguien en el negocio del gas, tiene que asegurarse de tener alguna relación con Gazprom", dice Stern, que se mantiene decididamente optimista sobre las perspectivas a medio y largo plazo de la compañía. Lo que sí significa, en cambio, es que el campeón nacional de la imagen de Rusia se va a encontrar con un contexto energético cada vez más imprevisible. Natalia Milchakova, analista principal sobre gas y petróleo en la Corporación Financiera Otkritie,  cree que el mayor peligro para la compañía en los próximos años estará en su propio mercado interno, en el que, durante mucho tiempo, las regulaciones del gobierno han mantenido los precios artificialmente bajos para los consumidores.  Gazprom lleva años intentando que los precios en Rusia suban a los niveles de mercado. Pero el Kremlin, que teme las repercusiones que podría tener esa medida en la estabilidad social, pospone sin cesar la gran liberalización que daría el empujón definitivo al balance final de la compañía.

En cualquier caso, la tendencia visible hacia un mercado más globalizado para el gas natural debería ser positiva para la empresa del gas ruso. A largo plazo, todo lo que haga que Gazprom se comporte como una compañía energética más normal y comercial, y menos sometida al favor político del Kremlin, es seguramente bueno para sus accionistas. Y quizá, sólo quizá, no sea malo tampoco para Rusia.

 

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