La canciller alemana, Angela Merkel, ha salido victoriosa del que quizás haya sido el momento más delicado de su carrera política. ¿Será suficientemente fuerte la nueva unidad de su coalición para salvar Europa?

 

AFP/Getty Images

 

El 3 de octubre, los alemanes, desde Berlín hasta Baviera, salieron al fresco aire otoñal  para celebrar el aniversario de la reunificación de su país, la fiesta nacional más importante de su país. Para la canciller Angela Merkel, cuyo futuro al frente del Gobierno estaba en tela de juicio hace solo una semana, hay mucho que celebrar.

Cómo pueden cambiar las cosas por una votación. El jueves pasado, el Bundestag alemán aprobó, por 523-85 y tres abstenciones, dar más alcance y flexibilidad al fondo de rescate de la UE, el Instrumento Europeo de Estabilidad Financiera (IEEF). Aunque esa ampliación no bastará para remediar el deterioro fiscal en Grecia, sí puede ser el primer peso para controlarlo. Y, sobre todo, la votación, considerada por muchos la más importante de las que ha presenciado el Bundestag este año, cambió el arco de la política alemana respecto a la crisis de la eurozona y permitió atisbar la psicología política del coloso económico europeo y el liderazgo de su canciller.

Pese a todo el Sturm und Drang que rodeó la votación, el resultado nunca estuvo en duda. Los grandes partidos alemanes de centro izquierda, el Socialdemócrata y el Verde, apoyan que haya incluso más integración europea, incluida la introducción de los eurobonos, unos títulos de deuda soberana que estarían garantizados conjuntamente por los 17 miembros de la eurozona. Los dos partidos ofrecieron su apoyo a esta medida hace mucho tiempo.

La tensión previa al voto era la de saber si Merkel iba a poder obtener una “mayoría del canciller”, una mayoría basada en su coalición de Gobierno, centrada en su partido, la Unión Cristianodemócrata (CDU). Por ese motivo, la votación sobre el IEEF se convirtió en una moción tácita  de confianza sobre el liderazgo de Angela Merkel y la estabilidad de la coalición, a pesar de que se afirmase lo contrario.

Durante la crisis de la eurozona, se ha criticado a la Canciller por su frialdad a la hora de tomar decisiones, por enviar señales políticas ambiguas y por sus intentos de dirigir desde atrás. Su coalición no ha ayudado. A falta de un liderazgo enérgico, los demócratas liberales, la Unión Social Cristiana de Baviera (el archiconservador partido hermano de la CDU) y algunos dentro de su propio partido han coqueteado con las artes oscuras del euroescepticismo populista y han insinuado que la coalición podía dividirse por la votación sobre el IEEF.

La estrategia les salió mal. En las últimas elecciones en Berlín, los liberales, que son el partido que más hincapié hizo en el euroescepticismo, hasta el punto de situarlo en el centro de su programa electoral, desaparecieron del panorama político. En la actualidad, obtienen un 3% en los sondeos nacionales, muy por debajo del 5% necesario para entrar en el Parlamento alemán. La ruptura de la coalición pondría en peligro su futuro en el Bundestag, con esa bajada respecto al 14,6% que tuvieron en 2009. Por tanto, la supervivencia de la coalición actual es asunto de vida o muerte para ellos.

Al final, Merkel consiguió reunir los jirones derrotados de los supuestos euroescépticos y sacar adelante el europaquete ampliado con margen de sobra. En palabras del ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, la votación fue “una señal a nuestros socios europeos de que pueden depender de Alemania”.

Si 2011 nos ha enseñado algo sobre Alemania, es que la opinión pública valora la estabilidad política por encima de todas las demás cosas. Al fin y al cabo, este es el país en el que Konrad Adenauer, el arquitecto de la política alemana de posguerra, pudo construir una democracia en torno al lema político “Keine Experimente” (nada de experimentos). La idea de tomar las decisiones políticas pensando siempre en la estabilidad ha sido uno de los leitmotifs de los Gobiernos conservadores en Alemania desde que acabó la Segunda Guerra Mundial. Y el método de “nada de experimentos” encaja bien con el estilo natural de gobernar de Merkel.

Sin embargo, por supuesto, Alemania se ha embarcado en el mayor experimento de todos: la unión monetaria. Hasta ahora, el Gobierno de coalición de Merkel no ha conseguido garantizar a la gente que merece la pena el peligro del euro por los grandes beneficios que aporta. Antes de la votación, la toma de decisiones estaba estancada por la falta de acción y las luchas internas de la coalición ante la crisis de la eurozona. Tal vez para compensar, la coalición se apresuró a negociar unos acuerdos rápidos en otras cuestiones importantes, como el abandono de la energía nuclear y la abstención de Alemania sobre la Resolución 1973 de la ONU que autoriza la acción humanitaria en Libia. La estrategia pretendía dar una inyección de popularidad a su atribulada coalición. Pero no sirvió por ninguno de los dos lados del espectro político.

Merkel y su coalición han sido objeto de críticas feroces dentro y fuera de Alemania, y se ha alimentado la idea de que las decisiones políticas en Alemania basculaban de un extremo a otro, en función de los vientos políticos. En un artículo publicado en la revista alemana de política exterior Internationale Politik, el ex canciller Helmut Kohl se preguntaba en tono sombrío si Alemania sigue siendo “un socio previsible”. Las últimas decisiones han debilitado la imagen de Merkel como dirigente firme, una figura que se había labrado con gran esfuerzo durante sus cinco primeros años de mandato.

Con la votación sobre el IEEF, la líder alemana ha querido reducir la imagen de indecisión del país y dejar claro que su coalición respalda la viabilidad de la eurozona. Con ello, ha vuelto a asumir el papel en el que se siente más cómoda: la gestora prudente y firme.

El momento no puede ser mejor para su destino político. El 17 y 18 de octubre, los gobernantes de los 27 Estados miembros de la UE se reunirán en Bruselas en una cumbre para decidir el futuro de la gobernanza económica de la Unión. Aunque el coordinador jefe, Herman van Rompuy, tiene el encargo de presentar una propuesta para conseguir una unión fiscal más estricta, el documento tendrá una enorme aportación alemana. La posición de Merkel para negociar es más fuerte que nunca. Las dos próximas semanas, todo estará en manos de Angie.

A pesar de sus grandes fallos (muchos de los cuales están revisándose ahora), en su momento estaba claro que los franceses querían crecimiento y los alemanes deseaban estabilidad. El Banco Central Europeo, inicialmente concebido como un Bundesbank europeizado, tiene un mandato fundamental: la estabilidad de los precios en la eurozona. Y  así lo reconoció, en su discurso sobre el estado de la Unión de hace unos días, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. Su intento de llamar a los eurobonos “bonos de estabilidad” fue una concesión poco sutil a su público alemán.

Ahora, Merkel intentará lograr las mismas garantías vinculantes respecto a las herramientas fiscales. Su concepción de la unión fiscal se centrará en que la previsibilidad y la estabilidad constituyan la base de la gobernanza económica europea; será la canciller del “nada de experimentos”. El debate sobre el IEEF en Berlín ha dejado patente que para los alemanes existen dos límites infranqueables: mantener su preciada calificación AAA, y el sagrado papel de su legislatura en la toma de decisiones. Aparte de eso, Merkel está dispuesta a poner todo, incluso alguna enmienda al Tratado de Lisboa, sobre la mesa.

No obstante, la crisis de la eurozona no ha terminado, ni mucho menos. El anuncio de Grecia de que no va a cumplir sus objetivos de déficit en 2011 y 2012 ha reforzado la probabilidad de la insolvencia. El absurdo panorama político de Italia ha hecho que los mercados –y muchos países dentro de la propia zona euro—pongan en duda que vaya a hacer las reformas que debía haber llevado a cabo hace tiempo.

Y ni siquiera el IEEF ampliado cumple los duros requisitos sobre garantías exigidos por Finlandia, además de que está aún a la espera de que lo apruebe el imprevisible parlamento de Eslovaquia, el último país que queda por hacerlo. Después vendrán innumerables calendarios, puntos de referencia, vencimientos de bonos y elecciones. Y el ritmo de la toma de decisiones se va acelerando. Al Gobierno alemán le costará será difícil mantenerse por delante de los acontecimientos.

Respaldada por la aprobación del IEEF en el Bundestag y el reforzamiento de su cargo al frente de la coalición, Merkel tiene la oportunidad de demostrar que es capaz de gestionar la crisis de la eurozona con sensatez y buscando soluciones. Alemania está conmemorando su unidad nacional, pero lo que tiene en sus manos es la unidad europea.

 

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