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El príncipe de Abu Dhab, Zayed Al Nahyan, y el comandante de las Fuerzas Armadas emiratíes en la exposición sobre defensa en Abu Dhabi, 2019. AFP/Getty Images

La floreciente industria armamentística emiratí, desarrollada de la mano de Arabia Saudí, y su impacto en la geopolítica y los conflictos en Oriente Medio y África.

Avanzado 2010, Erik Prince, fundador de la sombría empresa militar de seguridad privada (PMSC, según las siglas en inglés) “Blackwater”, decidió reconvertir su brumoso negocio y trasladar parte de la fortuna acumulada durante años de guerra en Irak a Abu Dhabi, capital política de Emiratos Árabes Unidos (EAU), ante las perspectivas de un futuro aún más promisorio. Con una población superior a los ocho millones de habitantes (de la que apenas un 32% son emiratíes) y una exorbitante riqueza dimanada del petróleo y las inversiones multinacionales, la pequeña federación de emiratos descollaba ya entonces como cuarto país importador de armas del mundo con un 4,6% de la cuota de mercado, solo una décima por debajo de su predecesor, la gigante China. Si se sumaba su porcentaje al de la vecina Arabia Saudí, nación a la que sus dirigentes están vinculados por estrechos lazos de sangre, ambos podían competir por el liderazgo global con India, máximo adquisidor de armamento y dueño de uno de los ejércitos más extensos del planeta.

Recibido con parabienes por la familia Real Al Nahyan, que domina Abu Dhabi, uno de los siete emiratos que integran esta federación soldada en 1971, Erik Prince fundó una nueva sociedad, Réflex Responses Company (R2), cuya huella quedó impresa en todas y cada una de las marchitadas primaveras árabes en las que EAU y Arabia Saudí intervinieron como briosas y efectivas corrientes contrarrevolucionarias (casos de Egipto, Siria, Yemen o Libia). Pocos meses después de que estallaran, en mayo de 2011, R2 y el Gobierno federal emiratí rubricaron un acuerdo por valor de 529 millones de euros para la creación y formación de una fuerza privada de elite denominada “Security Support Group”, dedicada a labores de Inteligencia y antiterrorismo. Parte de esa legión, integrada mayoritariamente en un principio por soldados de fortuna extranjeros, se fajó primero en la guerra de Siria -donde colaboró con grupos salafistas opuestos al presidente Bachar al Asad- y atesoró experiencia después en Yemen y Libia, Estado fallido este último donde aún colabora con las huestes del tenebroso mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte del país.

Desde 2015, oficiales extranjeros pilotan aviones de combate clase “IOMAX AT-802 Air Tractor” pertenecientes al Ejército emiratí destacados en la región de Bengazi, que el oficial utilizó tanto en el cerco a esta ciudad, la segunda en importancia de Libia, como en la conquista de la vecina localidad de Derna, fronteriza con Egipto y uno de los principales bastiones del yihadismo en el norte de África. Su llamado Ejército Nacional Libio (LNA) cuenta, igualmente, con drones artillados de fabricación china tipo “Wing Loong II”, enviados a través de Emiratos pese al embargo de armas que desde 2011 pesa sobre Libia. Estos aparatos, claves en el actual asedio a Trípoli, suelen despegar de la base aérea oriental de Al Khadim, centro operativo de las fuerzas del este, y siempre que han podido ser fotografiados en detalle su obligado distintivo militar aparece tapado. Pese a las evidencias, Erik Prince, que dirige en la actualidad la empresa Frontier Resources Group, nominalmente dedicada al transporte aéreo en África, niega que sus mercenarios participen en las operaciones del mariscal Hafter, quien desde el pasado abril asedia al gobierno sostenido por la ONU en Trípoli y amenaza la vecina ciudad-estado de Misrata, a la que apoyan Turquía y Qatar, países con los que EAU y Arabia Saudí están enfrentados. Además del respaldo bélico, Hafter y el gobierno en Tobrouk se benefician del apoyo logístico de empresas civiles opacas como la aerolínea moldava “Sky Prim Air”, vinculada al operador emiratí Oscar Jet. Diversos documentos prueban la existencia de vuelos de la citada compañía en el interior del Libia, entre bases militares del este y el oeste, la mayoría en los días previos o posteriores a una batalla.

El desembarco en Abu Dhabi y Riad de Erik Prince -y de otros lóbregos magnates rusos, franceses o británicos inmersos en el floreciente negocio de las PSMC- supuso una pieza cardinal en el arranque de la estrategia diseñada por la casa de Saud y las dinastías de los Al Maktoum y Al Nahyan para desprenderse de la dependencia de los hidrocarburos y avanzar en la obligada diversificación de su insostenible y obsoleta economía, con la industria militar como bandera. Una necesaria restauración de sus anquilosadas plutocracias que devino en un proyecto irrebatible y urgente tras el abrupto desplome de los precios del crudo ocurrido en 2014; que ocupa un lugar capital en los planes de desarrollo nacional Saudi Vision 2030 y Abu Dhabi Economic Vision 2030, difundidos recientemente; y que incluye una agenda política y social secreta cuyo objetivo medular es apuntalar las respectivas autocracias en un contexto de creciente oposición y contestación popular.

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Un comandante emiratí en Yemen., 2019. SALEH AL-OBEIDI/AFP/Getty Images

La apuesta por la militarización como elemento de cohesión nacional es especialmente visible en el caso de Ras al Khaima, el emirato con más población autóctona y el más reacio a la estrecha centralización que siempre ha pretendido imponer Dubai. Situado en el extremo más septentrional de la pequeña península, es también el menos favorecido por la cornucopia del petróleo -su PIB ronda los 28.000 euros frente a los 71.000 euros de Abu Dhabi- y el baluarte tradicional del movimiento opositor conservador Islah, ideológicamente vinculado a los Hermanos Musulmanes. Al igual que en la vecina Arabia Saudí y en otros Estados de la península Arábiga, la corriente impulsada por el egipcio Hasan al Banna en la primera mitad del siglo pasado penetró en EAU a lo largo de los 70 con la anuencia de las dinastías actuales, ya entonces gobernantes, que vieron en esta llamada al islam tradicional un arma contra lo que consideraban el peligro del nacionalismo árabe.

Espoleado por el propio emir de Dubai, jeque Rashid bin Said Al Maktoum, el movimiento incluso logró que uno de sus fundadores llegara a entrar en el gobierno en los 80, decenio en el que comenzó a desarrollarse el salafismo extremista armado actual. Su influencia en la joven federación creció de forma paulatina hasta que una década después su breve estrella se apagó, ensombrecida por el obligado -y no previsto- regreso a casa de los opositores radicales islamistas enviados a luchar contras las tropas soviéticas en Afganistán a través del denominado “puente de los muyahidin”, un plan trazado por CIA con los servicios secretos de Arabia Saudí y Pakistán. De vuelta al hogar, estos grupos ultraconservadores, salidos del maridaje entre el wahabismo y la rama más combativa de los Hermanos Musulmanes, volvieron a tornar sus lanzas contra sus propios dirigentes, a los que acusaron de corrupción económica y moral. En EAU este cruento divorcio se tradujo en una persecución implacable del movimiento Islah, transmutado en amenaza herética. En 1994, Dubai ilegalizó la rama asentada en su territorio y encarceló a decenas de sus seguidores; en septiembre de 2001, la implicación de dos emiratíes en los atentados de Washington y Nueva York desató una nueva oleada de detenciones y represión, especialmente en Ras al Khaima y Fujairah, los emiratos de los que ambos yihadistas procedían; una década más tarde, en 2011, el conato de protestas populares que arrancó al socaire de las primaveras árabes fue sofocado a sangre y fuego -entre los arrestados destacó un sobrino del emir de Ras al Khaima, condenado después a 10 años de prisión por un supuesto delito de conspiración- y el movimiento fue proscrito a nivel federal. En 2014, en paralelo a la tendencia instigada por Arabia Saudí en todo el universo musulmán, EAU inscribió al Islah en la lista de entidades terroristas junto a los propios Hermanos Musulmanes, en un vano intento por neutralizar la seducción que sus propuestas nunca perdieron.

“En un contexto como éste de disparidad económica, demográfica e ideológica, el Ejército no solo supone una vía para que los ciudadanos del norte mejoren su estatus socioeconómico, sino también para que Abu Dhabi consiga mayor cohesión social. Esos emiratos, más pobres que Abu Dhabi y Dubai y con menos expatriados, han sido tradicionalmente la columna vertebral del Ejército emiratí”, explica la analista Eleonora Ardemagni. “La imposición en 2014 del servicio militar obligatorio y la participación de EAU en la guerra de Yemen han fortalecido esta tendencia”, añade la experta, adscrita al Instituto Italiano de Estudios de Política Internacional, antes de subrayar que esta política pretende, al mismo tiempo, compensar el impacto negativo de los recortes y de la austeridad que ambas dinastías se ha visto obligadas a imponer. “Los soldados son la vanguardia simbólica de los sacrificios que se pide a los ciudadanos. No solo sirve para reducir la oposición a la merma de las ayudas sociales, sino que permite también a los nuevos dirigentes o príncipes herederos proseguir con sus planes militares de política exterior y mostrarse como líderes fuertes”, remarca.

Además de apostar por la militarización de la sociedad y del estado, Dubai y Abu Dhabi optaron por darle un impulso prioritario y rotundo a la industria castrense nacional. En 2014, el gobierno federal decidió fusionar las 16 pequeñas empresas locales del sector y fundirlas en una única Compañía Nacional de Defensa Emiratí (EDIC), que en apenas un lustro se ha convertido en uno de los pilares económicos del país. Con miles de trabajadores a su cargo, está financiada por el Consejo Económico Tawazum, un organismo extraído ad hoc de la antigua oficina nacional de crédito, y por el Fondo para el Desarrollo de la Defensa y la Seguridad, creado en febrero de este año con un capital inicial de 680 millones de dólares. El principal éxito de este envite ha sido el establecimiento del Centro Avanzado de Reparación, Mantenimiento y Revisión militar (AMMROC), empresa fruto de la colaboración entre el EDIC y las estadounidenses Lockheed Martín y Sikorsky Aerospace. Planteada en el origen como una  simple unidad de apoyo logístico para el propio Ejército emiratí, en la actualidad crea ya sus propios modelos, como una versión adaptada de los helicópteros estadounidenses Blackhawk. Similar camino ha recorrido la Abu Dhabi Ship Company, que de prestar mantenimiento a la fuerza naval ha pasado a construir sus propias corvetas. Otras muchas naciones han querido sumarse a este estallido de la industria militar emiratí: EAU se ha convertido, por ejemplo, en el segundo cliente en Oriente Medio de España, séptimo exportador mundial de armas.

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Aviones militares en el día nacional de Emiratos Árabes Unidos. AAMIR QURESHI/AFP/Getty Images

Esta creciente industria se ha desarrollado de la mano de Arabia Saudí, país que se ha marcado como objetivo para 2030 la localización del 50% de su ingente gasto militar. En la feria internacional de armamento (IDEX) celebrada en febrero de este año en Abu Dhabi, la emiratí Calidus y la saudí GDC Middle East firmaron un acuerdo multimillonario para el desarrollo y exportación conjunta a países aliados de los nuevos B-250, un avión de combate ligero similar a los IOMAX que se manufactura en el emirato de Al Ain. Una apuesta por el desarrollo tecnológico que ambas familias reales han combinado con un mayor énfasis en la formación castrense. Tanto EAU como Arabia Saudí han abierto en los últimos seis años escuelas de guerra e introducido másteres de Seguridad en las universidades con un currículo moderno y avanzado, sin las estrictas restricciones que se imponen en otras materias: los nuevos oficiales emiratíes leen tanto a Carl von Clausewitz como a Tucídides o Nicolás Maquiavelo. Con la misma idea, se ha abierto igualmente la puerta de las Fuerzas Armadas a la mujer e intensificado las políticas de reclutamiento. Junto a sueldos generosos y trabajo garantizado, la carrera militar ofrece ahora a las nuevas generaciones vías de reconocimiento público y acenso social. En el último lustro se han multiplicado los desfiles militares, se han adornado e institucionalizado los funerales castrenses y se ha entregado el nombre de calles y plazas a héroes del frente.

El tercer objetivo es meramente político, y está relacionado con el vaivén geoestratégico que ha experimentado el mundo árabe y el norte de África desde la floración hace casi una década de las hoy agostadas primaveras árabes. Aliado estrecho de Arabia Saudí, EAU comparte la ofensiva política, económica, diplomática y militar emprendida por Riad contra un proceso libertario de desarrollo y una esperanza de democratización que desde su explosión en 2011 consideró amenazadores para su propia subsistencia. Y en contra de un eventual ascenso en el mundo árabe del llamado islam Político -encarnado en movimientos como los Hermanos Musulmanes- y de la corriente democraticoislámica conservadora que lidera en Túnez el partido Ennahda, ideologías ambas que desnudan la herejía ultrarradical que ambos predican. Un nuevo invierno islámico hostil a conceptos como la libertad de expresión y movimientos, la igualdad y la justicia social que defiende el retorno al nefasto autoritarismo finisecular como ha ocurrido en Egipto con Abdel Fatah al Sisi, tirano de nuevo cuño y viejos hábitos a quien Riad y Abu Dhabi han ayudado a auparse y mantenerse en el poder.

Similares metas persigue en Libia, donde emiratíes y saudíes luchan contra el modelo catarí y turco ante la atenta mirada de la comunidad internacional, “menos alarmada de lo que parece”, como subraya Jalel Harchaoui, investigador de la unidad de conflictos del prestigioso Instituto Clingendael. Y en Yemen, escenario de un cruenta guerra regional que supera el tradicional  y manido pulso de Arabia Saudí con Irán. Decididas a convertirse en una potencia regional en el mar de Arabia, las familias reales de Riad, Dubai y Abu Dhabi ha extendido sus tentáculos al cuerno de África, donde han desplegado tropas y extendido magras chequeras. Arabia Saudí fue el mediador clave para el largamente esperado acuerdo de paz firmado en septiembre de 2018 entre Etiopía y Eritrea, y en las conversaciones entre esta nación y Yibuti. EAU, por su parte, ha abierto una base militar en la ciudad costera Eritrea de Assab e invertido en las infraestructuras de una zona que podría favorecer el comercio con Etiopía, uno de los países más poblados de África. Ejemplo a parte supone Somalia, otro de los escenarios del pulso ideológico y político que libra con Qatar y Turquía. Doha y Ankara respaldan al gobierno en Mogadiscio, mientras que las petroarmas de la renovada plutocracia emiratí -aliada firme de las grandes potencias mundiales y cliente excelsa de poderosa industria militar internacional- desbordan los arsenales de Puntlandia, Jubalandia y Somalilandia, otro de los surcos míseros del planeta destripado por el negocio de la guerra.