Elegir el velo
Para algunas musulmanas cubrirse con el hiyab es una cuestión
de elección personal y dignidad.
Durante unos cuarenta minutos, mis colegas del Parlamento turco no dejaron
de gritarme: "¡Fuera de aquí, que se la lleven!". El griterío cesó por
poco tiempo cuando el entonces primer ministro, Bulent Ecevit, alzó la mano
y, señalándome, sentenció a voces: "¡Pongan a esta mujer en su lugar!".
Me quedé paralizada, rígida y horrorizada. Esperaba cierta controversia ese
día de mayo de 1999 cuando llegué a la Cámara. Después de todo, yo era la primera
mujer elegida miembro del Parlamento que llevaba el hiyab (pañuelo
islámico). En Turquía el velo se considera un símbolo de atraso y está prohibido
su uso cuando se ostenta un cargo público. Sin embargo, para mí ese pañuelo
estaba, y sigue estando, ligado a mis convicciones religiosas, y llevarlo es
una cuestión de elección personal.
Once días después de aquella comparecencia en el Parlamento, perdí mi nacionalidad
turca. Entonces me trasladé con mis hijos a EE UU. Dos años después, el Tribunal
Constitucional ilegalizó el Partido de la Virtud, en el que yo militaba, alegando
que suponía una amenaza para el Estado secular turco. A punto de cumplir mi
quinto año en el exilio, todavía no logro entender la rabia que sentí aquel
día en el Parlamento. Incluso la mayoría de las parlamentarias musulmanas que
podían haberme apoyado prefirieron aliarse con los hombres de la Cámara y protestar
por mi presencia. Algunas mujeres llegaron a salir a la calle para manifestar
que nunca permitirían que una mujer que llevase velo ocupase un escaño en el
Parlamento. Reivindicaban la laicité, la forma turca de secularidad
que...