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Bandera de Kosovo en Prístina. Ferdi Limani/Getty Image

Por qué la formación de un gobierno estable en Kosovo y el compromiso internacional con la región resultan tan importantes.

El paso del tiempo pone en evidencia varios problemas en lo que se refiere al diálogo por el mutuo reconocimiento entre Serbia y Kosovo. Pero hay uno principal que destaca sobre el resto y que determina sus tiempos: es la necesidad de que la comunidad internacional, esto es las potencias internacionales, tengan que involucrarse para que las negociaciones progresen. Este factor hoy por hoy presenta una realidad poco objetable: la falta de voluntad de Belgrado y Pristina de llegar a un acuerdo; porque éste representaría una derrota política para ambas partes.

El siguiente obstáculo también es complejo. Por mucho que esta situación tenga costes negativos para ambos países —mucho más para Kosovo—, para sus sociedades principalmente, no ha dejado de beneficiar a sus élites políticas. Es muy probable que de haberse solucionado el contencioso hace años los líderes serbio y kosovar serían hoy ignorados en Bruselas y Washington, pero el hecho de que puedan generar un conflicto regional les facilita poder llamar a cualquier puerta. Que la solución final dependa de los poderes fácticos, no significa que los líderes de Kosovo y de Serbia no sepan sacar partido del conflicto. El diálogo en cuestión genera tantos titulares como pocos avances sustantivos desde los Acuerdos de Bruselas de 2013 y de las implementaciones parciales en 2015 y 2016.

En verdad, parece ser que las diferencias entre los equipos negociadores no son insalvables; más bien atañen, sobre todo, a la gobernanza de la minoría serbia en Kosovo y la respuesta de la minoría albanesa en Serbia. El siguiente problema queda muy lejos, pero marca su legitimación: será convocar un referéndum que no sirva como munición para la oposición y, segundo, y más importante, que sea asumible para ambas sociedades. En cualquier caso, una manera de conocer la parálisis de las negociaciones es atender a cómo los gobiernos locales no preparan a sus sociedades para el acuerdo. Ante la carta de Joe Biden, este domingo, por el día nacional de Serbia y la petición de mutuo reconocimiento a Kosovo, Aleksandar Vučić le ha respondido: "Recibí el mensaje de felicitación del presidente Biden. Le agradezco las felicitaciones. En cuanto a los reconocimientos mutuos, eso no se manifiesta en ningún acto de ninguna organización mundial". El conflicto ahora parece tan congelado como la temperatura del tono diplomático. En Belgrado saben que perdieron la soberanía sobre su antigua provincia, y en Pristina que tienen que llegar a un acuerdo para ejercer realmente como un Estado. En Belgrado no hay oposición, porque Aleksandar Vučić domina la política en toda su extensión, y en Pristina la oposición se ha visto con más músculo en la calle que en las cumbres diplomáticas, especialmente cuando estuvo en el poder durante cuatro meses en 2020.

Kosovo va a celebrar sus quintas elecciones desde 2008. Ningún ejecutivo desde la independencia ha terminado su mandato, a un ritmo prácticamente de un gobierno cada dos años. Y ahora es el tercer cambio de ejecutivo en los dos últimos años. La presidenta Vjosa Osmani disolvió el Parlamento en enero y convocó la cita en las urnas para este 14 de febrero. El Tribunal Constitucional de Kosovo dictaminó que la votación parlamentaria de junio pasado, que supuso el nombramiento de Avdullah Hoti como primer ministro no era válida, ya que uno de los diputados que hizo posible la mayoría del nuevo gobierno, Etem Arifi, había sido condenado anteriormente por fraude. Dos meses antes, un voto de censura había derrocado al anterior ejecutivo de Albin Kurti, después de menos de cuatro meses en el cargo, y, de por medio, las malas relaciones de Kurti con la administración de Trump, volcada antes de las elecciones estadounidenses en llegar a algún tipo de pacto que hiciera posible una foto en la Casa Blanca.

El triunfo electoral para el partido Vetëvendosje (Autodeterminación) parece indiscutido, con una intención de voto que puede llegar incluso al 50%. Ha sabido, durante la transición, rentabilizar la demanda de soberanía contra la presencia internacional y la indignación contra la élite por la falta de avances sociales, el desempleo y la corrupción rampante. Pero ganar puntos por la frustración ciudadana y saber administrar el poder no responde necesariamente a las mismas claves. Sus rivales concurren por la segunda plaza con varias incógnitas: el LDK sufrió una ruptura en su seno cuando la presidenta Vjosa Osmani decidió impulsar su lista independiente y concurrir a estas elecciones en la lista de Vetëvendosje para lograr la presidencia; y el PDK ha perdido para estas elecciones a sus líderes Hasim Thaçi y Kadri Veseli, imputados desde octubre por crímenes de guerra ante el Tribunal Especial de Kosovo en La Haya.

La victoria de Vetëvendosje no garantiza la mayoría absoluta, y cualquier coalición será resultado de un tipo de negociación que tradicionalmente se ha visto luego entrampada en toda suerte de maniobras políticas. El mismo Kurti no puede concurrir a los comicios porque fue condenado en enero de 2018 a una pena de 18 meses, aunque se buscará alguna solución de conveniencia que le permita detentar el poder más temprano que tarde. La razón es que los candidatos con una condena penal en los últimos tres años no pueden postularse para un escaño en el Parlamento. Kurti, junto con otros miembros de Vetëvendosje, decidió anegar en gas lacrimógeno la Asamblea Nacional, por su oposición al acuerdo de demarcación territorial con Montenegro y al establecimiento de la Asociación de Municipalidades de Mayoría Serbia.

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De izquierda a derecha, Avdullah Hoti, Josep Borrell y Aleksandar Vucic en una reunión en Bruasela, 2020. EU / Handout/Anadolu Agency via Getty Images

En realidad, el diálogo con Serbia no es el tema que más preocupa a los kosovares. El National Democratic Institute sacó en mayo su barómetro sobre la opinión pública kosovar, y el diálogo con Serbia no se encuentra entre las cuatro principales preocupaciones locales. Desempleo (84%), corrupción (53%), coronavirus (48%) y la liberalización de visados (35%) son problemas más relevantes.  Los datos cifran ya en más de 70.000 empleos perdidos debido a la crisis económica, en un país con un 25% de desempleo y 55% de desempleo juvenil, según Trading Economics. Esta es una de las razones principales de que los gobiernos sucesivos no sintieran la necesidad de crear una estrategia nacional de unidad, realista y coherente, si no era a partir exigencias foráneas. No hay incentivos. Las potencias europeas han estado con las energías puestas en una amplia lista de desafíos: la crisis griega, salvar el euro, el Brexit, la crisis de la gestión de refugiados, la crisis ucraniana, las relaciones con China o la pandemia. El diálogo entre Kosovo y Serbia no es una prioridad, si no es para convertirse en un nuevo problema. Y ahí deciden, sobre todo, Belgrado y Pristina.

El fin de la etapa de Trump parece que puede ser una ventana de oportunidad. Joe Biden medró vivamente en las guerras de secesión yugoslava, y tiene un ascendente de apoyo a la integridad territorial de Bosnia y Herzegovina y a la independencia de Kosovo. Pero también las sociedades balcánicas han cambiado desde entonces. La alternancia política en Kosovo no ha sido un síntoma de funcionalidad y estabilidad política, pero el mundo actual tampoco se la va a aportar. Biden llega al poder con una emergencia sanitaria de grandes magnitudes, una sociedad polarizada y una rivalidad enconada con China; y la salida de Angela Merkel, y las elecciones alemanas todavía por celebrarse, suponen postergar decisiones de peso para alcanzar un clima geopolítico adecuado para la seguridad europea. Algo que nunca se sabrá si alcanzará a lograr. En esta situación, Serbia se ha sentido más cómoda. Es tanto un factor de estabilidad como de inestabilidad regional, y tiene sus tentáculos geopolíticos diversificados por todo el globo. Kosovo, no. No en vano, Serbia se ha hecho con vacunas de Pfizer-BioNtech, Sputnik V y Sinopharm. Ha vacunado a 450.000 personas en dos semanas (tiene una población de más de 7 millones) y ha declarado que pondrá la vacuna a los serbo-kosovares. Kosovo lo ha interpretado como una provocación, pero lo cierto es que sus ciudadanos ya saben que tienen que esperar hasta mediados de febrero para ver alguna de las suyas.

Kosovo ha establecido hace unos días relaciones diplomáticas con Israel, reconociendo a Jerusalén como la capital israelí. La UE ha pedido a Pristina que "reconsidere" su decisión, porque las misiones diplomáticas de los Estados miembros están en Tel Aviv y Jerusalén es la capital compartida de Israel y Palestina. Este movimiento muestra que el ascendente estadounidense pesa más que el europeísta, y sitúa a Kosovo en una asimetría geopolítica que solo puede compensarse, y solo puede tener una solución con posibilidades de éxito, si se produce al amparo y con el compromiso de París, Berlín y Washington. Si la UE no puede hacer efectivo el lenguaje del poder en su patio regional, resulta poco creíble que pueda hacerlo en otras latitudes.

Sentarse a la mesa de negociaciones sin unos objetivos que cumplir ya no puede interpretarse como un éxito, porque en el ámbito regional se han superado las dos fases precedentes: la fase posyugoslava y la fase posconflicto del talante democrático y de los buenos gestos. Hasta las propias sociedades han asumido la pasarela diplomática de sus líderes en Washington o Bruselas como un teatro de sombras para la prensa internacional. En un mundo desordenado, ante el embate de la pandemia y de los nuevos desafíos, económicos y climáticos, los ciudadanos cada vez más exigen buenas prácticas a sus gobernantes, pero también miran con escepticismo las promesas electorales o un futuro confortable en la UE. Es complicado que las cosas vayan bien en Kosovo, pero también puede ir mal fácilmente.

Se presume que, si Kurti es una alternativa política, lo será también para lograr una solución que sus predecesores no consiguieron. La irresolución del conflicto entre Serbia y Kosovo abre otra serie de problemas, a mucha mayor escala. La experiencia cercana ha demostrado que en esta situación la sociedad kosovar es la que sufre más los costes, y esta tiene una capacidad de movilización bastante elevada. Si la mejora de las condiciones de vida, la opción de la integración europea y el muto reconocimiento con Serbia no llega a buen término, otras opciones emergerán en la agenda política. La unificación con Albania es una que destaca entre otras, por mucho que ambas sociedades lo vean como un imposible, básicamente porque no se ha politizado lo suficiente, y puede hacerse porque, en un estado de desesperanza, resulta un activo político para cualquier candidato que un 64% de kosovares vean esta opción como bienvenida —en Albania el 75%— , según datos de Open Society Foundation de 2019: significa la solidaridad étnica y el acceso a mundo político, económico y social que no tienen dentro de Kosovo. Una vía por la que transitar cuando sienten que solo se les cierran puertas.

La consecuencia sería la misma que se intentó evitar con la oposición al acuerdo infructuoso de reparto de territorio entre Serbia y Kosovo de Vučić y Thaći en 2018: el contagio del conflicto kosovar a Bosnia y Herzegovina y Macedonia del Norte, donde hay una importante minoría serbia y albanesa respectivamente. Como quien dice, un proyecto de una Gran Albania despertaría otro de una Gran Serbia y ambas aspiraciones son un terremoto político que escapa al control de cualquier político local. Lograr un acuerdo entre Kosovo y Serbia no resolverá estas interrogantes, pero solventará el problema crucial de la soberanía nacional, remite a las responsabilidades locales y coloca la negociación como principal herramienta de acción diplomática. Por eso la formación de un gobierno estable en Kosovo resulta tan importante y por eso el compromiso internacional con la región también es tan importante. No sabemos cómo estarán los estados de ánimo de aquí a un año si las perspectivas negativas se confirman, pero será algo más serio que lanzar meras elucubraciones.