El futuro del movimiento de protesta social pasa por la convocatoria global del 12 de mayo. Intentando superar la nostalgia, el 15-M se prepara para su mayor reto: cumplir expectativas.

 

Los más fieles al espíritu de la Puerta del Sol, icono para decenas de plazas en toda España, aguantan el chaparrón desde aquel último momento de euforia social colectiva del 15 de octubre de 2011 en el que miles de ciudades de todo el mundo acogieron una gran manifestación global contra la crisis y la estafa. Desde entonces, los que empujaron a sus amigos a la calle, los que hacían de nodos humanos de acción y esperanza, han aguantado un invierno de preguntas con cara de decepción: "¿Dónde está el 15M? ¿Ha muerto?". Responden que no. Que el 15-M -sea un diagnóstico, o una metodología, o un estado de ánimo, o una energía, o un resorte- sigue vivo.

Pero hay una sensación extendida que es inevitable: esta semana, y especialmente entre los días 12 y 15 de mayo, el movimiento se enfrenta a su madurez o declive. Esos días, que ya llaman #12M15M, tendrán que satisfacer las expectativas de miles de personas que se agarran a su innovadora esperanza para resistir a la desolación definitiva. Es una responsabilidad de esas que produce vértigo.

 









Pedro Armestre/AFP/Getty Images

 

 

"La indefinición es una de las debilidades del movimiento"


Sí, pero también una fortaleza. El movimiento 15-M ha basado su fuerza en la metodología inclusiva. Algunos de los grupos más activos desde su inicio en la Puerta del Sol procedían de movimientos sociales y centros culturales autogestionados, acostumbrados a un lenguaje específico de lucha y acción. La capacidad de visión de esas personas fue clave para lo que luego fue un movimiento masivo: identificaron una oportunidad de conquistar, de enamorar, a miles de personas y no de convencerlas o adoctrinarlas; identificaron la fuerza de estar unidos, más que de estar de acuerdo. Dejaron a un lado los maximalismos y optaron por una narrativa inclusiva, creativa, a veces naíf, pero irrefutablemente atractiva. Funcionó.

Aquella estrategia de mínimos era también un escudo defensivo. Ni de izquierdas ni de derechas, ni votantes ni no votantes, ni pedimos A ni pedimos B. El 15-M era imposible de atacar porque no tenía flancos. Solo tomaba decisiones por unanimidad, así que había grupos enfrentados pero no escisiones. Era una inmensa masa pacífica formada por nodos de inteligencia colectiva, que no quería avanzar sino sembrar semillas.

Pero aquella indefinición también ha tenido su envés. Un cierto fetichismo con las asambleas hizo pensar a muchos que el 15-M tenía que ser puramente asambleario, o no ser. Que el 15-M iba a resucitar los movimientos vecinales de los 70, pasando de tener su fuerza inicial en Internet para finalmente recuperar la calle. Se ha intentado: perdieron fuerza las asambleas generales y aparecieron cientos de reuniones semanales ...