
España puede jugar un papel relevante en el diseño energético de Europa. He aquí un repaso a las principales ventajas, así como a algunos de los escollos en el camino.
Aunque muchos periódicos prefirieran destacar el apoyo del presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, a España y Portugal en su rifirrafe con el Gobierno griego, lo verdaderamente importante de la cumbre hispano-luso-francesa celebrada recientemente en Madrid fue el acuerdo para impulsar las interconexiones gasísticas con Francia e, indirectamente, con el resto de Europa.
Desde hace muchos años, la necesidad de aumentar las conexiones con la red de distribución gasística gala es uno de los temas estrella en cualquier reunión de expertos españoles en energía, pues, a decir verdad, un rápido análisis del panorama energético europeo y de las capacidades españolas basta para darse cuenta de las enormes ventajas que pueden derivarse de ello. España cuenta, por un lado, con dos gaseoductos que trajeron en 2013 16,09 Gm3 de gas norteafricano, un volumen que podría aumentarse si funcionaran a la máxima capacidad, y, por otro, con la infraestructura de regasificación más desarrollada de la Unión Europea: siete plantas con una capacidad combinada de unos 70 Gm3 anuales, a las que habría que añadir una planta portuguesa. Las necesidades españolas están perfectamente cubiertas y, de hecho, sobran instalaciones cuyo mantenimiento se paga sin que ello redunde en una mejora del servicio; sin embargo, esas instalaciones son un activo muy aprovechable para convertir España en un país importante en el diseño energético de Europa. El gran escollo, al menos hasta ahora, ha sido la negativa de Francia a facilitar las cosas.
A día de hoy, tan solo existen dos conexiones gasísticas con Francia. La primera y más importante es la de Larrau, que permite a España enviar y recibir 5,2 Gm3 anuales. La segunda, que tendría que estar funcionando este año, es la de Irún-Biriatou, capaz de enviar a Francia 2 Gm3 anuales más. Un tercer proyecto llegó a dar sus primeros pasos cuando empezó a construirse el gaseoducto Midcat, que atravesaría la frontera hispano-francesa en Cataluña para llevar a territorio francés hasta 7,2 Gm3 cada año, doblando así la capacidad exportadora de España. El plan inicial preveía la entrada en funcionamiento del Midcat en 2015, pero desafortunadamente el proyecto se paralizó en 2010 ante la falta de interés de Francia, que alegaba que la demanda de gas no era suficiente para justificar las inversiones necesarias.
Muchos han dudado siempre de la sinceridad de las razones francesas y han sugerido que, en realidad, el rechazo a aumentar la interconexión con España respondía al interés por eliminar competidores del mercado europeo. Sea como fuere, lo cierto es que el cerrojo francés de los Pirineos no ha podido aguantar la presión que las tensiones geopolíticas de los últimos años han ido creando. Unido quizá a la feliz coincidencia de tener un comisario de energía español, el conflicto de Ucrania, que ...
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