• La paz en Colombia
    Fidel Castro
    265 págs., Editora Política, La Habana, Cuba,
    noviembre de 2008 (en español)   

El 9 de abril de 1948, un desconocido mató de un disparo al político colombiano Jorge Eliécer Gaitán. El autor de este hecho provocó una reacción en cadena, que empezó con tres días de disturbios conocidos como el “Bogotazo”. Desde entonces, Colombia permanece sumida en un estado de guerra.

Gaitán fue asesinado cuando iba de camino a conocer a un joven Fidel Castro, que había viajado a Bogotá para colaborar en la organización de una conferencia de estudiantes. Cuando se desencadenaron los disturbios, Castro se vio en medio de un levantamiento armado que más tarde describiría como una “revolución popular totalmente espontánea” que le llevó a “identificarse aún más con la causa del pueblo”.

Mientras tanto, un campesino llamado Pedro Antonio Marín reaccionaba ante la muerte de Gaitán tomando las armas junto al partido de la oposición, el Partido Liberal, en el suroeste de Colombia. Marín luchó con los liberales bien entrados los años 50, durante un periodo de guerra civil conocido como la Violencia. Esta situación llegó a su fin en 1958, pero Marín –en esa época conocido ya como Manuel Marulanda– siguió luchando para la creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el movimiento guerrillero aliado con el Partido Comunista.

Sin embargo, el Bogotazo tuvo poco que ver en el desencadenamiento tanto de la Revolución Cubana como de la guerra de guerrillas en Colombia.

Pero mientras la etapa armada comenzó a decaer en 1959, la rebelión de Marulanda nunca llegó a su fin. Para cuando murió, a causa de una parada cardiaca, el marzo pasado, el Ejército cincuentenario irregular de Marulanda se había convertido en una parte integrante de la vida colombiana. Este conflicto es el tema de un nuevo libro que casi seguro será el último de Fidel Castro. La razón por la que Fidel ha elegido dejar su voz por la causa colombiana en sus últimos días de vida seguramente permanecerá en el misterio. Pero puede que sea comprensible que, justo en este momento, el líder cubano dirija sus pensamientos hacia la única guerrilla que aún existe en Latinoamérica.

El hecho más relevante y obvio de la publicación de La Paz en Colombia en noviembre pasado es que Castro sigue vivo. Sin embargo, no inspira demasiada confianza en la claridad mental del Comandante: el libro está mal organizado, y muchos aspectos son irrelevantes respecto al conflicto colombiano. Castro dedica tres capítulos para probar que “la Revolución Cubana proclamó verdades mucho más evidentes que las consignadas en la Declaración de Filadelfia, la declaración de independencia de EE UU”.

Además, sería una exageración decir que el líder cubano efectivamente “escribió” el libro, ya que incluye en su mayoría extractos de documentos históricos y otros materiales antes publicados, intercalando algunos comentarios. El capítulo segundo reproduce una selección de las notas de Marulanda que vieron la luz por primera vez en 1973, y el capítulo tercero simplemente copia partes de las historias escritas por el periodista colombiano Arturo Alape sobre las FARC.

Sin embargo, incluye una revelación, en el capítulo ocho, que ha sacudido la esfera política colombiana. Los estudiosos del conflicto han supuesto desde hace tiempo que las FARC habían utilizado el alto el fuego que acompañó a las negociaciones de paz con el presidente Pastrana (1998–2002) como una oportunidad para el rearme y para la preparación de una ofensiva mayor. Una acusación que las FARC habían negado siempre.

El propio Castro actuó como interlocutor entre Pastrana y las FARC durante el fallido proceso de paz, y en este libro reproduce extractos nunca antes publicados de sus conversaciones con el enviado cubano para tratar con las FARC, José Arbesú. Éste indica la falta de veracidad de las intenciones de la guerrilla para desmovilizarse, señalando que “el objetivo de las FARC es realizar 3 o 4 rondas […] y salir de las negociaciones con buena imagen”. Arbesú señala que Marulanda ratificó que “la única forma de presionar al Gobierno es continuar la guerra”. En otras palabras, los comentarios de Arbesú confirman que las FARC nunca tuvieron la intención de abandonar su lucha armada.

La publicación de esta noticia llegó en el momento perfecto para el actual presidente colombiano, Álvaro Uribe. Reforzado por la indignación popular ante los continuos secuestros de las FARC (hecho que condena Castro repetidamente) y ante su presunta participación en el tráfico ilegal de drogas, el único presidente de derechas de América Latina propuso poco después de la publicación del libro una enmienda constitucional que hiciera posible un tercer mandato. Ya enmendó con éxito la Constitución una vez, para habilitar su segundo mandato presidencial, y muchos analistas piensan que podría volver a conseguirlo.


A pesar de ser enemigos irreconciliables, Fidel Castro y Álvaro Uribe coinciden en lo mismo: la paz en Colombia no llegará sin una victoria militar decisiva


La popularidad de Uribe procede de su éxito al aplastar a las FARC con las Fuerzas Armadas. Ante el rechazo de las negociaciones de paz, comenzó una campaña militar agresiva que ha desplazado al Ejército revolucionario de su fortaleza tradicional en el sureste, llevándolo a adentrarse en la selva amazónica. Las victorias militares gubernamentales han despertado la esperanza entre la población de que la guerra interminable vaya llegando a su fin.

El triunfo de Uribe llegará si se mantiene la idea de las FARC como un grupo terrorista desprovisto de legitimación política. Irónicamente, el libro de Castro ha ayudado a Uribe a alcanzar su objetivo y, por lo tanto, ha colaborado en su pretensión de una tercera legislatura.

El periódico de centroderecha El Tiempo publicó un artículo sobre las revelaciones de Castro, que un lector de la edición on line comentó: “[Las FARC] nunca tuvieron la paz en mente; no son honrados, [y] utilizaron la oportunidad que les dio Pastrana para ganar tiempo y rearmarse. Todos los que no compramos sus historias ya lo sabíamos, pero que lo diga Fidel es la guinda del pastel”.

Por supuesto, no fue la intención de Castro la de minar la credibilidad de las FARC. El dictador cubano no culpa a los revolucionarios sino al Gobierno colombiano y al imperialismo estadounidense de los obstáculos insuperables ante la resolución del conflicto.

A pesar de un título tan esperanzador, los lectores no encontrarán en ninguna de las 265 páginas de este libro una propuesta de negociación para el fin de la guerra. Castro concluye reafirmando sus pensamientos de hace 55 años de que “un luchador verdaderamente revolucionario no debería deponer las armas”, y alaba a Marulanda por “su disposición a luchar hasta la última gota de sangre”. A pesar de ser enemigos implacables, Castro y Uribe coinciden en lo mismo: la paz en Colombia no llegará nunca sin una victoria militar decisiva. Si Uribe consigue sus objetivos, eso es lo que ocurrirá. Seguramente, Castro se arrepienta del hecho de que una de sus últimas declaraciones en público haya acercado al presidente colombiano a sus objetivos.