Chicos uzbekos esperan el almuerzo en la cocina de la mezquita en la que viven y estudia islam en una localidad del Valle de Fergana, Uzbekistán. Uriel Sinai/Getty Images
Chicos uzbekos esperan el almuerzo en la cocina de la mezquita en la que viven y estudia islam en una localidad del Valle de Fergana, Uzbekistán. Uriel Sinai/Getty Images

Claves para evitar que la fiebre por unirse a la filas del Estado Islámico en los países de Asia Central se extienda hasta límites insospechados.

Cada vez son más los ciudadanos de Asia Central, hombres y mujeres, que se desplazan a Oriente Medio para luchar o apoyar de alguna otra manera al Estado Islámico (EI). Impulsados en parte por la marginación política y las pésimas perspectivas económicas características de la región desde el fin de la era soviética, en los tres últimos años, entre 2.000 y 4.000 personas han dado la espalda a sus respectivos Estados laicos para ir en busca de una alternativa radical. El EI atrae no solo a quienes desean tener experiencia de combate, sino también a quienes persiguen una vida religiosa más devota, decidida y fundamentalista. La situación plantea un problema complejo a los gobiernos de Asia Central, que sienten la tentación de aprovechar el fenómeno para acabar con los disidentes. Sin embargo, para lograr una solución más prometedora, es necesario abordar los distintos fallos políticos y administrativos, revisar las leyes y políticas discriminatorias, establecer programas educativos para hombres y mujeres y crear puestos de trabajo para los jóvenes desfavorecidos, además de asegurar una mejor coordinación entre los servicios de seguridad.

En el caso de que muchos de esos emigrantes radicalizados regresen después a sus países, constituirán un peligro para la seguridad y la estabilidad de toda Asia Central. Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán forman una región frágil, encerrada entre Rusia, por un lado, y Afganistán, Irán y China, por otro. Son países en los que imperan el mal gobierno, la corrupción y la criminalidad. Uzbekistán y Turkmenistán parecen Estados policiales autoritarios. Kazajistán posee cierta riqueza, pero sus regiones están abandonadas y su sistema político es autocrático. Ninguno de los cinco cuenta con unos servicios sociales de calidad, especialmente en las zonas rurales. Sus servicios de seguridad -infradotados, mal entrenados y propensos a utilizar métodos duros para compensar la falta de recursos y preparación- son incapaces de hacer frente a un reto tan intrincado como es el islam radical. En lugar de promover la libertad religiosa, proteger las Constituciones laicas e intentar aprender de las experiencias europeas o asiáticas en la rehabilitación de yihadistas, estos países alimentan aún más la radicalización cuando utilizan leyes para impedir el crecimiento de los grupos religiosos y la policía para combatirlos.

La captación para la causa extremista se produce en las mezquitas y las namazkhana (salas de oración) de toda la región. Internet y las redes sociales tienen un papel importante, pero no decisivo. La radicalización de las mujeres, muchas veces, es una reacción ante la falta de oportunidades sociales, religiosas, económicas y políticas para ellas en Asia Central. Quienes deciden ir al territorio controlado por el EI no lo hacen movidos por la recompensa económica. Algunos lo viven ...