El trágico asesinato de Benazir Bhuto no ha sido más que el golpe de gracia a una estrategia estadounidense que ya estaba condenada al fracaso. Cuando Pervez Musharraf también caiga ¿despertarán por fin los líderes de EE UU y verán a Pakistán como lo que es, no como les gustaría que fuera?

Las autoridades estadounidenses siempre parecen congeniar con sus homólogos paquistaníes. Normalmente son cultos, afables, se expresan bien, parecen liberales y reacios a la confrontación, se diría que comparten las metas y los valores de EE UU. Pero la cordialidad en el trato personal puede conducir a ilusiones peligrosas. Tiende a eclipsar hechos clave de la historia política de Pakistán, dominada en buena parte por regímenes militares que usurparon la constitución. Impide que los gobernantes de Estados Unidos vean la realidad: que los líderes paquistaníes persiguen intereses nacionales estratégicos incompatibles con los objetivos de la superpotencia, ya sea frenar la proliferación nuclear, promover la paz en el subcontinente, combatir el terrorismo y el extremismo o propagar la democracia en el mundo árabe.

Metepatas al mando: los propios errores de Musharraf serán al final su perdición. Foto: cortesía de la ONU.

Observemos a Benazir Bhuto, una de las favoritas de EE UU y asesinada el pasado 27 de diciembre. Como primera ministra, impulsó el agresivo programa de armamento nuclear de su país, compró misiles y sistemas de lanzamiento aéreo a China y Corea del Norte y apoyó a los talibanes para fortalecer su estrategia contra India. Pervez Musharraf, otro favorito de Estados Unidos, ejecutó esos programas, primero como jefe del Estado Mayor y después como presidente. En las elecciones de octubre de 2002, sus principales aliados políticos fueron los protalibanes del MMA, la coalición islamista que logró dos de las cuatro provincias del país. Sería un error ver esta alianza entre militares y clérigos como un simple pacto de conveniencia. No es que el Ejército paquistaní tenga infiltrados simpatizantes islamistas, sino que está formado en gran parte por ellos. En otras palabras, las Fuerzas Armadas de Pakistán son un agente de las posturas extremistas, no un baluarte frente al terrorismo.Los políticos estadounidenses tampoco son conscientes de la profundidad de las divisiones étnicas en Pakistán. Los Estados que prosperan suelen tener una visión común de su existencia como nación. En cambio el país asiático basa su identidad nacional en no ser hindú, un hilo fino para mantenerse unido. Todos sabemos lo conflictivos que son los baluchis y los pastunes que pueblan las zonas tribales.

Pero el tribalismo se extiende al este del río Indo, que los estadounidenses suelen considerar como la frontera entre la civilización y la tierra sin ley. Bhuto, por ejemplo, era una política sindi laica en un país donde los punjabíes dominan el Ejército y el Gobierno. Tras el asesinato de Bhuto, en la provincia de Sindh se han producido revueltas populares con eslóganes en contra de esta etnia. En realidad, Pakistán es una enorme área tribal, un país inestable que no está sometido al Estado de derecho de los Ejecutivos electos.Así que, antes de intentar forzar una boda a punta de pistola entre Musharraf y Bhuto, los políticos de EE UU deberían haber analizado los grupos de interés a los que representan ambos líderes, la distancia y los temas que les separan y la naturaleza de las interacciones entre los actores militares, islamistas y laicos en la política paquistaní. Sin embargo, a los dirigentes estadounidenses les gustaban los dos, y promovieron la cooperación entre dos partes profundamente enfrentadas. El resultado es que ahora el país es mucho más caótico que antes de que Bhuto regresara y fuera asesinada. No será la última que perderá la vida en este ciclo de caos. En cualquier caso, la situación empeorará. Los gobernantes siempre se encuentran sometidos a cierta tensión, pero cuando no desean o no pueden satisfacer las necesidades y deseos de la ciudadanía, o cuando irritan a grupos de poder concretos, el estrés se convierte en una amenaza para la seguridad nacional. Es entonces cuando los Ejecutivos suelen equivocarse en sus juicios, su calendario y su manejo de las crisis -y Musharraf más que ninguno.

Hasta hace poco, las consecuencias de su mal juicio crónico eran mitigadas por los buenos asesores, la ingenua ayuda estadounidense y una economía boyante. Pero en 2007 su suerte empezó a esfumarse. Su primer gran patinazo fue atacar al poder judicial paquistaní en marzo, cuando cesó al tribunal supremo por motivos triviales, sobre todo resentimientos personales. (Sabemos que fue una metedura de pata porque se vio obligado a retractarse, y un Gobierno estable se caracteriza por su poder para hacer cumplir sus órdenes). En junio y julio, Musharraf no supo manejar la revuelta en la Mezquita Roja de Islamabad. Esta crisis llevó a Baitulá Mehsud -el jefe tribal pastún al que se acusa de estar detrás del asesinato de Bhuto- a declarar la guerra al Ejecutivo. Lo mismo hizo Al Qaeda en septiembre (un Gobierno estable no engrosa las filas de sus enemigos). Luego, en noviembre, el presidente declaró el Estado de emergencia para perpetuarse en el poder, mostrando su desconexión con la realidad política (las encuestas le sitúan como el líder más impopular de Pakistán). Su último error, no ser capaz de proteger a Bhuto, puede ser el que ponga definitivamente en peligro su régimen.

Ahora sólo hay dos posibles salidas para Pakistán, y ambas implican la muerte o derrocamiento de Musharraf. Una es un golpe pretoriano desde dentro del Ejército; la otra es un levantamiento popular. Ambas pueden desencadenarse a raíz de su mala gestión en algún tema de importancia nacional, como la secesión de un distrito o de una provincia. Podemos dar por seguro que los generales paquistaníes ya están evaluando los costes y los beneficios de otros cinco años más con Musharraf.A pesar de la revuelta en Sindh, no hay señales de una insurrección generalizada. Lo más probable es que el descontento popular impulse al Ejército a echar al actual presidente para estabilizar el país (así es como fue derrocado Suharto en Indonesia en 1998). Musharraf tiene poca capacidad de juicio y muestra tendencia a ser más dictatorial y caprichoso de lo que toleran sus ciudadanos. Volverá a meter la pata y se convertirá en el ejecutor de su propia muerte política o física. La única duda es ¿lo verá venir EE UU?