En pocas semanas la situación política en Oriente Medio se ha vuelto, si era posible, más volátil. Moscú ha ganado posiciones en Ucrania y Oriente Medio gracias a la colaboración del presidente Donald Trump. En el juego de posiciones entre Estados Unidos, China y Rusia, Moscú tiene mayores debilidades que sus dos competidores, pero el presidente Vladímir Putin ha sabido usar los errores e incoherencias de la política exterior estadounidense para transformarse en un mediador en Oriente Medio, un salvador en Ucrania oriental y tener creciente presencia global. Por su lado, Trump se ha ganado críticas por abandonar a los kurdos y aplausos (con reservas) por la captura y muerte del líder del autoproclamado Estado Islámico.

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Vehículos militares rusos en Siria, octubre de 2019. AFP via Getty Images

El pasado 22 de octubre los presidentes de Turquía y Rusia alcanzaron un pacto que dio un giro crucial a la guerra en Siria y a Oriente Medio.  En pocos días el presidente Donald Trump ordenó la retirada de los 2.500 efectivos de su país que luchaban desde 2015 junto a las Unidades de Protección Popular (YPG) kurdas en territorio sirio contra el Estado Islámico, dio la luz verde a Turquía para lanzar una ofensiva en Siria contra esas milicias, ordenó sancionar a Ankara si atacaba a los kurdos, y levantó la sanciones antes que se implementaran.

Mientras que miembros de los partidos demócrata y republicano se unieron a aliados en Oriente Medio y Europa para criticar la decisión de abandonar a los kurdos, Trump anunció que su política era un “éxito brillante” y que las tropas de Estados Unidos “volvían a casa”. Pero, al mismo tiempo ordenó que parte de las fuerzas estadounidenses se desplazaran a proteger campos de petróleo sirios.

El diario Washington Post editorializó el 25 de octubre que el presidente vive en un “mundo paralelo” de fantasía, y que lo que ha hecho en Oriente Medio es “una humillación”, mientras el periódico New York Times criticó la “especial política de Trump” orientada a fortalecer a los presidentes Vladímir Putin, Recep Tayyip Erdogan y Bashar al Assad.

En pocos días las decisiones de Trump lograron que huyeran al menos 100 de los miles de miembros de Daesh que retienen los kurdos, generó una crisis humanitaria en el norte de Siria, permitió al régimen de Bashar al Assad reconquistar parte de esa región, fortaleció las relaciones entre Turquía, Rusia y Siria, y abrió la puerta a un acuerdo de Damasco con los kurdos. Así mismo, dio lugar a que fuerzas turcas (parte de la OTAN) y rusas patrullen juntas. En definitiva, Trump reforzó el papel de Moscú como mediador y potencia en Oriente Medio.

La operación de fuerzas especiales de EE UU que acabó el sábado pasado con la vida de Abu Bakr al Baghdadi, líder de Daesh, dio un respiro a las críticas a Trump. Sin embargo, la imprevisible situación en la región, la poderosa radicalización de sus miembros (hombres y mujeres), y la decisión de retirar el apoyo a los kurdos pone en duda que la capacidad de realizar acciones descentralizadas por parte de militantes del Estado Islámico se vea debilitado.

Como indica Ann M. Simmons, en el diario Wall Street Journal, “el nuevo pacto de Putin con Turquía expande el papel de Moscú como un negociador poderoso en Oriente Medio, mostrando una vez más sus capacidades para fortalecer la presencia de Rusia, al tiempo que debilita la influencia de Estados Unidos”.

Desde 2015 Moscú ha usado la fuerza en Siria a la vez que impulsó medidas diplomáticas. En 2017 lanzó el proceso de diálogo de Astana entre el gobierno de Damasco y la oposición, restándole fuerza a las conversaciones de paz de la ONU en Ginebra, y ha elaborado un proyecto de reforma constitucional para Siria que abre la posibilidad de contar una autonomía kurda.

Talal Nizameddin, autor de Putin’s New Order in the Middle East, considera que la política del Presidente ruso hacia Siria está no sólo vinculada a su interés de gran potencia, sino a su deseo de mostrar que la comunidad internacional no debe violar la soberanía de ningún Estado (como ocurrió con las operaciones de la OTAN en Libia en 2011), ni apoyar a oposiciones políticas (como hicieron EE UU y países europeos en Ucrania, y en varios países durante la Primavera árabe) en nombre de defender la democracia y los derechos humanos.

 

Un amigo de todos

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De izquierda a derecha, el Presidente iraní, Hasán Rohaní, su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan y el ruso Vladímir Putin tras reunirse para hablar de la guerra en Siria, 2018. ADEM ALTAN/AFP/Getty Images

Las oportunidades para Moscú en Oriente Medio gracias a Washington no terminan en Siria.  La denuncia del tratado sobre el programa nuclear iraní que Estados Unidos hizo en 2018 ha servido para que Teherán estreche sus vínculos con Moscú. Las sanciones impuestas por Trump sobre Teherán, y las amenazas sobre los países que negocien o compren petróleo iraní, han sido también beneficiosas para Rusia ya que ha aumentado sus ventas de crudo a Japón, India y otros clientes.

Por otra parte, la inestabilidad en la zona del golfo Pérsico y los ataques contra barcos petroleros sirve a Rusia para presentar la ruta del Ártico como una alternativa más segura. En la medida que el Kremlin tiene buenas relaciones con Israel, la Autoridad Nacional Palestina, Arabia Saudí y Turquía, es un actor de peso en la región.

Un nuevo estudio del think tank británico Chatham House, en Londres, indica que la política de Trump hacia Irán ha servido para  distanciar a Washington de Europa, y ha favorecido los intereses de Rusia y China en Oriente Medio.

Esta región resulta particularmente estratégica en la política de Putin, orientada a consolidar a Rusia como potencia global. Varios países de Oriente Medio son productores energéticos y fuertes compradores de armas, energía nuclear e infraestructuras.

 

Errores y cautelas de Washington

La cuestión ucraniana es otro éxito para Rusia. La investigación que ha impulsado el Partido Demócrata en Estados Unidos acerca de las presiones que Trump habría ejercido sobre el Presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, podría conducir a un juicio político de Trump. Éste le pidió a Zelenski en una conversación telefónica que investigase los negocios del hijo del candidato demócrata Joe Biden, amenazando con suspender la ayuda militar a Ucrania si no lo hacía.

Desde 2014 Washington ha sido el principal aliado del gobierno de Kiev en contra de la ocupación de la región de Donbas, en Ucrania oriental, por parte de fuerzas paramilitares rusas y de la península de Crimea. Al condicionar la ayuda militar estadounidense, Trump le hizo un gran favor a Moscú, y produjo una fuerte desconfianza en el Ejército ucraniano.

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Donald Trump con un mapa que muestra los territorios perdidos por Daesh, marzo 2019. SAUL LOEB/AFP/Getty Images

Rusia ha avanzado, igualmente, sus posiciones en otras partes del mundo. En Venezuela, por ejemplo, la Casa Blanca mantuvo a principios de 2019 políticas contradictorias sobre intervenir militarmente en Venezuela. Esto alentó erradamente al líder opositor Juan Guaidó y a varios gobiernos latinoamericanos a alinearse con la posición intervencionista. Rusia anunció entonces que haría “todo lo posible” para evitar una invasión de EE UU, y en marzo envió aviones de guerra a Caracas. En mayo Washington indicó que era necesaria una salida negociada que incluyese también a los chavistas, y en septiembre Trump dijo, después de echar a John Bolton del puesto de asesor de seguridad nacional, que éste “se había pasado de la raya” por insistir en la intervención militar.

La misma actitud de amenazar y luego no usar la fuerza armada la repitió hacia Irán después que el Gobierno de este país fuese acusado de atacar barcos petroleros en el golfo de Omán, y de lanzar misiles sobre campos de petróleo en Arabia Saudita en septiembre pasado. En el caso sirio, ordenó un lanzamiento de misiles en abril de 2018, pero cesaron las operaciones militares contra el régimen de Bashar al Assad, limitando las operaciones a luchar con Daesh.

De hecho, la tendencia no intervencionista de EE UU se empezó a manifestar con el gobierno de Barack Obama. Después de las malas experiencias en Afganistán e Irak, una parte de la sociedad estadounidense, y en gran parte votantes de Trump, no quieren participar en guerras lejanas por causas inciertas. Trump práctica una retórica violenta, y aplica presiones económicas y comerciales, pero es altamente renuente al uso de la fuerza militar.

 

¿Potencia con debilidad interna?

En el marco de las relaciones entre grandes poderes, el rechazo de Estados Unidos al uso de la fuerza le ha dado una oportunidad a Moscú, que selectiva pero poderosamente, ha intervenido en Ucrania y Siria, al tiempo que a través de acuerdos militares y ventas de armas está expandiendo su influencia en África Subsahariana, Oriente Medio y América Latina.  Rusia es el segundo mayor exportador de armas del mundo, después de EE UU. Entre 2014 y 2018 las ventas de armamento ruso a Oriente Medio aumentaron el 16%.

Al contrario que durante la Guerra Fría, la influencia de las grandes potencias no tiene características ideológicas. Moscú, por ejemplo, establece sus lazos sobre la base de intereses geopolíticos, acceso a recursos, potenciales mercados y aliados en las votaciones en Naciones Unidas y otros foros.

Según el instituto Carnegie,  Rusia lleva a cabo una diplomacia que combina el uso de la información (redes sociales) para desestabilizar gobiernos occidentales, apoyo a partidos políticos de ultraderecha, la creación de alianzas a través de las ventas de armas,  alimentar las tensiones étnicas en los Balcanes y usar el apoyo a Venezuela y Cuba para tener presencia en una zona tradicionalmente controlada por EE UU.

Para algunos analistas, sin embargo, no debe sobreestimarse la capacidad rusa. En la medida que la política exterior de un país es reflejo de su fuerza interior, Rusia adolece de problemas de crecimiento económico, productividad, corrupción, atraso tecnológico y profunda desigualdad social e interregional.  El experto Jeremy Morris considera en un estudio en Current History que el país está controlado por una burocracia al servicio de una oligarquía que margina crecientemente a la mayoría de la población en un “Estado incoherente”.

 

Un mundo policéntrico

El presidente Putin ha declarado en diversas ocasiones que el sistema liberal internacional está acabado, y que EE UU debe asumir la multipolaridad. El fin de la bipolaridad de la Guerra Fría (Estados Unidos versus la extinta URSS) habría dado lugar a una multiplicidad de actores.  Rusia, China, Estados Unidos, Japón y Europa, junto con países emergentes, como India e Indonesia, tiene diferentes grados de poder militar y económico, y ninguno puede imponer su voluntad sobre los otros.

En un reciente artículo, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, dice que EE UU y Occidente violan las normas del Derecho Internacional que ayudaron a crear, critica las “arrogantes políticas neocoloniales que son empleadas para imponer la voluntad de unos países sobre otros”, y la “retórica del liberalismo, la democracia y los derechos humanos que van mano a mano con políticas de desigualdad, injusticia, egoísmo y la creencia en el excepcionalísimo” (esta última, una referencia a Estados Unidos).

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El Príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, habla con el Presidente ruso, Vladímir Putin, en una conferencia del G-20, 2018. ALEJANDRO PAGNI/AFP/Getty Images

El ministro de Exteriores critica las políticas de sanciones en nombre del liberalismo contra países como Irán, Cuba, Venezuela, Corea del Norte y Siria, el apoyo de Occidente a la fracasada Primavera árabe y “las violaciones de derechos humanos de las minorías rusas en países europeos o vecinos de Europa”.

Lavrov considera que Occidente no acepta que ha perdido poder, y que el intervencionismo humanitario, la guerra contra el terrorismo y el extremismo, y la promoción de un supuesto “orden basado en reglas”, al igual que acabar con los acuerdos de control de armas nucleares son todas excusas de Washington y sus aliados para destruir el sistema multilateral establecido al final de la Segunda Guerra Mundial y someter a otros Estados.

Así mismo, escribe que Washington intenta contener a los poderes ruso y chino, fomentando la enemistad entre ellos. Todas estas medidas irían orientadas a contener el ascenso irreversible de “una arquitectura mundial policéntrica”.

El mundo, según el ministro, debe encontrar “un equilibrio de intereses” alrededor de la Carta de Naciones Unidas, pero gradualmente adaptándose reconocer a las potencias emergentes, las nuevas asociaciones (como la Asociación de Cooperación de Shanghái) y trabajar conjuntamente en favor de una “democracia multipolar”.

Más allá de una narrativa que limpia a la política exterior de toda responsabilidad en los bombardeos en Siria o la ocupación de Crimea, la crisis de poder y legitimidad de EE UU, unida a la inestabilidad generada por la desigualdad, la pobreza y los conflictos violentos en una serie de países y regiones ofrecen importantes oportunidades a Rusia y China.

La confrontación política y comercial entre estas tres potencias, y las formas en que Estados y regiones, y muy especialmente Europa, reaccionen hacia ellas marcarán el futuro del sistema internacional.  Entre tanto, el presidente estadounidens actúa como si fuese un hombre de Moscú en Washington.