Las llamas de la revolución democrática no se extenderán hacia el sur después de la primavera árabe. Y menos mal.

 

Moussa Sow/AFP/Getty Images

 

La rapidez con la que el incendio revolucionario recorrió el norte de África sorprendió al mundo: fue una primavera árabe que dio esperanzas a muchos. Sin embargo, el resto del continente parece estar experimentando un largo verano africano que se caracteriza por un cambio democrático gradual y un crecimiento económico lento pero constante.

Es cierto que ha habido algunas protestas en países africanos desde el comienzo de la llamada primavera árabe, pero en cuanto a resultados, ha habido de todo. Las últimas protestas en Malaui y Senegal se han presentado como indicios de que la revolución está extendiéndose, pero otros intentos similares en Zimbabue se reprimieron a toda velocidad y da la impresión de que el país ha vuelto a la inestabilidad y la opresión.

Es posible que en otros países, como Sudán, se produzcan estallidos repentinos de rebelión que recuerden a los sucesos del norte del continente. Pero hay muchas más probabilidades de que el África subsahariana siga como hasta ahora, con una mezcla de lentas reformas democráticas y perspectivas económicas gradualmente mejores, una doble transformación relativamente a prueba de revoluciones, que hace que los ciudadanos estén suficientemente contentos como para evitar una revuelta. En cualquier caso, 2011 será un año con un número sin precedentes de elecciones en África, alrededor de 28 comicios nacionales; que en su mayoría sean verdaderamente libres o no -o que sean el preludio de auténticas transiciones democráticas- es otra cuestión.

El progreso democrático del África subsahariana comenzó en una época en la que el continente tenía malas perspectivas económicas. Las dos crisis del petróleo de los años 70 habían contribuido de manera fundamental a empeorar las balanzas macroeconómicas en varios países. Al mismo tiempo comenzaron las exigencias de reformas democráticas, cuando se vio con claridad que en muchos Estados, las promesas de prosperidad tras la independencia no estaban cumpliéndose. El aumento de la corrupción y la difusión de los gobiernos de partido único suscitaron los primeros movimientos a favor de la democracia.

La caída del muro de Berlín reforzó esta tendencia, porque muchos regímenes represivos a los que habían beneficiado las alianzas de la guerra fría se volvieron vulnerables a las demandas de más democracia. La imposición de políticas de ajuste estructural por parte del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a pesar de incluir desafortunados recortes en proyectos públicos de infraestructuras, gastos sociales y otros, impulsaron asimismo la liberalización económica, la eliminación de los monopolios de Estado y la creación de un entorno económico más abierto. Países como Túnez y Kenia fueron de los primeros en adoptar (presionados por el Banco Mundial) programas de reformas macroeconómicas. Pero, mientras que el primero emprendió reformas graduales, el segundo se atrincheró.

África no necesita una revolución para crecer. Se prevé que la economía del continente crezca un 3,7% en 2011 y un 5,8% en 2012.

Durante la siguiente década, los sistemas unipartidistas y los monopolios políticos desaparecieron de la mayor parte del continente, pero el ascenso de la política pluralista no vino acompañado de esfuerzos serios para crear instituciones democráticas. Sin las instituciones y las prácticas de la política de partidos moderna, muchos países africanos regresaron a las alianzas étnicas como vehículos para la movilización política, un modelo que fue la causa directa de gran parte de las guerras civiles, los brotes de violencia postelectoral y otras inquietantes dinámicas de poder que hemos visto desde entonces. De hecho, en Estados como Kenia y Zimbabue, la lucha por la democracia sin una estructura moderna de partidos no ha servido más que para reavivar viejas querellas étnicas.

En otras palabras, la lucha del África subsahariana para implantar la democracia ocupa ya el centro del terreno político y las influencias externas -por ejemplo, la primavera árabe– son menos importantes y más inútiles a la hora de reforzar ese proceso.

El lugar en el que ha sido más visible la fe popular en el cambio democrático gradual es Kenia. Pese a los episodios de violencia, la mayoría de la gente sigue creyendo en la reforma constitucional. La violencia que estalló tras las elecciones de 2008 se debió al fracaso de los esfuerzos para elaborar una nueva Constitución. Hoy, el progreso democrático del país ha dado como resultado un nuevo orden constitucional y un crecimiento económico apreciable. No todos se han beneficiado de él; las disparidades de rentas han aumentado. No obstante eso no ha apagado las aspiraciones populares de lograr un futuro más brillante y democrático.

En Kenia, como en otros países del continente, sectores nuevos como los de las transferencias de dinero y la banca móvil han dado a la gente la esperanza de que un entorno más liberal pueda ampliar las oportunidades económicas. Las libertades políticas y las económicas se favorecen mutuamente y refuerzan la sensación general de que los cambios graduales están funcionando y las repercusiones negativas que tuvo la violencia postelectoral keniata en la economía también fueron un recordatorio de que el cambio político radical tiene un grave coste inmediato.

En pocas palabras, África no necesita una revolución para crecer. Según el informe African Economic Outlook 2011, se prevé que la economía del continente crezca un 3,7% en 2011 y un 5,8% en 2012, unas cifras globales tras las que se oculta la rápida renovación económica en países como Etiopía, Congo y Zambia.

La fuente de estabilidad más importante, tanto económica como política, estará en los esfuerzos coordinados para fomentar la integración regional y ofrecer una alternativa sólida a las divisiones étnicas que a menudo han paralizado los países. Dicha tarea se está llevando a cabo a través de comunidades económicas regionales, ocho de las cuales están ya reconocidas por la Unión Africana como bases para la integración continental. África está dando un paso más con la fusión de los organismos regionales actuales en zonas de libre comercio más amplias.

Hace poco, por ejemplo, se fusionaron tres de esos organismos (el Mercado Común del Este y el Sur de África, la Comunidad de África Oriental y la Comunidad para el Desarrollo del Sur de África) en una Gran Zona de Libre Comercio desde Ciudad del Cabo a El Cairo. La nueva entidad abarcará 27 países y una población de aproximadamente 700 millones de personas, con un PIB total de 1 billón de dólares (700.000 millones de euros aproximadamente).

Ahora bien, para hacer realidad las apiraciones de la gran zona comercial, los Estados miembros tendrán que hacer inversiones importantes en infraestructuras, energía, transporte, agua y telecomunicaciones. Se calcula que África tendrá que invertir casi 50.000 millones de dólares anuales durante el próximo decenio. Si lo hace, esas inversiones sentarán las bases del crecimiento futuro y proporcionarán empleo a corto plazo. Sobre todo, enviarán señales positivas sobre el futuro.

La perspectiva de agrupar amplias zonas económicas y comerciales parece estar ya influyendo en cómo esos países están resolviendo conflictos internos históricos y emprendiendo transiciones democráticas. En Burundi, por ejemplo, una guerra civil que se prolongaba desde hacía décadas, alimentada por las tensiones étnicas, se ha terminado en parte por el deseo del país de incorporarse a la nueva Comunidad de África Oriental (CAO) e iniciar una nueva vía de reconstrucción económica. Sudán del Sur, que posee sus propios conflictos, también tiene previsto unirse a la CAO, un paso que, con suerte, tendrá una influencia positiva en la trayectoria política del nuevo país.

Sin duda, el camino democrático del África subsahariana sufrirá aún episodios violentos, muchos de ellos derivados de procesos internos que se prolongan desde hace muchos años. Pero, a diferencia de la primavera árabe, relacionada con unos cambios políticos repentinos que han devorado a las viejas instituciones, el verano africano, de combustión lenta, permanecerá como un rasgo dominante en el continente; y también debemos congratularnos por ello.

 

Artículos relacionados