Las políticas de negación y una memoria colectiva profundamente dividida siguen privando a las sociedades bosnias de un futuro.

Para comprender la actual dinámica sociopolítica de Bosnia y Herzegovina, no es suficiente con considerarla como una sociedad desorientada tras el conflicto, desgarrada por la guerra y atrapada en una supuesta transición. Se debe prestar atención a sus procesos sociales específicos, en particular a las omnipresentes tensiones sociales en torno a las diferentes maneras de enfrentarse al pasado, entre las que la negación, el silencio y el silenciamiento y el impulso para confrontarlo destacan como las más importantes. No resulta sorprendente que en recientes trabajos académicos esta tensión haya sido abordada fundamentalmente bajo la égida de la justicia transicional.

Al fondo el juicio televisado del ex general Ratko Mladic, Sarajevo en La Haya. Elvis Barukcic/AFP/Getty Images
Al fondo el juicio televisado del ex general Ratko Mladic, Sarajevo en La Haya. Elvis Barukcic/AFP/Getty Images

El concepto de justicia transicional para Bosnia y Herzegovina recibe habitualmente el mismo enfoque que cuando se emplea en el análisis de muchas otras sociedades devastadas por la guerra, sociedades que han sufrido dictaduras, nuevas democracias y regímenes en transición. En este caso, como en los demás, la justicia transicional está conectada con una gran cantidad de otros asuntos importantes, incluyendo problemas de injusticia, graves violaciones de los derechos humanos y crímenes (de guerra) cometidos en el pasado.

En Bosnia y Herzegovina, sin embargo, los debates sobre qué modelos de justicia transicional son apropiados deben tomar en consideración a las profundas divisiones que existen todavía en las sociedades del país, donde algunos de sus miembros están apartados de las instituciones públicas, y en particular de las instituciones de justicia.

Según la literatura sobre el tema (Allen, 2004), existen al menos siete modelos disponibles de justicia transicional: amnesia o inacción; perdones; amnistía total; procesamientos y juicios; depuración ideológica; publicidad; amnistía condicional o comisiones de la verdad. De algún modo, el discurso público sobre justicia transicional en Bosnia y Herzegovina se ve afectado por el hecho de que “las sociedades habitualmente adolecen de un déficit de verdad” (Allen, 2004:5).

Mark Amstutz (2006) ha señalado correctamente que cuando las sociedades están profundamente divididas por fracturas étnicas, religiosas o ideológicas, los procedimientos democráticos pueden ser ineficaces a la hora de resolver las escisiones sociales, la discriminación religiosa y racial y el rencor político. En esta línea, los hallazgos del Informe Especial del PNUD de 2011 Facing the Past and Access to Justice From a Public Perspective [Enfrentarse al pasado y el acceso a la justicia desde una perspectiva pública] muestran que prácticamente todas las ONG y las asociaciones de víctimas de todo el país han expresado su descontento con los resultados de los juicios, argumentando que las necesidades de las víctimas no fueron suficientemente satisfechas a través de los procedimientos judiciales formales. En términos sociales y políticos más generales, los juicios por crímenes de guerra no han hecho una contribución visible para lanzar un proceso que normalice las relaciones entre los diferentes grupos étnicos.

En documentos oficiales, el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia de Naciones Unidas (TPIY) enumera, entre otros, los siguientes logros: conseguir que los líderes respondan por sus acciones, llevar justicia a las víctimas, dar voz a las víctimas y establecer los hechos. Hasta el momento, el TPIY ha acusado a 161 personas por graves violaciones del derecho humanitario internacional cometidas en el territorio de la antigua Yugoslavia y ha concluido los procedimientos judiciales para 126 acusados. Los procedimientos para 35 acusados más siguen en marcha. Hasta comienzos de 2016, 4.000 testigos habían contado sus historias ante el tribunal.

La continuada importancia del TPIY y de su trabajo, no obstante, no debería impedir una reevaluación de la noción de que la justicia retributiva rebaja las necesidades de las víctimas. Aunque no se deberían perder de vista las necesidades y perspectivas de éstas en cualquier diálogo sobre reconciliación, el proceso de reconciliación política en sí mismo no está orientado únicamente a ellas, ya que abarca a todos los actores y agentes sociales de las sociedades que han sufrido conflictos y de las que se están recobrando de gobiernos represivos.

Los conceptos de reconciliación centrados en las víctimas pueden subsumirse bajo las teorías de reconciliación como perdón. En este contexto, Amstutz concibe el perdón (político) “como un proceso interactivo en el que las cargas de ofensas pasadas son reparadas, lo que resulta en la sanación de las relaciones humanas. Para tener éxito, el perdón depende de una serie de elementos fundamentales, que incluyen el consenso sobre las infracciones, el remordimiento y arrepentimiento, la renuncia a la venganza, el cultivo de la empatía y la mitigación o cancelación de la pena merecida” (Amstutz, 2006:157).

Lamentablemente, ninguno de los elementos fundamentales mencionados cobra suficiente vida en la sociedad de Bosnia y Herzegovina. Y mientras el tiempo sigue pasando, las políticas de negación impiden la posibilidad de construir consenso sobre las ofensas.

El fomento de una general “cultura de la negación” sobre lo que sucedió en un pasado cercano es por supuesto parte del problema, no parte de la solución. Me baso en el trabajo sociológico de Stanley Cohen (2001) para argumentar que sin importar si existe una negación directa, una negación de los significados o una negación de las implicaciones no es solo el pasado (los acontecimientos pasados) los que son negados, sino el presente también.

Además, la expropiación étnica de los recuerdos da como resultado diferentes versiones de los hechos del pasado. Lo que contribuyó a que esto se produjera es, como afirma Dubravka Ugrešić, que “las autoridades en nuestros países postyugoslavos manipulan abundantemente el pasado (…). Lo más aterrador es que los intelectuales, que deberían ser filtro y también árbitros, con frecuencia se ponen al servicio de las autoridades, dando como resultado la práctica de erigir monumentos conmemorativos y demolerlos; la práctica de publicar libros de texto borrosos”.

Sea como sea, persiste el interrogante principal: ¿tiene hoy la gente de Bosnia y Herzegovina una memoria común? En cierto modo es así, pero dado que en el periodo posterior al conflicto la memoria común está sometida a una constante destrucción, lenta pero firmemente acaba resultando en una memoria profundamente dividida dentro de una sociedad profundamente dividida. La “amnesia colectiva” también tiene relevancia dentro de la finalidad de poder continuar con la vida, de modo que es importante para recordar de igual modo que lo es en el proceso de olvidar, pero el problema es que en Bosnia y Herzegovina se olvida todo lo que va contra una cohesión social étnica en particular. Consecuentemente, las conmemoraciones y monumentos públicos relacionados con la guerra son fragmentados, exclusivos y basados en la etnicidad, sin importar si son motivados por una “conmemoración desde abajo” -una necesidad psicológica de los individuos- o por una “conmemoración desde arriba” -impulsada y condicionada por razones políticas-. Como ha sido señalado por Ivan Lovrenovic en su reciente novela Perdido en el siglo.

El cálculo general es que se han contabilizado casi 40.000 desaparecidos como trágica consecuencia de la guerra en la ex Yugoslavia. Hasta la fecha, se ha seguido el rastro e identificado a aproximadamente un 70%. Entre 25.000 y 32.000 personas han sido localizadas en Bosnia en fosas comunes ocultas y otros lugares secretos. Alrededor de 3.000 cadáveres de desaparecidos siguen todavía sin identificar en 11 depósitos repartidos por todo el país.

La reciente investigación realizada por la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas (ICMP, en sus siglas en inglés) sobre Bosnia y Herzegovina revela que los ciudadanos bosnios tienen opiniones muy firmes en el sentido de que el origen religioso o étnico de los desaparecidos no debería ser tomado en cuenta a la hora de su búsqueda e identificación. No existen diferencias entre los encuestados de los tres grandes grupos étnicos y una amplia mayoría no aprueba el [regreso al] proceso segregado de búsqueda de personas desaparecidas.

Los ciudadanos también respaldan los monumentos y conmemoraciones que no están basados en los orígenes étnicos de las víctimas. Pero… en la Bosnia actual, el remordimiento y el arrepentimiento se entienden también como debilidad, la renuncia a la venganza como un discurso políticamente correcto (y no necesariamente auténtico) y el cultivo de la empatía como algo abstracto y carente de sentido para aquellos en necesidad. El sentimiento de ser humillados entre las víctimas se ve intensificado no únicamente cuando se enfrentan al rechazo del reconocimiento de lo que ha sucedido, sino por lo general cuando la interpretación de los hechos ya establecidos ha sido deliberadamente distorsionada para lograr objetivos políticos y racionalizar injusticias. Boris Buden, hablando de la noción de justicia que existe en la región, sostiene que “eso no significa en absoluto que no apoye al Tribunal de la Haya. De hecho, la existencia y las actividades del tribunal constituyen la mejor prueba de que nuestras naciones son, en un sentido político, pero incluso más en uno moral, una especie de fantasmas. Al ser incapaces de enjuiciar a sus propios criminales perdieron su justificación histórica, a mi entender. ¿Para qué necesitamos naciones sin justicia? […]”.

Muchos -si no todos- de los mecanismos de la justicia transicional, basados en atribuir culpa individual, han sido “reinterpretados y adaptados dentro de las narrativas etnopolíticas dominantes sobre culpa e inocencia colectiva” (Eastmond, 2010, 8) por emprendedores etnopolíticos dominantes. ¿Cómo, entonces, equilibrar el deseo de reconstruir la sociedad restableciendo unas adecuadas relaciones sociales (ergo reconciliación política) con la extendida creencia de que la “reconciliación-como-perdón” es éticamente inaceptable, dado que la mayoría de los perpetradores quedan impunes, y a la vez las necesidades de las víctimas no son suficientemente satisfechas?

El primer paso es argumentar incondicional, sincera y directamente que el perdón puede y debería ser diferenciado de la justificación y la excusa. El siguiente es comprender, como ha señalado Colleen Murphy (2010), que la reconciliación-como-perdón es solamente una de las varias concepciones distintas sobre la reconciliación. Otras son la reconciliación como creación y estabilización de expectativas normativas y confianza; la reconciliación como valor político; y la reconciliación como constitución de una comunidad política.

A ese respecto, la cuestión crucial para el futuro de Bosnia y Herzegovina es cómo reconstituir el país como comunidad política más que como comunidades etnorreligiosas. En otras palabras, ¿cómo reevaluar el derecho de sus ciudadanos a no ser discriminados en la vida pública y política a causa de principios etnorreligiosos? ¿Cómo romper el contexto impuesto de “igualdad étnica” (estipulado por el Acuerdo de Paz de Dayton) y demandar una “igualdad ética” en la que todo el mundo esté dotado de la misma dignidad humana y libertad de elección en lo que respecta a cuestiones de interés público y privado, desarrollo personal y afiliación a un grupo? ¿O para no estar afiliado a un grupo en absoluto? Marita Eastmond tiene razón al señalar que “[el] punto clave es que, dados los problemas cotidianos de la gente en escenarios posbélicos, la reconciliación con los antiguos enemigos puede no ser considerada como una preocupación fundamental (2010, 12)”.

Finalmente está la falacia que a menudo se da en los trabajos académicos sobre la reconciliación, pero siempre es posible evitarla. Al entender la reconciliación como un proceso en lugar de un objetivo, podemos evitar caer en la trampa académica (P. Bourdieu) que afecta a muchos de quienes abordan el tema.

A ese respecto, el discurso sobre reconciliación que defiendo no es tanto normativo como descriptivo.  Como Murphy, me gustaría sugerir que “a su nivel más general, el objetivo del proceso de la reconciliación política es cultivar una relación política que tenga como premisa estos valores, es decir, las condiciones en que ésta puede expresar reciprocidad y respeto por la agencia moral”.  Al aceptar el principal argumento de Murphy, coincido en que el foco debería estar en la reconciliación política a lo largo de toda la sociedad, ya que este es el tipo de reconciliación política que se considera crítica para la exitosa consolidación de nuevas democracias y para el mantenimiento de la paz en general.

Bosnia y Herzegovina se enfrenta a un conjunto de factores diversos, pero la paradoja subyacente es que el marco institucional establecido mediante el Acuerdo de Paz de Dayton favorece las opciones políticas que menos apoyan su implementación. Para que un nuevo sistema político sea efectivo en una sociedad con un pasado siniestro, para que fomente la deliberación pública, la democracia participativa y el gobierno representativo, la sociedad debe hacer frente a su pasado.